-
El Mesías... una bendición para todas las naciones¡Despertad! 1983 | 22 de julio
-
-
El Mesías... una bendición para todas las naciones
EL PROFETA hebreo Isaías habló de un tiempo futuro en que “habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito [...] y el león, como el buey, comerá paja”, un tiempo en que “no habrá ya más daño ni destrucción” entre las personas. (Isaías 11:6-9a.)
Pero ¿cómo se alcanzarían esas condiciones pacíficas? Es interesante que Isaías relacionara tales condiciones con un gobernante futuro a quien llamó “un retoño del tronco de Jesé [el padre del antiguo rey David de Israel]”. Este descendiente del rey David sería un gobernante ideal, un hombre que no juzgaría los asuntos según la mera apariencia o de oídas, sino que juzgaría con rectitud y establecería justicia y paz. Además, este gobernante futuro no sería solamente gobernante de los judíos, sino, más bien, alguien a quien todas las naciones podrían acudir en busca de guía. En efecto, como predijo Isaías: “Le buscarán las gentes”. (Isaías 11:1-10; compare con Isaías 9:5, 6.)
Aunque durante los años posteriores a la profecía de Isaías la nación judía llegó a referirse a ese esperado gobernante como el Mesías, o ungido, la identidad del Mesías ha sido un punto polémico desde hace mucho. La historia habla de muchos hombres que a través de los siglos han afirmado ser el Mesías, cada uno de los cuales ha adquirido y perdido popularidad. Raphael Patai, antropólogo judío, observó “la rapidez con que las masas daban crédito a cualquier impostor o soñador guiado por ilusiones que afirmaba ser el Mesías”. Y, como pudiera esperarse, los que cifraron su esperanza en alguien que falsamente afirmó ser el Mesías terminaron por recibir una amarga desilusión. Esto ciertamente muestra lo cautelosos que tenemos que ser al identificar al Mesías.
No obstante, Isaías indicó que tendríamos que ‘buscar’ al Mesías si quisiéramos tener parte en las bendiciones que éste traería. Es de agradecer que haya mucho que podamos aprender de la historia de los que en el pasado afirmaron ser el Mesías, así como de las Escrituras Hebreas mismas. Por consiguiente, le invitamos a considerar los siguientes artículos.
-
-
¿Por qué no aceptaron a Jesús?¡Despertad! 1983 | 22 de julio
-
-
¿Por qué no aceptaron a Jesús?
PARA el primer siglo de la Era común, el pueblo judío se hallaba bajo la tiranía del pagano Imperio Romano. Por primera vez estaban los ánimos muy exaltados porque se creía que Dios levantaría ahora un libertador para su pueblo, el Mesías prometido. Como señaló Abba Hillel Silver, historiador judío del día moderno: “El primer siglo [...] especialmente la generación que precedió a la destrucción [de Jerusalén en 70 E.C.], fue testigo de un notable arrebato de emocionalismo mesiánico”.
Flavio Josefo, historiador del primer siglo, también informó acerca de este fenómeno, al decir lo siguiente sobre un grupo de hombres que surgió en ese tiempo: “Engañadores e impostores, que bajo el pretexto de inspiración divina promovían cambios revolucionarios, [...] condujeron [la multitud] al desierto, en la creencia de que Dios les daría allí señales de liberación”.
Aunque muchos de los que en el primer siglo afirmaron ser el Mesías tuvieron éxito en atraer a una gran cantidad de partidarios, solo Jesús de Nazaret goza todavía de popularidad hoy día. Y sin embargo, allá en el primer siglo la nación judía no pudo aceptarlo como el Mesías prometido. De aquí que surjan unas preguntas importantes: ¿Por qué fueron relativamente pocos los judíos que creyeron que Jesús era el Mesías? ¿Por qué no lo aceptó la mayoría?
