Cómo ayudar a los enfermos de sida
“SE CIERRAN las puertas a un pastor a causa del sida.” Así rezaba el titular de un artículo del periódico The New York Times que relataba la historia de un pastor bautista cuya esposa y dos hijos estaban infectados con el virus del sida, a causa de una transfusión de sangre que le administraron a la esposa en 1982 (los niños se infectaron en la matriz). Posteriormente, diversas iglesias bautistas les recomendaron a él y a su familia que no asistieran al culto debido a la enfermedad. Desengañado, dejó de intentarlo y renunció a su ministerio.
La frustración de este hombre por el trato que le dispensó su Iglesia suscita varias preguntas: ¿Se interesa Dios en los enfermos, incluidos los que tienen sida? ¿Cómo se les puede ayudar? ¿Qué precauciones hay que tomar cuando se ofrece consuelo cristiano a los enfermos de sida?
El amor de Dios a los afligidos
La Biblia indica que el Dios Todopoderoso muestra profunda empatía a todo aquel que sufre. Cuando Jesús estuvo en la Tierra, también fue muy compasivo con los enfermos. Y Dios le dio el poder de sanar a la gente de todas sus dolencias, como explica la Biblia: “Se le acercaron grandes muchedumbres, teniendo consigo personas que eran cojas, mancas, ciegas, mudas, y muchas en otras condiciones, y casi se las tiraron a los pies, y él las curó”. (Mateo 15:30.)
Desde luego, hoy día Dios no ha conferido a nadie en la Tierra el poder de sanar a otros milagrosamente como hizo Jesús. No obstante, la profecía bíblica muestra que pronto, en el nuevo mundo de Dios, “ningún residente dirá: ‘Estoy enfermo’”. (Isaías 33:24.) La Biblia promete: “[Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. (Revelación 21:4.) Por su gran amor a la humanidad, Dios ha preparado un remedio permanente para todas las enfermedades, el sida entre ellas.
Salmo 22:24 dice de Dios: “Él ni ha despreciado ni mirado con asco la aflicción del afligido; y no ha ocultado de él su rostro, y cuando este clamó a él por ayuda, oyó”. El amor de Dios está al alcance de todo aquel que con sinceridad acude a él en busca de ayuda.
¿Quiénes contraen el virus del sida?
El sida es una enfermedad estrechamente relacionada con el estilo de vida de la persona. Al meditar en el pasado, muchos de los infectados concuerdan con lo que dice el Salmo 107:17: “Los que fueron tontos, debido al camino de su transgresión y debido a sus errores, por fin se causaron a sí mismos aflicción”.
Cuando alguien no se rige por las normas bíblicas y tiene relaciones sexuales fuera de la institución divina del matrimonio, corre un gran riesgo de contraer el sida o de infectar a otros. Igualmente, los que comparten agujas para inyectarse droga por vía intravenosa pueden contraer el virus y transmitirlo. También hay muchos que han contraído el sida a consecuencia de transfusiones de sangre procedente de donantes infectados.
No obstante, lo más trágico es la ingente cantidad de inocentes que contraen el virus por diferentes vías. Por ejemplo, muchos cónyuges fieles, sin tener ninguna culpa, contraen el sida cuando mantienen relaciones sexuales con su pareja infectada. Además, especialmente en algunas zonas, un alarmante porcentaje de recién nacidos cuyas madres infectadas les han transmitido el virus, se han convertido en unas de las víctimas más trágicas. Por otra parte, tanto algunos miembros del personal médico como otras personas han adquirido la enfermedad al producirse algún accidente cuando manipulaban sangre contaminada.
Prescindiendo de cuál sea la vía de contagio, las Escrituras indican claramente que Dios no es responsable de la transmisión de esta mortífera enfermedad. Aunque hoy día la mayoría de los afectados se ha contagiado y ha contagiado a otros por su propia conducta contraria a las normas bíblicas, los porcentajes están cambiando, y cada vez hay más víctimas inocentes: recién nacidos y cónyuges fieles.
La Organización Mundial de la Salud dice que en todo el mundo la infección por el virus del sida es hoy casi igual de frecuente en las mujeres que en los hombres, y que para el año 2000 la mayoría de las infecciones nuevas serán de mujeres. Los trabajadores de la salud de África dicen que el 80% de los casos de sida en ese continente “se transmiten mediante relaciones heterosexuales, y casi todos los demás casos se transmiten de madre a hijo durante el embarazo o el parto”.
Sin embargo, aunque Dios no aprueba ninguna transgresión de sus leyes, incluidas las que resultan en dicha clase de sufrimiento, está presto a extender su misericordiosa mano a todos los que sufren por esa causa. Hasta aquellos que han contraído el sida por cometer actos malos también pueden beneficiarse de la misericordia de Dios si se arrepienten y cesan de hacer lo que es malo. (Isaías 1:18; 1 Corintios 6:9-11.)
