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  • De camorrista callejero a ministro cristiano

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  • De camorrista callejero a ministro cristiano
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
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  • EL MATRIMONIO NO ME CAMBIÓ
  • CÓMO EMPECÉ A CAMBIAR
  • TESTIFICACIÓN PÚBLICA
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
w78 15/1 págs. 28-31

De camorrista callejero a ministro cristiano

Según lo relató Harry S. Yoshikawa

NUESTROS vecinos de la pequeña comunidad donde me crié en el Hawai hace unos cincuenta años jugaban por dinero y eran peleadores y ladrones. Mi padre era un pescador tosco y áspero... perito en las artes marciales.

Papá nos enseñó a mi hermano y a mí a defendernos desde tierna edad. Entrábamos en las competencias de artes marciales, y por lo general ganábamos o quedábamos en segundo lugar. Cuando cumplí los trece años de edad fuimos por seis meses al Japón, donde recibimos entrenamiento adicional en las artes marciales. También aprendí técnica de boxeo de un ex-campeón de peso medio del Hawai.

El armar camorra llegó a ser mi actividad semanal. Me apodaban el Chiquitín Magullador, y yo no era ningún chiquitín. Mis amigos me venían a buscar a medianoche simplemente para pelear contra alguien en Honolulú o Waikikí.

En 1944 ingresé en el ejército y me enviaron a Europa. Se peleaba la segunda guerra mundial, y fue terrible verla. Después de la guerra, formé un grupo musical que se llamó los “Beach Combers,” y también un equipo de boxeo hawaiano. Viajamos por Europa entreteniendo tanto a soldados como a civiles. Hicimos unas grabaciones, y transmisiones por radio.

DOS JÓVENES A QUIENES NO OLVIDARÉ

Fue durante la guerra en Bélgica, a principios de 1945, cuando oí por primera vez algo que, en ese tiempo, no significó mucho para mí. Yo era sargento primero, y cada semana un joven de unos dieciocho años venía a mi oficina. Me decía que Dios iba a establecer un gobierno que traería paz a la Tierra. Cuando le pregunté por qué no estaba en las filas militares, dijo que ya estaba en un ejército... el de Cristo. Aquélla fue una respuesta que no pude comprender.

Después que regresé del teatro de la guerra europea en 1946, otro adolescente me habló acerca de la Biblia. Al principio pensé que lo hacía por la clase de vida que yo llevaba... siempre peleando, emborrachándome y haciendo otras cosas dañinas. Recordé lo que había oído del joven belga, y me sorprendí porque el mensaje era el mismo.

Este joven distribuía revistas religiosas en la calle junto a un teatro. Puesto que yo le tenía lástima y simpatía, le ofrecía comprarle todas sus revistas para que se fuera a casa, o llevarlo al cine. Pero siempre rehusaba. Me parecía un joven extraordinario para la edad que tenía.

EL MATRIMONIO NO ME CAMBIÓ

De vez en cuando yo sacaba tiempo del andar buscando camorra para cortejar a las muchachas, y con el tiempo me casé. Pero el matrimonio no le puso fin a mis peleas semanales.

A veces cuando llegaba a casa había una pelea de diferente clase. Mi esposa se encolerizaba conmigo porque la dejaba a ella, y a nuestros hijos, en casa. En cierta ocasión, ufano después de ganar una pelea callejera, llegué a casa a las seis de la mañana, y mi esposa estaba esperándome. Traté de entrar a hurtadillas por el sótano, pretendiendo estar borracho, pero no la engañé. Me estaba esperando, y me golpeó con una geta, un zueco de madera.

CÓMO EMPECÉ A CAMBIAR

El año 1954 marcó un punto de viraje en mi vida. Un compañero de trabajo en la compañía de autobuses me obsequió dos folletos: Base para creer en un nuevo mundo y Después del Armagedón... el nuevo mundo de Dios. Los tomé y me pasé toda la noche leyéndolos y volviéndolos a leer. Pude ver que esta religión ciertamente era diferente, no como otras que yo había conocido.

Alguien me dijo que había una familia de este grupo en alguna parte de la misma manzana donde vivíamos. De modo que fui a buscarlos de casa en casa. Era un martes por la noche, y se estaba celebrando un estudio bíblico en aquel hogar cuando visité. Cuando pregunté si eran testigos de Jehová, vacilaron en contestar, quizás porque yo hablaba de modo áspero y tosco; además, iba vestido con la ropa vieja del trabajo. Es posible que hayan pensado que me había presentado allí para causar dificultades.

Sin embargo, me invitaron a entrar y me trataron de manera sumamente bondadosa y hospitalaria, lo cual me hizo sentir completamente a mis anchas. En consecuencia, todas las actitudes que me caracterizaban empezaron a desaparecer. Me sentía avergonzado de mi conducta y habla. Aquellas personas dedicaron tiempo a explicarme muchos puntos de la Biblia, y me estimularon a tener mi propio estudio bíblico personal y asistir a todas sus reuniones bíblicas. Salí de allí creyendo que estas personas tenían que tener la verdad.