De acuerdo con el rabí Hyman G. Enelow: “Las ideas que tenían los judíos con relación al Mesías [...] Jesús no las hizo realidad”. Así que, declarado sencillamente, Jesús no fue aceptado extensamente porque no satisfizo las expectativas del pueblo. Como ya hemos visto, el profeta Isaías describió al Mesías como un rey futuro que establecería paz, justicia y rectitud eternas. Profecías bíblicas como ésa contribuyeron a amoldar lo que esperaban los judíos. Puesto que el Mesías habría de ser rey sobre Israel, podía esperarse que dejaría de ejercer soberanía cualquier gobierno gentil que tuviera dominio sobre Israel cuando él apareciera.
Con el tiempo, sin embargo, se hizo común la creencia de que el Mesías en realidad conduciría a los judíos en el derrocamiento de aquel gobierno gentil. Como dice la Encyclopaedia Judaica: “Los judíos del período romano creían que Dios levantaría [al Mesías] para romper el yugo de los paganos y reinar sobre un reino restaurado de Israel”.
Hay rastros de ese punto de vista común en los escritos de aquel período. Por ejemplo, al hablar de los judíos que se rebelaron contra Roma en 66 E.C., Josefo escribió: ‘Lo que más los incitó a guerrear fue un oráculo ambiguo, que se hallaba también en sus sagradas escrituras, en el sentido de que en ese tiempo alguien de su país llegaría a ser gobernante del mundo’.
Eso también queda confirmado por la clase de individuos cuyas afirmaciones mesiánicas gozaron del apoyo popular. De acuerdo con la historia, los que afirmaron ser el Mesías en aquella Era fueron, con la excepción de Jesús de Nazaret, revolucionarios políticos. The Book of Jewish Knowledge declara: “Lo extraordinario en cuanto a los que en el primer siglo afirmaron ser el Mesías fue que cada uno sirvió como centro o foco de la rebelión judía contra la gobernación romana. A diferencia de Jesús, [...] los demás ‘mesías’ de aquel período fueron, sin excepción, agitadores y patriotas combativos”. Ese proceder fue simplemente un reflejo de lo que esperaba comúnmente el pueblo.
Es patente, por lo tanto, que los judíos del primer siglo no tenían el concepto posterior de un Mesías que sufriría o moriría. De hecho, Joseph Klausner, erudito judío, concluyó: “Todo lo referente a un Mesías al que habría de darse muerte era algo que, en el tiempo de Jesús, era imposible de comprender [...] para los judíos”. Hasta los pocos judíos que creyeron que Jesús era el Mesías no esperaban que él hubiera de sufrir o se le hubiera de dar muerte. (Mateo 16:21, 22.)
Por consiguiente, quienquiera que se hubiera sentido atraído por las enseñanzas de Jesús ciertamente se hubiera preocupado por el hecho de que Jesús no derrocó al gobierno romano ni gobernó como rey sobre Israel, sino que, en vez de eso, fue ejecutado por aquel gobierno romano. Como explicó Klausner: “Jesús crucificado fue una desilusión para la mayoría de los que lo siguieron mientras estuvo vivo”. ¡No es de extrañar que Pablo de Tarso, misionero cristiano de tiempos primitivos, hablara de “Cristo fijado en el madero, para los judíos causa de tropiezo”! (1 Corintios 1:23.)
No obstante, a pesar del agudo contraste que hubo entre la vida de Jesús y lo que esperaban los judíos, miles de judíos de aquel tiempo llegaron a creer que Jesús era el Mesías. ¿Cómo se explica eso?
[Ilustración en la página 5]
Expectativas judías: ¿ESTO?, o ¿ESTO?
-
-
¿Había de sufrir y morir el Mesías?¡Despertad! 1983 | 22 de julio
-
-
¿Había de sufrir y morir el Mesías?
COMO ya hemos visto, los judíos del primer siglo esperaban un líder que derrocaría al gobierno romano, establecería un reino judío sobre Israel e introduciría una Era de paz y bendiciones procedente de Dios. Puesto que Jesús de Nazaret nunca efectuó eso, la nación judía no lo aceptaría como el Mesías.
Sin embargo, muchos judíos que se sintieron atraídos a las enseñanzas de Jesús siguieron creyendo que él era el Mesías, incluso después de la muerte de él. ¿Por qué pudieron seguir creyendo eso? Si las Escrituras Hebreas señalaban que el Mesías introduciría una Era de grandes bendiciones mediante un reino sobre Israel, ¿cómo pudieron aquellos judíos seguir creyendo en alguien que no efectuó eso, sino que, en lugar de ello, sufrió y fue muerto?
