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Cuando muere un ser amado...¡Despertad! 1985 | 22 de abril
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Cuando muere un ser amado...
Ricky y MaryAnne habían estado felizmente casados por 18 años y tenían un hijo. Pero por aproximadamente un año Ricky había estado sintiendo un dolor en el hombro. Para el verano de 1981, el dolor se había intensificado, y poco a poco Ricky se fue paralizando. Una intervención quirúrgica de emergencia reveló que tenía un tumor canceroso en la parte superior de la espina dorsal. Varios meses después, el 2 de febrero de 1982, Ricky murió a los 48 años de edad. “Fue difícil aceptarlo —explica MaryAnne—. Por largo tiempo me parecía que en cualquier momento él entraría por la puerta.”
¿HA TENIDO usted, o alguna persona a quien usted conoce, una experiencia parecida a ésta? Cuando muere alguien a quien uno ama, puede que se manifiesten sentimientos y actitudes que uno nunca antes haya experimentado. Quizás uno se pregunte si llegará el día en que vuelva a sentirse normal. O, como en el caso de MaryAnne, quizás todavía se le haga difícil aceptar lo ocurrido, aunque ya haya pasado algún tiempo.
Sin embargo, uno sí puede reponerse... no olvidar, sino reponerse. ‘Pero ¿cómo?’, pregunta usted. Bueno, antes que podamos contestar esta pregunta, es provechoso saber más acerca de cómo se siente una persona cuando muere un ser amado. Recientemente, un corresponsal de ¡Despertad! entrevistó a varias personas que habían perdido en la muerte a un ser amado. Sus comentarios se han publicado en esta serie de artículos. Es consolador saber que otros se han sentido como tal vez se sienta uno. Además, puede ser de gran ayuda comprender cómo se han encarado otras personas a sus sentimientos.
MaryAnne, al explicar cómo se sintió ella inmediatamente después de la muerte de Ricky, recuerda: “Hablaba de él incesantemente. Ésta era una manera de mantenerlo vivo. Durante el primer año estuve en un estado de choque. Hay tanto que se tiene que hacer para poner en orden los asuntos personales. Una se ve tan envuelta en éstos que no tiene tiempo para encararse al aspecto emocional de la experiencia.
”Fui a parar al hospital debido a la hipertensión arterial. Finalmente, mientras estuve en el hospital, lejos de las presiones del hogar y de todo lo demás, entonces pude afrontar lo que me había sucedido. Mi reacción fue: ‘¿Y qué hago ahora?’”.
¿Es ésta una reacción poco común? En realidad, no lo es. Cuando alguien recibe la noticia de que ha muerto un ser amado, es bastante común que ello le produzca un choque sicológico. Otros que lo han experimentado dicen: “Uno oye lo que le están diciendo, y sin embargo, no lo oye todo. En parte uno se concentra en la realidad del momento, y en parte no”.
Dicho estado de choque actúa casi como lo haría un anestésico. ¿En qué sentido? El libro Death and Grief in the Family explica: “Es una especie de protección que permite que la enormidad de lo sucedido penetre gradualmente”. Dicho estado de choque puede protegerle de recibir de lleno el impacto emocional de su pérdida. Como explicó Stella, viuda que vive en la ciudad de Nueva York: “Una se queda aturdida. No siente nada”.
“¡Debe tratarse de un error!”
Junto con esta insensibilidad inicial, es común experimentar varias formas de negación. “¡Debe tratarse de un error!”, se oye frecuentemente decir durante los primeros momentos de congoja. A algunas personas se les hace difícil aceptar la pérdida, especialmente si no estaban presentes al morir el ser amado. Stella recuerda: “No vi morir a mi esposo; sucedió en el hospital. Por eso se me hizo difícil creer que él estuviera muerto. Él había salido para la tienda aquel día, y por eso me parecía que regresaría”.
Uno sabe que el ser amado ha muerto, pero nuestros hábitos y recuerdos tal vez nieguen este hecho. Por ejemplo, Lynn Caine, en su libro Widow, explica: “Cuando ocurría algo cómico, me decía a mí misma: ‘¡Oh, le contaré esto a Martin esta noche! Él no lo creerá’. Hubo veces que en la oficina alargaba la mano hacia el teléfono para llamarlo y charlar con él. La realidad siempre se interponía antes que yo pudiera marcar el número”.
