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    Anuario de los testigos de Jehová 2001
    • La guerra civil acarreó enseguida dificultades al grupito de testigos de Jehová. Los periodistas los tildaron de “secta anticristiana perniciosa para la sociedad”. Manipulaban citas de ¡Despertad! y afirmaban sin razón que los Testigos habían ‘justificado, si no instigado, los actos de terrorismo producidos de un tiempo a esa parte en la provincia del norte’. Bajo la foto de una ¡Despertad! se leía: “La propaganda religiosa envenena el espíritu de la nación”.

      Mientras tanto, a los Testigos se les vigilaba sin descanso y se les censuraba la correspondencia, por lo que la comunicación con la sucursal portuguesa era muy escasa y, además, no era nada fácil obtener publicaciones de la Watch Tower. Quien recibía alguna por correo era objeto de interrogatorios policiales.

  • Angola
    Anuario de los testigos de Jehová 2001
    • Época de pruebas extremas

      Lo que le ocurrió a Silvestre Simão nos da una idea de las pruebas que afrontaban en aquel entonces los nuevos estudiantes de la Biblia. En 1959, mientras aún iba al colegio, recibió de un compañero de clase el tratado Fuego del infierno... ¿verdad bíblica o susto pagano? “Mi vida cambió al leerlo —dijo más tarde—. En cuanto aprendí la verdad sobre el infierno, al que tanto temía por las enseñanzas que había recibido, dejé de asistir a la iglesia y me puse a leer las publicaciones de la Sociedad.”

      Durante aquella época tan tensa, los Testigos no invitaban enseguida a las personas interesadas a las reuniones. Pero después de dos años pensaron que no corrían ningún peligro si dejaban que Silvestre los acompañara. Al acabar el programa hizo varias preguntas sobre el descanso sabático, y las respuestas que recibió lo convencieron de que había encontrado la verdad. Pero ¿cuánto la valoraba? El aprecio por lo que había aprendido se puso a prueba a la semana siguiente, el 25 de junio de 1961, en su segunda reunión, pues irrumpió una patrulla militar que ordenó que salieran todos los hombres, para luego golpearlos con tubos de acero galvanizado. “Nos apalearon como si fuéramos animales irracionales, igual que se mata a golpes un cerdo para venderlo en el mercado”, recuerda uno de los hermanos. Silvestre Simão y los que con él estaban todavía tienen las marcas de la paliza. Los obligaron a marchar en fila india hasta un estadio de fútbol donde les esperaba un gentío de europeos furiosos que acababan de perder a sus familias en las luchas del norte de Angola. Los soldados y la muchedumbre, en especial algunos europeos, los agredieron sin piedad.

      A Silvestre y a otros hermanos los llevaron en camiones a la prisión de São Paulo, controlada por la tristemente célebre policía secreta. Una vez más, les propinaron brutales palizas y los arrojaron en una celda uno encima del otro, con heridas y hemorragias tan graves, que los dieron por muertos.

      Las autoridades consideraban a João Mancoca el jefe del grupo, ya que era el conductor del Estudio de La Atalaya. Como malinterpretaron un párrafo de la revista, lo acusaron de tramar un ataque contra los blancos, de modo que después de la terrible paliza se lo llevaron para ejecutarlo. El hermano les preguntó qué opinarían si un europeo, una familia de Brasil o de Portugal tuviera el mismo ejemplar, y señaló que es una publicación universal que la estudian personas de todas las nacionalidades. Para corroborar sus palabras, lo llevaron a casa de una familia portuguesa de testigos de Jehová. Cuando vieron la misma revista y supieron que la familia había estudiado la misma información, decidieron no ejecutarlo, sino llevarlo a la prisión de São Paulo junto con el resto de hermanos.

      Aun así no todos quedaron satisfechos. Al llegar a la cárcel, se dejó a Mancoca “al cuidado” del guardia, un hombre delgado de nacionalidad portuguesa. El “cuidado” consistió en pasar toda la tarde bajo un sol abrasador sin nada que comer. A las cinco, el guardia tomó un látigo y empezó a azotar al hermano, que recuerda: “No conozco a nadie que utilice el látigo como él. Dijo que no pararía hasta que yo cayera muerto”. Siguió fustigándolo sin piedad durante una hora, pero al rato, el hermano ya no sentía dolor. Entonces, invadido por un profundo sopor, se desplomó mientras recibía los golpes. Como el guardia estaba muy cansado, se retiró, convencido de que la víctima iba a morir. Un soldado se llevó a rastras a Mancoca y lo puso bajo un caja. Cuando la milicia fue de noche para asegurarse de que hubiera fallecido, el soldado les mostró la caja que lo cubría y les dijo que ya era cadáver. Por increíble que parezca, el hermano se recuperó. Unos tres meses más tarde, el soldado se quedó atónito al verlo vivo en el comedor y le contó lo que había sucedido aquella noche. El sueño fulminante que le sobrevino a Mancoca lo salvó de una muerte segura.

