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  • Cuando los lazos matrimoniales están a punto de romperse
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1964
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1964
w64 1/2 págs. 88-94

Cuando los lazos matrimoniales están a punto de romperse

CUANDO Dios unió a la primera pareja humana en matrimonio se propuso que la unión matrimonial fuera permanente. El relato de Génesis 2:24 declara: “Por eso es que el hombre dejará a su padre y a su madre y tiene que adherirse a su esposa y tienen que venir a ser una carne.”

El arreglo marital fue para unir al hombre y a la mujer en una unión irrompible, instituida para su bendición y felicidad y para tener prole justa, todo para gloria de Dios.

Sin embargo, esa condición perfecta que hubo en el paraíso original fue desbaratada. La rebelión entró en el corazón de la primera pareja y fueron echados del paraíso. Ya no mantendrían su perfección. Sobrevino la degeneración de mente y cuerpo, la cual imperfección o pecado transmitirían a toda su prole.

Puesto que el hombre y la mujer ya no anduvieron en los caminos de Dios, no pasó mucho tiempo antes de que los lazos matrimoniales comenzaran a romperse. ¡Cuán cierto ha sido esto a través de los siglos, y especialmente en nuestros tiempos! Los divorcios y las separaciones han llegado a ser comunes y las razones para eso han sido muchas. Pero, según las leyes del Soberano Universal, Jehová, quien tiene en cuenta la imperfección humana, no hay muchas razones para romper el vínculo matrimonial. Su Hijo Jesús dijo: “Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, y se case con otra comete adulterio.” (Mat. 19:9) Por eso, el divorcio bíblico estaba limitado. Pero, ¿qué hay de la separación, cuando no se ha cometido adulterio y cuando quizás no se tenga la intención de divorciarse? ¿Cuál es el punto de vista de la Biblia sobre este asunto?

PUNTO DE VISTA APROPIADO DE LA SEPARACIÓN

En la antigua ciudad de Corinto, impregnada de adoración falsa e iniquidad, surgió este problema de separación en la congregación cristiana del primer siglo. Esto incitó a que se hiciera una consulta al apóstol Pablo en cuanto a si era correcta o no la separación. La respuesta inspirada del apóstol fue registrada en la Palabra de Dios para quedar como registro permanente. Nos ayuda a entender lo que Dios piensa sobre este asunto de separación, en el caso en que tanto el esposo como la esposa son cristianos, también en el caso en que un cónyuge es cristiano pero el otro no es creyente.

Pablo escribió: “A los casados doy instrucciones, sin embargo, no yo, sino el Señor, que la esposa no debe irse de su esposo . . . y el esposo no debe dejar a su esposa.” (1 Cor. 7:10, 11) Principalmente Pablo recalca que los matrimonios cristianos deben hacer todo lo que puedan para resolver sus desacuerdos que puedan surgir y no separarse. La razón de esto es obvia, porque cuando ambos cónyuges afirma ser cristianos dedicados están bajo la obligación de hacer la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios para los matrimonios cristianos es ‘adherirse’ y no romper el lazo matrimonial.

Quizás ambos cónyuges afirmen ser cristianos, quizás ambos hayan dedicado su vida a Dios, y quizás, no obstante, aleguen incompatibilidad y quieran separarse. ¿Qué sucede? Uno de los dos o los dos que afirman ser cristianos no están aplicando los principios bíblicos. En alguna parte estos principios vitales están siendo puestos a un lado, pasados por alto, y las inclinaciones personales han ocupado su lugar. Donde el consejo de Dios se aplica, los resultados no pueden fallar. “Hijo mío, no olvides mi ley, y mis mandamientos observe tu corazón, porque largura de días y años de vida y paz te serán añadidos. . . . En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo enderezará tus sendas.” (Pro. 3:1-6) Ningún problema surgirá en la vida de los esposos y esposas cristianos que no pueda ser resuelto por medio de aplicar esta sabiduría de Dios y por medio de mostrarse verdadero amor uno al otro como los cristianos verdaderos siempre deberían hacerlo. (Juan 13:34, 35; 1 Cor. 13:4-7) ¿Están ellos, como cristianos, mostrando amor, “no vigilando con interés personal solo sus propios asuntos, sino también con interés personal los de los demás”? (Fili. 2:1-4) Deberían sentarse juntos y considerar sus desacuerdos como siervos dedicados de Dios, teniendo en cuenta apropiadamente la imperfección humana. Vital, también, es la necesidad de que se ofrezca oración regularmente a Jehová pidiendo su ayuda; regularmente deben orar juntos.

