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  • El contraataque de los microbios

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  • El contraataque de los microbios
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¡Despertad! 1996
g96 22/2 págs. 4-9

El contraataque de los microbios

EN EL siglo XX se han presenciado maravillas en el avance de la medicina. Durante milenios, el ser humano estuvo prácticamente a merced del azote de decenas de microbios mortíferos. Pero en los años treinta, cuando los científicos descubrieron la sulfanilamida, la primera sustancia que podía combatir las bacterias sin dañar gravemente a la persona infectada, los asuntos comenzaron a cambiar.a

En los años subsiguientes los científicos elaboraron nuevos fármacos potentes con el fin de combatir las enfermedades infecciosas: la cloroquina para luchar contra el paludismo y los antibióticos para contener la neumonía, la escarlatina y la tuberculosis. Para 1965 ya había más de veinticinco mil antibióticos distintos. Muchos científicos pensaron que ya no había motivo para preocuparse de las enfermedades bacterianas o para seguirlas investigando. ¿Qué sentido tenía estudiar enfermedades que pronto desaparecerían?

En los países desarrollados, nuevas vacunas redujeron de forma notable la incidencia del sarampión, las paperas y la rubeola. En 1955 se lanzó una campaña masiva de vacunación contra la poliomielitis; tuvo tanto éxito que el número de casos en Europa occidental y Norteamérica disminuyó drásticamente de 76.000, en aquel año, a menos de 1.000 en 1967. La viruela, una de las principales enfermedades mortales, fue erradicada en todo el globo terráqueo.

En este siglo también se inventó el microscopio electrónico, un aparato tan potente que permite a los científicos observar virus un millón de veces más pequeños que una uña. Estos microscopios, y otros adelantos técnicos, han permitido conocer y combatir como nunca antes las enfermedades infecciosas.

La victoria parecía segura

La estela de descubrimientos infundió en la comunidad médica una confianza absoluta. Los microbios causantes de enfermedades infecciosas sucumbían ante las armas de la medicina moderna. Seguramente la victoria de la ciencia sería rápida, decisiva y total. Si aún no existía el remedio para una enfermedad, pronto estaría disponible.

Ya en 1948, el secretario de estado norteamericano, George C. Marshall, se jactaba de la inminente victoria sobre todas las enfermedades infecciosas. Tres años después, la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirmó que el paludismo asiático pronto se convertiría en una enfermedad “de poca relevancia”. A mediados de los sesenta estaba tan difundida la idea de que las plagas y pestes serían cosa del pasado, que el jefe de la Dirección General de Salud Pública de Estados Unidos, William H. Stewart, dijo a los inspectores de salud que había llegado el tiempo de cerrar los libros sobre las enfermedades infecciosas.

Regresan las antiguas enfermedades

Pero los libros relacionados con las enfermedades infecciosas de ningún modo se cerrarían. Los microbios no iban a desaparecer del planeta por el simple hecho de que la ciencia inventase medicamentos y vacunas. Lejos de darse por vencidos, los microbios asesinos conocidos, contraatacaron. Peor aún, afloraron microbios que hasta entonces eran desconocidos en el campo médico. De este modo se reanudó el azote de microbios, antiguos y recientes, que amenazan, afligen y matan a incontables millones de personas en todo el mundo.

Enfermedades mortales que se creían controladas han salido de nuevo a la superficie, más mortíferas que nunca antes y más difíciles de combatir con medicamentos. Un ejemplo de ello es la tuberculosis (TB). La OMS dijo hace poco: “Desde 1944 se han usado extensamente fármacos antituberculosos en Japón, Norteamérica y Europa a fin de reducir drásticamente los casos de TB y las muertes subsecuentes. Sin embargo, en las naciones menos desarrolladas se descuidó la lucha contra esta enfermedad [...] propiciando su reintroducción a los países ricos en formas más peligrosas y polifarmacorresistentes”. Actualmente, la TB, cuya bacteria se propaga comúnmente a través del aire y se aloja en los pulmones, cobra anualmente la vida de unos tres millones de personas, más de siete mil por día, y para el 2005, podría llevar a la muerte a 4.000.000 de personas cada año.