Otros han hecho cosas parecidas, como poner en la mesa vez tras vez más platos de lo necesario para la cena, o buscar los comestibles favoritos del difunto al estar en el supermercado. Hay quienes hasta tienen sueños vívidos del difunto o se imaginan verlo en la calle. No es raro que los sobrevivientes teman perder el juicio. Pero éstas son reacciones comunes ante un cambio tan drástico en la vida de uno.
Sin embargo, con el tiempo el dolor penetra, lo cual quizás provoque otros sentimientos a los cuales usted no pueda encararse.
“¡Nos abandonó!”
“Los niños se enfadaban y me decían: ‘¡Él nos abandonó!’ —explicó Corrine, cuyo esposo murió hace unos dos años—. Yo les decía: ‘Él no los abandonó. Él no pudo evitar lo que le sucedió’. Pero entonces pensaba para mí: ‘Yo les estoy diciendo esto, ¡aunque me siento de la misma manera que ellos!’.” Sí, aunque parezca sorprendente, muy a menudo la cólera acompaña a la congoja.
Puede que se trate de ira contra los médicos y las enfermeras, pues a uno le parece que ellos debieron haber hecho más para cuidar de la persona antes de morir. O quizás se trate de enojo contra las amistades y los parientes que, según parece, dicen o hacen lo que no debieran. Algunos se encolerizan con el difunto por haber descuidado su propia salud. Stella dice: “Recuerdo que me había airado contra mi esposo porque yo sabía que las cosas pudieron haber resultado de otra manera. Él había estado muy enfermo, pero había hecho caso omiso de las advertencias de los médicos”.
Además, a veces el sobreviviente se enoja con el difunto debido a las cargas que su muerte le ha impuesto. Corrine explica: “No estoy acostumbrada a encargarme de todas las responsabilidades que tienen que ver con atender a la casa y la familia. No se puede estar pidiendo ayuda a los demás para cada cosita que se presente. A veces me enojo debido a esto”.
Después de la cólera frecuentemente surge otro sentimiento... el de culpabilidad.
“Él no habría muerto si tan solo yo hubiera [...]”
Hay quienes se sienten culpables de encolerizarse... es decir, que quizás se condenen a sí mismos por sentir cólera. Otros se culpan a sí mismos por la muerte del ser amado. “Él no habría muerto —se convencen a sí mismos— si tan solo yo le hubiera hecho ir antes al médico” o “si yo le hubiera hecho ir a ver a otro médico” o “si le hubiera hecho cuidar más de su salud”.
En el caso de otras personas, el sentido de culpabilidad es aun más extremo, especialmente si el ser amado murió repentinamente, o de manera inesperada. Empiezan a recordar las ocasiones en que se enojaron con el difunto o discutieron con él. O tal vez les parezca que no cumplieron cabalmente con su papel para con el difunto. Se sienten atormentadas por pensamientos como: ‘Debí haber —o no debí haber— hecho esto o aquello’.
Mike, joven de poco más de veinte años de edad, recuerda: “Nunca tuve una buena relación con mi padre. No fue sino hasta los últimos años que en realidad empecé a hablar con él. Ahora [desde la muerte de su padre] son tantas las cosas que creo que debí haber hecho o dicho”. Claro, el hecho de que ahora no hay medio de compensar el daño quizás solo contribuya a que uno se sienta más frustrado y culpable.
Por doloroso que sea perder en la muerte a su cónyuge, padre, madre, hermano o hermana, hay quienes consideran que la pérdida más trágica de todas es la muerte de un niño.
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Lo que sienten los padres¡Despertad! 1985 | 22 de abril
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Lo que sienten los padres
GENEAL había llevado a sus seis hijos —cinco niñas y un varón— a pasar las vacaciones en casa de unas amistades que vivían en la región norteña del estado de Nueva York. Un día las niñas decidieron ir al pueblo. El hijo, Jimmy, y otro chico preguntaron si podían ir de excursión. A los muchachos se les dijo que tuvieran mucho cuidado y que regresaran temprano por la tarde.
Hacia el final de la tarde los muchachos aún no habían regresado. “Mientras más tarde se hacía, más me preocupaba —recuerda Geneal—. Me imaginaba que quizás uno de ellos estuviera herido y que el otro no quería dejarlo solo.” La búsqueda continuó durante toda la noche. Temprano la mañana siguiente fueron hallados, y los temores de todos de que había sucedido lo peor quedaron confirmados... los muchachos se habían matado debido a una caída. Aunque ya han pasado diez años de esto, Geneal explica: “Jamás olvidaré el momento en que aquel policía entró en la casa. Él tenía el rostro sumamente pálido. Yo sabía lo que me iba a decir aun antes que él dijera una sola palabra”.
