¿Debe vivir su vida solo para usted?
“TRES pesadillas.” Ese fue el título de un artículo que apareció en una popular revista mensual el pasado abril, describiendo los calamitosos resultados del jugar con las drogas. Una de las pesadillas tenía que ver con una joven que debido a su afición a las drogas vino a parar en un hospital para trastornos psiquiátricos. Otra pesadilla fue lo que le sucedió a un joven quien bajo la influencia de las drogas se sacó los ojos. Y la tercera pesadilla fue lo que le pasó a un joven que se suicidó con una barra de dinamita. Estos tres jóvenes tenían la misma filosofía: Puedo hacer lo que me plazca. Voy a vivir mi vida solo para mí.
Actualmente este espíritu de independencia está más ampliamente extendido que nunca antes. El desafuero está desenfrenado y los valores morales se han desvirtuado hasta el punto de desvanecerse. Nunca hubo tantos que no reconocen obligación alguna sea hacia Dios o hacia su prójimo. Como los antiguos epicúreos, hacen de la búsqueda del placer su principal meta en la vida. Pero la búsqueda del placer con el tiempo exige un precio terrible, como lo demuestran la historia antigua, y las tres pesadillas susodichas.
Así es que, ¿debe vivir su vida solo para usted? ¿Puede continuar ‘haciendo lo que quiera’ sin importar cómo esto afecte a otros o aun a usted mismo? Muchas leyes de los códigos legislativos responden No. Su libertad es relativa. Por ejemplo, un hombre y una mujer quizás quieran casarse pero es posible que las leyes de su país o estado en particular se lo prohíba. ¿Por qué? Porque es posible que ellos hayan contraído una enfermedad venérea o quizás sean primos hermanos y puede haber leyes en contra del casamiento de esas personas. ¿Por qué estas restricciones? Porque lo que la gente hace con su propia vida afecta a otros. Puede resultar en una descendencia que esté mental y físicamente tan incapacitada que llegue a ser una carga pesada para el Estado. ¿Es correcto que la gente se reproduzca a ciegas sin tener en cuenta las consecuencias? ¿Pueden hacer con su vida lo que quieren? No, no del todo.
Esa es también la razón por la cual hay leyes que prohíben el tráfico de narcóticos. Si alguien quiere hacerse un aficionado a las drogas, ¿es asunto de alguna otra persona? Bueno, un hombre que conduce un auto mientras está “eufórico” debido a la marihuana puede provocar graves accidentes y por lo tanto representa una amenaza para la seguridad y la vida de otros. Y aunque se puede argüir que no muchos pasan por las pesadillas que se describieron previamente, muchos aficionados a las drogas se vuelven hacia la delincuencia violenta o hacia la prostitución para poder pagar su afición, y ambas cosas infligen daño sobre otros.
O considere las leyes del tráfico. Muchos estados, ciudades y países ponen límite a la velocidad a la que una persona puede conducir su automóvil en ciertas calles y carreteras. Un buscador de placeres quizás quiera conducir su automóvil tan rápidamente como éste pueda ir, pero no lo puede hacer. ¿Por qué no? Debido a los riesgos que esas velocidades presentan tanto para él mismo como para otros.
Claramente, uno no debe vivir su vida solo para sí. La vida es un depósito. Lo que usted haga con ella por fuerza tiene que afectar a otros. De hecho, estamos bajo la obligación moral de hacer el mejor uso posible de nuestra vida. No podemos violar ese depósito y esa obligación sin lastimar tanto a otros como a nosotros mismos.
Es cierto, desde tiempos remotos el hombre ha soñado con ser absolutamente libre. En cierta ocasión un poeta expresó ese deseo “que las edades aún no han subyugado, en el hombre... el no tener más amo que su talante.” Pero el que no tiene más amo que su talante o estado de ánimo llega a ser esclavo de éste, de hecho, puede tener tantos estados de ánimo en conflicto que no sabe lo que desea hacer. Y, ¿no les sobrevino el desastre a Napoleón, Hitler y otros como ellos debido a insistir en vivir su vida a su manera?
No podemos eludirlo. El hombre no fue hecho para ser absolutamente libre. El hombre tiene un Creador; el hombre no se hizo a sí mismo. Por lo tanto, el hombre tiene que rendir cuentas a su Creador. En el jardín del Edén a la primera pareja humana se le dio mucha libertad, pero ésta no era absoluta. Se le dijo que produjeran descendencia, que hermosearan la Tierra y que ejercieran dominio sobre los animales. También se les dijo que NO debían comer del fruto de cierto árbol. Mediante estas leyes el hombre fue puesto bajo obligación ante su Creador. Claramente su vida no era suya para vivirla como a él mismo le placiera; no del todo.—Gén. 1:28; 2:16, 17.
Y cuando el Hijo del hombre vino a la Tierra él resumió las obligaciones y deberes del hombre, mostrando que básicamente eran dos: ‘Amar a Dios con todo el corazón, el alma, la mente y las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo.’ Se puede decir que el segundo mandamiento implica un tercer mandamiento, el de amarse a sí mismo. La obediencia a estos mandamientos de Dios no solo es el proceder correcto, sino el sabio.—Mar. 12:29-31.
Lo que les sucedió a nuestros primeros padres muestra la insensatez de tratar de hacer como ‘uno quiere’ sin tomar en consideración cómo esto puede afectar a otros, o haciendo caso omiso de nuestras obligaciones para con otros. Adán y Eva, al actuar como si su vida era solo de ellos acarrearon no solo un daño irreparable para sí, sino que le acarrearon deshonra a su Creador y grandes ayes a su descendencia.—Rom. 5:12.
Así es que no siga el derrotero de ellos. Tome el camino sabio y recompensador, que no consiste en guiar su vida como si fuera solo para usted, sino en reconocer sus obligaciones hacia su Creador, su prójimo y su descendencia. Uno que hizo así fue Abrahán de la antigüedad, quien “murió en buena vejez, anciano y satisfecho.” (Gén. 25:8) Otro fue el apóstol Pablo, quien pudo escribir de sí mismo: “He aprendido, en cualesquier circunstancias que esté, a bastarme con lo que tengo.” (Fili. 4:11) Sí, estos e innumerables otros desde el tiempo de ellos han demostrado veraz el proverbio bíblico, “La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella.” Usted puede contar con esa bendición si reconoce su responsabilidad hacia su Gran Creador y hacia su prójimo. El ayudarlo a hacer eso es el propósito de publicaciones como la que ahora está leyendo.—Pro. 10:22.