Yo fui carcelera de cristianas
Según relatado al corresponsal de “¡Despertad!” en Corea
A FINES de la década de 1930 yo era guarda de prisión en la Prisión de Seúl. En aquel tiempo los japoneses gobernaban en Corea. Yo era una de seis coreanas que habían sido asignadas a la Sección de las Mujeres; trabajábamos bajo seis guardas japonesas. No tenía ni la menor idea de que pronto iba a ser carcelera de cristianas fieles.
En 1938 y 1939 leí que el gobierno japonés había arrestado a algunos de los ministros supervisores de los Estudiantes Internacionales de la Biblia, como entonces se conocía a los testigos de Jehová en el Japón y Corea. Más tarde, cuando hubo arrestos de Testigos individuales, llegué a ser guarda de seis de estas mujeres, toda evangelizadoras, de los testigos de Jehová. Las pusieron en mi sección.
Mis deberes en la prisión eran enseñar japonés a las prisioneras, enseñarles a tejer o hacer algo con las manos, tratar de educar a las analfabetas y acondicionar su mente para cuando fueran puestas en libertad. También sacaba a las prisioneras de su celda para que hicieran ejercicio. Además de participar en los deberes de guarda, tenía la responsabilidad de poner en vigor todas las disposiciones reglamentarias de la prisión.
A todas se nos manda inclinarnos
Una de las disposiciones reglamentarias de la prisión requería que cada mañana todas las prisioneras (y también nosotras las carceleras) nos inclináramos hacia Tokio cuando lo ordenara la guarda principal. Este era un rito nacionalista japonés en adoración del emperador japonés. Era parte del sintoísmo. A nosotras las coreanas se nos obligaba a participar en ello. Más tarde me enteré de que estas seis Testigos fueron encarceladas en parte por rehusar inclinarse hacia el Este. En la prisión también rehusaron por razones religiosas inclinarse hacia Tokio.
Cuando se les denunció a las autoridades de la prisión y los esfuerzos por persuadirlas a inclinarse resultaron infructuosos, se les castigó. Finalmente cada una fue encadenada. Estas eran cadenas muy pesadas y era difícil levantarlas para ponérselas en la espalda. Estas Testigos llevaban las cadenas la mayor parte de las veinticuatro horas del día.
En aquel tiempo yo pensaba que eran tontas al mantener una actitud tan desafiante solo a causa de religión y acarrearse aquel castigo severo. Muchas veces traté de persuadirlas a inclinarse hacia el Este con las demás de nosotras y evitarse esta experiencia.
Impresionada por su fe y valor
Pero al seguir hablando con estas mujeres quedé profundamente impresionada por su fe. Siempre estaban alegres, y en todos los demás asuntos eran sumamente obedientes y fáciles de manejar. Sentí afinidad especial con una de estas mujeres. Esto se debió a que había muchos paralelos entre la vida de la Sra. de Chang y la mía. Ella había sido bien educada, como yo. Era hija única, como yo. Aprendía a efectuar muy aprisa cualquier trabajo que se le asignaba. Tenía un excelente conocimiento general. Yo sentía empatía especial por ella porque había sido encarcelada poco después de haberse casado.
Siempre que examinaba las celdas donde estaban estas seis Testigos, encontraba a estas cristianas leyendo o considerando la Biblia. Pude discernir que esto era la clave de su fe, y me preguntaba cómo un libro podía inspirar la fe que tenían.
Un día cuando saqué a las Testigos de su celda para hacer ejercicios, la Sra. de Chang me pidió noticias del exterior. Le dije que el Japón había resultado victorioso sobre las fuerzas estadounidenses en las Filipinas y sobre las fuerzas británicas en Singapur, etc. La Sra. de Chang me explicó algo de las profecías de la Biblia y lo que me dijo me dejó la impresión de que ella pensaba que el Japón sería derrotado con el tiempo.a Me aterroricé de que siquiera insinuara tal cosa, y sabía que, si las otras guardas la oían, aquello significaría castigo aun más severo para ella, incluso una reducción en las raciones de alimentos. Le aconsejé rigurosamente que no repitiera aquellas palabras a nadie.
Unos cuantos días después cuando le pasaba su alimento por una abertura en su celda, la Sra. de Chang me explicó más cosas con su Biblia. Dijo que a todos los gobiernos del mundo se les describía en la Biblia como semejantes a bestias y que serían destruidos por el reino de Dios. Pude haberme alejado de aquella abertura, pero me interesó lo que ella decía. Pude haber hecho que fuera castigada, pero no tenía intención de hacerlo. Sentía atracción hacia estas Testigos valerosas cuya fe podía hacer que hablaran tan denodadamente aunque estaban siendo castigadas por aquella fe.
Cuando estaba sola con ellas, a veces les quitaba las cadenas por corto tiempo, pero aquello se tenía que hacer con mucha cautela. Entonces hubo un incidente inolvidable.
Una de estas seis mujeres enfermó gravemente. Al mismo tiempo que ella había sido encarcelada su hijo también había sido encerrado en la misma prisión. Pero él transigió en su fe inclinándose hacia el Este. Debido a esto recibió un trabajo mejor en la prisión, pero no fue puesto en libertad. Su madre fue inmovible en su fe. Cuando se hizo obvio que moriría, quiso ver a su hijo. Intervine a favor de ella para que su hijo finalmente fuera traído de la sección de los hombres. Estuve presente en esta reunión de la madre y el hijo. Ella estaba agonizando, pero animó a su hijo a mantener su fe. Él no escuchó, sino que le rogó a su madre que transigiera para que pudiera ser sacada de la prisión para morir. Cinco días después ella murió. Se le permitió al hijo asistir al funeral en la prisión. Él sollozó amargamente y yo no pude evitar llorar también.
