Por qué dejé una prometedora carrera de gimnasia
YO ERA una verdadera entusiasta de la gimnasia. Todo empezó cuando tenía quince años de edad. Noche tras noche me hallaba en el club deportivo local. Progresé rápidamente y pronto gané premios nacionales en campeonatos menores. Mi especialidad, como muchacha, era la acrobacia en el suelo y la barra fija. En el transcurso de dos años participé en la competencia mayor, y mi entrenamiento se intensificó. Fui escogida para formar parte del Equipo Nacional de Gimnasia para representar a Portugal en competencias y exhibiciones internacionales.
Esta era la oportunidad que había estado esperando. Me aproveché de ella con celo juvenil. Ahora podía viajar, obtener extensa experiencia y más tarde establecer una carrera de educación física. Viajé a varios países, incluso el Brasil y España. A principios de 1966 fui a Francia a recibir entrenamiento especializado durante dos meses. Si sobresalía, entonces habría de participar tanto en los campeonatos europeos como posteriormente en los Juegos Olímpicos en México.
Regresé de Francia a casa más entusiasmada que nunca, pero pronto me di cuenta de que había habido un gran cambio en nuestra familia. Mi madre y mi hermana habían comenzado a estudiar la Biblia. Sabían que habían hallado la verdad y querían compartirla conmigo. Fueron prudentes, pero persistentes. Durante las pocas horas que estaba en casa, a la hora de las comidas, me explicaban las cosas conmovedoras que estaban aprendiendo de la Biblia. Descubrí que me estaba interesando.
Después de dos meses quedé convencida de que los testigos cristianos de Jehová estaban enseñando la verdad de la Palabra de Dios. Esta no solo era otra religión... sino un modo de vivir, como debe ser el cristianismo.
Persistiendo en mi decisión
Sabía que en muy corto tiempo tendría que tomar una decisión grande. Para aquel mismísimo verano había un programa de competencias internacionales, y aquí estaba yo en medio de las competencias eliminatorias nacionales. Después de los ejercicios obligatorios del primer día, quedé clasificada en primer lugar por mucho en mi grupo. Esto quería decir que aun con una exhibición mediocre en los ejercicios opcionales del segundo día estaría en primer lugar.
Aquella noche no pude dormir. Mi mente seguía pensando en el futuro. Si continuaba, me obligaría a seguir tras los objetivos del equipo durante un número de años siguientes. ¿Era eso lo que realmente quería? ¿Me permitiría esta carrera deportiva servir plenamente a Dios? ¿No me sería más difícil desistir, mientras más avanzara y más obligaciones asumiera? Consideré las perspectivas futuras y tomé mi decisión, orando a Jehová Dios que me diera fuerzas para adherirme a ella.
A la mañana siguiente fui a la competencia, ¡pero no a participar! Les hablé a los directores acerca de mi decisión de renunciar a la gimnasia. Nadie me creyó. Pensaban que hablaba en broma. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que hablaba en serio. Mis compañeros miembros del equipo se esforzaron muchísimo por convencerme para que continuara. Durante los días que siguieron, el teléfono en casa sonó casi constantemente. Amigos bien intencionados trataban de persuadirme a reconsiderar el asunto y cambiar de parecer. Dos directores del club visitaron nuestro hogar para hablar con mi madre en un esfuerzo por convencerme de que yo estaba desperdiciando una oportunidad dorada. ‘Esta joven, en la flor de su vida, con más de una veintena de medallas y trofeos, está tomando una decisión demasiado drástica,’ dijeron.
Pero mi decisión estaba tomada. Había dedicado mi vida a Jehová Dios y en el transcurso de un mes me bauticé en símbolo de esa dedicación.
La educación física me había atraído porque se tiene en alta estima el cuidado apropiado del cuerpo, la nutrición, el mantener buena salud y el cuerpo en buen funcionamiento. Se presentan muchas ventajas para estimular la participación en los deportes, como las emociones del esfuerzo cooperativo del equipo, el adquirir la habilidad de ganar honrosamente y con humildad, y de perder con gracia. Se dice que la buena deportividad contribuye en sumo grado al equilibrio en el trato de gentes.
Pero por experiencia personal también vi el otro lado del cuadro. Mientras más participaba en las competencias más evidente se me hacía el hecho de que la competencia hacía brotar la envidia, y esto hasta entre miembros del mismo equipo. A veces una oía comentarios ofensivos que se hacían en desdoro del que sobresalía o el que ganaba el primer premio. Cuando algunos habían desarrollado atributos físicos del cuerpo mismo a un grado notable, reflejaban orgullo y presunción excesivos. Se necesita entrenamiento constante y horas de ejercicio para mantenerse en forma. El prepararse para las competencias internacionales demanda casi todo su tiempo.
En el caso de muchos la pasión de ganar eclipsa el gozo mismo de participar en actividad deportiva saludable. Si uno gana, el premio es fama personal y renombre para uno. Pero, ¿no es eso gloria pasajera? ¿No son las marcas de hoy olvidadas mañana cuando se aclama a los nuevos campeones? ¡Cuán ciertas hallé las palabras registradas en la Biblia en 1 Timoteo 4:8: “Porque el entrenamiento corporal es provechoso por un poco; pero la devoción piadosa es provechosa para todas las cosas, puesto que encierra promesa de la vida de ahora y de la que ha de venir”!
¡Cuán remuneradores han sido los dos años pasados! No carezco de ejercicio diario. El ministerio cristiano de visitar los hogares de la gente para hablarle acerca de los maravillosos propósitos de Dios no solo suministra bastante ejercicio, sino que también da la oportunidad de desarrollar cualidades cristianas de gobierno de uno mismo, perseverancia y humildad.
Es verdad que causa satisfacción el sobresalir y ganar un premio. ¿Echo de menos ese sentimiento de estar esforzándome por un premio y ser remunerada? ¡De ninguna manera! Al participar en el ministerio estoy ante el mayor desafío posible, esforzándome por el premio de la vida eterna.—1 Juan 2:25.
Y a menudo disfruto de gozos en mi nueva carrera. Por ejemplo, hace varios meses me alegré mucho cuando una señora me pidió que comenzara un estudio bíblico de casa con ella. Progresó rápidamente. Con anterioridad ella había sufrido violentos ataques demoníacos, y en aquellas ocasiones los vecinos corrían a su casa llevando rosarios y varios “santos” esforzándose por exorcizar a los espíritus malignos. Un día me dijo que se había deshecho de más de veinte de aquellos rosarios así como de una imagen de más de medio metro de altura de “Nuestra Señora de Fátima.” Notando el cambio provechoso que había acontecido en su esposa, el esposo pidió un estudio bíblico. Ahora los dos están proclamando las buenas nuevas del reino de Dios.
Sí, me siento muy feliz de haber optado por hacerme proclamadora de tiempo cabal del reino de Dios. Esto me ha proporcionado una satisfacción que jamás conocí antes. Durante los dos años pasados he tenido el mayor gozo imaginable al ayudar a veinte personas a hacerse proclamadoras del reino de Dios. Me parece que estoy usando mi vida de la manera más valiosa posible... el buscar alabanza, no para una misma, sino para nuestro Magnífico Creador.—Contribuido.