Como lo indican sus escritos, poco después de la muerte de Jesús sus discípulos judíos llegaron a la conclusión de que se habían pasado por alto algunas profecías importantes de las Escrituras Hebreas, pasajes que señalaban que el Mesías realizaría un trabajo preliminar antes de que gobernara como rey sobre Israel. ¿Qué trabajo es ése? ¿Y dónde se habla en las Escrituras Hebreas de que el Mesías hubiera de realizar ese trabajo preliminar?
Profecía mesiánica de Daniel
Aunque en las Escrituras Hebreas muchas veces se utiliza la palabra hebrea para Mesías, o ungido, para referirse a reyes y sacerdotes del antiguo Israel, en el texto hebreo siempre hay adjetivos calificativos que acompañan la referencia que se hace a esos ungidos menores. Sin embargo, hay un texto bíblico donde la palabra hebrea para Mesías no aparece acompañada de ningún adjetivo calificativo, lo cual indica que ahí se refiere a el Mesías. Note lo que dice ese texto bíblico:
“Setenta semanas (de años) han sido fijadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para reprimir la apostasía y acabar con el pecado, y para expiar el error, y para traer salvación eterna [“justicia eterna”,] [...] Sabe, pues, y entiende: Desde la salida del decreto para reedificar a Jerusalén hasta el Ungido [“el Mesías”, Patai], el Príncipe, hay siete semanas (de años); también sesenta y dos semanas (de años), de modo que la plaza de mercado y el foso serán reedificados, y eso en medio de la presión de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas (de años) un Ungido [“el Mesías”, Patai] será destruido [“muerto”, NC]”. (Daniel 9:24-26, traducción de Zunz, en inglés.)
Resulta interesante que, aunque en ese pasaje las Escrituras hablan de la introducción de la justicia eterna, ésta no se atribuye a la gobernación del Mesías. ¡Por el contrario, se asocia con el hecho de que al Mesías se le dé muerte!
Además, se nos dice que esos sucesos están relacionados con un “acabar con el pecado”. Esto es verdaderamente extraordinario, pues las Escrituras Hebreas nos dicen que todos tenemos la tendencia innata a hacer lo malo, o pecar. Por ejemplo, en Génesis 8:21 se citan estas palabras de Dios: “La imaginación del corazón del hombre es mala desde su niñez” (Versión Moderna). También se nos dice: “No hay hombre tan justo en la tierra, que haga siempre el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20, Leeser [en inglés]). No obstante, a pesar de esa inclinación que todos tenemos y no podemos vencer por completo, ¡la aparición y la muerte del Mesías realmente termina “con el pecado”! ¡No es de extrañar que esto se mencione en relación con ‘la introducción de la justicia eterna’!
También, el capítulo 9 de Daniel dice que la aparición y la muerte del Mesías ‘expiarían el error’. En las Escrituras Hebreas, “expiación” se refiere a cubrir completamente los pecados por medio del ofrecimiento de sacrificios de animales (Éxodo 29:36). Pero lo curioso es que el capítulo 9 de Daniel no habla de expiación con relación a la muerte de algún animal, sino, más bien, ¡en relación con la muerte del Mesías!
