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  • Parte 10—“Hágase tu voluntad en la tierra”
    La Atalaya 1959 | 15 de mayo
    • 21. Después de 607 a. de J.C., ¿qué podían hacer los descendientes de David concerniente al pacto para el reino?

      21 Los que eran de la línea de descendencia de David no se sentaron sobre un trono terrenal en Jerusalén después de su primera destrucción en 607 a. de J.C. No obstante, ellos podían pasar ese derecho según el pacto para el reino hasta que llegara el último que tenía el derecho al trono y a la corona. Entonces Dios entronizaría y coronaría a ese heredero legítimo. En seguida ése, como la Simiente predicha de la mujer de Dios, sería autorizado para magullar a la “serpiente original,” Satanás el Diablo, en la cabeza.

      22. Cuando regresó el resto de Babilonia a Jerusalén, ¿por qué no se restableció el reino típico de Dios, y por qué no fué el reino el reino establecido por el macabeo Judas Hircano Aristóbulo?

      22 ¿Cuánto tiempo pasaría, entonces, hasta que el reino arruinado fuera restaurado y se diera el reino de Dios a la Simiente de la mujer de Dios, a quien pertenece ese derecho? Cuando el resto de los judíos arrepentidos fué restaurado a su tierra después que ésta había permanecido desolada de hombre y bestia doméstica por setenta años, el reino típico de Dios en la línea de David no fué restablecido. Los del resto estaban sujetos a un gobernante no judío, el rey Ciro de Persia. Ellos simplemente tenían un gobernador local que era de la casa real de David que dirigía sus asuntos. En 167 a. de J.C. se produjo la revuelta macabea contra el rey sirio, Antíoco IV Epífanes, y los macabeos establecieron su propio gobierno. En 104 a. de J.C. Judas Hircano Aristóbulo tomó el título “Rey de los judíos.” Pero ése fué el reino de un sacerdote levita. No fué una restauración del reino de Dios en la línea del rey David de la tribu real de Judá.—Gén. 49:8-10.

      23. ¿Se estableció el reino de Dios después que Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, o después que fué resucitado, o en el día de Pentecostés?

      23 En la primavera de 33 (d. de J.C.), cuando Jesús entró en Jerusalén triunfalmente cabalgando sobre un asno, como lo había hecho Salomón al tiempo de su coronación siglos antes, el reino de Dios por el heredero legítimo del rey David no se estableció de nuevo. Después de la resurrección de Jesús de entre los muertos y precisamente antes de ascender al cielo para sentarse a la diestra de su Padre, los discípulos de Jesús le preguntaron claramente: “Señor, ¿va a restaurar usted el reino a Israel en este tiempo?” Jesús, en efecto, les contestó ¡No! Dijo él: “No les pertenece a ustedes obtener conocimiento de los tiempos o sazones que el Padre ha colocado en su propia jurisdicción; pero ustedes recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos míos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria y hasta la parte más lejana de la tierra.” (Hech. 1:6-8) Diez días más tarde, en el día de la fiesta de Pentecostés, el espíritu santo de Dios fué derramado sobre ellos y ellos recibieron poder. Pero el reino de Israel no fué establecido de nuevo allí en Jerusalén, la capital de Israel.

      (Continuará)

  • Por casualidad
    La Atalaya 1959 | 15 de mayo
    • Por casualidad

      La sección de anuncios de iglesia de un periódico de un pueblito de Manitoba contenía dos anuncios separados. En el primero el ministro presbiteriano invitaba a los lectores a ‘Venir y adorar en nuestra recién decorada iglesia,’ mientras que inmediatamente debajo de éste, el ministro de la Iglesia unitaria comentó (en su texto para la semana) que ‘¡El blanquear la bomba no purifica el agua!’—La revista Maclean’s.

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