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  • Mi carrera como bailarín
  • ¡Despertad! 1978
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  • Otra compañera
  • Un asunto de religión
  • El principio de un cambio
  • Efecto de la conducta de mi esposa
  • Una vida verdaderamente mejor
  • Sentido apropiado de los valores
  • Preguntas de los lectores
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¡Despertad! 1978
g78 8/8 págs. 16-20

Mi carrera como bailarín

EL CHA-CHA-CHA, el tango, la samba, la rumba y otros ritmos y cadencias exóticos me impresionaron desde muy joven. Producían en mí el deseo insaciable de ponerme a bailar. Poco después de mudarme de Holanda al Canadá, a la edad de 18 años, comencé a aprender el baile con el propósito de hacer de éste mi profesión.

Al principiar mi carrera conocí a una bailarina que llegó a ser mi pareja. Abandoné mi otro trabajo seglar, y por más o menos un año tomamos lecciones y practicamos. Puesto que deseábamos sobresalir en el campo, comprendimos que teníamos que ir a Londres, Inglaterra, pues ése era el lugar en que se entrenaban los bailarines campeones.

Me sentía obsesionado por la idea de llegar a ser el campeón canadiense de bailes de salón. No me tomó mucho tiempo averiguar que yo no era el único que tenía esa ambición. En Londres conocí a parejas de todas partes del mundo, que se estaban entrenando para llegar a ser los mejores bailarines de su propio país.

Tuvimos la fortuna de que entre nuestros maestros particulares estaban los campeones mundiales de aquel tiempo, y también muchos anteriores campeones mundiales. A menudo bailábamos siete días a la semana, de cinco a ocho horas al día. A fin de edificar y mantener la fuerza física, el vigor y la agilidad que se exigían, seguimos una dieta estricta y un riguroso horario de ejercicios.

Debido a la presión que se nos venía encima por tratar de bailar bien, mi pareja y yo tuvimos muchas discusiones en la pista de baile acerca de quién era el que estaba cometiendo los errores. Solíamos insultarnos y echarnos ternos el uno al otro. Hasta ese entonces yo había sido una persona bastante humilde, pero mi personalidad cambió por completo. Cuando perdía los estribos golpeaba a mi pareja, y la arrastraba por toda la pista.

Nuestro entrenamiento intensivo continuó por unos cuatro años. Regresamos de Inglaterra en 1965 cuando llegamos a una norma lo suficientemente alta para alcanzar eminencia entre los mejores bailarines de salón del Canadá. Ese mismo año ganamos el campeonato canadiense. Pero aún así no me sentía satisfecho.

Volvimos a Inglaterra para recibir un entrenamiento adicional de seis meses. Con el tiempo ganamos tres veces el campeonato canadiense de bailes de salón y danzas latinoamericanas. También competimos en los Estados Unidos y ganamos cada competencia en la que entramos. Vencimos a parejas que anteriormente habían ganado los campeonatos norteamericanos hasta cinco veces. A pesar de que para entonces había ganado más de 150 trofeos y medallas, y había demostrado que era uno de los mejores bailarines de salón de la América del Norte, no me sentía ni satisfecho ni feliz.

Debido a la tensión mis nervios no andaban muy bien, y mi genio era aún peor. Mi pareja y yo no nos llevábamos bien. La única razón por la cual seguimos juntos por siete años fue que comprendíamos que ésa era la única manera de obtener la atención y gloria que deseábamos. Decidí que era hora de emprender el negocio y empezar a disfrutar de algunos de los beneficios.

Otra compañera

Se me contrató para entrenar a maestros de baile por unas cuantas horas a la semana en una de las principales escuelas de baile del Canadá. Allí conocí a mi futura esposa. Puesto que ella era una principiante no se le permitía entrar en mis clases. Sin embargo, de vez en cuando hallé la oportunidad de hablarle. Nos enamoramos, y en 1978, cuatro meses después de habernos conocido, nos casamos.

En ese entonces me proponía seguir bailando con mi compañera de baile. Sin embargo, mi esposa puso de manifiesto que ella también quería bailar. Yo no había contado con eso. Eso significaba comenzar de nuevo, pues una vez que el hombre está entrenado, por más talentosa que sea la muchacha, requiere unos dos años para ponerse a la par de él. Pero, ¿tenía mi esposa calidad de campeona?

Después de proporcionarle por mi cuenta un fundamento en las técnicas de baile, fuimos a Londres, Inglaterra. Allí mi opinión fue confirmada por la de bailarines que habían sido campeones mundiales; ella tenía la habilidad, el empeño y el talento. Predijeron que ella iba a ser hasta mejor que mi pareja anterior. Por dos años trabajamos como esclavos de la danza. ¡Y la predicción de ellos se realizó!

Apenas podía esperar para entrar en las competencias con ella. Todo estaba a nuestro favor. Yo ya me había hecho famoso debido a mis logros anteriores. Estábamos listos para emprender la marcha... creía yo. Pero entonces ella dijo que definitivamente no estaba interesada en entrar en ninguna competencia.