Un “sacrificio de expiación” por otras personas
Es digno de notar que mientras Daniel 9:24-26 alude a una expiación sustituidora, hay otro pasaje en las Escrituras Hebreas que describe explícitamente la expiación mediante sufrimiento y muerte sustituidores. Esa profecía habla específicamente del sufrimiento y la muerte de alguien, con lo cual se provee expiación por los pecados de otras personas. De hecho, ¡el texto bíblico habla precisamente de que la vida de tal persona llega a ser una ofrenda de culpa por los pecados de otras personas! Note lo que nos dice Isaías 52:13–53:12 (Franquesa-Solé) acerca de ese siervo de Dios:
“Despreciado, abandonado de los hombres, varón de dolores, familiar del sufrimiento, semejante a aquel ante quien se vuelve el rostro, despreciado no hemos hecho caso de él. Y sin embargo, él ha llevado nuestras enfermedades, él ha cargado con nuestros dolores [...] pero él era tratado como impío por nuestros crímenes, aplastado por nuestras iniquidades. El castigo de nuestra salvación recayó sobre él y por sus llagas todos hemos sido curados. [...] El Señor ha hecho caer sobre él la iniquidad de todos nosotros. [...] ¿Quién ha reflexionado en su destino? Ha sido arrancado de la tierra de los vivos, ha sido herido de muerte por la iniquidad de su pueblo. [...] Haciendo de su vida un sacrificio de expiación [“ofrece su vida en sacrificio de reparación”, Levoratti-Trusso] tendrá descendencia, prolongará sus días y la voluntad del Señor se realizará por su medio. Después de las pruebas de su alma verá la luz y será saciado. Por sus conocimientos el justo, mi siervo, justificará las multitudes y cargará sobre sí las iniquidades de ellas. Por eso pondré su parte entre los grandes, hará botín de los poderosos, porque se ha despojado de la vida hasta la muerte [...] cuando llevaba sobre sí los pecados de muchos e intercedía por los malhechores”.
Note que Isaías habla de la introducción de la justicia por medio de alguien que es “aplastado por nuestras iniquidades” como “sacrificio de expiación”, y que por eso lleva “la iniquidad de todos nosotros”. Puesto que Daniel 9:24-26 señaló que el Mesías proveería tal expiación, Isaías 52:13–53:12 tiene que referirse al trabajo del Mesías también.
Explicación de una paradoja
Pero si el Mesías ha de sufrir y morir para expiar los pecados de otras personas, ¿cómo puede gobernar en calidad de rey, tal como también había profetizado Isaías? Isaías mismo aludió a esa aparente paradoja cuando dijo del Mesías: “Haciendo de su vida un sacrificio de expiación [...] prolongará sus días”, y “hará botín de los poderosos, porque se ha despojado de la vida hasta la muerte”. ¿Cómo pudo haberse producido realmente esta aparente paradoja? ¿Cómo es posible que una persona ‘prolongue sus días’ después de haberse “despojado de la vida hasta la muerte”?
Como preguntó otro siervo de Dios una vez: “Si el hombre muere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14, Valera [1977]). Las Escrituras Hebreas contestan con un resonante: ¡Sí! No solo hay registros de ocasiones en que profetas de Dios resucitaron a difuntos, sino que también se nos habla del tiempo en que “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán”. (Daniel 12:2, Cantera-Iglesias; compare con 1 Reyes 17:17-24; 2 Reyes 4:32-37; 13:20, 21.)
Así que, para que la Palabra de Dios se cumpla, el Mesías tiene que ser resucitado también. Solo entonces podría gobernar como rey y traer bendiciones adicionales a la humanidad. Por eso, estas palabras de David podrían aplicarse apropiadamente a él: “No dejarás mi alma en el sepulcro”. (Salmo 16:10, Valera [1934].)
Con el tiempo los discípulos judíos de Jesús del primer siglo entendieron así tales profecías bíblicas. Por consiguiente, ya no se consideró que el sufrimiento y la muerte de Jesús descartaban el hecho de que él era el Mesías. En efecto, ¡tales sucesos llegaron a considerarse como pruebas corroborativas de que Jesús era el Mesías!
¿Por qué fue tan difícil aceptarlo?
Sin embargo, a la mayor parte de la nación judía de entonces se le hizo difícil aceptar el concepto de un Mesías que hubiera de sufrir y morir. Sin duda esto se debió a otras creencias populares de aquel tiempo. Por ejemplo, muchos judíos creían que les era posible vencer por completo su inclinación innata a lo malo mediante sus esfuerzos por guardar la Ley de Moisés, la Torá. Tales personas esperaban “acabar con el pecado” por su cuenta, y, por consiguiente, consideraban que no era necesario que un Mesías muriera y así expiara los pecados de ellas.