Jehová ha hecho provisión excelente para ayuda donde los desacuerdos parecen irreconciliables entre cristianos dedicados. Esta provisión se halla dentro de la congregación cristiana. Aquí puede consultarse a superintendentes y hombres de mayor edad maduros que saben lo que Dios piensa sobre los asuntos maritales, para recibir consejo de las Escrituras, el cual consejo deberían aplicar los creyentes casados que están experimentando dificultades. Puesto que Jehová ha provisto este arreglo, los que se aprovechan de él recibirán sus beneficios, mientras que los que no buscan el consejo de estos siervos maduros realmente están pasando por alto los arreglos de Jehová para ayuda. Esta consulta puede significar la diferencia entre el resolver con buen éxito las dificultades y el no resolverlas.

Verdaderamente, los matrimonios cristianos no deberían tener que separarse. Puesto que han dedicado su vida a hacer la voluntad de Jehová, deben dar rápidamente los pasos necesarios para poner su vida en armonía uno con el otro, honrando así al Dios que dio origen al matrimonio.

No obstante, Pablo reconoció que algunos se separarían. Él declaró: “Pero si de hecho se fuera, que permanezca sin casarse o si no que se reconcilie con su esposo.” (1 Cor. 7:11) Dado que el adulterio no ha sido la base para la separación y no se ha obtenido ningún divorcio legal, los cristianos que se separan no están libres bíblicamente para volver a casarse. Obviamente no pueden tener relaciones sexuales con miembros del sexo opuesto. Sin embargo, a causa del predominio de la tentación y la inmoralidad, sería mucho mejor “reconciliarse.”

¿Qué hay de la situación en que un cónyuge es cristiano dedicado y el otro no es creyente? Pablo dijo: “Si algún hermano tiene esposa incrédula, y sin embargo ella está de acuerdo en morar con él, no la deje; y la mujer que tiene esposo incrédulo, y sin embargo él está de acuerdo en morar con ella, no deje a su esposo. Porque el esposo incrédulo es santificado con relación a su esposa, y la esposa incrédula es santificada con relación al hermano; de otra manera, sus hijos verdaderamente serían inmundos, mas ahora son santos. Pero si el incrédulo procede a irse, que se vaya; no está en servidumbre el hermano o la hermana en tales circunstancias, antes Dios los ha llamado a ustedes a paz. Pues, esposa, ¿cómo sabes que no salvarás a tu esposo? O, esposo, ¿cómo sabes que no salvarás a tu esposa?”—1 Cor. 7:12-16.

Las Escrituras, por lo tanto, colocan el énfasis principal en no romper el lazo matrimonial. Si ha de romperse, el cristiano debe esforzarse por no ser él quien efectúe el rompimiento. Sin embargo, si el no creyente se separa, el cristiano lo dejaría partir.

Hay distintas ventajas en permanecer juntos, aun si la suerte de una persona es vivir en un hogar dividido por la religión. El creyente cristiano puede ganar a su cónyuge al cristianismo. Ciertamente, el no creyente se encuentra en una posición ventajosa, porque está en contacto con el cristianismo verdadero según lo practica su cónyuge. Eunice, la madre de Timoteo, estaba casada con un hombre que no profesaba el cristianismo. Las Escrituras no indican que ella lo haya dejado. En vez de eso, tenemos que concluir que ella permaneció con su esposo, todo el tiempo impartiendo instrucción a Timoteo y ayudando al jovencito a llegar a ser un cristiano verdadero. (2 Tim. 1:5) La Biblia no dice que el padre de Timoteo llegara a ser cristiano, pero aparentemente la separación jamás empañó la unión de los padres de Timoteo.