Esto me pareció extraño, pues sabía lo mucho que ella disfrutaba de bailar. “¿Por qué?” le pregunté, “¿por qué?” Para responder a esta pregunta, tenemos que retroceder al tiempo en que nos conocimos.

Un asunto de religión

Una vez, al principio mismo de nuestro noviazgo, había surgido el nombre de “testigos de Jehová.” En esa ocasión mi futura esposa dijo que no podía verme porque tenía una cita para estudiar la Biblia. Esa fue la primera vez que yo había oído acerca de este grupo religioso. Sin embargo, pronto olvidé el incidente.

Pasaron dos años y un día mi esposa me dijo que de nuevo iba a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. No me quejé, pues me pareció que esto solamente era un gusto pasajero. Además, toda mi vida había sido católico romano, y esto nunca había servido de obstáculo a que yo bailara.

Sin embargo, poco después que mi esposa reanudó sus estudios bíblicos empecé a ver cambios. En ese entonces las minifaldas estaban de moda, y a mí me gustaban. Mi esposa siempre las usaba, pero de súbito, el largo de sus faldas y vestidos bajó hasta el nivel de la rodilla. ¡Qué aborchornado me sentía con ella enfrente de clases en las que había de 30 a 90 estudiantes! Pero transigí. Imagínese, ella tuvo que prometerme que no le diría a nadie por qué había cambiado su estilo de vestido.

Después vino el bochorno en las reuniones sociales... no ponerse de pie durante el himno nacional, y ninguna fiesta de Navidad o de Año Nuevo. En ese entonces las explicaciones que me dio de sus acciones no me satisficieron. Comencé a sentirme un poco irritado. Creí que los Testigos tenían que ser un grupo de verdaderos locos. Sin embargo, no me alarmé mucho. Mi esposa todavía continuaba enseñando y bailando tanto como siempre.

Poco a poco comencé a usar persuasión apacible para desanimarla. Hasta hice arreglos para que regresáramos a Inglaterra a fin de que se envolviera más en el baile, pero eso de nada me sirvió. También había Testigos en Inglaterra. Entonces quiso tener tiempo libre para asistir a las reuniones. No una vez a la semana. ¡Oh, no,... tres veces! Esto significaba perder tiempo de instrucción, dinero. La situación comenzó a desmandarse.

La persuasión apacible no dio buenos resultados. Así es que usé otras tácticas, pero nada parecía surtir efecto. De hecho, mientras más me esforzaba por lograr que ella abandonara “esa religión estúpida,” como yo la llamaba, más determinada parecía hacerse ella. De cierto modo admiraba su firmeza, su dedicación a lo que ella creía que era la verdad. No obstante, no podía concordar con ella. Entonces vino el golpe de gracia: nada de competencias.a

Para ese entonces había dedicado 13 años de mi vida al baile. Con sudor y trabajo duro había edificado una carrera excelente, y solo estaba comenzando a segar los beneficios. Y mi esposa también había trabajado duro. No podía comprenderlo. Ella había bailado prácticamente día y noche por más de dos años para obtener el calibre de campeona. Ahora que había logrado la meta por la cual se había esforzado tan afanosamente, ¿sencillamente iba a dejarla escapar?

Por más o menos el año siguiente le infligí mucho sufrimiento a mi esposa. En las sesiones de práctica a veces me enfurecía y la trataba muy mal. También comencé a flirtear con otras muchachas para desquitarme. Le advertí que nunca mencionara ni una palabra acerca de su religión a ninguno de mis estudiantes. Y siempre que ella decía algo contrario a mis creencias católicas, me encolerizaba violentamente. No obstante, al debido tiempo, ella se bautizó como testigo de Jehová. Nuestro matrimonio estaba sufriendo y la separación parecía inevitable.

El principio de un cambio

Entonces sucedió lo inesperado. Desde hacía algún tiempo, mi esposa, al ver que no me podía hablar, dejaba ejemplares de las revistas ¡Despertad! y La Atalaya a la vista, con la esperanza de que yo las leyera. Al principio solo lo hice de vez en cuando. Entonces me di cuenta de que las estaba esperando. La información que recibía al leer ¡Despertad! era provechosa. Me mantenía bien informado sobre cosas importantes que estaban ocurriendo y me permitía hablar a mis estudiantes acerca de muchos temas.

Aunque al principio no quise reconocerlo, muchas de las cosas que se consideraban en La Atalaya tenían sentido. Comencé a reconocer que lo que decía acerca de la actitud de la gente en general era cierto. Sin embargo, yo había creído que el mentir, robar, decir malas palabras, traicionar, chismear y el odio eran cosas normales... la manera en que se suponía que fueran las cosas. Esto no significa que me sentía complacido con esas condiciones. Pero no comprendía que había algo mejor.