¿Cómo se sintió ella? Los sentimientos que se experimentan son más intensos que los sentimientos comunes que acompañan a otras pérdidas. Geneal explica: “Yo di a luz a Jimmy. Él solo tenía 12 años de edad cuando murió. Tenía toda su vida por delante. He sufrido otras pérdidas en la vida. Pero el sentimiento es diferente cuando una es madre y se le muere un hijo”.
La muerte de un hijo se ha descrito como “la pérdida máxima”, “la muerte más devastadora”. ¿Por qué? El libro Death and Grief in the Family explica: “La muerte de un hijo es tan inesperada. Es algo fuera de lugar, no es natural. [...] Los padres esperan cuidar de sus hijos, mantenerlos fuera de peligro, y criarlos para que lleguen a ser adultos saludables y normales. Cuando muere un hijo, es como si de repente se abriera la tierra bajo los pies de uno”.
En ciertos aspectos, ésta es una experiencia particularmente difícil para la madre. Después de todo, como lo explicó Geneal, alguien que había salido de ella ha muerto. Por eso en la Biblia se reconoce la congoja amarga que puede sentir una madre (2 Reyes 4:27). Por supuesto, también éstos son momentos difíciles para el padre de la criatura que ha muerto. Él también siente el dolor, la pena. (Compárese con Génesis 42:36-38 y 2 Samuel 18:33.) No obstante, a menudo él se abstiene de expresar abiertamente sus emociones por temor de parecer poco varonil. Puede que también le duela el que otros expresen mayor preocupación por los sentimientos de su esposa que por los de él.
A veces los padres que han perdido a un hijo llegan a experimentar un sentido particular de culpabilidad. Quizás piensen: ‘¿Pude haberlo amado más?’, ‘¿Le dije con suficiente frecuencia cuánto lo amaba?’, y: ‘Debí haberlo tomado en brazos más a menudo’. O quizás se sienta como Geneal, quien dijo: ‘Hubiera querido haber pasado más tiempo con Jimmy’.
Es natural que los padres se sientan responsables de su hijo. Pero a veces los padres que han sufrido la pérdida de un hijo se culpan a sí mismos porque les parece que pudieran haber hecho algo para impedir la muerte de su hijo. Por ejemplo, la Biblia describe cómo respondió el patriarca Jacob cuando se le hizo creer que un animal salvaje había matado a su hijo joven llamado José. Jacob mismo había mandado a José a que averiguara si sus hermanos se hallaban bien. Por eso quizás lo atormentaban sentimientos de culpabilidad como: ‘¿Por qué mandé a José solo? ¿Por qué lo envié a una zona donde abundan las bestias salvajes?’. Por eso “todos los hijos y todas las hijas [de Jacob] siguieron levantándose para consolarlo, pero él siguió rehusando recibir consuelo”. (Génesis 37:33-35.)
Como si el haber perdido a un hijo no fuera suficiente, algunos informan que sufren otra pérdida... pierden a sus amigos. Puede que los amigos realmente dejen de visitarlos. ¿Por qué? Geneal comentó: “Muchas personas esquivan a uno porque no saben qué decirle”.
Cuando muere un infante
Juanita sabía lo que era perder a una criatura. Para cuando tenía poco más de veinte años de edad, ya había sufrido cinco abortos no provocados. Ahora estaba nuevamente encinta. Por eso, cuando tuvo que hospitalizarse debido a un accidente automovilístico, era comprensible que estuviera preocupada. Dos semanas después le empezaron los dolores de parto... prematuramente. Poco después de esto nació la pequeña Vanessa... que pesaba casi un kilo (poco más de 2 libras). “¡Yo estaba tan emocionada! —recuerda ella—. ¡Por fin era madre!”
Pero su felicidad duró poco tiempo. Cuatro días después Vanessa murió. Juanita recuerda: “Me sentía muy vacía. Había dejado de ser madre. Me sentía incompleta. Era doloroso para mí regresar a la casa y ver la habitación que habíamos preparado para Vanessa y las camisetitas que yo le había comprado. Durante los meses subsiguientes, estuve reviviendo el día del nacimiento de mi hija. No quería tener nada que ver con nadie”.
