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  • Base para una fe firme
    La Atalaya 1981 | 1 de noviembre
    • escuchado los sonidos que vienen desde lo más distante del universo por medio de radiotelescopios. Este conocimiento aumentado ha suministrado razones adicionales para la fe en Dios.

      El físico Wernher von Braun, ex director de un centro para vuelos espaciales de la NASA (Siglas en inglés para la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio) de los EE. UU., escribió: “Los materialistas del siglo diecinueve y sus herederos marxistas del siglo veinte trataron de decirnos que, a medida que la ciencia proveyera más conocimiento acerca de la creación, podríamos vivir sin fe en un Creador. Sin embargo, hasta ahora, con cada nueva respuesta hemos descubierto nuevas preguntas. Cuanto mejor entendemos . . . el plan maestro para las galaxias, más razón hemos hallado para admirarnos ante la maravilla de lo que Dios ha creado.”

      Se puede llegar a esa misma conclusión si en lugar de examinar el inmenso universo uno examina las partes diminutas del propio cuerpo de uno. David se sintió impulsado a exclamar acerca de Dios: “Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. . . . porque es maravilloso lo que has hecho.” (Sal. 139:13, 14, Versión Popular) En sus años de neurocirujano, el profesor Robert J. White, doctor en medicina, ha podido examinar el cerebro humano cuidadosamente. Él declara:

      “Las experiencias que he tenido con mis pacientes, y los estudios neurológicos que he efectuado al tratar de descifrar los misterios del cerebro, me han dejado cada vez más perplejo en cuanto al cerebro. Y no me queda más remedio que reconocer la existencia de un Intelecto Superior, responsable del diseño y desarrollo de la relación increíble que existe entre el cerebro y la mente... algo que va mucho más allá de lo que el hombre puede entender.”

      Si usted pudiera investigar hasta dentro de los mismísimos elementos que componen la célula humana, hallaría razón abundante para tener fe en el Creador. La célula es el componente básico de toda cosa viviente de la Tierra. El cuerpo humano se compone de unos 100.000.000.000.000 de células diminutas. Pero cada una es sorprendentemente intrincada y bien diseñada.

      Por ejemplo, en cada una de las células del cuerpo suyo hay decenas de miles de genes y el muy conocido ADN, que le dice a cada célula cómo funcionar y cómo reproducirse. Éste determinó el color de su cabello, la rapidez de su crecimiento y una infinidad de otros detalles. Pregúntese: ¿Cómo es posible que toda esta información esté en el ADN de cada una de mis células?

      En su libro de 1978 Whence and Wherefore (De dónde y por qué), el Dr. Zev Zahavy habla de una conversación que tuvo lugar en una clase de bioquímica de la Escuela para Graduados de Ciencias Médicas de la Universidad de Cornell. El profesor estaba considerando con los estudiantes el tema de “las moléculas programadas de ADN.” Leemos:

      “La clase se componía de estudiantes jóvenes que habían crecido en la era de la tecnología de las computadoras y que, por lo tanto, estaban bastante familiarizados con el hecho de que se necesita un programador para formular la programación de una computadora. La mención de ‘moléculas programadas’ hizo que uno de los estudiantes comenzara a inquirir con interés.

      “El estudiante preguntó: ‘Si las estructuras de ARN y ADN están programadas para funcionar y producir de acuerdo con sus patrones designados, ¿de dónde vienen los programas mismos?’

      “El profesor, como divirtiéndose, respondió con una sonrisa en los labios: ‘Pues, del Diversificador Invisible de Organismos y Sistemas, claro está.’

      “El estudiante, perplejo, preguntó con curiosidad: ‘¿El Diversificador Invisible de Organismos y Sistemas? ¿Quién es ése?’

      “‘Bueno, creo que se le conoce mejor por Sus iniciales,’ dijo en respuesta el jovial mentor.”

      Por supuesto, el profesor se refería a las letras D I O S.

      Sí, una investigación de los aspectos inmensamente grandes o muy pequeños de la creación suministran base sólida para una fe firme, segura, en Dios. Sin embargo, quizás todavía usted se pregunte: ¿Será práctico tener tal fe en este tiempo, en nuestro día?

  • ¡La fe es práctica!... Testimonio desde los campos de concentración
    La Atalaya 1981 | 1 de noviembre
    • ¡La fe es práctica!... Testimonio desde los campos de concentración

      CAMPOS de concentración... ¿qué le viene al pensamiento?

      Tal vez usted recuerde fotos de personas asustadas a quienes se obliga a salir de unos furgones para dirigirlas a la muerte. O tal vez piense en prisioneros casi muertos de hambre a quienes se obliga a trabajar excesivamente y a vivir en medio de su propio excremento mientras padecen de enfermedades. O quizás recuerde crueles experimentos médicos u hornos que consumieron a un sinnúmero de cuerpos humanos.

      Estos son algunos aspectos de los terribles campos de concentración.

      Pero hay algo más que se debe tomar en cuenta. Por horribles que hayan sido los campos de concentración nazis, cientos de miles de hombres y mujeres que se encontraban en ellos estaban tratando de vivir. Estaban luchando día tras día por mantenerse vivos a pesar de las enfermedades, las palizas, el agotamiento físico y las matanzas cometidas a capricho. Se esforzaban por comer, mantenerse calientes y evitar las enfermedades. Tenían que trabajar, dormir y tratar con las personas que los rodeaban.

      Por eso, a pesar de lo horribles que eran los campos de concentración nazis, o tal vez debido a ello, se prestan como lugares que podemos examinar para encontrar pruebas de lo práctica que es, realmente, la fe. Aunque nosotros personalmente tal vez nunca tengamos que enfrentarnos a vivir en campos como aquéllos, podemos beneficiarnos de las lecciones relacionadas con ellos.

      MUCHOS PERDIERON LA FE

      Un efecto notable de los campos de concentración fue la pérdida de fe. El escritor Philip Yancy explica: “Algunos sobrevivientes perdieron la fe en Dios. Los judíos, en particular, eran propensos a esto: se les había criado con la creencia de que eran pueblo escogido, y de repente descubrieron que, como lo expresó mordazmente un judío: ‘Solo Hitler ha cumplido sus promesas.’”

      Elie Wiesel describe cómo le afectó el presenciar la ejecución de un joven en la horca. Los de la SS juntaron a los prisioneros enfrente de la horca. Mientras el muchacho moría lentamente, un prisionero gritó: “¿Dónde está Dios ahora?” Dice Wiesel: “Y oí una voz dentro de mí contestarle: ‘¿Dónde está? Aquí está... colgado de esta horca . . .’”

      Muchos que afirmaban ser cristianos perdieron la fe también. En The Christian Century, en una referencia a la persecución nazi con el término “holocausto,”

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