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    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • Capítulo 8

      El Creador se revela a sí mismo para nuestro beneficio

      UNOS tres millones de personas se hallaban, entre truenos y relámpagos, frente al monte Sinaí, una elevada montaña de la península del mismo nombre. Bajo el monte, envuelto en nubes, el suelo tembló. En tales circunstancias memorables, Moisés introdujo al antiguo pueblo de Israel en una relación formal con el Creador de los cielos y la Tierra (Éxodo, capítulo 19; Isaías 45:18).

      Pero ¿por qué se revelaría el Creador del universo de un modo especial a una sola nación, que además era comparativamente pequeña? Moisés dio la razón: “Por amarlos Jehová, y por guardar la declaración jurada que había jurado a sus antepasados” (Deuteronomio 7:6-8).

      Esta declaración indica que el contenido de la Biblia incluye mucho más que solo hechos sobre el origen del universo y la vida en la Tierra. Informa asimismo sobre la relación del Creador con el hombre, en el pasado, en el presente y en el futuro. La Biblia es el libro más estudiado del mundo y el de mayor circulación, de modo que cabría esperar que todo el que valorara la educación la conociera bien. Obtengamos, pues, una visión de conjunto de su contenido, empezando por la sección llamada Antiguo Testamento. Este repaso nos ayudará, además, a profundizar en la personalidad del Creador del universo y Autor de la Biblia.

      En el capítulo 6, “¿Puede confiarse en un relato antiguo de la creación?”, vimos que el primer libro de la Biblia nos ofrece la única información disponible sobre nuestros primeros antepasados, nuestros orígenes. Pero este libro bíblico dice mucho más.

      Las mitologías griegas y de otros pueblos hablan de un tiempo en que los dioses y los semidioses se relacionaron con los seres humanos. Por otra parte, los antropólogos han descubierto en todo el mundo leyendas sobre un diluvio antiguo que barrió a la mayor parte de la humanidad. Mitos, sí, pero ¿sabíamos que solo el libro de Génesis nos revela los hechos históricos subyacentes que más tarde evocaron tales mitos y leyendas? (Génesis, capítulos 6, 7.)a

      En el libro de Génesis también leemos acerca de hombres y mujeres —gente creíble con quienes podemos identificarnos— que sabían de la existencia del Creador y tuvieron en cuenta su voluntad en la vida. Vale la pena conocer a hombres como Abrahán, Isaac y Jacob, que fueron algunos de los “antepasados” a los que Moisés hizo alusión. El Creador llegó a conocer a Abrahán y lo llamó “mi amigo” (Isaías 41:8; Génesis 18:18, 19). ¿Por qué? Porque después de observarlo confió en él como hombre de fe (Hebreos 11:8-10, 17-19; Santiago 2:23). La experiencia de Abrahán muestra que Dios es accesible. Aunque su poder y capacidad son impresionantes, Dios no es una mera fuerza o causa impersonal. Es una persona real con quien los seres humanos como nosotros pueden cultivar una relación respetuosa para su beneficio duradero.

      Jehová prometió a Abrahán: “Mediante tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra” (Génesis 22:18). Esta promesa complementa o extiende la que se hizo en tiempos de Adán sobre una venidera “descendencia” (Génesis 3:15). Efectivamente, lo que Jehová le prometió a Abrahán confirmó la esperanza de que con el tiempo vendría alguien —la Descendencia— que haría posible la bendición de todos los pueblos. Este es el tema central de la Biblia, de principio a fin, lo que pone de relieve que este libro no es una colección de diversos escritos humanos. Además, conocer el tema de la Biblia nos permite entender que Dios utilizó a una nación antigua con el objetivo de bendecir a todas las naciones de la Tierra (Salmo 147:19, 20).

      Este objetivo expreso indica que Jehová ‘no fue parcial’ cuando trató con Israel (Hechos 10:34; Gálatas 3:14). Es más, aunque Dios trató principalmente con los descendientes de Abrahán, la gente de otras naciones también podía unirse a ese pueblo para servir a Jehová (1 Reyes 8:41-43). Y, como veremos posteriormente, la imparcialidad de Dios es tal que hoy todos nosotros —sin importar cuál sea nuestra etnia o nacionalidad— podemos conocerle y agradarle.

      La historia de la nación con la que el Creador trató durante siglos es muy instructiva. Dividámosla en tres partes. A medida que repasamos cada una de ellas, veamos cómo Jehová hizo honor a su nombre, “Él Hace que Llegue a Ser”, y cómo reflejó su personalidad al tratar con gente real.

      Parte I: Una nación gobernada por el Creador

      Los descendientes de Abrahán llegaron a ser esclavos en Egipto. Finalmente, Dios levantó a Moisés, quien los libertó en 1513 a.E.C. Dios fue el gobernante de la nueva nación de Israel. Pero en 1117 a.E.C., esta quiso un rey humano.

      ¿Cómo llegó a estar el pueblo de Israel con Moisés en el monte Sinaí? El libro bíblico de Génesis lo explica. Con anterioridad, cuando Jacob (llamado también Israel) vivía al nordeste de Egipto, se declaró un hambre por todo el mundo conocido de aquel tiempo. Jacob, preocupado por su familia, se dirigió a Egipto en busca de alimento, sabedor de que en ese país había abundancia de grano almacenado. Descubrió que el administrador de los alimentos era su propio hijo, José, a quien había dado por muerto años antes. Jacob y su familia se mudaron a Egipto, y se les invitó a quedarse en el país (Génesis 45:25–46:5; 47:5-12). Sin embargo, después de la muerte de José, un nuevo Faraón sometió a los descendientes de Jacob a trabajos forzados, y “[siguió] amargándoles la vida con dura esclavitud en trabajos de argamasa de barro y ladrillos” (Éxodo 1:8-14). Podemos leer estos sucesos y otros en el gráfico relato de Éxodo, el segundo libro bíblico.

      Se maltrató a los israelitas por décadas, y “su clamor por ayuda siguió subiendo al Dios verdadero”. Buscar la ayuda de Jehová era el proceder que dictaba la sabiduría. Él se interesaba por los descendientes de Abrahán y estaba resuelto a cumplir Su propósito de suministrar una bendición futura para todos los pueblos. Jehová ‘oyó el gemido de Israel y se dio por avisado’, lo que nos enseña que el Creador se compadece de quienes sufren maltrato (Éxodo 2:23-25). Escogió a Moisés para liberar a los israelitas de la esclavitud. Pero cuando Moisés y su hermano, Aarón, se presentaron ante Faraón para pedirle que dejara marchar al pueblo esclavizado, este respondió con aire desafiante: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel?” (Éxodo 5:2).