¿Fue ésta una reacción extrema? Quizás a otras personas se les haga difícil comprenderlo, pero aquellas que, como Juanita, han pasado por dicha experiencia explican que se acongojaron por la muerte de su bebé tal como si se tratara de alguien que hubiera vivido más tiempo. Ellas explican que, mucho antes que la criatura nazca, sus padres la aman. Cuando esa criaturita muere, es una verdadera persona la que ha muerto. Se desvanecen las esperanzas que tuvieron los padres de cuidar de la criaturita que estuvo moviéndose en el vientre de la madre.
Se puede entender por qué, después de haber sufrido esa pérdida, la madre que acaba de perder a su criatura tal vez se sienta incómoda en presencia de mujeres embarazadas y de madres con sus hijos. Juanita recuerda: “Yo no podía tolerar el ver a una mujer encinta. De hecho, hubo ocasiones en que hasta salía de una tienda sin haber terminado de comprar, sencillamente porque veía a una mujer encinta”.
También se experimentan otros sentimientos... como temor (‘¿Podré alguna vez tener un hijo normal?’), vergüenza (‘¿Qué diré a mis amistades y parientes?’) o cólera. Bonnie, cuya hijita murió dos días y medio después de haber nacido, recuerda: “Había veces que pensaba: ‘¿Por qué me ha sucedido esto a mí? ¿Por qué a mi hijita?’”. Además, a veces se experimenta humillación. Juanita explica: “Había madres que salían del hospital con sus bebés, y todo lo que yo tenía era un animal de peluche que mi esposo había comprado. Me sentí humillada”.
Si usted ha perdido a un ser amado en la muerte, puede serle provechoso saber que lo que usted está experimentando es normal, que otras personas han pasado por lo mismo y han experimentado sentimientos como los de usted.
[Ilustración en la página 7]
Para muchos, la muerte de un hijo es “la pérdida máxima”
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La ayuda que otros pueden dar¡Despertad! 1985 | 22 de abril
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La ayuda que otros pueden dar
“SI HAY algo que pueda hacer, solo tienes que decírmelo”, quizás digamos al amigo o pariente que acaba de perder a un ser amado. Y lo decimos con toda sinceridad. Haríamos cualquier cosa por ayudar.
Pero ¿nos llama alguna vez la persona que está de duelo para decirnos: “Se me acaba de ocurrir algo que puedes hacer para ayudarme”? Por lo general, no lo hace. Evidentemente, necesitamos tomar la iniciativa si es que de veras hemos de asistir y consolar a los que están de duelo por haber perdido a un ser amado.
Un proverbio bíblico dice: “Como manzanas de oro en entalladuras de plata es una palabra hablada al tiempo apropiado para ello” (Proverbios 25:11; 15:23). Es muestra de sabiduría saber qué decir y qué no decir, qué hacer y qué no hacer. He aquí unas cuantas sugerencias útiles basadas en lo que dijeron a un corresponsal de ¡Despertad! algunas personas que habían sufrido la pérdida de un ser amado.
Qué hacer...
Escuche: Una de las cosas más útiles que usted puede hacer es compartir el dolor de la persona desconsolada por medio de escucharle. Por eso, pregúntele: “¿Quieres hablar sobre lo sucedido?”. Deje que la persona misma decida. Talmadge recuerda lo que sucedió cuando su padre murió: “Me fue de gran ayuda el que otros me preguntaran lo que había sucedido y que entonces en verdad escucharan”. De modo que escuche paciente y compasivamente. “Lloren con los que lloran”, recomienda la Biblia. (Romanos 12:15; Santiago 1:19.)
Tranquilícelos: Asegúreles que hicieron cuanto estuvo a su alcance (o mencione cualquier otro detalle que usted sepa que es verídico y positivo). Tranquilícelos mostrándoles que lo que están sintiendo quizás no sea nada fuera de lo común. Hábleles acerca de otras personas que usted conozca que han logrado sobreponerse a una pérdida como la de ellos. (Proverbios 16:24; 1 Tesalonicenses 5:11, 14.)
Hágase disponible: Hágase disponible, no solo durante los primeros días, cuando estén presentes muchas amistades y parientes, sino también meses después, cuando otros hayan vuelto a su rutina normal. “Nuestras amistades se aseguraban de que por las noches tuviéramos algo que hacer para que no tuviéramos que pasar mucho tiempo solos en casa —explica Teresea, cuyo hijo murió en un accidente automovilístico—. Eso nos ayudó a enfrentarnos al vacío que sentíamos.” (Compárese con Hechos 28:15.)