Otra enseñanza popular era la de que Dios declararía justos a los judíos simplemente por ser descendientes de Abrahán. En este punto, de nuevo, si se atribuye justicia automáticamente a los judíos, no es necesario que un Mesías ‘justifique a las multitudes’. Sí, como dijo Klausner: “Todo lo referente a un Mesías al que habría de darse muerte era algo que, en el tiempo de Jesús, era imposible de comprender [...] para los judíos”.
Por tal vez unos 100 años después de la muerte de Jesús el pueblo judío rehusó creer en un Mesías a quien se daría muerte. Y entonces sucedió algo que cambió esa actitud. ¿Qué fue?
-
-
¿Qué sucedió con lo que esperaban los judíos?¡Despertad! 1983 | 22 de julio
-
-
¿Qué sucedió con lo que esperaban los judíos?
LA COLECCIÓN de antiguos escritos judíos que se conoce como el Talmud babilónico contiene el siguiente comentario sobre el Mesías, comentario que data de principios del siglo segundo:
“‘Y la tierra se lamentará’ (Zac. 12:12). ¿A qué se debe ese lamento? [...] El r[abino] Dosa dice: ‘[Se lamentarán] por el Mesías, que será asesinado’”.
Es interesante notar que este pasaje dice que el Mesías sería asesinado; sin embargo, hemos visto que los judíos del primer siglo no podían comprender tal concepto. ¿A qué se debió el cambio en su punto de vista?
La idea de un Mesías que moriría parece haber ganado popularidad durante el siglo segundo de nuestra Era común, particularmente desde la muerte de Simeón Ben Kosebá (Bar Kokebá). Éste fue un guerrero, un revolucionario político. Fue aclamado extensamente como el Mesías. Hasta el rabino Akiba (Aquiba) ben Joseph, a quien se ha llamado “el más influyente de todos los sabios rabínicos”, aclamó a Bar Kokebá como el Mesías.
Con el tiempo Bar Kokebá dirigió una rebelión judía en contra del gobierno romano. Después de una victoria inicial contra las legiones romanas, Bar Kokebá peleó durante tres años contra los ejércitos romanos que regresaban, lucha que costó la vida a más de medio millón de judíos. Sin embargo, la rebelión fue aplastada en 135 E.C. y se dio muerte a Bar Kokebá.
La generación que había apoyado de todo corazón a Bar Kokebá se hallaba ahora en una situación extraña. La muerte de Bar Kokebá no solo había puesto en duda la esperanza mesiánica, sino también el honor del rabino Aquiba. El Dr. Joseph Heinemann, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, explica cómo influyó la muerte de Bar Kokebá en los contemporáneos de éste:
“Aquella generación tiene que haber tratado, por las buenas o por las malas, de lograr lo imposible: sostener la afirmación de que Bar Kokebá era el Mesías, a pesar de su fracaso. Esta posición paradójica no podía hallar otra expresión más apropiada que la de la sumamente ambivalente leyenda del Mesías militante que está destinado a caer en batalla, y, sin embargo, continúa siendo un redentor genuino”.
Pero ¿cómo podían los judíos conciliar la idea de un Mesías que moriría con el hecho de que el Mesías iba a gobernar como rey? Como señala Raphael Patai:
“El dilema se resolvió por medio de dividir en dos la persona del Mesías: uno, llamado Mesías ben Joseph [o hijo de José], iba a organizar los ejércitos de Israel en contra de sus enemigos, y, después de muchas victorias y milagros, caería como víctima. [...] El otro, Mesías ben David [o hijo de David], vendría después de él [...] y dirigiría a Israel a la victoria final, al triunfo, y a la Era mesiánica de felicidad”.
Esa idea dominante de un Mesías que moriría continuó desarrollándose durante los años que siguieron a la muerte de Bar Kokebá y finalmente se aplicó a un Mesías que todavía había de venir, quien moriría en batalla. Para aclarar esto, Patai explica: “Uno tiene la impresión de que lo que tiene que entender es que [...] [el Mesías] como el Hijo de José, moriría en el umbral del Fin de los Días, pero que volvería a la vida como el Hijo de David y completaría la misión que había comenzado en su encarnación anterior”.
¡Qué paralelo extraño denota esto con las creencias de los cristianos del primer siglo! ¡Ambos grupos afirmaban creer en un Mesías que moriría y sería resucitado antes de la predicha Era de paz!
