¿Se deja llevar solo por las apariencias?
1 Cuando participamos en el ministerio público, la primera impresión que recibimos de algunas personas puede hacernos dudar en cuanto a hablarles de las buenas nuevas o no. Suponga que un hombre de fiera apariencia le observa receloso cada vez que usted visita a su vecino que ha mostrado interés en la verdad. ¿Cómo reaccionaría? Esto le sucedió a una precursora, quien decidió abordar al hombre. Él la saludó bruscamente, pero para sorpresa de ella, escuchó el mensaje bíblico y aceptó gustoso un estudio. Gracias a que la hermana no juzgó solo por las apariencias, se abrió el camino para que tanto este hombre como su esposa aprendieran la verdad.
2 Otra hermana que trabajaba en una tienda se asustó al principio con el aspecto de un joven de pelo largo; pero persistió en predicarle brevemente cada vez que él entraba. Sus esfuerzos produjeron fruto, y el joven es ahora un Testigo bautizado. ¿Qué nos impedirá llegar apresuradamente a la conclusión de que algunos no responderán?
3 Imitemos el ejemplo de Jesús. Jesús sabía que daría su vida por todos. Así que la apariencia de los demás no le hizo desistir de su propósito. Entendía que hasta los que tenían una mala reputación podrían cambiar si se les proveía la motivación y el respaldo apropiados (Mat. 9:9-13). Trató de ayudar a ricos y pobres por igual (Mat. 11:5; Mar. 10:17-22). No juzguemos a las personas que encontremos en el ministerio por su aspecto, cegándonos a lo que pudiera ser una buena condición de corazón (Mat. 7:1; Juan 7:24). ¿Qué nos animará a copiar el modelo sobresaliente de Jesús?
4 A través de nuestro estudio de la Biblia hemos llegado a percibir que la Palabra de Dios tiene el poder para cambiar la manera de pensar, la conducta y la personalidad de la gente (Efe. 4:22-24; Heb. 4:12). Por lo tanto, aunque seamos justificadamente precavidos, debemos mantener una actitud positiva y dejar el resto en manos de Jehová, Aquel que lee nuestros corazones (1 Sam. 16:7; Hech. 10:34, 35).
5 Que la predicación imparcial de las buenas nuevas a toda clase de personas, sea cual sea su apariencia, contribuya a la gran siega de estos últimos días (1 Tim. 2:3, 4).