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  • Evite la trampa de salvar el prestigio
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1967
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1967
w67 15/9 págs. 573-575

Evite la trampa de salvar el prestigio

SI SE le dijera a usted que redimiera su honor aplicándose el harakiri, ¿cómo respondería? Por supuesto, no estaría de acuerdo con esa idea. Y no obstante, no ha pasado mucho tiempo desde que esta práctica de salvar el prestigio era suceso cotidiano en Oriente. Quizás ahora en nuestro día parezca anticuada esta clase de suicidio, pero el salvar el prestigio se continúa practicando extensamente de muchas maneras, tanto en Oriente como en países occidentales. Es impío y no tiene apoyo bíblico, y, si se practica en la congregación cristiana, produce perturbación, desunión y, en el caso del individuo hasta suicidio espiritual.

Según el New International Dictionary de Webster, “salvar las apariencias” o prestigio significa “ocultar uno su derrota, desconcierto, o pérdida de prestigio, mediante algún fingimiento.” Por lo tanto equivale a una mentira. Su base es el orgullo, el temor de que sea lastimado el ego de uno. Rehúsa reconocer una falta o enfrentarse a un punto en cuestión. Niega la necesidad de corrección o disciplina. Uno mismo tiene la razón, prescindiendo de las circunstancias. El salvar el prestigio está arraigado en la emoción, no en principio, y a menudo hace que su víctima se haga incomunicable o evite la asociación con los mismísimos amigos que realmente podrían ayudar en la hora de necesidad. ¿Cómo podemos evitar esta trampa de salvar el prestigio?

‘NO CONTINÚE CORRIENDO CON ELLOS’

A los cristianos que se habían vuelto de los pensamientos y modo de vivir de sus vecinos paganos, el apóstol Pedro escribió: “Porque ustedes no continúan corriendo con ellos en este derrotero al mismo bajo sumidero de disolución, están perplejos y siguen hablando injuriosamente de ustedes.” (1 Ped. 4:4) El hacer lo que hacen todos es la costumbre hoy en día, también, y muchos echan mano de cualesquier fines faltos de honradez con el fin de mantener una apariencia exterior de respetabilidad en la comunidad. Tienen que salvar el prestigio y mantenerlo con sus vecinos a toda costa.

Sin embargo, ¿qué hay del cristiano que ha sido librado “del presente inicuo sistema de cosas”? Debería haber desechado “la vieja personalidad,” que se conforma a su manera de proceder anterior. Y ahora debe vivir, pensar y obrar en consonancia con “la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad.” (Gál. 1:4; Efe. 4:22-24) Note esas palabras: “verdadera justicia y lealtad.” La justicia de Jehová —no el fariseísmo— y el hacer lealmente la voluntad de Dios es lo que vale con él ahora.—Rom. 12:1, 2.

¿Qué hace él, entonces, cuando la práctica local es salvar el prestigio y hacer lo que hacen los demás? Por ejemplo, ¿tiene que mantener “respetabilidad” endeudándose? ¿Tiene que conformarse a la comunidad en su celebración ostentosa de bodas, días festivos especiales, días de los niños y fiestas religiosas? ¿Tiene que salvar el prestigio ante los parientes participando en ceremonias de bodas paganas o hasta accediendo a aceptar un cónyuge incrédulo? ¡Ciertamente que no! E igualmente, la “verdadera justicia y lealtad” evitarán el que se ausente de la congregación cristiana, o hasta renuncie del todo, cuando se enfrente a problemas que realmente podrían resolverse con la ayuda y comprensión de sus hermanos cristianos.

RECONOCIENDO Y COMBATIENDO EL “PECADO”

El salvar el prestigio por orgullo a menudo surge del no reconocer y enfrentarse al problema del “pecado.” Hoy en día muchos rehúsan reconocer al “pecado” como tal. Se justifican en su propia mente. Ocultan los puntos en cuestión, o tratan de echarle la culpa a otros. Mientras siguen justificándose, su mente se endurece como si fuera por un hierro de marcar, de modo que ya no pueden discernir entre lo correcto y lo incorrecto.—1 Tim. 4:2.

Todos nosotros estamos propensos a pecar. “Todos tropezamos muchas veces. Si alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto, capaz de refrenar también el cuerpo entero.” (Sant. 3:2) ¿Qué hay, entonces, si cometemos algún pecado? ¿Deberíamos buscar el derrotero de autojustificación, disculpándolo o tratando de cubrirlo? Más bien que tratar de salvar el prestigio, hacemos bien en obedecer el consejo adicional de Santiago: “Por lo tanto confiesen abiertamente sus pecados los unos a los otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados.” (Sant. 5:16) Y habiendo sido sanados, ¿qué necesidad hay de tormentos adicionales de conciencia? Ese pecado queda en el pasado. Extiéndase adelante, ahora, a las cosas que están más allá.—Fili. 3:13.

Enfrentémonos al hecho de que, mientras vivamos en esta carne imperfecta, cometeremos pecado. “Si hacemos la declaración: ‘No tenemos pecado,’ a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia.” (1 Juan 1:8–2:2) Si hemos de ser honrados con nuestro Dios, con nuestros hermanos y con nosotros mismos, reconoceremos nuestros pecados y faltas. Nunca debemos salvar el prestigio pretendiendo que no pecamos.

