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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
w69 1/8 págs. 473-476

Aguante con paciencia causa gozo

Según lo relató Josef Scharner

YO FUI uno de los 10.000 testigos de Jehová que los nazis echaron en sus diabólicos campos de concentración. Por más de nueve años aguanté su odio por ser amador de la Palabra de Dios, la Santa Biblia, y por rehusar renunciar a Jehová mi Dios.

Poco después de haber sido encarcelado se hizo patente que sin importar lo que hicieran los nazis podría aguantarlo con la fortaleza que Jehová me daba. Pero antes de relatar algunas de mis experiencias durante aquellos años, permítame decirle por qué vine a ser testigo de Jehová. La historia comienza en 1914 cuando yo tenía diez años de edad.

Dado que mi madre era miembro celoso de la Iglesia Católica Romana, se aseguraba de que asistiéramos con regularidad a la iglesia. Pero después de estallar la guerra en 1914 el sacerdote hizo una práctica de concluir cada sermón dominical diciendo: “Bendiga Dios al ejército alemán. Bendiga Dios a los soldados alemanes. Bendiga Dios las armas alemanas. Queremos, tendremos y es preciso que logremos la victoria.” A nosotros, los niños, no nos parecía mal esta expresión del sacerdote, pero a nuestra madre sí.

Un domingo, al salir de la iglesia, mi madre se dirigió a nosotros y dijo: “¡Hijos, algo malo pasa aquí! ¿A quiénes ayudará el Dios amado? ¿Qué rezará el sacerdote en Rusia? ¿Qué rezará el sacerdote en Francia? Para todos nosotros solo hay un Dios.” Jamás olvidé estas preguntas. Obviamente, Dios no podía contestar las oraciones para victoria que provenían de ambos lados de la guerra. Mientras más pensaba en estas preguntas más deseaba saber por qué la gente cristiana no puede vivir en paz. Encontré la respuesta en 1925.

UN CAMBIO EN MI VIDA

Precisamente después de terminar el aprendizaje de mi oficio me pusieron a trabajar con otro empleado que era uno de los Bibelforschers o Estudiantes de la Biblia, hoy conocidos como testigos de Jehová. Él siempre hablaba del reino de Dios y de cómo éste traerá paz permanente a la Tierra. Me ofreció el libro El Plan Divino de las Edades, el cual tomé y leí. En él encontré las respuestas a mis preguntas y una esperanza para el futuro.

Un día le pregunté a mi colaborador adónde iba los domingos, y me explicó el ministerio cristiano en el cual se ocupaba los domingos, que se llamaba el “trabajo de colportor.” Cuando le pregunté si podría acompañarle, prestamente accedió y me aseguró que la obra no era difícil. Descubrí que efectivamente no lo era. Después de acompañarlo a tres casas, le pedí que me dejara tratar de hablar yo solo en la siguiente casa. Desde ese tiempo hasta ahora el ministerio de casa en casa ha sido para mí una fuente de gozo.

Estudié diligentemente las ayudas para el estudio de la Biblia que se me daban, y mi conocimiento y aprecio de la Biblia aumentaron. Pronto me dediqué a Dios y simbolicé esta dedicación por medio de bautismo en agua. Seis meses después, en el otoño de 1925, empecé a dedicar todo mi tiempo a hablar acerca del reino de Dios de casa en casa.

Con una bicicleta, un maletín y paquetes de ayudas para el estudio de la Biblia publicadas por la Sociedad Watch Tower, me dirigí a la población de Hohenstein, donde se me había asignado a servir de tiempo cabal como ministro precursor. Mi asignación también incluía la aldehuela de Tannenberg. Grande fue el gozo que encontré allí al hablarle a la gente acerca de las buenas nuevas del reino de Dios y de la paz que con el tiempo traerá éste a toda la humanidad.

Más tarde, en 1931, mientras trabajaba en una aldea cerca de la población alemana de Johannesburg, encontré a algunos jóvenes que se interesaban en la verdad de la Biblia. Todos estaban en el coro de la iglesia local. Cuando el sacerdote se enteró de que yo estaba hablando con estos hombres, anunció desde el púlpito que todo Bibelforscher que entrara en la aldea debería ser echado. La siguiente vez que vine y comencé a ir de casa en casa, hablándole a la gente acerca de las cosas buenas de la Palabra de Dios, un hombre se dirigió a mí con un cuchillo largo. Saqué mi Biblia y di dos pasos hacia él, diciendo: “Tengo una mejor arma, la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios. ¿No le da a usted vergüenza venir contra un hombre con un arma tan sucia, contra un hombre que quiere hablar con usted acerca del reino de Dios? ¿Fue su sacerdote quien le dijo a usted que actuara así? Jesucristo dijo a sus discípulos que amaran a su prójimo. ¿Lo ama usted?” El hombre se confundió, se puso rojo y se fue, refunfuñando.