Desesperación y falta de fe sustentadora
Fue entonces que decidí cambiar de ocupación. Había llegado a ser guarda de prisión después de graduarme de una escuela para mujeres que se tenía en alta estima, una escuela establecida por el gobierno, y yo estaba capacitada como maestra. Mientras todavía estaba en la escuela habíamos sido llevadas a una gira de una prisión, y quedé conmovida por la impotencia de las reclusas. Pensé que siendo guarda no solo podría enseñar, sino ayudar de alguna manera a estas desafortunadas. De modo que llené mi solicitud y fui aceptada en la prisión. Pero habiendo visto a tantos desdichados en los años que estuve en la prisión, me di cuenta de lo poco que podía ayudarles.
Es verdad que de vez en cuando había recibido de ex-reclusas cartas en las que me decían cuánto apreciaban lo que les había enseñado, y eso me causaba placer. Pero vi mucho en lo cual no podía ayudarlas, y desde un punto de vista simplemente humanista me desesperaba al no poder en realidad cambiar la situación para ayudarlas. Después de la muerte de esta Testigo, me di cuenta de que yo no tenía una fe que me sustentara como la fe que la había sustentado a ella. Dejé mi puesto de guarda en la Prisión de Seúl antes de terminar la II Guerra Mundial.
Mis propios antecedentes religiosos no me habían inculcado aquella clase de fe. Mi familia había sido budista. Yo había frecuentado el templo budista con mi madre. Pero como muchacha de secundaria tenía suficiente educación para saber que la adoración de imágenes que practicaba mi madre era solo superstición, de modo que ya no adoraba así cuando me independicé.
Cuando llegó 1945 y terminó la larga ocupación japonesa de Corea, recordé lo que me había dicho la Sra. de Chang, y me llamó la atención el que las profecías de la Biblia de veras fueran ciertas. Hasta me sentí impelida a tratar de comunicarme con la Sra. de Chang, pero en la prisión me enteré de que ella y las otras cuatro mujeres habían sido puestas en libertad.
En los años que transcurrieron después estuve ocupada trabajando para el Gobierno de Ocupación de los Estados Unidos hasta que se estableció la República en 1948. Entonces encontré otro empleo. Un vecino que era diácono en una de las iglesias de la cristiandad me invitó a asistir a los servicios religiosos. Hice esto. Pero no pude menos que ver la hipocresía que había en aquella iglesia, de modo que dejé de asistir. Todavía no tenía ninguna fe verdadera que me sostuviera.
Reunión con las cristianas fieles
De vez en cuando a través de los años los testigos de Jehová visitaron mi casa, y a veces acepté sus revistas. Pero no tenía tiempo para hablar con ellos o considerar cosas con ellos. Entonces en la primavera de 1969 una testigo de Jehová llegó a ser vecina mía. Comenzó a hablarme acerca de la Biblia. Pregunté si los testigos de Jehová eran lo mismo que los Estudiantes Internacionales de la Biblia, como yo conocía a la Sra. de Chang. Me dijo que sí. Supe por parte de ella que la Sra. de Chang estaba en Inchón, de modo que fui a Inchón a visitarla.
Tuvimos una larga conversación acerca de la Biblia y las creencias de los Testigos. Por lo que consideramos en aquella plática decidí estudiar con los testigos de Jehová. Hice arreglos para recibir un estudio bíblico regular; mi nueva vecina me enseñaría.
Progresé en conocimiento bíblico, y entonces en octubre de 1969 asistí a la Asamblea Internacional “Paz en la Tierra” de los Testigos de Jehová en el Gimnasio de Changchoong en Seúl. Aquí encontré a las otras cuatro mujeres que habían estado en prisión por su fe. Fue una reunión gozosa. Me saludaron como a una amiga a quien habían perdido por largo tiempo y no como a su ex-carcelera. Lo que vi en aquella asamblea me impresionó profundamente.
Continué con mi estudio bíblico y asistí con regularidad a las reuniones del Salón del Reino de los Testigos de Jehová. Entonces tomé la decisión: Yo también quería tener la fe de aquellas cristianas fieles. De modo que me bauticé en la Asamblea de Distrito “Hombres de Buena Voluntad” de los Testigos de Jehová en Seúl el 24 de julio de 1970. En esa ocasión dije a otros: “Este es el día más feliz de mi vida.”
El territorio en que testifica nuestra congregación de Choong Jung Ro, en Sodaemun-ku, incluye la falda de una colina desde la cual se puede ver la Prisión de Seúl. Mientras comparto las buenas nuevas del reino de Dios en este sector junto con mis hermanas cristianas, no puedo evitar el pensar en lo que sucedió allí hace años. Me siento verdaderamente feliz al tener al fin la fe maravillosa que sustentó a estas queridas hermanas cristianas mías hasta por siete años de encarcelación durante la II Guerra Mundial.
[Nota]
a En 1941, unos cuatro meses antes que los japoneses atacaran Pearl Harbor, la Sociedad Watch Tower publicó el folleto Final de las potencias del eje, consolad a todos los que lloran, que presentó “la prueba profética del próximo fin de las potencias del eje,” con base en el libro bíblico de Daniel, capítulo 11.