Otros asesinos inmemoriales también están resurgiendo. El cólera se ha hecho endémico en muchas partes de África, Asia y Latinoamérica; aqueja y mata a un número cada día mayor de personas. En Asia ha aparecido una cepa totalmente nueva.

El dengue, transmitido por los mosquitos del género Aëdes aegypti, también está aumentando con rapidez; ya representa una amenaza para 2.500 millones de personas de más de cien países. Desde los años cincuenta se ha presentado una nueva forma hemorrágica mortal de esta enfermedad, que se ha extendido en las zonas tropicales. Se calcula que todos los años mata a unas veinte mil personas. Como sucede con la mayoría de las enfermedades virales, no existe vacuna para prevenirla ni fármaco para que se la combata.

El paludismo, al cual la ciencia quiso erradicar hace tiempo, cobra hoy la vida de unos dos millones de personas cada año. Los parásitos y los mosquitos que lo transmiten, son cada vez más difíciles de eliminar.

El azote de nuevas enfermedades

De las enfermedades que recientemente se han convertido en un azote para la humanidad, tal vez la más conocida sea el mortífero sida. Esta enfermedad incurable es causada por un virus que hace poco más de un decenio era desconocido, pero que para finales de 1994 ya había infectado entre trece y quince millones de personas en todo el mundo.

Dentro del grupo de las enfermedades infecciosas que antes eran desconocidas está el síndrome pulmonar causado por hantavirus. Este virus, transmitido por el ratón de campo, apareció en el suroeste de Estados Unidos con consecuencias fatales en más de la mitad de los casos informados. En Sudamérica se han desarrollado dos tipos de fiebres hemorrágicas, ambos nuevos y letales. También han surgido otras enfermedades terribles provocadas por virus que incorporan nombres extraños y exóticos: Lassa, Valle del Rift, Oropuche, Rocío, Q. Guanarito, encefalitis equina venezolana, viruela de los monos, Chikungunya, Mokola, Duvenhage, LeDantec, bosque de Kyasanur, bosque Semliki, Crimea-Congo, O’nyongnyong, Sindbis, Marburg y Ebola.

¿Por qué aparecen nuevas enfermedades?

¿Por qué es cada vez más difícil vencer a los microbios asesinos, ahora que hay tantos conocimientos y logros en la medicina? Un factor es el aumento en la movilidad de la sociedad humana. Los modernos medios de transporte contribuyen a que una epidemia local alcance proporciones mundiales. Los viajes en avión pueden hacer que enfermedades letales se trasladen en cuestión de horas a cualquier parte del mundo dentro de sus portadores humanos.

Un segundo factor, favorable para los microbios, es el incremento explosivo de la población mundial, sobre todo en las ciudades. Es sabido de todos que en estas se genera basura, entre la que se hallan recipientes de plástico y neumáticos que pueden almacenar el agua de lluvia. En las zonas tropicales, este problema contribuye a la proliferación de mosquitos portadores de enfermedades fatales, como paludismo, fiebre amarilla y dengue. Además, del mismo modo que la espesura de un bosque contribuye a la propagación del fuego, la alta densidad poblacional presenta las condiciones ideales para la rápida diseminación de tuberculosis, gripe y otras enfermedades que se transmiten a través del aire.

Un tercer factor de la reaparición de los microbios tiene que ver con los cambios de conducta de la humanidad. Los microbios que se transmiten sexualmente han medrado y se han extendido como consecuencia del aumento sin precedentes de las relaciones sexuales promiscuas que ha caracterizado la parte final del siglo XX. La propagación del sida es solo un ejemplo.b

Un cuarto factor que dificulta la lucha contra los microbios asesinos es la invasión humana de las junglas y selvas tropicales. En su libro Zona caliente, el escritor Richard Preston afirma: “La aparición del sida, del Ebola y de otros agentes originarios del bosque húmedo parece ser consecuencia natural de la destrucción de la biosfera tropical. Los virus emergentes salen a la superficie desde las partes ecológicamente más amenazadas. Muchos provienen de los bordes accidentados del bosque húmedo tropical. [...] Los bosques húmedos tropicales son las mayores reservas de vida del planeta y contienen la mayor parte de las especies vegetales y animales. Los bosques húmedos también son las mayores reservas de virus, puesto que todos los seres vivos transportan virus”.