      ¿Podemos imaginarnos al Creador del universo intimidado por tal desafío, aunque procediera del gobernante de la mayor potencia militar de la época? Todo lo contrario: Dios azotó a Faraón y a los egipcios con una serie de plagas. Finalmente, después de la décima plaga, Faraón accedió a liberar a los israelitas (Éxodo 12:29-32). De este modo, los descendientes de Abrahán supieron que Jehová es una persona real que provee liberación a su debido tiempo. En efecto, como su nombre implica, Jehová llegó a ser cumplidor de sus promesas de un modo espectacular (Éxodo 6:3). Pero tanto Faraón como los israelitas todavía tenían que aprender algo más acerca de ese nombre.

      Fue así porque Faraón pronto cambió de opinión. Persiguió con su ejército a los esclavos fugitivos, alcanzándolos cerca del mar Rojo. Los israelitas estaban atrapados entre el mar y el ejército egipcio. Entonces Jehová intervino abriendo un camino a través del mar Rojo. Faraón debió haber interpretado este fenómeno como una manifestación del poder invencible de Dios. Sin embargo, condujo a sus fuerzas precipitadamente tras los israelitas y se ahogó con su ejército cuando Dios hizo que el mar volviera a su posición original. El relato de Éxodo no especifica cómo realizó Dios estas obras poderosas. Pero bien podemos llamarlas milagros por cuanto los hechos mismos y también su oportunidad escapaban al control humano, aunque no al de Aquel que creó tanto el universo como todas sus leyes (Éxodo 14:1-31).

      Este suceso demostró a los israelitas —y también debería recordarnos a nosotros— que Jehová es un Salvador que hace honor a su nombre. Sin embargo, el relato debe enseñarnos algo más sobre los caminos de Dios: el Creador administró justicia a una nación opresiva y mostró bondad amorosa a su pueblo, por medio de quien vendría la Descendencia. Lo que leemos en Éxodo sobre esto último es mucho más que historia antigua; tiene que ver con el propósito de Dios de bendecir a toda la humanidad.

      Entrada en la Tierra Prometida

      Después de salir de Egipto, Moisés y el pueblo marcharon por el desierto hasta llegar al monte Sinaí. Lo que allí sucedió conformó la relación que Dios tendría con esa nación durante varios siglos. En aquella ocasión les dio leyes. El Creador ya había formulado mucho tiempo antes las leyes que gobiernan la materia del universo, todavía vigentes. Pero en el monte Sinaí dio leyes nacionales mediante Moisés. Podemos leer cómo lo hizo y la Ley que dio a su pueblo en el libro de Éxodo y los tres libros que le siguen: Levítico, Números y Deuteronomio. Los escriturarios creen que Moisés también escribió el libro de Job. En el capítulo 10 repasaremos parte de su importante contenido.

      Hasta este día, millones de personas de todo el mundo conocen e intentan seguir los Diez Mandamientos, la esencia moral de toda la Ley. Pero este código contiene muchas instrucciones más que se destacan por su excelencia. Es comprensible que numerosas disposiciones se centren en la vida israelita de aquel tiempo, como algunas reglas sobre la higiene, sanidad y enfermedades. Aunque se dieron originalmente a un pueblo antiguo, estas leyes reflejan conocimiento de hechos científicos que no se descubrieron sino hasta el siglo pasado (Levítico 13:46, 52; 15:4-13; Números 19:11-20; Deuteronomio 23:12, 13). Hacemos bien en preguntarnos: ¿Cómo puede ser que las leyes del antiguo pueblo de Israel reflejen un conocimiento y una sabiduría muy superiores a los que poseían las naciones contemporáneas? Una respuesta razonable es que tales leyes procedían del Creador.

      Las leyes también sirvieron para conservar los linajes familiares y prescribieron deberes religiosos para los israelitas hasta la llegada de la Descendencia. El pueblo concordó en observar todo lo que Dios pedía y así se hizo responsable de vivir según aquella Ley (Deuteronomio 27:26; 30:17-20). Por supuesto, no podían obedecer la Ley a la perfección. Pero hasta este hecho logró un objetivo. Un jurista explicó más tarde que la Ley ‘puso de manifiesto las transgresiones, hasta que llegara la descendencia a quien se había hecho la promesa’ (Gálatas 3:19, 24). Así, el código de la Ley convirtió a los israelitas en un pueblo separado, les recordó que necesitaban a la Descendencia, o Mesías, y los preparó para recibirla.

      Los israelitas reunidos en el monte Sinaí se comprometieron a obedecer el código de la Ley de Dios. Así llegaron a estar ligados a lo que la Biblia llama un pacto, es decir, un acuerdo. Era un pacto entre la nación y Dios. Ahora bien, aunque lo habían aceptado voluntariamente, demostraron ser un pueblo de dura cerviz, pues al poco tiempo se hicieron un becerro de oro como representación de Dios. Esa acción constituía un pecado, ya que la idolatría violaba directamente los Diez Mandamientos (Éxodo 20:4-6). Es más, se quejaron de sus provisiones, se rebelaron contra el caudillo nombrado por Dios (Moisés) y tuvieron relaciones inmorales con mujeres extranjeras idólatras. Pero ¿por qué deben interesarnos estos hechos, siendo que vivimos en una época tan distante de aquella?

      Como ya se ha dicho, no se trata sencillamente de historia antigua. Los relatos bíblicos sobre la ingratitud de Israel y la respuesta de Dios muestran que él realmente se interesa por nosotros. La Biblia dice que los israelitas pusieron a prueba a Jehová “vez tras vez” y así lo ‘herían’ y ‘le causaban dolor’ (Salmo 78:40, 41). De modo que podemos estar seguros de que el Creador tiene sentimientos y que le importa el comportamiento humano.

      Desde una óptica humana, pudiera pensarse que el mal proceder de Israel haría que Dios pusiera fin a su pacto y tal vez escogiera a otra nación para cumplir su promesa. Pero no fue así. Aunque Dios castigó a los malhechores impenitentes, tuvo misericordia de la nación como tal, pese a su desobediencia. Efectivamente, Dios fue leal a la promesa que le había hecho a su fiel amigo Abrahán.