Cuando les conté este incidente a los jóvenes con quienes estaba estudiando la Biblia, se encolerizaron mucho con el sacerdote. Uno dijo: “Me voy a salir de la iglesia.” Tres días después el sacerdote vino a la casa donde yo estaba conduciendo un estudio bíblico. Durante la discusión las personas interesadas le hicieron preguntas al sacerdote y pidieron textos que apoyaran lo que decía. Entonces se encolerizó y se fue. Ahora los jóvenes del coro comenzaron a abandonar la iglesia uno tras otro porque habían encontrado el cristianismo verdadero. Más tarde algunos de ellos empezaron a desempeñar el ministerio cristiano de tiempo cabal como precursores, como yo lo estaba haciendo.

AGUANTE A PESAR DE PERSECUCIÓN

Fue en el otoño de 1935 que fui encarcelado por ser testigo de Jehová. En junio de 1933 el gobierno de Hitler había proscrito toda actividad de los testigos de Jehová en cuanto a reuniones y la distribución de ayudas para estudiar la Biblia. De modo que no me sorprendió cuando al fin fui arrestado y encarcelado por ser siervo cristiano de Jehová Dios. Cuando eso sucedió me sentí agradecido de no haber desatendido el estudio bíblico personal, ya que éste me ayudó a tener fe para aguantar. Con frecuencia pensaba en el aguante que mencionó el escritor bíblico Santiago, que dijo: “¡Miren! Pronunciamos felices a los que han aguantado.”—Sant. 5:11.

Aunque los oficiales de la prisión me quitaron la Biblia, permitían que otros presos la tuvieran. Pensaban que mi fe se debilitaría si no tenía la Biblia, y que por lo tanto renunciaría a mi fe firmando una declaración en ese sentido, preparada por los nazis. No comprendían que yo había grabado la verdad de la Palabra de Dios con gran profundidad en mi mente por medio del estudio bíblico personal y en grupo mucho antes de haber sido encarcelado. No pudieron quitar de mi mente aquellas verdades fortalecedoras de la fe.

Un día me pusieron en una celda con un preso que había sido condenado a muerte por robo y asesinato. Los guardias le habían permitido tener una Biblia. Precisamente antes de ser ejecutado fue trasladado a otra celda, pero dejó su Biblia, lo cual me causó mucho gozo. Ahora tendría el deleite de embeber la fortalecedora Palabra de Dios. Todos los días la leía y trataba de aprenderme de memoria muchos de sus versículos. Muy a menudo pensaba en las palabras de Jesús: “El que haya perseverado hasta el fin es el que será salvo.”—Mat. 24:13.

Después de haber estado encarcelado por seis años surgió la posibilidad de que fuera puesto en libertad. Un oficial de la Gestapo (Servicio de Seguridad) me entrevistó acerca de ello. Me preguntó si ya me había curado de mis ideas incorrectas después de los seis años o si todavía creía en Jehová. Le aclaré que todavía estaba dedicado a la adoración del Dios verdadero, Jehová, y que no firmaría la declaración en que renunciaba a mi fe. Entonces se dio la orden de que yo fuera enviado a un campo de concentración. El oficial de la Gestapo dijo: “Allí soplará otro viento. Allí se quedará quieto, y su salida solo será por la chimenea si rehúsa firmar.”

AGUANTE CON PACIENCIA

Toda oportunidad que tenía en el campo de concentración para hablar acerca de las buenas nuevas del reino de Dios y de las promesas consoladoras de su Palabra era una fuente de gozo para mí. Recuerdo una experiencia que tuve cuando estuve en el hospital del campo por un tiempo. Estaba allí un prisionero joven muy enfermo y siempre me decía: “Dígame algo en cuanto al Reino. Lo que usted dice es muy consolador.” Especialmente estaba interesado en oír acerca de la resurrección de los muertos porque no esperaba recobrarse de su enfermedad. Fue un placer poder darle esperanza con la verdad de la Palabra de Dios.

En otra ocasión cuando estuve enfermo de fiebre tifoidea y fui recluido en el hospital del campo, tuve el privilegio de hablar con las otras personas enfermas que estaban allí en cuanto a las muchas bendiciones que la humanidad doliente recibirá de Dios bajo el régimen de su reino. El doctor, que también era un prisionero, me dijo: “Su fe y su actitud gozosa le ayudarán a ponerse bien rápidamente.”