Tome la iniciativa: “Muchas personas sencillamente se pusieron a ayudarme —recuerda Cindy—. No se contentaron con solo preguntar: ‘¿Qué puedo hacer?’.” Por eso, ¡tome la iniciativa! En vez de extender una invitación de manera general, fije una fecha y una hora precisa. Si la persona que está de duelo rechaza la invitación al principio, no se dé por vencido tan fácilmente. Sea como Lidia, la mujer hospitalaria que se menciona en la Biblia. Después que los invitó al hogar de ella, Lucas dice: “Sencillamente nos obligó a aceptar”. (Hechos 16:15.)
Esté preparado para tratar con emociones negativas: No se sorprenda demasiado de lo que las personas que han perdido a un ser amado digan al principio. Recuerde que quizás se sientan encolerizadas o culpables. Si la persona prorrumpe en violentas expresiones emotivas contra usted, se requerirá que ejerza perspicacia y muestre compasión a fin de no irritarse. (Colosenses 3:12, 13.)
Escriba una carta: A menudo se pasa por alto el valor de la carta de condolencia. ¿Qué ventajas tiene? Cindy contesta: “Una amiga me escribió una carta amable. Esto realmente me ayudó porque podía leerla una y otra vez”. Una carta de este tipo no tiene que ser larga, pero las ideas que contenga deberían salir del corazón.
Ore con ellos: No subestime el valor de orar con los que han perdido a un ser amado y a favor de ellos. La Biblia dice: “El ruego del hombre justo [...] tiene mucho vigor” (Santiago 5:16). Por ejemplo, el que le oigan a usted orar a favor de ellos puede ayudarles a disipar sentimientos negativos, como el sentimiento de culpabilidad. (Compárese con Santiago 5:13-15.)
Qué no hacer...
No ejerza presión sobre ellos para que dejen de estar acongojados: “Ya, ya, deja de llorar”, quizás sea lo que quisiéramos decir. Pero tal vez sea mejor dejar fluir las lágrimas. “Creo que es importante dejar que las personas que han perdido a un ser amado manifiesten sus sentimientos y se desahoguen”, dice Katherine, al reflexionar sobre la muerte de su esposo. (Romanos 12:15.)
No diga: ‘Puedes tener otro bebé’: “Me resentía de que las personas me dijeran que yo podía tener otro niño”, recuerda Teresea. Quizás sus intenciones hayan sido buenas, pero, para los desconsolados padres, palabras que den a entender que otro hijo puede reemplazar al hijo que han perdido son como las “estocadas de una espada” (Proverbios 12:18). Un hijo no puede reemplazar por completo a otro.
No tiene necesariamente que evitar mencionar al difunto: “Muchas personas no se atrevían siquiera a mencionar a mi hijo Jimmy ni hablar de él —recuerda Geneal—. Tengo que admitir que me sentía un poco herida cuando otros hacían eso.” Por lo tanto, no tiene necesariamente que cambiar de tema. Pregunte a la persona si necesita hablar del ser amado. Algunas personas que han perdido a un ser amado aprecian oír a sus amistades hablar acerca de las cualidades particulares del difunto que hicieron que ellos le tomaran cariño.
No se apresure a decir: ‘Es mejor que haya sido así’: El tratar de buscarle el lado positivo a la muerte no siempre es consolador. Cindy recuerda: “Otros decían: ‘Ella no está sufriendo’, o: ‘Por lo menos está en paz’. Pero eso no era lo que yo quería oír”.
Quizás sea mejor no decir: ‘Sé cómo te sientes’: ¿Realmente lo sabe usted? Por ejemplo, ¿puede saber usted lo que siente un padre o una madre cuyo hijo ha muerto si usted mismo nunca ha experimentado dicha pérdida? Y aun si usted ha sufrido semejante pérdida, reconozca que otros quizás no se sientan exactamente como usted se sintió. (Compárese con Lamentaciones 1:12.)
Para ayudar a la persona que acaba de perder a un ser amado en la muerte se requiere que uno manifieste compasión, discernimiento y mucho amor. No espere que la persona desconsolada lo aborde a usted. No se conforme con decir: “Si hay algo que pueda hacer [...]”. Utilice su iniciativa para hacer algo útil.
Aún queda otra pregunta: ¿Qué pueden hacer las personas que han perdido a un ser amado en la muerte para hacer frente a sus propios sentimientos, para afrontar su pérdida de la mejor manera posible?