      Al poco tiempo, Israel se hallaba cerca de Canaán, la Tierra Prometida bíblica, que estaba ocupada por pueblos fuertes con una degradada moralidad. El Creador había permitido que pasaran cuatrocientos años sin intervenir, pero había llegado el momento de entregar esa tierra, en justicia, a Israel (Génesis 15:16; véase también “¿En qué sentido es celoso Dios?”, páginas 132, 133). Moisés primero envió al país a doce espías. Diez de ellos no demostraron fe en el poder salvador de Jehová. Su informe hizo que el pueblo murmurara contra Dios y maquinara volver a Egipto. Por ello, Dios lo sentenció a vagar cuarenta años por el desierto (Números 14:1-4, 26-34).

      ¿Qué logró ese castigo? Antes de su muerte, Moisés exhortó a los hijos de Israel a que recordaran los años en los que Jehová los había humillado. Moisés les dijo: “Bien sabes tú con tu propio corazón que tal como un hombre corrige a su hijo, Jehová tu Dios iba corrigiéndote” (Deuteronomio 8:1-5). Pese a su insultante actuación, Jehová los sostuvo y así les demostró que dependían de él. Por ejemplo, les suministró para su supervivencia el maná, una sustancia comestible que sabía a tortas hechas con miel. Esta experiencia por el desierto debió haberles enseñado la importancia de obedecer a su Dios misericordioso y a depender de él (Éxodo 16:13-16, 31; 34:6, 7).

      Después de la muerte de Moisés, Dios comisionó a Josué para acaudillar a Israel. Este hombre valiente y leal introdujo a la nación en Canaán y emprendió con valor la conquista del territorio. En poco tiempo, Josué derrotó a 31 reyes y ocupó la mayor parte de la Tierra Prometida. Podemos hallar esta emocionante historia en el libro de Josué.

      Gobierno sin un rey humano

      Durante el viaje por el desierto y los primeros años en la Tierra Prometida, la nación tuvo por caudillos a Moisés y luego a Josué. Los israelitas no necesitaron a ningún rey humano, pues Jehová era su Soberano. Él dispuso que se nombrara a ancianos para resolver los pleitos en las puertas de las ciudades. Estos mantenían el orden y ayudaban a la gente en sentido espiritual (Deuteronomio 16:18; 21:18-20). El libro de Rut ofrece una interesante vislumbre de cómo resolvieron estos ancianos un pleito basándose en la ley de Deuteronomio 25:7-9.

      A lo largo de los años, la nación a menudo perdió el favor de Jehová, pues le desobedeció en repetidas ocasiones y se volvió a los dioses cananeos. No obstante, Jehová se acordó de su pueblo cuando este se halló en situación desesperada y acudió a él. Levantó a jueces para liberar a Israel y rescatarlo de las opresoras naciones vecinas. El libro de Jueces contiene una descriptiva narración de las hazañas de doce de estos valientes jueces (Jueces 2:11-19; Nehemías 9:27).

      El relato dice: “En aquellos días no había rey en Israel. Lo que era recto a sus propios ojos era lo que cada uno acostumbraba hacer” (Jueces 21:25). La nación disponía de las normas establecidas en la Ley, de modo que con la ayuda de los ancianos y la instrucción de los sacerdotes, el pueblo tenía base para ‘hacer lo que era recto a sus propios ojos’ sin temor a equivocarse. Además, el código de la Ley prescribía que se ofrecieran sacrificios en un tabernáculo o templo portátil. Este era el centro de la adoración verdadera, que ayudó a mantener unida a la nación durante ese período.

      Parte II: Prosperidad bajo la monarquía

      Durante la judicatura de Samuel, el pueblo pidió un rey humano. Los tres primeros reyes —Saúl, David y Salomón— gobernaron cuarenta años cada uno, desde 1117 hasta 997 a.E.C. En este tiempo, la prosperidad y la gloria de Israel alcanzaron su cenit, y el Creador tomó importantes medidas para preparar el gobierno de la venidera Descendencia.

      El juez y profeta Samuel dio una buena dirección espiritual a Israel, pero sus hijos fueron diferentes. El pueblo finalmente pidió a Samuel: “Nómbranos un rey que nos juzgue, sí, como todas las naciones”. Jehová explicó a Samuel el significado de aquella petición: “Escucha la voz del pueblo [...] porque no es a ti a quien han rechazado, sino que es a mí a quien han rechazado de ser rey sobre ellos”, y previó sus tristes consecuencias (1 Samuel 8:1-9). No obstante, accedió a la demanda y nombró por rey de Israel a un hombre modesto llamado Saúl. Pese a su prometedor comienzo, después de ascender al trono Saúl se hizo obstinado y pasó por alto los mandamientos de Dios. El profeta de Dios anunció que se daría el gobierno a un hombre en quien Jehová se complaciera. Este hecho pone de relieve cuánto valora la obediencia de corazón el Creador (1 Samuel 15:22, 23).

      David, el siguiente rey de Israel, era el hijo menor de una familia de la tribu de Judá. Dios le dijo a Samuel sobre esta sorprendente elección: “El simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón” (1 Samuel 16:7). ¿No es reconfortante saber que el Creador se fija en lo que somos en nuestro interior, y no en las apariencias? Sin embargo, Saúl tenía sus propias ideas. Desde que Jehová escogió a David como futuro rey, Saúl se obsesionó con la idea de darle muerte. Jehová no lo permitió, y finalmente Saúl y sus hijos murieron en una batalla contra el pueblo guerrero de los filisteos.

      David reinó desde la ciudad de Hebrón. Luego conquistó Jerusalén y trasladó allí su capital. También extendió las fronteras de Israel hasta los límites de la tierra que Dios había prometido dar a los descendientes de Abrahán. Podemos leer sobre este período (y la historia de los reyes posteriores) en seis libros históricos de la Biblia.b En ellos puede verse que la vida de David no estuvo libre de complicaciones. Por ejemplo, sucumbió al deseo humano y cometió adulterio con la hermosa Bat-seba. Luego incurrió en otros males para encubrir su pecado. Como Dios de justicia, Jehová no pasó por alto el error de David, aunque, debido a su arrepentimiento sincero, tampoco exigió que se le aplicara estrictamente la pena prescrita en la Ley. No obstante, David tuvo muchos problemas familiares como consecuencia de sus pecados.