BASES PARA SEPARACIÓN

Las palabras de Pablo en 1 Corintios 7:10-16 muestran que la separación bíblica es posible, aunque el cónyuge no creyente debiera ser quien la instituyera. Sin embargo, a causa de los hechos del cónyuge no creyente, una situación puede llegar a ser muy grave, aun crítica para el cónyuge cristiano. A causa de trato abusivo o circunstancias de índole extremosa, tal vez el creyente crea que es mejor irse como último recurso.

Una base válida para la separación es el voluntariosamente no dar sostenimiento. Cuando se entra en el matrimonio, el esposo y cabeza asume una responsabilidad para con la esposa y cualesquier hijos que bendigan la unión. Tiene una obligación ante Dios, aun si no afirma ser cristiano. De hecho, si fuese cristiano sería considerado peor que un no creyente si, a causa de crasa negligencia, no cuidara a su familia. Dice 1 Timoteo 5:8: “Ciertamente si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe.” En vista de esto, la cristiana puede separarse si las condiciones son extremosas y el esposo voluntariosamente rehúsa sostener a su cónyuge, aunque esto no la libra para volver a casarse.

El extremado abuso físico provee otra base válida para la separación. Como a menudo sucede, la borrachera puede ser una causa básica, al resultar en abuso físico. (Pro. 23:29-35) El cónyuge que no está gobernado por principios bíblicos puede montar en cólera y causar daño físico al creyente. Esto puede suceder a menudo, de modo que la salud y vida de la persona realmente estén en peligro. Después de considerar cuidadosamente y en oración las circunstancias, tal vez la cristiana piense que no hay recurso salvo el separarse del cónyuge abusivo. Por otra parte, la cristiana quizás descubra que hay cosas que puede hacer para evitar arranques de cólera de parte de su cónyuge, haciendo así soportable la situación.

El absolutamente poner en peligro la espiritualidad de una persona suministra otra base para la separación. La relación del cristiano con Jehová Dios es algo que ha de abrigarse y protegerse. Si, a causa de medidas extremadas, restricción física verdadera, o trato semejante, el creyente cristiano encuentra que es completamente imposible esforzarse por la adoración verdadera y servir a Jehová Dios según su Palabra y los dictados de una conciencia entrenada bíblicamente, esa persona puede optar por la separación. Aunque el cónyuge es el prójimo más cercano a quien tenemos que mostrar amor, Jesús aclaró que el amor a Dios es primero. (Mat. 22:37-39) Ningún humano tiene el derecho de impedir la adoración de alguien a Dios. “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres.”—Hech. 5:29.

Cuando las condiciones llegan a ser dificultosas, el cristiano no obrará imprudente ni impetuosamente, rompiendo rápidamente el matrimonio por medio de la separación. En vez de eso, habrá un cuidadoso análisis de las cosas, una consideración con oración. (1 Ped. 4:7) Antes de dar un paso que hiciera añicos un matrimonio, se puede resultar provechoso hacerse preguntas como éstas: ¿Pudiera ser que lo que se consideró como no proveer suficiente sostén realmente sea el resultado de demandas excesivas por parte de la cristiana? ¿Es deliberada esta falta, o hay circunstancias atenuantes que deberían considerarse, como salud deficiente, un descalabro financiero, y cosas semejantes? ¿Qué hay del trato abusivo? ¿Es verbal, o si es físico, es algo que haya resultado más en orgullo ofendido que en daño físico verdadero? Luego, ¿qué hay de la condición espiritual de la persona? ¿Realmente está en peligro, o solo parece estarlo, debido a no aprovecharse plenamente el cristiano de las oportunidades que sí existen para permanecer fuerte espiritualmente? En resumen, ¿es la situación tan mala, tan extremada, que requiera la separación? ¿O pudieran resolverse los problemas mediante una aplicación mejor de los principios bíblicos?