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Cómo hacer frente a la situación¡Despertad! 1985 | 22 de abril
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Cómo hacer frente a la situación
“ME SENTÍ muy presionado a reprimir mis sentimientos”, explica Mike al recordar la muerte de su padre. Aquello le enseñó una lección valiosa. Así que cuando el amigo de Mike perdió a su abuelo, ¿qué dijo Mike? “Hace algunos años yo le hubiera dado unas palmadas en el hombro y le hubiera dicho: ‘Sé hombre’. Pero ahora le toqué el brazo y dije: ‘Cede a tus sentimientos. Eso te ayudará a afrontar la situación. Si quieres que me vaya, me voy. Si quieres que me quede, me quedo. Pero no tengas miedo ceder a tus sentimientos’.”
MaryAnne se sintió presionada a reprimir sus sentimientos cuando murió su esposo. “Me preocupé tanto por ser un buen ejemplo para otros —recuerda ella— que no me permití expresar los sentimientos normales. Me pareció que así era como otras personas esperaban que me comportara. Pero con el tiempo me di cuenta de que el tratar de ser firme como una roca por causa de otros no me estaba ayudando. Me puse a analizar mi situación y a decir: ‘Levántate ya. Basta de estar sumida en lástima por ti misma. Llora si tienes que llorar. No trates de ser muy fuerte. Desahógate’.”
De modo que Mike y MaryAnne recomiendan: ¡Ceda a la congoja! Y los expertos en salud mental concuerdan con ellos. Como señala el libro Death and Grief in the Family: “Lo más importante en cuanto a la congoja es expresarla, pasar por el proceso de cicatrización”. ¿Por qué?
“Es un medio de desahogarse —dijo cierto sicólogo a un corresponsal de ¡Despertad!—. El desahogarse de sus sentimientos puede aliviar la presión que se siente.” Otro médico añadió: “La expresión natural de las emociones, si la acompaña la comprensión e información exacta, permite a la persona tener un punto de vista apropiado de sus sentimientos”.
Claro, no todos expresan la congoja de la misma manera. Y factores como si el ser amado murió repentinamente o la muerte le sobrevino después de una larga enfermedad tendrían que ver con la reacción emocional de los que le sobrevivan. Pero hay algo que parece ser cierto: El reprimir los sentimientos puede ser perjudicial tanto física como emocionalmente. Así que no tema desahogarse de su congoja. Pero ¿cómo?
Cómo desahogarse de la congoja
El hablar puede ser un modo útil de desahogarse. Como escribió Shakespeare en Macbeth: “Expresa en palabras la pena; la congoja que no habla susurra al corazón sobrecargado, y lo quiebra”. Así que el hablar acerca de sus sentimientos a “un compañero verdadero” que escuche paciente y comprensivamente puede proporcionar cierta medida de alivio (Proverbios 17:17). Y si el oyente es alguien que ha perdido a alguien en la muerte y se ha encarado eficazmente a su propia situación, usted tal vez pueda obtener algunas sugerencias prácticas sobre cómo puede usted hacer frente a la suya.
El comunicar sus sentimientos puede contribuir también a aclarar conceptos erróneos. Teresea explica: “Oímos hablar de otras parejas que se habían divorciado después de perder a un hijo, y no queríamos que eso nos ocurriera. De modo que cada vez que nos sentíamos enojados y queríamos culparnos uno al otro, considerábamos a fondo el asunto. Me parece que realmente desarrollamos una relación más íntima al hacer eso”. Así que el hablar de los sentimientos suyos puede ayudarle a comprender que otra persona quizás exprese su congoja de modo diferente.
Cindy descubrió que, para hacer frente a la muerte de su madre, fue útil considerar a fondo sus sentimientos con una amiga íntima. Recuerda: “Mi amiga siempre estaba disponible. Lloraba conmigo. Hablaba conmigo. Yo sencillamente podía ser muy franca al expresar mis emociones, y eso era importante para mí. No tenía que sentirme avergonzada por llorar”.
Cindy menciona algo más que puede facilitar el desahogarse de la congoja... el llorar. En muchos casos, las lágrimas fluyen automáticamente. Pero en algunas culturas, la gente reprime este valioso medio de desahogo. ¿Cómo? El libro The Sorrow and the Fury explica: “La sociedad considera inferior a cualquiera que derrame lágrimas cuando se siente herido, enojado o solo. Las medallas corresponden a los estoicos, por más afligidos que estén por dentro”.