Vez tras vez experimentaba el gozo de Jehová cuando les hablaba a otros acerca de las verdades de su Palabra. Hasta tuve la oportunidad de dar un testimonio a algunos de los oficiales de la SS que vinieron a inspeccionar un terreno. Miraron a su alrededor, y cuando uno vio mi insignia de color lila, insignia que tenían que llevar los testigos de Jehová como marca de identificación, el oficial me llamó: “¡Lila! ¡Ven acá!” Cuando me acerqué, preguntó: “¿Por qué estás aquí en el campo de concentración?” Le dije que yo creía en la Biblia como la Palabra de Dios y hablaba en cuanto a ella. Entonces dijo: “Así que tú eres un Bibelforscher.” Le dije que sí. Luego preguntó: “¿Firmaste los papeles?” Mi respuesta fue que no lo había hecho, y él quiso saber por qué. “No quiero hacerme traidor.” El comentó: “Entonces debes ser un verdadero estudiante de la Biblia y debes saber cuándo vendrá la paz.” Le dije que la paz vendrá solo cuando la establezca el reino de Dios bajo Cristo.

El oficial de la SS se dirigió a sus compañeros oficiales y les dijo: “¡Miren a estas personas! Uno puede encarcelarlas, quitarles todo y hasta matarlas, pero no renuncian a su creencia en Jehová. Efectúan bien su trabajo y son personas honradas, pero no sirven para la guerra.” Los prisioneros que oyeron esta conversación nos respetaron más. Por supuesto, había algunos que decían que éramos estúpidos por no firmar los papeles, renunciando a nuestra fe, para que pudiéramos salir libres e irnos a casa.

AL FIN LA LIBERACIÓN

Después de pasar más de nueve años en una prisión y en el campo de concentración de Stutthof cerca de Danzig, finalmente recobré mi libertad. Vino después que unos 900 prisioneros fueron trasladados a otro lugar. Nos metieron en una pequeña barcaza para transportar hulla, la cual era empujada por un remolcador. Al ir atravesando el mar Báltico hasta Flensburgo en el norte de Alemania, muchos de los prisioneros enfermos fueron echados al mar por los guardias. Me duele decir que uno de ellos fue un testigo de Jehová de Polonia, Ignatz Ukrzewski. Los enfermos fueron apiñados en una carbonera de unos tres metros de profundidad sin tener lugar para moverse de un lado al otro. Algunos hasta fueron echados encima de otros. Cuando los hombres de la SS se enteraron de que hablábamos con los prisioneros enfermos, nos encerraron en el otro extremo de la barcaza.

Después que las fuerzas de ocupación aliadas nos libertaron en Flensburgo, de nuevo emprendí la obra cristiana que había sido interrumpida por mi arresto más de nueve años antes. Comencé a predicar las buenas nuevas del reino de Dios de casa en casa.

Había pocos testigos de Jehová que podían pronunciar discursos públicos en Alemania inmediatamente después de la guerra. De modo que tuve el privilegio de pronunciar discursos de esa clase en varias aldeas y poblaciones. El poder hablar de la Palabra de Dios de esta manera fue una fuente de gran gozo para mí. Entonces cuando la Sociedad Watch Tower comenzó a enviar representantes especiales, que se llamaban siervos de circuito, a las diversas congregaciones alemanas, se me invitó a servir en esa capacidad. ¡Qué gozo fue ése! Fue un verdadero privilegio participar en una obra que fortalecía a las congregaciones, que ayudaba a mis hermanos cristianos a adelantar a la madurez espiritual y que los estimulaba a perseverar fielmente en el servicio de Jehová.

En 1946 fui bendecido con una compañera de toda la vida cuando me casé con una hermana espiritual cuyo primer esposo e hijo mayor habían sido ejecutados por los nazis por retener su integridad a Jehová Dios rehusando quebrantar su neutralidad en la guerra. Desde entonces hemos servido a Jehová juntos como siervos de tiempo cabal.

Desde el tiempo en que emprendí el servicio gozoso de nuestro Creador hasta ahora han pasado más de cuarenta y tres años. Aunque he tenido muchas pruebas severas que requirieron aguante paciente, he disfrutado de muchas ricas bendiciones debido a que confié en Jehová, retuve mi integridad a él y di a sus intereses el lugar preeminente en mi vida. Sé por experiencia personal que los que confían en él pueden permanecer firmes como una montaña contra todo esfuerzo por quebrantar su integridad cristiana. Al recordar los acontecimientos de mi vida, estoy más convencido que nunca de que el aguante con paciencia causa con el tiempo innumerables gozos y bendiciones.—Sal. 125:1; Luc. 21:19.

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