Considere, también, las posibles consecuencias. Su derrotero de vida será alterado. Piense en la tensión de la separación. ¿Qué hay si resultara en que usted cayera en la inmoralidad? ¡Qué efecto desastroso! Posiblemente en su matrimonio haya hijos. ¿Va a bastar el cuidado y el amor de uno solo de los padres? ¿Podrá usted encargarse de las cosas desde el punto de vista financiero, o en otros respectos?

Naturalmente, si las circunstancias son extremosas, una persona puede optar por recurrir a la separación, pero debe ser un paso dado solo como último recurso, después que se haya agotado todo otro esfuerzo por corregir la situación, y después de consideración en oración.

RESOLVIENDO PROBLEMAS

Cuando surgen problemas con un cónyuge no creyente, una consideración bondadosa y atenta frecuentemente produce buenos resultados. Por ejemplo, una esposa cristiana prudentemente pudiera indicar que está concediendo completa libertad religiosa a su esposo. Solo es apropiado que ella reciba la misma consideración como una cristiana que desea esforzarse por la devoción piadosa. Ella no estorba los esfuerzos religiosos de su cónyuge; por lo tanto, ella debe recibir razonablemente trato semejante. (Mat. 7:12) Aunque una buena esposa cristiana se halla en sujeción a su esposo (Col. 3:18; Efe. 5:22-24), ella comprende que Dios está primero, pues la “cabeza de todo varón es el Cristo; a su vez la cabeza de la mujer es el varón; a su vez la cabeza del Cristo es Dios.” (1 Cor. 11:3) De modo que la sujeción de ella es relativa, y cuando hay un conflicto de voluntades, hay que obedecer la voluntad de Dios.

¿Cómo debería considerar la esposa cristiana casada con un no creyente las obligaciones del ministerio cristiano? Las reuniones de los testigos de Jehová se celebran tres veces a la semana. Esto no es excesivo, dado que muchas mujeres salen a funciones de iglesia y reuniones sociales a menudo durante la semana. Pero si la esposa cristiana sale las otras noches también, entonces puede surgir la crisis cuando quiere ir a las reuniones. En cuanto a su servicio en el ministerio del campo, ése no tiene que hacerse durante las horas en que su esposo está en casa y quiere la compañía de su esposa. Tal vez él no presente objeción a que ella vaya por unas cuantas horas en el fin de semana a las reuniones de congregación, pero si se va todo el día, primero al servicio y luego a las reuniones, el esposo tal vez objete. Muchas mujeres dedicadas arreglan sus asuntos para participar en el ministerio regular del campo durante el día cuando el esposo está ocupado en el trabajo seglar y los hijos están en la escuela. Por consiguiente, a la esposa cristiana que vive en una casa dividida por razón religiosa quizás le sea necesario reducir algo la actividad, pero no abandona del todo las reuniones ni el servicio. (Mat. 18:20; Heb. 10:24, 25) En un hogar dividido puede mantenerse la salud espiritual si se llevan a cabo buenos planes y el cristiano ‘no desiste de hacer lo que es excelente.’—Gál. 6:9.

Una persona tiene derecho a la religión que escoja, y también a propiedad personal a modo de Biblias y ayudas para el estudio de la Biblia. Esto no significa, sin embargo, que una esposa cristiana forzosamente debe colocar estas cosas a plena vista en una parte de la casa donde el esposo no creyente pudiera objetar. Tales cosas pueden guardarse entre los efectos personales. Puede usarse tiempo estudiando la Biblia y la literatura bíblica en privado. De esta manera se pueden evitar argumentos o conflictos. Por supuesto, cuando se trata de principio, la persona no debería transigir, pero tampoco debería una persona imprudentemente causar dificultad innecesaria.—Mat. 10:16.