A menudo los hombres, en particular, creen que tienen que contener las lágrimas. Después de todo, se les enseña que un hombre “hecho y derecho” no llora. ¿Es ésta una actitud saludable? El libro Recovering From the Loss of a Child contesta: “La sincera emoción apremiante de limpiar el alma con lágrimas de congoja es semejante a abrir una herida para drenar la infección. El hombre o la mujer tiene el derecho de expiar la pena”.
Y la Biblia concuerda con eso. Por eso leemos acerca de la ocasión en que “entró Abrahán a plañir a Sara [su esposa] y llorarla”, y la ocasión en que David ‘se puso a plañir y llorar’ cuando murieron el rey Saúl y Jonatán (Génesis 23:2; 2 Samuel 1:11, 12). ¿Y qué hay de Jesucristo? Sin duda él fue un hombre “hecho y derecho” sin par. No obstante, cuando murió su amado amigo Lázaro, Jesús “gimió en el espíritu y se perturbó”, y poco después “cedió a las lágrimas” (Juan 11:33, 35). Así, pues, ¿es realmente impropio de un hombre el llorar?
Cómo encararse al sentimiento de culpabilidad
Como se mencionó en los artículos anteriores, algunas personas experimentan sentimientos de culpabilidad después de perder en la muerte a un ser amado. El darse cuenta de que es bastante normal sentirse así puede, en sí, ser útil. Y, de nuevo, no se niegue a compartir tales sentimientos. El hablar acerca de lo culpable que se siente puede suministrarle un medio necesario de desahogo.
Quizás usted crea que algún descuido suyo contribuyó a la muerte de su ser amado. Si ése es el caso, comprenda que por más que amemos a otra persona, no podemos controlar su vida. No podemos impedir que “el tiempo y el suceso imprevisto” acaezcan a las personas a quienes amamos (Eclesiastés 9:11). Además, sin duda los motivos de usted no eran malos. Por ejemplo, al no hacer una cita para ir al médico cuanto antes, ¿tenía usted la intención de que su ser amado enfermara y muriera? ¡Por supuesto que no! Entonces, ¿es usted realmente culpable de haber causado la muerte de tal persona?
Teresea aprendió a enfrentarse con el sentimiento de culpabilidad después que su hija murió en un accidente automovilístico. Explica: “Me sentí culpable de haberla mandado a buscar algo. Pero me di cuenta de que era ridículo que me sintiera así. El enviarla con su padre a hacer un recado no era nada malo. Simplemente fue un terrible accidente”.
‘Pero hay muchísimas cosas que yo hubiera querido decir o hacer’, tal vez diga usted. Es cierto, pero ¿quién de nosotros puede decir que ha sido perfecto como padre, madre, hijo o hija? La Biblia nos recuerda: “Todos tropezamos muchas veces. Si alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto” (Santiago 3:2; Romanos 5:12). De modo que acepte el hecho de que usted no es perfecto. El insistir en “si tan solo yo hubiera [...]” no cambiará nada, sino que puede retardar el restablecimiento.
Si usted cree que su culpabilidad es real, no imaginaria, entonces considere el factor más importante de todos para mitigar el sentimiento de culpabilidad... el perdón de Dios. La Biblia nos asegura: “Si de culpas, Señor, memoria guardas, ¿quién podrá sostenerse en tu presencia? Pero en ti está el perdón de los pecados, porque con reverencia se te sirva” (Salmo 129:3, 4, Herder, 1964 [Salmo 130:3, 4, en otras versiones]). Usted no puede volver al pasado ni cambiar nada. Pero puede implorar el perdón de Dios por errores que usted haya cometido. Entonces ¿qué? Pues bien, si Dios promete olvidar los errores pasados y obrar en adelante como si no existieran, ¿no debería usted hacer lo mismo? (Proverbios 28:13; 1 Juan 1:9.)
Cómo encararse a la cólera
¿Tiene usted también un poco de ira, quizás contra médicos, enfermeras, amistades o incluso el mismo difunto? Comprenda que esto, también, es una reacción bastante común a la pérdida de un ser amado. ¿Por qué? Un sicólogo explica: “El dolor y la cólera van juntos. Por ejemplo, cuando alguien ofende a uno, uno tiende a encolerizarse. La cólera es una emoción protectora, defensiva”.
De modo que pregúntese: ‘¿Por qué me he encolerizado?’. Si no puede dar con una respuesta satisfactoria, entonces tal vez su cólera sea el acompañamiento natural del dolor que usted siente. Puede ser útil reconocer esto. Como explica el libro The Sorrow and the Fury: “Solo al llegar a estar consciente de la cólera —no obrar conforme a ella, sino saber que la siente— puede usted quedar libre del efecto destructivo de ella”.