SITUACIONES INESPERADAS

Quizás el cristiano sea atrapado súbitamente en algunas circunstancias que prueben su integridad. Por ejemplo, quizás se encuentre en una reunión donde alguien pida un “brindis”... una práctica que él sabe que es de origen pagano. O en un funeral quizás todos los asistentes se formen para ofrecer incienso o se inclinen ante la fotografía de la persona muerta... prácticas paganas enlazadas con la creencia falsa de que el alma es inmortal. O quizás, mientras se está en medio de una muchedumbre se presente la situación en que todos se levanten cuando se toque el himno nacional... mientras que el cristiano ha declarado lealtad indivisa al reino de Dios. Es mejor evitar las situaciones que pudieran resultar en transigir. Sin embargo, si es víctima de las circunstancias, por decirlo así, el cristiano maduro mostrará ser uno que retiene integridad de la misma manera que Jesucristo, los tres jóvenes hebreos, Daniel y otros retuvieron integridad bajo prueba.—Mat. 4:1-11; Dan. 3:14-18; 6:6-11.

En el caso de un pecado serio, uno que traiga profundo vituperio al nombre de Jehová y sobre la congregación cristiana, el derrotero sano es confesar la maldad de uno a hermanos responsables de la congregación. (Sant. 5:14-16) Pero, ¿cómo debe uno considerar a estos siervos de la organización de Dios? ¿Como jueces temibles? ¡Ni pensarlo! El comité de congregación está para llevar las debilidades de otros, para edificar y para estimular.—Rom. 15:1, 2.

‘RESTAURANDO...CON ESPÍRITU DE APACIBILIDAD’

Los superintendentes y siervos ministeriales de la congregación cristiana deben ser, y por lo general son, abordables. Esta cualidad de ser abordables en sí misma debe desanimar a los miembros más débiles del rebaño de tratar de salvar el prestigio. Si alguien de la congregación tiene un problema debe dirigirse inmediatamente al superintendente u otros hermanos maduros, y no a alguna persona emocional, inmadura, que lo consienta. Los hermanos responsables son los asignados como “dones en la forma de hombres,” para ayudar a todos a crecer a la unicidad de fe, “a fin de que ya no seamos pequeñuelos, aventados como por olas.” (Efe. 4:8, 13, 14) Son nuestro “escondite contra el viento” en tiempo de dificultad turbulenta. (Isa. 32:2) El superintendente verdadero siempre está vigilando para ayudar, y para edificar, en consonancia con el consejo de Pablo: “Hermanos, aun cuando un hombre da algún paso en falso antes de darse cuenta de ello, ustedes que tienen las debidas cualidades espirituales traten de restaurar a tal hombre con espíritu de apacibilidad.”—Gál. 6:1.

Por eso, a los superintendentes y siervos ministeriales se les manda que no traten severamente a los miembros débiles del rebaño, sino que los ‘restauren,’ que los edifiquen. Cuando aconsejen, aunque se hayan cometido pecados graves, estos siervos nunca deben regañar ni encolerizarse. Más bien, serán un ejemplo al desplegar “el fruto del espíritu,” que incluye “benignidad,. . . apacibilidad, gobierno de uno mismo.” (Gál. 5:22, 23) Los del rebaño que comprenden esto deben estar deseosos de dirigirse a esos siervos por ayuda, en vez de salvar el prestigio ausentándose de la congregación cristiana.

En la mayor parte de los casos los que no se arrepienten e insisten en ‘practicar el pecado’ son expulsados de la organización de Dios. (1 Juan 3:4; 1 Cor. 5:11) ‘El hombre que da algún paso en falso antes de darse cuenta de ello’ no está incluido en la clase de tales pecadores incorregibles. Sin embargo, puede haber ocasiones, debido a la seriedad del pecado, en que el comité de congregación crea necesario colocar a una persona a prueba de vigilancia, como medida provechosa y correctiva. No ha de considerarse tal prueba como algún juicio adverso, como algo que destruye el “honor” de uno, como un castigo que ha de resistirse tenazmente. Más bien, es una provisión amorosa que le provee a uno la oportunidad de probar la sinceridad de su arrepentimiento y al mismo tiempo de ayudar al pecador arrepentido a recobrar su espiritualidad y hacerlo fuerte otra vez. El consejo bondadoso que se da durante el período de prueba edifica a la persona para que no haga una ‘práctica’ del pecado. En vez de tratar de salvar el prestigio protestando en contra de una prueba, y envolviendo a otros emocionalmente, el que haya cometido un pecado debe recibir con gusto este arreglo amoroso que conduce a su recobro.

Todos los cristianos dedicados deben cifrar su confianza completa en Jehová. Es Jehová quien dice: “A los que me honran honraré, y los que me desprecian serán de poca monta.” (1 Sam. 2:30) Los que honran a Jehová no buscarán honor para sí mismos entre los hombres mortales. En vez de adherirse a pensamientos elevados, salvadores del prestigio, de los hombres, los cristianos verdaderos buscarán los pensamientos de Jehová y se guiarán por los principios que él expresa tan claramente en su Palabra.

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