En efecto, los humanos están ahora en un contacto más estrecho con insectos y animales de sangre caliente en los que los virus se han establecido, reproducido y muerto sin causar daño al portador. Pero cuando estos virus “saltan” de los animales al hombre, pueden volverse letales.

Las limitaciones de la ciencia médica

Otras causas del resurgimiento de enfermedades infecciosas tienen que ver con la propia ciencia médica. Muchas bacterias se han hecho resistentes a antibióticos que en el pasado eran efectivos. Irónicamente, estos mismos contribuyeron a crear tal situación. Por ejemplo, si un antibiótico mata únicamente el 99% de las bacterias patógenas de un individuo infectado, el 1% sobreviviente puede multiplicarse como una cepa robusta de mala hierba en un campo recién arado.

Cuando los pacientes no terminan un tratamiento de antibióticos prescrito por el médico, la situación se agrava. Los enfermos a menudo dejan de tomarse las tabletas en cuanto se sienten mejor. Aunque acabe con los microbios más débiles, los más fuertes sobreviven y se multiplican imperceptiblemente. En el lapso de unas semanas la enfermedad recurre, pero esta vez es más difícil, o hasta imposible, de curar con medicamentos. Cuando las cepas de microbios farmacorresistentes se transmiten a otras personas, el resultado es un problema de salud pública.

Los expertos de la OMS afirmaron recientemente: “La resistencia [a los antibióticos y a otros antimicrobianos] está haciéndose endémica en muchos países y la polifarmacorresistencia está dejando a los médicos prácticamente sin recursos de tratamiento para una cantidad cada vez mayor de enfermedades. Se calcula que tan solo en los hospitales de todo el mundo ocurren diariamente un millón de infecciones bacterianas, la mayoría de ellas farmacorresistentes”.

Las transfusiones sanguíneas, que a partir de la segunda guerra mundial se han empleado con mayor frecuencia, han contribuido también a la diseminación de enfermedades infecciosas. Pese a los esfuerzos de la ciencia por mantener la sangre libre de microbios, las transfusiones sanguíneas han propagado de forma considerable la hepatitis, el citomegalovirus, las bacterias resistentes a los antibióticos, el paludismo, la fiebre amarilla, la enfermedad de Chagas, el sida y muchas otras enfermedades mortíferas.

La situación actual

Es verdad que en lo que va del siglo se ha visto un aumento extraordinario de conocimientos en la ciencia médica, pero aún hay muchos misterios. C. J. Peters, quien investiga microbios peligrosos en el Centro para el Control y la Prevención de la Enfermedad, el laboratorio de salud pública más renombrado de Estados Unidos, dijo en una entrevista de mayo de 1995 con relación al Ebola: “No sabemos por qué ataca con tal virulencia al hombre; tampoco sabemos qué hace o dónde se encuentra cuando no está provocando estas epidemias. No podemos encontrarlo. No existe ninguna otra familia de virus [...] de la que sepamos tan poco”.

Incluso cuando se tiene el conocimiento médico, los fármacos y las vacunas necesarios para combatir las enfermedades, se necesita dinero para proporcionarlos a quienes los precisan. Millones de personas viven en la pobreza. El Informe sobre la salud en el mundo, 1995 de la OMS afirma: “La pobreza es la razón principal por la que no se vacuna a los niños, se potabiliza el agua, se suministran condiciones sanitarias o se hacen asequibles los fármacos y tratamientos. [...] En los países en vías de desarrollo mueren todos los años 12.200.000 niños menores de cinco años, la mayoría de ellos de males que podrían prevenirse con unos cuantos centavos de dólar por cada niño. Mueren, en buena parte, por la indiferencia del mundo; pero, sobre todo, mueren porque son pobres”.