Qué se sabe actualmente
El sida es un problema de salud mundial. Si bien los científicos aseguran a la gente que “el VIH no se transmite fácilmente”, a los millones que ya lo tienen y a los incontables millones que se contagiarán en los próximos años no les sirve de mucho consuelo. Los hechos muestran que se está propagando por toda la Tierra.
Resumiendo cuáles son las vías de transmisión usuales, una publicación especializada dice: “Casi todas las infecciones por el VIH se transmiten a través del contacto sexual o del contacto con sangre contaminada”. Otro informe expone las conclusiones de la mayor parte de los miembros de la profesión médica, diciendo: “Para que se produzca la infección, tienen que penetrar en el cuerpo de una persona no infectada líquidos orgánicos (casi siempre sangre o semen) de una persona infectada”.
Sin embargo, las expresiones “casi todas” y “casi siempre” manifiestan la posibilidad de que haya excepciones. Por lo tanto, aunque hoy día los que trabajan en el campo de la medicina conocen la inmensa mayoría de los mecanismos de transmisión del sida, en un porcentaje de casos muy pequeño puede que dicho mecanismo se desconozca. De modo que sigue siendo necesario ser cauteloso.
¿Cómo reaccionará usted?
En todo el mundo ya hay entre 12 y 14 millones de personas infectadas con el virus del sida, y se calcula que para finales del siglo se habrán infectado otros muchos millones más. Por consiguiente, es probable que usted ya haya estado, o esté pronto, en la compañía de personas que tienen esta enfermedad. Por ejemplo, en una ciudad grande se producen diariamente contactos casuales con tales personas en los lugares de empleo, restaurantes, teatros, instalaciones deportivas, autobuses, metros, aviones y trenes, así como en otras situaciones de contacto público.
Por consiguiente, cada vez es más posible que los cristianos conozcan y se sientan motivados a ayudar a enfermos de sida que quieren estudiar la Biblia, asistir a las reuniones cristianas y progresar hacia la dedicación a Dios. ¿Cómo deberían responder aquellos a estas necesidades de las víctimas del sida? ¿Hay algunas precauciones prácticas que pudieran tomarse tanto para el beneficio del enfermo como el de los miembros de la congregación cristiana?
Actualmente existe la opinión unánime de que el sida no se transmite mediante el contacto casual; de modo que no parece razonable que exista un temor excesivo a estar cerca de personas con esta enfermedad. Por otra parte, como el sistema inmunológico de estas personas está muy debilitado, deberíamos vigilar que no contraigan infecciones virales comunes que nosotros pudiésemos tener. Tales enfermedades comunes podrían causar mucho daño a su organismo.
Como consecuencia de la naturaleza mortal del sida, sería prudente tomar algunas precauciones razonables cuando invitemos a un enfermo de sida a disfrutar de nuestra compañía o de la amistad de la congregación cristiana. En primer lugar, aunque no debe hacerse ningún anuncio general, deberíamos informar de la situación a uno de los ancianos de la congregación a fin de que esté preparado para dar una respuesta amable y apropiada a cualquiera que pueda preguntar al respecto.
Como el virus se puede transmitir mediante la sangre de una persona infectada, sería sensato que las congregaciones adoptasen lo que se conoce como “precauciones universales” al limpiar los lavabos y los vertidos, especialmente si se trata de vertidos de sangre. La expresión “precauciones universales” fue adoptada por la profesión médica para designar una serie de reglas según las cuales la sangre de toda persona se considera contaminada y potencialmente peligrosa, por lo que debe manipularse de una manera específica. Como el Salón del Reino es un local abierto al público, sería prudente tener a mano productos de limpieza, así como una caja de guantes de látex o de vinilo, para que en caso de producirse algún accidente, se pueda atender debidamente al accidentado y limpiar todo a conciencia. Para limpiar vertidos de sangre, por lo general se recomienda utilizar lejía en una concentración del 10%.
Cuando tratamos con otros, incluidas las víctimas del sida, los cristianos debemos seguir el ejemplo de Jesús. Su compasión por los afligidos que deseaban sinceramente agradar a Dios es digna de imitar. (Compárese con Mateo 9:35-38; Marcos 1:40, 41.) Sin embargo, como de momento no existe curación para el sida, es apropiado que el cristiano tome precauciones razonables mientras proporciona ayuda compasiva a estos enfermos. (Proverbios 14:15.)