      Estas vicisitudes permitieron que David conociera a Dios como una persona con sentimientos. Escribió: “Jehová está cerca de todos los que lo invocan [...] y oirá su clamor por ayuda” (Salmo 145:18-20). La sinceridad y la devoción de David se reflejan con claridad en los bellos cánticos que compuso, que constituyen aproximadamente la mitad del libro de los Salmos. Millones de personas han hallado consuelo y ánimo en estas poesías. Salmo 139:1-4 refleja, por ejemplo, la estrecha relación que David tenía con Dios: “Oh Jehová, tú me has escudriñado completamente, y me conoces. Tú mismo has llegado a conocer mi sentarme y mi levantarme. Has considerado mi pensamiento desde lejos. [...] Pues no hay una sola palabra en mi lengua, cuando, ¡mira!, oh Jehová, tú ya lo sabes todo”.

      David era especialmente consciente del poder salvador de Dios (Salmo 20:6; 28:9; 34:7, 9; 37:39). Cada vez que lo experimentaba, su confianza en Jehová aumentaba. Puede comprobarse este hecho en Salmo 30:5; 62:8 y Sl 103:9. O en el Salmo 51, que David compuso después de ser censurado por su pecado con Bat-seba. Es muy confortante saber que podemos acercarnos sin reservas al Creador con la seguridad de que no es arrogante, sino que está dispuesto a escucharnos humildemente (Salmo 18:35; 69:33; 86:1-8). David no llegó a este reconocimiento solo por la experiencia. “He meditado en toda tu actividad —escribió—; de buena gana me mantuve intensamente interesado en la obra de tus propias manos.” (Salmo 63:6; 143:5.)

      Jehová celebró con David un pacto especial para un reino eterno. Probablemente David no entendió la trascendencia de este pacto, pero por otras informaciones que se incluyeron posteriormente en la Biblia, puede verse que Dios indicó de este modo que la Descendencia prometida vendría por el linaje de David (2 Samuel 7:16).

      El sabio rey Salomón y el sentido de la vida

      Salomón, hijo de David, fue famoso por su sabiduría, de la que podemos beneficiarnos leyendo los libros de Proverbios y Eclesiastés,c ambos muy prácticos (1 Reyes 10:23-25). El último es útil en particular para aquellos que se preguntan por el sentido de la vida, como lo hizo el sabio rey Salomón. Este fue el primer rey israelita nacido en el seno de una familia real, por lo que tuvo ante sí grandes posibilidades. Acometió majestuosas construcciones, dispuso en su mesa de una variedad impresionante de alimentos y disfrutó de la música y de selecta compañía. No obstante, escribió: “Yo, yo mismo, me volví hacia todas las obras mías que mis manos habían hecho, y hacia el duro trabajo que yo había trabajado duro para lograr, y, ¡mira!, todo era vanidad” (Eclesiastés 2:3-9, 11). ¿A qué conclusión llegó Salomón?

      El rey sabio escribió: “La conclusión del asunto, habiéndose oído todo, es: Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber del hombre. Porque el Dios verdadero mismo traerá toda clase de obra a juicio con relación a toda cosa escondida, en cuanto a si es buena o es mala” (Eclesiastés 12:13, 14). Por ello, Salomón invirtió siete años en la construcción de un templo glorioso donde la gente pudiera adorar a Dios (1 Reyes, capítulo 6).

      El reinado de Salomón fue pacífico y próspero durante muchos años (1 Reyes 4:20-25). Sin embargo, su corazón no resultó tan completo para con Jehová como lo había sido el de David. Salomón tomó muchas esposas extranjeras y permitió que inclinaran su corazón a seguir a sus dioses. Jehová finalmente dijo: “Sin falta arrancaré el reino de sobre ti [...]. Daré una tribu a tu hijo, por causa de David mi siervo, y por causa de Jerusalén” (1 Reyes 11:4, 11-13).

      Parte III: La división del reino

      Después de la muerte de Salomón en 997 a.E.C., las diez tribus norteñas se segregaron. Formaron el reino de Israel, que los asirios conquistaron en 740 a.E.C. Los reyes de Jerusalén gobernaron sobre las otras dos tribus. Este reino, Judá, sobrevivió hasta que los babilonios conquistaron Jerusalén en 607 a.E.C. y se llevaron cautivos a sus habitantes. La tierra de Judá estuvo setenta años desolada.

      Cuando Salomón murió, su hijo Rehoboam ascendió al trono y oprimió al pueblo. Su gobierno provocó una sublevación, de modo que diez tribus se segregaron y formaron el reino de Israel (1 Reyes 12:1-4, 16-20). Este reino septentrional no siguió al Dios verdadero. El pueblo se inclinó ante ídolos, como becerros de oro, o incurrió en otras formas de adoración falsa. Algunos de los reyes fueron asesinados y sus dinastías fueron derrocadas por usurpadores. Jehová tuvo gran paciencia, y mandó a profetas en repetidas ocasiones para advertir a la nación de las calamidades que sufriría si no abandonaba su proceder de apostasía. Los libros de Oseas y Amós los escribieron profetas cuyos mensajes se centraron en este reino norteño. Finalmente, en 740 a.E.C., los asirios le infligieron el azote que los profetas de Dios habían predicho.

      En el sur, diecinueve reyes sucesivos de la casa de David gobernaron sobre Judá hasta el año 607 a.E.C. Los reyes Asá, Jehosafat, Ezequías y Josías gobernaron como lo hizo su antepasado David, y se ganaron el favor de Jehová (1 Reyes 15:9-11; 2 Reyes 18:1-7; 22:1, 2; 2 Crónicas 17:1-6). Jehová bendijo a la nación durante el reinado de estos monarcas. La obra The Englishman’s Critical and Expository Bible Cyclopædia explica: “El gran elemento conservador de J[udá] lo constituían el templo, el sacerdocio y la ley escrita, dados por Dios; así como el reconocimiento del único Dios, Jehová, como su verdadero rey teocrático. [...] Esta adhesión a la ley [...] produjo una sucesión de reyes, muchos de los cuales fueron buenos y sabios [...]. Por ello J[udá] sobrevivió a su hermano norteño más populoso”. Estos reyes fieles fueron pocos en comparación con los que no anduvieron en el camino de David. De todos modos, Jehová hizo que ‘David su siervo continuara teniendo una lámpara siempre delante de él en Jerusalén, la ciudad que Dios se había escogido para poner allí su nombre’ (1 Reyes 11:36).