Para 1995, las enfermedades infecciosas y parasitarias se convirtieron en las principales asesinas, pues todos los años siegan 16.400.000 vidas. Triste es decirlo, pero incontables millones viven en las condiciones ideales para el brote y la propagación de microbios letales. Piense en la lamentable situación de nuestro tiempo. Más de mil millones de personas viven en la pobreza extrema. La mitad de la población mundial no tiene acceso a los cuidados de la salud y medicamentos esenciales. Millones de niños abandonados deambulan por las calles de contaminadas megalópolis, muchos de ellos víctimas de la drogadicción y la prostitución. Millones de refugiados languidecen en campos antihigiénicos, en medio del cólera, la disentería y otras enfermedades.

En la lucha del hombre contra los microbios, las condiciones favorecen cada día más a estos últimos.

[Notas]

a La sulfanilamida es un compuesto cristalino que los laboratorios emplean en la preparación de sulfamidas, fármacos que inhiben la multiplicación bacteriana, permitiendo que los mecanismos inmunológicos del organismo eliminen las bacterias.

b Otros ejemplos del auge de enfermedades de transmisión sexual: En todo el mundo hay 236.000.000 de personas infectadas de tricomoniasis y 162.000.000 de clamidia. Todos los años se informan 32.000.000 de casos nuevos de verrugas genitales, 78.000.000 de gonorrea, 21.000.000 de herpes genital, 19.000.000 de sífilis y 9.000.000 de chancroides.

[Comentario de la página 6]

“Se calcula que tan solo en los hospitales ocurren diariamente un millón de infecciones bacterianas, la mayoría de ellas farmacorresistentes.”—Organización Mundial de la Salud

[Ilustración y recuadro de la página 7]

Cuando los microbios contraatacan

Bernard Dixon comentó en 1994 que la bacteria es un microbio tan diminuto que “pesa solo 0,00000000001 gramos. Una ballena azul pesa unos 100.000.000 de gramos. Pero la bacteria puede matar a una ballena”.

Una de las bacterias más temidas en los hospitales es la de las cepas farmacorresistentes del Staphylococcus aureus. Estos gérmenes aquejan a las personas enfermas y débiles, causándoles infecciones sanguíneas letales, neumonías y choques sépticos. Según cierta estadística, este estafilococo mata a unas sesenta mil personas anualmente en Estados Unidos, más de las que mueren por causa de accidentes automovilísticos. En el decurso de los años han surgido cepas tan resistentes a los antibióticos que para 1988 solo uno de ellos podía contenerla: la vancomicina. Sin embargo, poco después empezaron a llegar informes de todo el mundo de cepas resistentes a este antibiótico.

Incluso cuando los antibióticos actúan como se ha previsto, pueden presentarse otras dificultades. A mediados de 1993, Joan Ray fue internada en un hospital de Estados Unidos para someterla a una operación de rutina. Ella esperaba volver a casa en cuestión de días. En vez de eso tuvo que permanecer en el hospital trescientos veintidós días, a causa, principalmente, de infecciones postoperatorias. Los médicos combatieron las infecciones con dosis fuertes de antibióticos, incluida la vancomicina, pero las bacterias contraatacaban. Joan recuerda: “No podía mover las manos ni los pies. [...] Ni siquiera podía sostener un libro para leer”.

Los facultativos se esforzaron por comprender por qué, después de meses de tratamiento con antibióticos, Joan seguía enferma. Los análisis clínicos mostraron que además de la infección estafilocócica, Joan hospedaba otra bacteria: un enterococo resistente a la vancomicina. Como su nombre lo sugiere, este microorganismo no fue afectado por la vancomicina, y también parecía inmune a los demás antibióticos.

Los médicos se dieron cuenta de algo que los dejó atónitos. La bacteria no solo era resistente a los fármacos, sino que, contrario a lo que ellos esperaban, se valía de la vancomicina para sobrevivir. El médico de Joan, un especialista en enfermedades infecciosas, explicó: “[La bacteria] necesitaba la vancomicina para reproducirse. Puede decirse, en cierto modo, que la vancomicina la estaba alimentando”.

Cuando los doctores dejaron de administrar el fármaco, la bacteria murió y Joan se recuperó.

[Ilustración de la página 8]

Cuando los pacientes usan incorrectamente los antibióticos, los microbios proliferan

[Ilustración de la página 9]

Las transfusiones sanguíneas diseminan microbios mortíferos

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