Quizás también le sea útil expresar la cólera. ¿Cómo? De ninguna manera mediante arrebatos desenfrenados. La Biblia advierte que la cólera prolongada puede ser peligrosa (Proverbios 14:29, 30). Pero algunas personas expresan su ira por escrito. Cierta viuda informó que describía sus sentimientos por escrito y luego, unos días después, leía lo que había escrito. Halló que éste era un modo útil de desahogarse. Otras personas hallan que es útil hacer ejercicios vigorosos cuando se enojan. Y tal vez usted halle consuelo al hablar de ello con una amistad comprensiva.
Aunque la franqueza y la sinceridad son importantes al expresar sus sentimientos, he aquí unas palabras de advertencia. El libro The Ultimate Loss explica: “Hay que distinguir entre expresar [cólera o frustración] unos a otros, y el descargarla unos sobre otros. [...] Tenemos que hacernos saber unos a otros que, aunque estamos expresando nuestras emociones, no estamos culpándonos unos a otros de haberlas causado”. Así que tenga presente hablar de sus sentimientos de modo no amenazador. (Proverbios 18:21.)
Además de estas sugerencias, hay otra ayuda para hacer frente a la congoja. ‘¿Cuál es?’, pregunta usteda.
Ayuda procedente de Dios
La Biblia nos asegura: “Jehová está cerca de los que están quebrantados de corazón; y a los que están aplastados en espíritu él los salva” (Salmo 34:18). Sí, más que nada, el tener una estrecha relación con Dios puede ayudarle a hacer frente a la muerte de un ser amado. ¿Cómo?
En primer lugar, puede ayudarle a enfrentarse con su congoja ahora. Muchas de las sugerencias prácticas que se han ofrecido hasta ahora se han basado en la Palabra de Dios, la Biblia. El aplicar esos principios puede ayudarle a hacer frente a la situación.
Además, no subestime el valor de la oración. La Biblia nos insta: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará” (Salmo 55:22). Como ya hemos mencionado, si el considerar a fondo sus sentimientos con un amigo comprensivo puede ser útil, ¡cuánto más útil será desahogar su corazón con el “Dios de todo consuelo”! (2 Corintios 1:3, 4.)
No es que los beneficios de la oración sean solamente sicológicos. El “Oidor de la oración” promete dar espíritu santo a los siervos de él que se lo pidan sinceramente (Salmo 65:2; Lucas 11:13). Y ese espíritu santo, o fuerza activa, puede proveerle “poder que es más allá de lo normal” para pasar de un día al otro (2 Corintios 4:7). Recuerde: No hay ningún problema a que se encare un siervo fiel que Dios no pueda ayudarle a aguantar. (Compárese con 1 Corintios 10:13.)
Una segunda manera como el tener una estrecha relación con Dios nos ayuda a hacer frente a la congoja es que infunde esperanza. Considere esto: ¿Cómo se sentiría usted si supiera que le es posible reunirse con su difunto ser amado en el futuro cercano aquí en la Tierra y en medio de condiciones justas? ¡Qué perspectiva verdaderamente emocionante! Pero ¿es realista? Jesús prometió: “Viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán”. (Juan 5:28, 29; Revelación 20:13; 21:3, 4.)
¿Podemos realmente creer en esa promesa? Pues bien, puesto que Jehová Dios creó la vida al principio, ¿no tendría él la capacidad de devolver la vida a alguien que haya vivido antes? Además, puesto que “Dios, que no puede mentir”, ha prometido hacerlo, ¿no se puede confiar en que él cumpla Su palabra? (Tito 1:2; Isaías 55:10, 11.)
Mike cree firmemente que sí. Con fe firme en esa esperanza de la resurrección, comenta: “Tengo que pensar en lo que yo debería estar haciendo para agradar a Dios ahora, de modo que cuando mi padre vuelva en la resurrección, yo esté allí para recibirlo”.
Los testigos de Jehová le ayudarán gustosamente a usted a aprender más acerca de esta esperanza que conmueve el corazón. Dicha esperanza importa mucho. No, no elimina el dolor, pero puede facilitar el soportarlo. Esto no significa que usted ya no llorará o que olvidará a su ser amado. Pero puede recuperarse. Y a medida que se recupere, lo que usted ha experimentado puede hacerle una persona más comprensiva y compasiva al ayudar a otras personas a hacer frente a una pérdida parecida.
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