      Se acerca la destrucción

      Manasés fue uno de los reyes de Judá que se apartó de la adoración verdadera. “Hizo pasar a su propio hijo por el fuego, y practicó la magia y buscó agüeros e hizo médium espiritistas y pronosticadores profesionales de sucesos. Hizo en gran escala lo que era malo a los ojos de Jehová, para ofenderlo.” (2 Reyes 21:6, 16.) El rey Manasés sedujo al pueblo “para que hicieran peor que las naciones que Jehová había aniquilado”. Después de advertir repetidamente a Manasés y su pueblo, el Creador declaró: “Simplemente limpiaré a Jerusalén así como uno limpia el tazón sin asa” (2 Crónicas 33:9, 10; 2 Reyes 21:10-13).

      Como preludio, Jehová permitió que los asirios capturaran a Manasés y se lo llevaran cautivo sujeto con grilletes de cobre (2 Crónicas 33:11). En el exilio, Manasés recobró el juicio y “siguió humillándose mucho a causa del Dios de sus antepasados”. ¿Cómo respondió Jehová? “Oyó su petición de favor y lo restauró en Jerusalén a su gobernación real; y Manasés llegó a saber que Jehová es el Dios verdadero.” Tanto el rey Manasés como su nieto, el rey Josías, llevaron a cabo urgentes reformas. No obstante, la nación no abandonó definitivamente la degradación moral y religiosa (2 Crónicas 33:1-20; 34:1–35:25; 2 Reyes, capítulo 22).

      Cabe destacar que Jehová envió a profetas celosos para declarar su punto de vista sobre lo que estaba sucediendo.d Jeremías recoge las palabras de Jehová: “Desde el día en que los antepasados de ustedes salieron de la tierra de Egipto hasta el día de hoy [...] yo seguí enviando a ustedes todos mis siervos los profetas, madrugando diariamente y enviándolos”. Pero los israelitas no escucharon a Dios. Actuaron peor que sus antepasados (Jeremías 7:25, 26). Dios los advirtió en repetidas ocasiones “porque sentía compasión por su pueblo”, pero este no quiso hacer caso. De modo que Dios permitió que los babilonios destruyeran Jerusalén y desolaran el país en el año 607 a.E.C. La tierra quedó abandonada por setenta años (2 Crónicas 36:15, 16; Jeremías 25:4-11).

      Este breve repaso de la actuación divina debería ayudarnos a comprender el interés que Jehová demostró por su pueblo y lo justo que fue con él. No se cruzó de brazos esperando con indiferencia a que su pueblo se superara, sino que intentó ayudarlo. Podemos entender por qué Isaías dijo: “Oh Jehová, tú eres nuestro Padre [...] y todos somos la obra de tu mano” (Isaías 64:8). Por ello muchas personas llaman “Padre” al Creador, pues actúa como lo haría un padre humano que ama a sus hijos y se interesa por ellos. Pero Dios también reconoce que somos responsables de nuestros actos y de sus consecuencias.

      Después de los setenta años que la nación pasó cautiva en Babilonia, Jehová Dios cumplió su profecía de reconstruir Jerusalén. Se liberó al pueblo y se le permitió regresar a su tierra natal para ‘reedificar la casa de Jehová, la cual estaba en Jerusalén’ (Esdras 1:1-4; Isaías 44:24–45:7). Varios libros de la Bibliae relatan esta reconstrucción de la ciudad y del templo, y los acontecimientos subsiguientes. Uno de ellos, Daniel, es de particular interés porque profetizó cuándo aparecería exactamente la Descendencia, es decir, el Mesías, y también predijo sucesos mundiales de la actualidad.

      Finalmente el templo se reedificó, pero Jerusalén se hallaba aún en condiciones deplorables. Las murallas y las puertas estaban en ruinas. De modo que Dios levantó a hombres, como Nehemías, para animar y organizar a los judíos. La oración que leemos en el capítulo 9 de Nehemías sintetiza bien la relación de Jehová con los israelitas. Muestra que Jehová es “un Dios de actos de perdón, benévolo y misericordioso, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa”. Esta plegaria también indica que Jehová actúa en armonía con su norma perfecta de justicia. Aun cuando tenga buena razón para ejercer su poder contra los desobedientes, está dispuesto a templar la justicia con el amor. Requiere sabiduría lograr este equilibrio tan admirable. Así pues, la relación del Creador con la nación de Israel debería acercarnos a él y motivarnos a hacer su voluntad.

      Esta parte de la Biblia (el Antiguo Testamento) concluye con la restauración de Judá y el templo de Jerusalén, que entonces se hallaban bajo dominación pagana. En esta situación, ¿cómo podía cumplirse el pacto que Dios hizo con David acerca de una “descendencia” que gobernaría “para siempre”? (Salmo 89:3, 4; 132:11, 12.) Los judíos todavía estaban esperando la venida de “Mesías el Caudillo”, quien liberaría al pueblo de Dios y establecería un reino teocrático (gobierno divino) en la Tierra (Daniel 9:24, 25). Pero ¿era este el propósito de Jehová? Si no, ¿cómo traería liberación el prometido Mesías? Y ¿qué incidencia tiene esto en nosotros hoy? El próximo capítulo contestará estas importantes preguntas.

      [Notas]

      a Se han escrito en negrita los nombres de los libros bíblicos para facilitar la localización de su contenido.

      b Estos son 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes, 2 Reyes, 1 Crónicas y 2 Crónicas.

      c Salomón también escribió El Cantar de los Cantares, un poema de amor que se centra en la lealtad de una joven a un humilde pastor.

      d Estos mensajes proféticos inspirados se encuentran en varios libros de la Biblia: Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Joel, Miqueas, Habacuc y Sofonías. Los libros de Abdías, Jonás y Nahúm se concentran en las naciones vecinas cuya historia tuvo incidencia en el pueblo de Dios.

      e Estos libros históricos y proféticos son Esdras, Nehemías, Ester, Ageo, Zacarías y Malaquías.

      [Recuadro de las páginas 126 y 127]

      ¿Podemos creer en los milagros?

      “Es imposible utilizar la luz eléctrica y la radio, y valernos de los descubrimientos médicos y quirúrgicos modernos, y al mismo tiempo creer en el mundo de los espíritus y los milagros del Nuevo Testamento.” Estas palabras del teólogo alemán Rudolf Bultmann reflejan lo que mucha gente piensa hoy sobre los milagros. ¿Comparte esa opinión sobre los milagros bíblicos, como por ejemplo, la división que hizo Dios de las aguas del mar Rojo?

      El Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia, define milagro como “hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. Tal suceso extraordinario implica la interrupción del orden natural, por lo que a muchos se les hace difícil creer en los milagros. Sin embargo, lo que parece ser una violación de una ley natural quizá pueda explicarse fácilmente a la luz de otras leyes de la naturaleza que intervienen en el suceso.