A veces el problema gira en torno de la instrucción religiosa de los hijos en un hogar dividido. Donde la madre es la creyente, ella puede hacer arreglos, prudentemente, para que sus hijos la acompañen a las reuniones y al servicio. Pero si su esposo objeta y prohíbe a los hijos que acompañen a la madre, entonces, siendo él cabeza de la casa, se debe acceder a sus deseos. Puesto que es responsabilidad de él ante Dios, sería imprudente que la esposa creyente tratara de obligar a lo contrario. En la casa puede enseñar pacientemente a los hijos los principios bíblicos, para que cuando crezcan y salgan de la casa puedan esforzarse por la adoración verdadera.

¿Qué sucede en cuanto al entrenamiento de los hijos si el esposo es creyente y su esposa no es? El esposo creyente, como cabeza de la casa, tiene el derecho y la obligación para con Dios de ver que sus hijos sean criados como cristianos verdaderos. Tomará la delantera en traer a sus hijos a las reuniones cristianas, enseñándoles en el ministerio del campo y estudiando la Palabra de Dios con ellos en el hogar.

La sabiduría desplegada en conexión con las cosas materiales también puede ayudar a fortalecer los lazos matrimoniales. Una esposa quizás tenga alguna preferencia en cuanto a mobiliario para el hogar. El esposo también tiene sus pensamientos y, como cabeza de la casa, puede optar por hacer una decisión diferente. Pero en ese caso, ¿debería la esposa abrigar rencor solo porque ciertas cosas no satisfacen su gusto? Si surge un problema a causa de esto, la esposa cristiana no debe pensar que está sufriendo por causa de la justicia. De hecho, está fallando en su deber cristiano de ser sumisa y estar en sujeción. O el esposo no creyente tal vez desee mudarse a otro lugar. La esposa cristiana quizás comprenda que esto planteará problemas, pero ella debe ceder al deseo de su esposo, porque él tiene el derecho de escoger dónde vivirá la familia. La disputa que pudiera resultar a causa del desagrado por el lugar donde se vive pudiera llegar a ser tan grave que habría el deseo de resolver el problema mediante la separación. En este caso la base de una separación no se debería a desacuerdos religiosos. De hecho, por medio de aplicar principios bíblicos, se impedirían enteramente tales problemas.

Es fácil ver lo que la otra persona está haciendo mal. Pero la esposa cristiana debe preguntarse: ¿Qué puedo hacer yo para contribuir al buen éxito de la unión? Si mi esposo no viene a casa en la noche y sale a beber, ¿se debe a que hay algo en cuanto a la casa por lo cual no le gusta regresar? ¿Lo sermoneo? ¿Lo estoy regañando siempre? ¿Son ingobernables los hijos? Tal autoanálisis honrado puede ser sumamente revelador y valioso. La responsabilidad de la esposa es tratar de hacer del hogar un sitio al cual el esposo quiera regresar en la noche.

Tampoco debe el creyente pasar por alto los intereses del cónyuge no creyente. Cuando el hombre y la mujer se estaban haciendo la corte antes del matrimonio, cada uno se esforzaba por cultivar interés en lo que le gustaba al otro. El cónyuge creyente debe hacer lo mismo después en el matrimonio. Aunque no esté interesada en algunas actividades que le gustan al esposo, una esposa creyente, por ejemplo, haría bien en cultivar un interés en tales cosas por causa de su matrimonio. Es difícil hacer que crezca el amor cuando el marido y la esposa no hacen juntos las cosas. Donde no hay transigencia de principio envuelta o donde no se viole ningún punto en cuestión bíblico, el cónyuge creyente subordinará sus deseos personales y pasará algún tiempo haciendo lo que quiere el no creyente, demostrando así raciocinio cristiano. Este es el derrotero amoroso y puede hacer que el no creyente inquiera en una fe que resulta en tal consideración para el cónyuge de alguien.