Se me sugirió que estudiara con un compañero de trabajo de la compañía de autobuses donde yo trabajaba; él era testigo de Jehová. No lo va usted a creer... ¡era una persona a quien yo quise golpear en una ocasión, sencillamente porque no me agradaba su aspecto! Pero yo quería aprender, de modo que me humillé y resolví pedirle que me ayudara a estudiar la Biblia.

Él me vio venir cuando me acercaba a su casa. Con seguridad pensó que yo venía a causarle dificultades. Su esposa me recibió, y me mostró extraordinaria bondad cristiana. Pronto los temores de su esposo se desvanecieron, y con eso vino el principio de un estudio bíblico. Dentro de dos meses empecé a decirles a mis parientes y amigos las cosas que estaba aprendiendo, pero sin usar tacto.

Brúscamente le hice saber a mi esposa que ya no éramos budistas, y que ya no celebraríamos la Navidad ni ninguna otra fiesta pagana. Le dije que tenía que aceptar esta decisión o vería lo que pasaría. Creyendo que yo había perdido por completo el juicio, ella les suplicó a mis padres consejo en cuanto a lo que debería hacer, porque ‘su hijo’ estaba haciendo cosas muy raras. Mi madre la tranquilizó muchísimo, diciéndole: “No te preocupes, mi hijo jamás se interesa en una cosa por mucho tiempo. Dale tres meses y se olvidará por completo de esta religión extravagante y de Jehová.”

TESTIFICACIÓN PÚBLICA

Sin embargo, esta vez mi madre se equivocó. Pronto participé con otros en testificar en público. La primera vez fue memorable, casi desastrosa. El superintendente presidente me llevó consigo para distribuir revistas bíblicas en la calle.

Me puse a decir en voz alta a los transeúntes: “Lea la ¡Despertad!” De mala manera, cierto individuo respondió: “Yo estoy bien despierto y no necesito esa revista baladí.” Instantáneamente regresó mi vieja personalidad.

“¿Conque está bien despierto, eh? Pues no lo va a estar por mucho tiempo. Ya verá qué pronto se duerme.” Le lancé un golpe y lo seguí por dos manzanas. Mientras tanto, el superintendente horrorizado me alcanzó y me dijo que se alegraba mucho de que yo no hubiera alcanzado todavía a aquel individuo. Me explicó que si lo hubiera golpeado eso le habría traído vituperio al nombre de Dios. Le dije que si la policía me hubiera aprehendido, no les habría dicho que yo era testigo de Jehová, sino que era de los pentecosteses.

Con paciencia el superintendente me corrigió; me explicó que eso sería mentir. Después de eso siguió en la obra de pie junto a mí. Todo esto me hizo sentir verdaderamente avergonzado, y cuando regresé a casa le oré a Jehová que me perdonara, porque nunca había tenido la intención de acarrearle vituperio a su nombre.

Mi primera experiencia al visitar a la gente en sus hogares fue otra historia. En la primera puerta encontré a una señora muy amable. Escuchó mi sermón e hizo preguntas, pero no eran acerca de la Biblia. Preguntó: “¿Es usted casado? ¿Cuántos hijos tiene? ¿Quién le prepara la comida?”

Su esposo, queriendo saber quién le estaba hablando, salió. Me dijo que yo estaba perdiendo el tiempo, porque ella no estaba cuerda, que estaba totalmente demente. Pero ella siguió haciéndome preguntas, y le di todo mi sermón bíblico. Esto me dio confianza para ir a la casa siguiente. ¡Enhorabuena, en la casa siguiente un amo de casa interesado aceptó de mí tres ayudas para el estudio de la Biblia! Para cuando aquel día terminó, yo había colocado siete más.

CAMBIOS RADICALES QUE EFECTUÉ

La nicotina había tenido tan fuerte agarro en mí que una vez cuando se me acabaron los cigarrillos desperté a mi esposa e hice que fuera a pedir dos cigarrillos a los vecinos. Pero por mi estudio de la Palabra de Dios aprendí que no hay lugar alguno para el fumar en la vida del cristiano. De modo que tres meses después de empezar a estudiar dejé de fumar.

Decidí simbolizar mi dedicación a Jehová mediante bautismo en agua, y me bauticé el 17 de julio de 1954. Mi gran deseo ahora era que mi familia participara conmigo en la adoración verdadera.

Lo que se acostumbra en el Oriente es que la esposa haga todos los quehaceres domésticos sin ayuda del esposo. Yo había creído firmemente en esta costumbre. Pero puesto que mi deseo de que mi esposa estudiara la Biblia era más grande, pronto estuve lavando trastos, enjuagando pañales sucios, ayudando a cocinar y a atender a los niños.