      Sirva de ilustración el siguiente experimento publicado en la revista New Scientist: Dos físicos de la Universidad de Tokio aplicaron un campo magnético muy fuerte a un tubo horizontal parcialmente lleno de agua. El agua se acumuló en los extremos del tubo, quedando seca la sección media. Este fenómeno, descubierto en 1994, se debe a que el agua es ligeramente diamagnética (es repelida por la acción de un fuerte imán). A este corrimiento del agua del lugar donde el campo magnético es muy fuerte a donde es más débil se le ha denominado “Efecto Moisés”. New Scientist comentó: “Mover el agua de un lugar para otro es fácil si se dispone de un imán suficientemente potente. Y en tal caso, prácticamente cualquier cosa es posible”.

      No puede decirse con certeza cómo dividió Dios las aguas del mar Rojo para salvar a los israelitas. Pero el Creador conoce a la perfección todas las leyes de la naturaleza, y puede controlar con facilidad ciertos aspectos de una ley empleando otras leyes que él ha originado. El resultado pudiera parecer milagroso al ser humano, especialmente si no entiende por completo todas las leyes implicadas.

      Akira Yamada, profesor emérito de la Universidad de Kyoto (Japón), dice respecto a los milagros bíblicos: “Si bien es correcto decir que no se puede entender [el milagro] desde el punto de vista actual de la ciencia (o del statu quo de la ciencia), es erróneo concluir que no sucedió, basándose solo en la autoridad de la física moderna avanzada o de la bibliología moderna avanzada. De aquí a diez años, la ciencia moderna de hoy habrá quedado anticuada. Cuanto más rápidamente progrese la ciencia, mayor será la posibilidad de que los científicos de hoy se conviertan en blanco de comentarios jocosos como: ‘Los científicos de hace diez años creían seriamente en tal y tal cosa’” (Kagakujidai no Kamigami [Dioses en la era de la ciencia]).

      Siendo el Creador, Jehová puede coordinar todas las leyes de la naturaleza y así utilizar su poder para obrar milagros.

      [Recuadro de las páginas 132 y 133]

      ¿En qué sentido es celoso Dios?

      “Jehová, cuyo nombre es Celoso, él es un Dios celoso.” ¿Qué significan estas palabras, que se leen en Éxodo 34:14?

      La palabra hebrea que se traduce por “celoso” puede significar “que exige devoción exclusiva, que no tolera rivalidad”. Jehová es celoso con respecto a su nombre y adoración en un sentido positivo que beneficia a sus criaturas (Ezequiel 39:25). Su celo por cumplir lo que su nombre representa significa que llevará a cabo su propósito para la humanidad.

      Veamos, por ejemplo, cómo juzgó a las naciones que habitaban la tierra de Canaán. Un erudito ofrece esta horrible descripción: “La adoración de Baal, Astoret y otros dioses cananeos consistía en las orgías más extravagantes; sus templos eran centros de vicio. [...] Los cananeos, pues, adoraban cometiendo excesos inmorales [...], y luego asesinando a sus hijos primogénitos como sacrificio a estos mismos dioses”. Los arqueólogos han descubierto vasijas con los restos de niños sacrificados. Aunque Dios observó el error de los cananeos en los días de Abrahán, tuvo paciencia con ellos por cuatrocientos años, permitiéndoles suficiente tiempo para cambiar (Génesis 15:16).

      ¿Eran conscientes los cananeos de la gravedad de su error? Pues bien, tenían la facultad humana de la conciencia, que los juristas tienen por fundamento universal de moralidad y justicia (Romanos 2:12-15). Pese a ello, los cananeos persistieron en sus detestables sacrificios de niños y degradadas prácticas sexuales.

      Jehová determinó en su equilibrada justicia que esa tierra debía limpiarse. Esta limpieza no supuso un genocidio, pues se perdonó la vida a los cananeos que aceptaron voluntariamente las elevadas normas morales de Dios, ya fueran personas solas, como Rahab, o comunidades enteras, como los gabaonitas. (Josué 6:25; 9:3-15). Rahab llegó a ser un eslabón de la genealogía real que condujo al Mesías, y los descendientes de los gabaonitas tuvieron el privilegio de rendir servicios en el templo de Jehová (Josué 9:27; Esdras 8:20; Mateo 1:1, 5-16).

      En consecuencia, cuando se tienen los suficientes elementos de juicio, es más fácil ver a Jehová como un Dios de justicia admirable, y celoso en un sentido positivo para el beneficio de sus criaturas fieles.

  • Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador
    ¿Existe un Creador que se interese por nosotros?
    • Capítulo 9

      Un Gran Maestro nos revela con más profundidad al Creador

      EN EL siglo primero, la gente que vivía en Palestina estaba “en expectación”. ¿De qué? Del “Cristo” o “Mesías” que los profetas de Dios habían predicho siglos antes. El pueblo sabía que Dios había dirigido la escritura de la Biblia y que esta contenía muchas predicciones. Una de ellas, recogida en el libro de Daniel, apuntaba a la llegada del Mesías en la primera parte de aquel siglo (Lucas 3:15; Daniel 9:24-26).

      No obstante, se requería cautela, pues iban a presentarse mesías autoproclamados (Mateo 24:5). El historiador judío Josefo menciona a algunos: Teudas, que condujo a sus seguidores al río Jordán y dijo que dividiría sus aguas; un egipcio que llevó a la gente al monte de los Olivos, asegurando que el muro de Jerusalén caería a una orden suya; y un impostor del tiempo del gobernador Festo que prometió una vida libre de problemas (compárese con Hechos 5:36; 21:38).

      A diferencia de los decepcionados seguidores de estos falsos mesías, un grupo de personas, a las que se conoció más tarde por el nombre de “cristianos”, reconocieron que Jesús de Nazaret era un gran maestro y el verdadero Mesías (Hechos 11:26; Marcos 10:47). Jesús no era un impostor: tenía claras referencias, como confirman ampliamente los cuatro libros históricos llamados Evangelios.a Por ejemplo, los judíos sabían que el Mesías nacería en Belén, pertenecería al linaje de David y ejecutaría obras maravillosas. Jesús cumplió todas estas profecías, como indica incluso el testimonio de sus opositores. Efectivamente, en Jesús se cumplieron todos los requisitos del Mesías bíblico (Mateo 2:3-6; 22:41-45; Juan 7:31, 42).