Las víctimas del sida también pueden ayudar
El enfermo de sida que es prudente se da cuenta de que esta enfermedad provoca bastante aprensión. Por consiguiente, por respeto a los sentimientos de los que quieren ayudarle, sería mejor que se abstuviera de dar abrazos y besos y de otras muestras públicas de afecto. Aunque las posibilidades de que tales acciones contagien la enfermedad sean mínimas o hasta nulas, el hecho de que reprima ese impulso indicará que muestra consideración a otros, lo que a su vez hará que se la muestren a él.a
Teniendo en cuenta que muchos sienten temor a lo desconocido, la persona con sida no debería ofenderse fácilmente si nadie le invita enseguida a su casa o si parece que algunos padres no dejan que sus hijos tengan estrecho contacto con ella. En caso de que uno de los Estudios de Libro de Congregación se celebre en el Salón del Reino de los Testigos de Jehová, quizás sería prudente que la persona enferma de sida asistiera a ese grupo en lugar de ir a los que se celebran en hogares particulares, a menos que se haya tratado el asunto con el amo de casa.
Los portadores del virus del sida también deberían pensar en los demás cuando, por ejemplo, tienen una tos activa y productiva (acompañada de flemas) y se sabe que padecen tuberculosis. En esos casos deberían aplicar las normas sanitarias que rijan en la comunidad respecto a los procedimientos de aislamiento.
Una persona inocente también podría infectarse casándose con alguien que no sabe que tiene el virus del sida. En el caso de que uno de los futuros contrayentes, o ambos, haya llevado una vida promiscua o se haya inyectado droga antes de llegar a un conocimiento exacto de la Palabra de Dios, sería necesario tener cuidado. Como cada vez hay más personas cuya infección por el VIH es asintomática (es decir, todavía no manifiesta síntomas externos), no sería impropio que una persona, o los padres, interesados en el bienestar de su hijo o hija, pidiera al cónyuge en perspectiva que se hiciera una prueba de sida antes del compromiso o del matrimonio. Debido a la naturaleza devastadora y mortal de esta enfermedad, el cónyuge en perspectiva no debería ofenderse si se le pide dicha prueba.
En el caso de que el resultado sea positivo, sería impropio que la persona infectada presionara a su pareja para continuar con el noviazgo si esta deseara terminar en ese momento la relación. Y sería sensato que cualquiera que haya llevado una vida de alto riesgo, que haya sido promiscuo o se haya inyectado drogas decidiera voluntariamente hacerse una prueba del sida antes de iniciar un noviazgo. Así se evitarían sentimientos heridos.
Por consiguiente, como cristianos queremos obrar con compasión y no rehuir a los que tienen sida, aunque hay que reconocer que los sentimientos de cada persona pueden variar tratándose de un tema tan delicado. (Gálatas 6:5.) En el caso de una enfermedad como esta, no se sabe todo, por lo que es posible que muchos abriguen ciertas dudas al tratar cuestiones relacionadas. Una posición equilibrada sería continuar recibiendo con gusto a las víctimas del sida en la congregación cristiana y mostrarles amor y cordialidad, pero tomando precauciones razonables para protegernos a nosotros mismos y a nuestras familias de dicha enfermedad.
[Nota a pie de página]
a ¿Qué debería hacer la persona que sabe que tiene sida cuando desea ser testigo de Jehová y bautizarse? Por respeto a los sentimientos de otros, sería sensato que pidiese un bautismo privado, aunque no hay pruebas de que el sida se haya transmitido en alguna piscina. Es cierto que muchos cristianos del siglo primero se bautizaron en concurridas reuniones públicas, pero otros lo hicieron en entornos privados por diversas circunstancias. (Hechos 2:38-41; 8:34-38; 9:17, 18.) Otra posibilidad sería que el candidato con sida se bautizara el último.
[Recuadro en la página 13]
Me compadecí de ella
Un día, mientras participaba en el ministerio público, abordé a una joven de unos 20 años de edad. Sus grandes ojos castaños reflejaban una gran tristeza. A fin de empezar una conversación sobre el Reino de Dios, le ofrecí uno de los tratados que llevaba en la mano. Sin dudarlo un momento, escogió el titulado Consuelo para los deprimidos. Miró el tratado, luego me miró a mí y dijo con voz apagada: “Mi hermana acaba de morir de sida”. Antes de que terminara de expresar mis condolencias, añadió: “Yo también me estoy muriendo de sida, y tengo dos hijos pequeños”.
Me compadecí de ella y le leí lo que la Biblia dice acerca del futuro que Dios ha prometido a la humanidad. Ella replicó: “¿Por qué iba a interesarse Dios en mí ahora si yo nunca me he interesado en él?”. Le dije que mediante un estudio de la Biblia llegaría a entender que Dios recibe con gusto a todo aquel que se arrepiente sinceramente y llega a confiar en él y en el sacrificio de rescate de su Hijo. Ella respondió: “Sé quién es usted; es del Salón del Reino de esta calle, pero ¿sería bien recibida en su Salón del Reino una persona como yo?”. Le aseguré que sí.
Cuando finalmente siguió su camino, con el libro La Biblia... ¿la Palabra de Dios, o palabra del hombre? y su tratado en la mano, pensé: “Espero que encuentre el consuelo que solo Dios puede dar”.