Surgen otras objeciones
Durante los primeros siglos de la Era común, el pagano Imperio Romano se convirtió al catolicismo romano, y el antisemitismo entonces se hizo popular entre los que alegaban ser seguidores de Jesús. Durante los años posteriores, los judíos fueron testigos oculares de atrocidades como las que se cometieron durante las Cruzadas y la Inquisición, acciones que claramente violaron el mandamiento de Dios de ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ (Levítico 19:18). Además, los que afirmaban ser seguidores de Jesús adoptaron creencias no cristianas, como la adoración de un Dios trino y uno. Sin embargo, Moisés había enseñado: “EL SEÑOR, NUESTRO DIOS, ES SOLAMENTE UNO” (Deuteronomio 6:4, Nueva Biblia Española). Por eso, aunque ya no se podía considerar válida la objeción original en cuanto a Jesús como un Mesías que hubiera de morir, surgió otra objeción, la cual tenía que ver con la conducta y las creencias antibíblicas de los que afirmaban ser seguidores de Jesús. De aquí que el judaísmo continuara rechazando el cristianismo.
El Mesías... ¿real, o ideal?
Israel siguió esperando al Mesías siglo tras siglo. Por ejemplo, cuando el rabino medieval Maimónides formuló sus Trece Artículos de la Fe, incluyó lo siguiente: “Creo [...] con plena fe que el Mesías vendrá, y aunque se tarde, cada día esperaré su regreso”.
Sin embargo, en tiempos más recientes, todo lo referente a un Mesías particular ha quedado en el olvido entre muchos judíos. Por ejemplo, hace un siglo Joseph Perl escribió: “Los judíos verdaderamente educados no se imaginan de ningún modo al Mesías como persona de la realidad”.
Tales judíos no consideran que el Mesías sea una persona de la realidad, sino un ideal; por eso prefieren hablar de una Era mesiánica, en vez del Mesías. Sin embargo, sin un Mesías particular, no podría haber una Era mesiánica.
Pero ¿cuándo había de venir ese Mesías? ¿Qué dicen las Escrituras Hebreas?
-
-
¿Cuándo había de aparecer el Mesías?¡Despertad! 1983 | 22 de julio
-
-
¿Cuándo había de aparecer el Mesías?
EL TALMUD babilónico conserva una leyenda interesante en cuanto a Yonatán ben Uzziel, traductor de la paráfrasis aramea de los profetas hebreos conocida con el nombre de Tárgumes. Según esa leyenda, Yonatán quería traducir al arameo los Hagiógrafos, la última porción de las Escrituras Hebreas (según la Biblia judía). Pero una “voz del cielo” le dijo a Yonatán que desistiera de hacerlo, porque esa porción de las Escrituras contenía la fecha en que había de aparecer el Mesías.
Es interesante notar que una profecía de Daniel (el libro de Daniel forma parte de los Hagiógrafos), en la que, como ya hemos visto, se hace referencia específica al Mesías, sí contiene información cronológica respecto a cuándo había de aparecer. Considere de nuevo lo que se nos dice en Daniel 9:24-27 (Zunz):
“Setenta semanas (de años) han sido fijadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para reprimir la apostasía y poner fin al pecado, y para expiar el error, y para traer salvación eterna. [...] Sabe, pues, y entiende: Desde la salida del decreto para reedificar a Jerusalén hasta el Ungido, el Príncipe, hay siete semanas (de años); también sesenta y dos semanas (de años), de modo que la plaza de mercado y el foso serán reedificados, y eso en medio de la presión de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas (de años) un Ungido será destruido. [...] Y él concluirá un pacto firme con muchos, por una semana (de años), y a la mitad de la semana (de años) cancelará sacrificio y oblación”.
Note que se dice que ese período es de “setenta semanas (de años)”. La expresión hebrea que se utiliza aquí significa literalmente “setenta semanas”, o “setenta septenas”. Pero los eruditos judíos en general han entendido que cada semana consiste, no en siete días, sino más bien en siete años. Por consiguiente, para verter la expresión hebrea, el rabino Leopold Zunz usó la frase “setenta semanas (de años)” en la traducción que se cita arriba. (Vea también la traducción de Moffatt, en inglés; Torres Amat [1925], Da 9 v. 24; Bartina-Roquer, v. 24, en las que se usa la expresión “semanas de años”.) Por lo tanto, todo el período de “setenta semanas” dura 490 años.