      Muchedumbres de personas se convencieron de que Jesús era el Mesías cuando lo conocieron y observaron sus sobresalientes obras, oyeron sus singulares palabras de sabiduría y advirtieron su previsión del futuro. En el transcurso de su ministerio (29-33 E.C.) se acumularon las pruebas de su identidad como Mesías. De hecho, demostró ser más que el Mesías. Un discípulo que conocía bien los hechos llegó a la conclusión de que “Jesús [era] el Cristo el Hijo de Dios”b (Juan 20:31).

      Puesto que Jesús tuvo esta estrecha relación con Dios, podía explicar y revelar cómo era el Creador (Lucas 10:22; Juan 1:18). Jesús enseñó que su relación íntima con el Padre empezó en el cielo, donde colaboró con él en la creación de todas las demás cosas, animadas e inanimadas (Juan 3:13; 6:38; 8:23, 42; 13:3; Colosenses 1:15, 16).

      La Biblia dice que se transfirió al Hijo del ámbito espiritual al físico y “llegó a estar en la semejanza de los hombres” (Filipenses 2:5-8). Ese no es un suceso normal, pero ¿es posible? Los científicos han comprobado que un elemento natural, como el uranio, puede convertirse en otro; incluso han calculado el resultado de la transformación de la materia en energía (E=mc2). Así, ¿por qué deberíamos dudar de que la Biblia diga que una criatura espiritual se transformó para vivir como ser humano?

      Veámoslo desde otro ángulo. La medicina ha conseguido la fecundación in vitro. Una vida que comienza en un tubo de ensayo se transfiere a una mujer y luego nace como un bebé. En el caso de Jesús, la Biblia dice que su vida fue transferida por el “poder del Altísimo” a una virgen llamada María. Esta mujer pertenecía al linaje de David, de manera que Jesús podía ser el heredero permanente del Reino Mesiánico que se prometió a aquel monarca (Lucas 1:26-38; 3:23-38; Mateo 1:23).

      Debido a esta relación íntima y semejanza con el Creador, Jesús aseguró: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también” (Juan 14:9). Dijo asimismo: “Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo esté dispuesto a revelarlo” (Lucas 10:22). Por consiguiente, lo que Jesús enseñó e hizo en la Tierra nos ayuda a conocer mejor la personalidad del Creador. Centrémonos para ello en algunas de las experiencias que tuvieron hombres y mujeres con quienes Jesús trató directamente.

      La samaritana

      “¿Acaso no es este el Cristo?”, se preguntó una samaritana después de conversar un rato con Jesús (Juan 4:29). Esta mujer incluso instó a otras personas de la cercana población de Sicar a conocerlo personalmente. ¿Qué la movió a aceptar a Jesús como el Mesías?

      La samaritana se encontró con Jesús cuando este descansaba después de haber andado toda la mañana por los caminos polvorientos de las colinas de Samaria. Aunque Jesús estaba fatigado, habló con ella. Al observar su sincero interés espiritual, le comunicó verdades profundas sobre la necesidad de “[adorar] al Padre con espíritu y con verdad”. Después le reveló que en realidad era el Cristo, hecho que todavía no había confesado en público (Juan 4:3-26).

      Para la samaritana, este encuentro con Jesús fue muy significativo. Sus anteriores prácticas religiosas se habían centrado en el culto que se rendía en el monte Guerizim, y se fundamentaban solo en los cinco primeros libros de la Biblia. Los judíos evitaban a los samaritanos, muchos de los cuales descendían del mestizaje entre las diez tribus de Israel y otros pueblos. Pero Jesús actuó de modo muy diferente. Estuvo dispuesto a enseñar a la samaritana, aunque su misión iba dirigida a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). En este caso reflejó la disposición de Jehová para aceptar a personas sinceras de todas las naciones (1 Reyes 8:41-43). Tanto Jesús como Jehová están por encima de la intolerante hostilidad religiosa que impregna el mundo actual. Este hecho debería acercarnos al Creador y a su Hijo.

      Hay otra lección que aprender de que Jesús estuviera dispuesto a enseñar a la samaritana. Para entonces ella estaba viviendo con un hombre que no era su esposo, lo cual no fue óbice para que Jesús le hablara (Juan 4:16-19). Es fácil comprender que esta mujer debió sentirse agradecida de que se la tratara con dignidad. Y su experiencia no fue única. Cuando algunos líderes judíos (fariseos) criticaron a Jesús por comer con pecadores arrepentidos, él les dijo: “Las personas en salud no necesitan médico, pero los enfermizos sí. Vayan, pues, y aprendan lo que esto significa: ‘Quiero misericordia, y no sacrificio’. Porque no vine a llamar a justos, sino a pecadores” (Mateo 9:10-13). Jesús ayudó a la gente que sufría debido a la carga de sus pecados, es decir, la violación de las leyes o normas de Dios. Es muy reconfortante saber que Dios y su Hijo desean ayudar a aquellos que sufren las consecuencias de su conducta pasada (Mateo 11:28-30).c

      No pasemos por alto que la persona a la que Jesús habló amablemente y ayudó en Samaria era una mujer. ¿Por qué es eso relevante? En aquel tiempo se enseñaba a los varones judíos que no debían hablar con una mujer en la calle, ni siquiera con su propia esposa. Los rabinos judíos no consideraban a las mujeres capaces de recibir una educación espiritual profunda, pues las tenían por “poco inteligentes”. Algunos decían: “Es mejor quemar las palabras de la ley antes que dárselas a las mujeres”. Los discípulos de Jesús se habían criado en este ambiente; de modo que cuando regresaron, “se [admiraron] de que hablara con una mujer” (Juan 4:27). Este relato, entre otros muchos, ilustra que Jesús era la imagen de su Padre, quien creó tanto al hombre como a la mujer con la misma dignidad (Génesis 2:18).

      Posteriormente, la samaritana convenció a sus conciudadanos de que debían escuchar a Jesús. Muchos examinaron los hechos y se hicieron creyentes. Dijeron: “Sabemos que este hombre es verdaderamente el salvador del mundo” (Juan 4:39-42). Como somos parte “del mundo” de la humanidad, Jesús también es fundamental para nuestro futuro.