El esposo cristiano no debe ser severo ni exigente. Esto ciertamente puede causar infelicidad y puede resultar en separación. Piense en el gozo que experimentaron tanto el marido como su esposa cuando entraron en el matrimonio. ¿Por qué no trabajar para conservar ese sentimiento? ¿Por qué debería emular un esposo temeroso de Dios los caminos de los individuos mundanos que irreflexivamente dominan a sus esposas y las someten a actos o palabras crueles y desamorosas? Cierto, a causa del pecado, la mujer habría de experimentar el cumplimiento de las palabras de Dios: “con dolores de parto darás a luz hijos, y tu deseo vehemente será por tu esposo, y él te dominará.” (Gén. 3:16) Pero el esposo maduro no llegará a ser dictatorial. (Col. 3:19) Tomará en consideración los sentimientos de su esposa. Y, aunque tiene la responsabilidad de hacer decisiones finales, consultará con ella, no para recibir instrucciones, sino para conocer sus problemas, para tomarlos en consideración al hacer sus decisiones. Ejercerá jefatura apropiada, amorosa. Sabiamente observará el consejo de Pablo: “De esta manera los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa a sí mismo se ama, porque nadie jamás odió a su propia carne; antes bien la alimenta y la acaricia, como también el Cristo a la congregación.” (Efe. 5:28, 29) Muestre amor a la mujer a quien usted le pidió que compartiera su vida con usted. Aun si ahora no abraza el cristianismo verdadero, emplee tiempo con ella, considérela, galantéela. Muéstrele el interés de usted. Jamás esté demasiado ocupado en otros asuntos para poder dedicarle algún tiempo a ella y volverle a asegurar su amor. La conducta apropiada en este respecto puede significar una vida feliz y puede resultar en que el cónyuge de la persona acepte el cristianismo. El no hacer tales cosas puede ser desastroso.

Los esposos cristianos y las esposas cristianas tienen verdaderas ventajas. Tienen el espíritu santo de Dios. Con él, puede haber un cultivo de su fruto de gobierno de uno mismo, amor, apacibilidad, benignidad, y cualidades semejantes. (Gál. 5:22, 23) ¡Qué maravilloso efecto tendrá esto en la unión marital! El cristiano unido en matrimonio con un no creyente debería comprender, por supuesto, que el no creyente quizás no conozca los requisitos de Dios y no esté en posición de aplicar los principios bíblicos. Por consiguiente, puede haber alguna dificultad, pero el cristiano debe continuar produciendo los frutos del espíritu de Dios. Haciendo esto y manteniendo él el ánimo y la esperanza en Jehová Dios se pueden producir resultados satisfactorios verdaderamente, como Pedro dijo a las esposas cristianas: “De igual manera, ustedes, esposas, estén en sujeción a sus propios esposos, a fin de que, si algunos no son obedientes a la palabra, sean ganados sin una palabra por la conducta de sus esposas, por haber sido testigos oculares de su conducta casta junto con profundo respeto.”—1 Ped. 3:1, 2.

En este mundo de desorden, la separación y el divorcio son comunes, con sus problemas y aflicción concomitantes. Los cristianos verdaderos esperan el nuevo mundo de justicia en el cual tal angustiosa separación, dolor y penalidad ya no vejarán a la humanidad. Pero ahora, durante los días finales de este viejo mundo y en medio de su tumulto, usted tal vez se enfrente a una situación que haga surgir la pregunta de si habrá de separarse de su cónyuge o no. De usted debe depender la decisión final. Pero, primero, considere la base bíblica para la separación. Piense, también, en las posibles consecuencias. Sujétese a escrutinio personal. Consulte con superintendentes cristianos maduros para conseguir consejo sólido. Medite en los posibles efectos buenos de continuar con un cónyuge no creyente, aun bajo penalidad, ya que algún día él o ella puede llegar a ser un compañero alabador de Jehová. ¡Póngase a pensar en el gozo que usted tendrá entonces porque usted decidió no irse! En cualquier caso, haga todo cuanto pueda para que se le halle intachable a la vista de Dios y reciba su bendición y galardón.

El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño. El amor nunca falla.—1 Cor. 13:4, 5, 8.

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