En cierta ocasión en que tuvimos un día de campo con nuestros amigos en la playa, en vez de disfrutar de montar sobre las olas o tener nuestra conversación acostumbrada, empecé a leerles la Biblia. Ellos decidieron dar un paseo para alejarse de mi persistente predicación. Pero, para consternación de ellos, seguí directamente tras de ellos con la Biblia en la mano. Finalmente, mi esposa, nuestro amigo y su esposa accedieron a tener un estudio bíblico con regularidad.

Mi madre pudo ver que yo no había perdido el interés en servir a Jehová, como ella pensaba. Se le hizo claro que la nueva personalidad que yo estaba desarrollando no era una chifladura temporal. De modo que ella, también, convino en estudiar la Biblia para averiguar qué era lo que había hecho de mí una persona diferente.

El 25 de junio de 1955 fue uno de los días más felices de mi vida. Era el día del bautismo en una asamblea de los testigos de Jehová, y ¿quiénes cree usted que estaban sentados enfrente como candidatos para el bautismo? Mi esposa, mi madre, nuestro amigo y su esposa... listos para simbolizar su dedicación a Jehová.

Desde entonces he tenido el gozo de ver a varios de mis compañeros conductores de autobuses aceptar las verdades bíblicas y llegar a ser testigos de Jehová. Entre ellos estuvo un conductor a quien yo había sujetado contra la pared mientras lo amenazaba con golpearlo. Ahora es superintendente viajante.

OPORTUNIDADES DE SERVICIO

Un año después de mi bautismo se me empezó a utilizar en diversas capacidades dentro de la congregación. Después, en 1958, fui nombrado superintendente presidente, y también superintendente de ciudad para Honolulú.

Debido a obligaciones de familia, no me parecía que pudiera pensar en efectuar el servicio de predicar de tiempo cabal como “precursor.” Mis cuatro hijos todavía eran de edad escolar. Pero, como familia, participábamos en el servicio de precursor temporero en toda ocasión en que se nos hacía posible. Entonces, en 1963, mi esposa empezó a servir de precursora regular.

Nuestra congregación se inclinaba al servicio de precursor. Por varios meses, más de la mitad de la congregación sirvió de precursores temporeros; en una ocasión setenta y dos de nosotros lo fuimos. Con tantos de nosotros en el servicio de precursor en una sola congregación, tuvimos que tener buenos horarios, y mucha ayuda mutua. El cuidar a los niños, la transportación y los arreglos de territorio recibieron cuidadosa atención. ¡Qué gozoso mes tuvimos juntos!

En 1967 se me invitó a participar en la obra de circuito, lo cual entrañaba visitar varias congregaciones en las islas Hawai y suministrarles estímulo espiritual. Para mí ésta era una oportunidad apreciada, pero que no podía aceptarla sin primero hablar con mi familia, puesto que tres de nuestros hijos todavía estaban en la escuela.

Mis maravillosos hijos estuvieron dispuestos a efectuar trabajo de tiempo parcial y ayudar de toda manera posible para que yo pudiera aceptar esta nueva asignación. Una hija dijo: “Papá, tú siempre nos animas a ser precursores, pero ¿qué hay de ti? Aquí está tu oportunidad de dedicar todo tu tiempo a servir a Jehová.”

Mientras estuvimos en la obra de circuito encontramos muchas situaciones diferentes, y a veces divertidas. Una resalta en mi mente. Dos vecinos se llevaban muy mal, pues uno había cortado el árbol de mangos de su vecino porque colgaba sobre parte de su patio. Había habido palabras duras y amenazas entre ellos. Cuando toqué en la puerta del hombre que había cortado el árbol, pensó que yo era un detective que estaba investigando el caso, de modo que me invitó a entrar.

Cuando empecé a hablar, el hombre pensó: ‘¡Qué raro enfoque está usando este detective, tratando de disciplinarme con la Biblia!’ Sin embargo, después de unos minutos descubrió que yo era Testigo, y me informó que nunca les había permitido a los testigos de Jehová entrar en su casa antes. Convino en un estudio bíblico de casa, y toda su familia participó y progresó bien. Con el tiempo, diez de sus parientes y amigos llegaron a ser Testigos.

Ahora todos nuestros hijos han crecido. Un hijo sirvió durante cuatro años en el Betel de Brooklyn, la central mundial de los testigos de Jehová. Él ahora sirve con su esposa de superintendente de distrito y circuito en Samoa Americana. Dos hijas nuestras son precursoras especiales, y nuestro otro hijo y su esposa, con una niñita ahora, también son predicadores activos de las buenas nuevas. Y mi esposa y yo todavía efectuamos trabajo de circuito.

Solo unas cuantas personas recuerdan hoy mi reputación de camorrista callejero. De hecho, a algunos se les hace difícil creer mi pasado. Pues ahora se me conoce extensamente en las islas como un apacible ministro cristiano, ¡y qué gozo es representar así a nuestro gran Dios, Jehová!

[Ilustración de la página 30]

Al contrario de la costumbre oriental, empecé a ayudar a mi esposa en los quehaceres domésticos

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