Efecto de la conducta de mi esposa

Entonces comencé a tomar nota del comportamiento de mi esposa. Podía ver claramente que ella era diferente de las otras mujeres casadas y solteras que yo conocía. Se vestía modestamente. Durante todo el tiempo en que la maltraté, ni una solo vez se rebeló. El mentir era inconcebible para ella; nunca se mezclaba en los chismes. Lo más sobresaliente era el hecho de que nunca flirteaba con nadie. Muchos hombres le echaban piropos, pues era una muchacha muy bien parecida.

Aunque al principio le atribuía todas estas buenas cualidades directamente a ella, comencé a darme cuenta de que sus creencias, basadas en la Biblia, le daban fuerza moral y una elevada norma de vida. Comencé a aceptar el hecho de que no bailaría en competencias, y, con el tiempo, hasta yo mismo me retiré de ellas.

Cuando lo hice, muchos de mis llamados amigos y compañeros de competencia, que me habían tratado con excesiva cordialidad y me habían rendido mucha pleitesía cuando yo era “la estrella,” comenzaron a tratarme con frialdad. A veces por despecho deseé regresar a la pista de baile y darles una lección. Pero, recordé el texto bíblico que indica que tales cosas son ‘vanidad y un esforzarse tras el viento.’—Ecl. 1:14.

Me tragué el orgullo, y comencé a darme cuenta de que durante todos estos años había estado en un ‘viaje egocéntrico.’ Había bailado solamente para ganar, para recibir gloria. Aunque esto me había beneficiado financieramente, no me había traído felicidad personal.

Una vida verdaderamente mejor

Concordé en estudiar la Biblia con un Testigo. Después de visitar el Salón del Reino unas cuantas veces, y de asistir a algunas reuniones sociales de los testigos de Jehová, reconocí que eran sanamente diferentes. Parecían más felices que las personas que componían mi círculo de asociados. Siempre estaban hablando de la vida en una Tierra paradisíaca bajo el reino de Dios, lo cual era una expectativa que me atraía mucho. Y mientras más aprendía acerca de la Biblia y acerca de sus promesas de un mundo mejor, más me convencía de que los Testigos entendían la verdad de la Palabra de Dios.

Lo que más me impresionó fue lo que vi en la asamblea a la que asistí en 1973 en el Hipódromo Woodbine de Toronto, Canadá. Había allí más de 30.000 personas, incluso niños. No obstante, el lugar se mantenía nítido... no se podía ver basura en ninguna parte. Todos cooperaban y todos parecían estar felices. Fue entonces que en realidad comencé a creer que lo que los Testigos predicaban acerca del paraíso aquí mismo en la Tierra bajo el reino de Dios podía ser una realidad.

Comencé a sentirme agradecido a Jehová Dios por haber ayudado a mi esposa a soportar los tiempos difíciles que pasó conmigo. ¿Qué hubiera sucedido si ella hubiera transigido, o si me hubiera abandonado? En vez de eso, ella optó por seguir a mi lado. ¡Qué maravillosa bendición ha resultado de eso para nosotros!

Aun antes de bautizarme comenzamos a hablar a nuestros estudiantes acerca de las buenas nuevas del Reino. Inmediatamente comenzamos estudios bíblicos. Algunos respondieron muy rápidamente. Con el tiempo cuatro se han bautizado y otros están estudiando. He sido nombrado siervo ministerial en la congregación cristiana a la cual asistimos, y de vez en cuando mi esposa tiene la oportunidad de servir de precursora auxiliar (compartir en la predicación de tiempo cabal). Nuestro matrimonio es más feliz ahora que nunca antes.

Sentido apropiado de los valores

¿Bailamos todavía? Sí, aunque quizás no seamos los mejores, la gente sigue disfrutando de vernos bailar, y nuestro pequeño negocio de baile nos provee las necesidades materiales de la vida. Pero ahora tenemos lo que el baile profesional nunca pudo darnos, a saber, una excelente relación con Jehová Dios. A causa de esto tenemos paz mental y expectativas de un futuro mejor... vida eterna en el nuevo orden de Dios.

Ya no estamos interesados en ganar trofeos corruptibles. No obstante, participamos en una carrera, una carrera por la vida eterna. (1 Cor. 9:24-26) Me gustaría preguntar a todos los que se están esforzando por llegar a ser el Número Uno en cualquier arte o deporte: ‘¿Vale la pena todo el trabajo duro, esfuerzo, dolores de cabeza y sacrificios el solo ganar un trofeo o medalla corruptible? ¿Por qué no envolverse en una carrera en la que todos los participantes fieles reciben un premio, una carrera que le traerá verdadera paz mental e incalculable felicidad?’

Mi esposa y yo lo hemos hecho, y estamos determinados a seguir corriendo hasta que alcancemos nuestra meta prometida, la vida bajo el reino de Dios en una Tierra paradisíaca. Y la promesa de la Biblia respecto a esto no es una promesa vacía, pues Jehová Dios mismo, el Creador de los cielos y la Tierra, la ha hablado. (Rev. 21:3-5)—Contribuido.

[Nota]

a Vea Gálatas 5:26 en la Biblia, Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras.

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