“Tengamos una conversación franca”
“OYE, tu esposa está realmente preocupada por tu salud,” le dijo recientemente un hombre a su amigo. “¿De veras?” contestó el amigo. “Ella no me había dado esa impresión.” Y para el amigo fue un consuelo saberlo, porque le había parecido que su esposa no estaba particularmente interesada.
¡Cuán característico de la vida real es ese incidente! Los esposos y esposas hablan a otros de lo que en primer lugar se deben decir el uno al otro (¡un hecho que los consejeros matrimoniales conocen muy bien!). Los padres se quejan de que no entienden a sus hijos. A su vez los hijos rezongan de que sus padres son unos “aguafiestas.” Los empleados no tienen comunicación con sus patronos y los patronos no se hacen entender de sus empleados; todo lo cual tiene malos efectos, tanto emocional como económicamente.
Los estudiantes modernos de la naturaleza humana le dan mucha importancia a la comunicación, y es muy apropiado que lo hagan, porque muchos de los males de la actualidad se deben a que hay cada vez menos y menos comunicación. Tanto así que en 1972 un libro dedicado a ayudar a las parejas casadas a obtener más felicidad y contentamiento de sus matrimonios por medio de mayor entendimiento declara: “Muchas parejas creen que saben mucho más el uno acerca del otro de lo que en realidad saben.”
Es cierto que es mucho más fácil hablar con otros, quejarse o rezongar acerca de una situación, que aclarar las cosas con el interesado o envuelto; es mucho más fácil dar a esa persona el “trato del silencio.” Pero la manera más fácil pocas veces es la mejor. Requiere valor, sabiduría y tacto, sí, y amor el tratar de comunicarse con la persona relacionada acerca de una desavenencia o a una situación o falta desagradable.
Tal era la situación a la que se enfrentaba un esposo que tenía una esposa muy inteligente pero que también era de carácter fuerte. Parece que cada vez que hacía una observación ella replicaba con una objeción, así es que gradualmente se abstuvo de mencionar tales cosas. Pero halló que ésta no era la solución, porque la relación de ellos continuó empeorando. Así es que por consejo de un amigo en cierta ocasión le dijo a su esposa de la manera más dulce y bondadosa que sabía: “Querida, tengamos una conversación franca.” Comenzando con algunas expresiones de aprecio y de ternura, gradualmente mencionó las cosas que él sentía que debían considerar juntos. Como resultado, mejoraron las relaciones entre ellos. En realidad ella no se había dado cuenta de cuán inconsideradas eran sus réplicas y cómo lo afectaban a él.
El personaje bíblico de la reina Ester pone un ejemplo sobre este tema. Ella tenía presente algo muy serio, el bienestar de su pueblo. Podría haber permanecido callada y arriesgarse a escapar indemne, pero no. A instancias de su primo Mardoqueo, preparó con tacto el camino y entonces tuvo una conversación franca con su regio esposo. ¿El resultado? Ella y su pueblo no sufrieron daño.—Ester 5:1–7:10.
Cuando hay una falta aparente de armonía entre nosotros y otra persona, le debemos tanto a nosotros como a la otra persona el tener una conversación franca. Se nota repetidamente este principio en la Biblia. Por una parte ésta nos dice que si sabemos que otra persona tiene algún motivo de queja en contra de nosotros debemos tomar la iniciativa para aclarar las cosas, y por la otra parte también nos dice que si tenemos una queja grave en contra de otro debemos ir a él y hablar del asunto con franqueza.—Mat. 5:23, 24; 18:15-17.
Los asuntos pueden ser aclarados por medio de una conversación franca, para beneficio de ambos. Un esposo puede ser demasiado atento hacia las bellas miembros del sexo opuesto. Puede que no le dé importancia al asunto, que solo le agrade hacerlas de galán, pero esto puede ser muy deprimente para su menos atractiva esposa. En vez de sufrir en silencio, ella debe tener una conversación franca con él.
¿Qué hay si los jóvenes manifiestan una actitud obstinada? ¿Deben sus padres dejarlos seguir por su propio camino? ¡Cuán a menudo los padres expresan un consternado asombro cuando sus hijos se ven envueltos en problemas con la policía debido al uso de drogas, o un hijo contrae una enfermedad venérea o una hija queda encinta ilegítimamente! ¿Se hubieran asombrado los padres si hubieran conversado francamente con sus hijos? No, porque entonces o sus hijos no se hubieran visto en esos problemas o los padres hubieran sabido qué esperar. Se puede ver hasta qué punto puede llegar esa falta de comunicación por el caso de una hija en Brooklyn que escandalizó a sus padres dando a luz a un hijo ilegítimo antes que ellos se enteraran de que estaba embarazada. Aunque vivía en la misma casa, los padres de ella dijeron que no habían notado nada extraño en su apariencia.
¿Por qué es que algunos se retraen de tener una conversación franca? En algunos casos puede ser por una tendencia a ser introvertido, y así algunos buscan refugio en la autocompasión, obteniendo cierta satisfacción de ser un mártir.
O puede ser un asunto de orgullo. Uno quizás no quiera admitir que ha sido lastimado o el que es la causa del problema. O quizás uno no quiera humillarse, porque a menudo el sugerir una conversación franca requiere humildad.
Se dice que el 70 por ciento de la comunicación entre las personas no es verbal, es decir, es mediante ademanes y acciones, más bien que por palabras. Aunque por medio de éstos podemos comunicar nuestros sentimientos, mediante solo éstos no podemos comunicar nuestras razones por comportarnos como lo hacemos, ni tampoco podemos resolver desavenencias o corregir falsas impresiones. Pero hablando acerca de las cosas, sí podemos esperar hacerlo. Recuerde, esto requerirá valor, sabiduría, tacto y amor, pero, oh, ¡cuán recompensador será!
Sí, hay un tiempo para cada propósito debajo del sol, y cuando hay una brecha de comunicación —y, lo que es mejor, antes de que se desarrolle este problema— es hora de decir: “Tengamos una conversación franca.”