      Este consiguió reincorporarse al grupo de hermanos, y siguieron celebrando reuniones en la cárcel. En los cinco meses de cautiverio en la prisión de São Paulo se pronunciaron tres discursos ante una audiencia de 300 personas. La predicación que se llevó a cabo en cautiverio terminó fortaleciendo a las congregaciones, pues muchos presos que se interesaron en la verdad progresaron hasta el bautismo al concederles la libertad.

      Durante los meses que pasó en este presidio, Silvestre Simão también se unió al grupo que estudiaba la Biblia de manera sistemática, lo que le ayudó a obtener la fortaleza espiritual que necesitaba. A todos se les trasladó a cárceles y campos de trabajo, donde se les sometió a más palizas inhumanas y a trabajos forzados. A Silvestre lo pusieron en libertad en noviembre de 1965, tras cuatro años de reclusión en varias localidades. Regresó a Luanda y se relacionó con los Testigos que se reunían en la zona de Rangel. Se bautizó en 1967, pero ya había probado su fe años antes. A los demás, entre los que se encontraba Mancoca, no los dejaron libres hasta 1970, aunque luego volvieron a encarcelarlos.

      “Ni aprenderán más la guerra”

      El país vivía sumido en el conflicto bélico. Sin embargo, la Biblia dice que las personas que aprenden las normas de Jehová ‘baten sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas y no aprenden más la guerra’ (Isa. 2:3, 4). ¿Qué harían los jóvenes angoleños?

      En marzo de 1969, el gobierno puso en marcha una feroz campaña contra quienes mantuvieran neutralidad cristiana. Entre los primeros detenidos en Luanda estuvieron António Gouveia y João Pereira. Al primero lo apresaron en su puesto de trabajo y lo metieron en una celda mugrienta. No dejaron que su madre lo visitara sino hasta cuarenta y cinco días después.

      A Fernando Gouveia, António Alberto, António Matías y a otros más los encarcelaron en Huambo. Las palizas que les daban tres veces al día les dejaron tales señales, que cuando la madre de Fernando fue a verlo no reconoció a su propio hijo. Por fin, la crueldad remitió en el momento que los hermanos escribieron al comandante de las fuerzas armadas denunciando los malos tratos.

      António Gouveia recuerda algo que le ayudó a aguantar. De vez en cuando su madre escondía una hoja de La Atalaya en la comida que le llevaba. “Aquello contribuyó a que siempre estuviéramos despiertos y mantuviéramos la espiritualidad.” Añade: “Hablábamos con las paredes de cualquier tema bíblico que se nos ocurriese”. Para animarse, algunos hermanos le daban un toque de humor a la situación. Como si anunciaran un acontecimiento importante, mencionaban en voz alta la gran cantidad de moscas que habían matado en las celdas.

      Seis de los presos de Angola eran jóvenes portugueses reclutados por el ejército que se habían negado a rendir servicio militar por razones de conciencia. David Mota, uno de ellos, recuerda: “Percibimos la protección de Jehová muchas veces. Los agentes probaron varios métodos para quebrantar nuestra integridad y se concentraron en los que todavía no estaban bautizados. Una de las tácticas más frecuentes consistía en levantarnos a media noche, elegir a cinco de nosotros para luego apuntarle a uno en la cabeza con un revólver, supuestamente cargado, y apretar el gatillo. A la media hora nos ordenaban volver a las literas, y se repetía la misma historia. Gracias a Dios que estamos vivos. Al final nos ganamos el respeto de las autoridades, que nos permitieron celebrar reuniones en la prisión. Nos sentimos muy felices de ver a seis compañeros bautizarse durante nuestro encarcelamiento”.

      Aunque a los hermanos se les dijo que permanecerían en la cárcel hasta que cumplieran los 45 años de edad, no tuvieron que esperar tanto. Aun así, fueron tiempos difíciles; pero su fe se refinó con los sufrimientos que pasaron. En la actualidad, la mayoría son ancianos de congregación.

      Cae la dominación colonial

      El 25 de abril de 1974 se produjo en Portugal un golpe de Estado que derrocó la dictadura. Las tropas portuguesas empezaron a retirarse de Angola, lo que puso fin a un período de trece años de guerra colonial. El 31 de enero de 1975 entró en funciones un gobierno de transición que teóricamente iba a administrar el país durante diez meses, aunque solo duró seis.

      En un principio, el cambio radical benefició a los testigos de Jehová. A veinticinco de ellos, encarcelados en Cabo Ledo por neutralidad, los amnistiaron en mayo. Entre estos se contaban los seis portugueses que no habían querido tomar partido en la guerra, lo que incluía los conflictos de las colonias africanas. ¿Qué harían estos hermanos europeos con su inesperada libertad? David Mota relata: “Fortalecidos por la relación íntima con Jehová que habíamos cultivado en prisión, los seis decidimos quedarnos y emprender el precursorado enseguida”.

      La atmósfera de tolerancia religiosa era nueva para los 1.500 Testigos de Angola. Ya no existía la policía secreta; se habían acabado las detenciones, y los Testigos tenían permiso para reunirse. Recorrieron Luanda en busca de auditorios, centros de recreo u otros locales para que pudiera reunirse el creciente número de testigos de Jehová, pues hasta entonces las dieciocho congregaciones del país lo habían hecho en hogares particulares.

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