¿Cuándo empieza ese período de 490 años? De acuerdo con la profecía, se inicia con “la salida del decreto para reedificar a Jerusalén”. ¿Se promulgó alguna vez dicho decreto?
Aunque Daniel vivió lo suficiente como para enterarse de un decreto que dio el rey Ciro de Persia en 538/7 a. de la E.C. para que se reedificara el templo de Jerusalén, no fue sino hasta casi un siglo después cuando se promulgó un decreto para que se reedificara a Jerusalén misma. Conforme se encuentra registrado en Nehemías 2:1-8, el rey Artajerjes Longimano dio dicho decreto en el vigésimo año de su reinado. ¿Y cuándo fue eso? Los registros históricos más confiables nos informan que Artajerjes empezó su reinado en 474 a. de la E.C., lo cual significa que su vigésimo año y su decreto corresponden al año 455 a. de la E.C.a Por lo tanto, el período de 490 años empezó en 455 a. de la E.C.
¿Cuándo precisamente, en el transcurso de aquellos 490 años, había de aparecer el Mesías? Note que las 70 semanas se dividen en tres períodos, a saber, uno de 7 semanas, otro de 62 semanas, y otro de una semana. Además, la profecía dice que el Mesías aparecería después que hubieran pasado los períodos tanto de 7 semanas como de 62 semanas, es decir, después de 69 ”semanas de años” o 483 años. Por lo tanto, podemos concluir que se profetizó que el Mesías aparecería 483 años después del año 455 a. de la E.C., o en el año 29 E.C.
Además, la profecía indica que el Mesías sería destruido o moriría después del período de 62 semanas (el cual siguió al período de 7 semanas), y, por consiguiente, durante el último período, que duraría una semana. Ese último período de siete años había de transcurrir de 29 E.C. a 36 E.C. Pero ¿cuándo, durante aquella última semana, moriría él? Se nos dice que “a la mitad de la semana (de años)” el Mesías ‘cancelaría sacrificio y oblación’. Ya que la profecía también había indicado que la muerte del Mesías proporcionaría verdadera expiación por el pecado, una vez que muriera el Mesías, cualesquier sacrificios de animales que se hicieran en el templo carecerían de importancia. Por eso la profecía evidentemente predijo que el Mesías moriría “a la mitad de la semana (de años)”, es decir, en 33 E.C.
¿Realmente apareció el Mesías en 29 E.C. y murió en 33 E.C.? Como ya hemos visto, los judíos del primer siglo estaban esperando ansiosamente al Mesías en aquel tiempo (Lucas 3:15). Pero de todos los que afirmaban ser el Mesías en el primer siglo, solo uno apareció en la escena mundial en 29 E.C. y murió en 33 E.C., ¡y fue Jesús de Nazaret! (Compare con Lucas 3:1, 2.)
Como también hemos visto, los seguidores de Jesús del primer siglo no solo pudieron armonizar los sucesos de la vida de Jesús con las profecías de las Escrituras Hebreas, sino que también, debido a que Jesús apareció varias veces después de morir, quedaron convencidos de que él había resucitado y que regresaría algún día para gobernar como Rey Mesiánico e introducir la Era de paz que se había predicho.
Pero ¿dónde nos deja esto a nosotros hoy? Ya han pasado casi 2.000 años desde que Jesús murió, y aún no hemos visto la predicha Era de paz. No obstante, Jesús mismo predijo las condiciones que existirían en el tiempo de los “últimos días” de este presente sistema de cosas y el pleno establecimiento del Reino Mesiánico de Dios. (Mateo, capítulo 24, y Lucas, capítulo 21.)
Si eso es así, significaría que podríamos llegar a presenciar el tiempo en que “habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, [...] y el león, como el buey, comerá paja”, el tiempo en que “no habrá ya más daño ni destrucción” entre las personas. (Isaías 11:1-10.)
-