      La visión de un pescador

      Ahora veamos a Jesús por los ojos de dos de sus compañeros íntimos: Pedro y Juan. Estos pescadores estuvieron entre sus primeros discípulos (Mateo 4:13-22; Juan 1:35-42). Los fariseos los consideraban “hombres iletrados y del vulgo”, gente de la tierra (ʽam-ha·ʼá·rets), a quienes se menospreciaba porque no tenían la educación de los rabinos (Hechos 4:13; Juan 7:49). Muchas de estas personas, que ‘se afanaban y estaban cargadas’ bajo el yugo de los religiosos tradicionalistas, anhelaban la iluminación espiritual. El profesor Charles Guignebert, de la Sorbona, comentó que “su corazón pertenecía por entero a Yahvé [Jehová]”. Jesús no dio la espalda a estas personas humildes, en favor de los ricos o influyentes. Más bien, les reveló al Padre por medio de su enseñanza y actuación (Mateo 11:25-28).

      Pedro experimentó personalmente el interés altruista de Jesús. Poco después de unirse a él en su ministerio, su suegra enfermó y le dio fiebre. Jesús fue a la casa de Pedro, tomó de la mano a esta mujer y la fiebre le desapareció. No sabemos cómo se efectuó esta curación, tal como los médicos de hoy en día a veces no pueden explicar cómo se producen algunas curaciones, pero a la mujer le bajó la fiebre. Más importante que saber cómo sanaba Jesús es entender que sus curaciones revelaban la compasión que sentía por los enfermos y afligidos. Al igual que su Padre, quería ayudar a la gente (Marcos 1:29-31, 40-43; 6:34). Las experiencias que vivió Pedro al lado de Jesús le ayudaron a entender que para el Creador toda persona merece atención (1 Pedro 5:7).

      Más tarde, Jesús se hallaba en el atrio de las mujeres del templo de Jerusalén observando a la gente que echaba sus contribuciones en las arcas de la tesorería. Los ricos depositaban muchas monedas. Pero Jesús se fijó especialmente en una viuda pobre que echó dos monedas de muy poco valor, y dijo a Pedro, a Juan y a los demás: “En verdad les digo que esta viuda pobre echó más que todos los que están echando dinero en las arcas de la tesorería; porque todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su indigencia, echó cuanto poseía” (Marcos 12:41-44).

      Podemos ver que Jesús buscaba lo bueno que había en la gente, y valoraba el esfuerzo de todos. ¿Qué efecto tuvo esta actitud en Pedro y en los demás apóstoles? El ejemplo de su Maestro les ayudó a percibir la personalidad de Jehová. Pedro posteriormente escribió, citando de un salmo: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y sus oídos están hacia su ruego” (1 Pedro 3:12; Salmo 34:15, 16). Siendo que el Creador y su Hijo quieren hallar lo bueno que hay en nosotros y están dispuestos a escuchar nuestros ruegos, es natural que nos sintamos atraídos hacia ellos.

      Después de unos dos años de relacionarse con Jesús, Pedro estaba seguro de que era el Mesías. En una ocasión Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy?”, y estos le dieron diferentes respuestas. Entonces les preguntó: “Pero ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Pedro respondió convencido: “Tú eres el Cristo”. Puede parecer extraño lo que Jesús hizo a continuación: “Les ordenó con firmeza que no [se lo] dijeran a nadie” (Marcos 8:27-30; 9:30; Mateo 12:16). ¿Por qué? Jesús estaba allí, entre la gente, de modo que no quería que esta llegara a conclusiones solo de oídas. ¿No es eso lógico? (Juan 10:24-26.) Del mismo modo, el Creador también desea que lo conozcamos por medio de nuestra propia investigación de pruebas sólidas. Espera que nuestras convicciones estén basadas en hechos (Hechos 17:27).

      Como cabe imaginar, algunos de los contemporáneos de Jesús no lo aceptaron, pese a las muchas pruebas de que el Creador lo respaldaba. Muchos estaban preocupados por su posición o sus metas políticas, de forma que no les convenció un Mesías humilde, por muy sincero que fuera. Al acercarse el fin de su ministerio, Jesús dijo: “Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella..., ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos [...!] Pero ustedes no lo quisieron. ¡Miren! Su casa se les deja abandonada a ustedes” (Mateo 23:37, 38). Este cambio en la situación de Israel supuso un paso importante en la realización del propósito de Dios para bendecir a todas las naciones.

      Poco después, Pedro y otros tres apóstoles oyeron a Jesús pronunciar una profecía detallada sobre “la conclusión del sistema de cosas”.d Lo que Jesús predijo tuvo un cumplimiento inicial durante el ataque romano a Jerusalén y su destrucción final (66-70 E.C.). La historia da testimonio de que las predicciones de Jesús se cumplieron. Pedro vio muchos de los sucesos que Jesús profetizó, según se refleja en las cartas que escribió: 1 y 2 de Pedro (1 Pedro 1:13; 4:7; 5:7, 8; 2 Pedro 3:1-3, 11, 12).

      Jesús trató a los judíos con paciencia y bondad durante su ministerio, pero no se retuvo de condenar su iniquidad. Este hecho ayudó a Pedro, y también debería ayudarnos a nosotros a entender mejor al Creador. Cuando Pedro vio que se cumplía la profecía de Jesús, escribió en su segunda carta que los cristianos deberían tener “muy presente la presencia del día de Jehová”. Pedro también dijo: “Jehová no es lento respecto a su promesa, como algunas personas consideran la lentitud, pero es paciente para con ustedes porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. Luego animó a sus lectores con la esperanza de unos ‘nuevos cielos y una nueva tierra en los que morará la justicia’ (2 Pedro 3:3-13). ¿Apreciamos nosotros, como Pedro, las cualidades de Dios reflejadas en Jesús, y confiamos en sus promesas para el futuro?

      ¿Por qué murió Jesús?

      La última noche que Jesús estuvo con los apóstoles compartió con ellos una cena especial. En una comida como aquella, el anfitrión judío hospitalario lavaba los pies a sus huéspedes, que posiblemente habían andado por caminos polvorientos calzados con sandalias. Sin embargo, nadie ofreció a Jesús ese servicio. De modo que él humildemente se levantó, tomó una toalla y una palangana, y empezó a lavarles los pies a los apóstoles. Cuando le llegó el turno a Pedro, este se sintió avergonzado, y le dijo: “Tú ciertamente no me lavarás los pies nunca”. “A menos que te lave —respondió Jesús—, no tienes parte conmigo.” Jesús sabía que iba a morir pronto, de modo que añadió: “Si yo, aunque soy Señor y Maestro, les he lavado los pies a ustedes, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque yo les he puesto el modelo, que, así como yo hice con ustedes, ustedes también deben hacerlo” (Juan 13:5-17).

      Décadas más tarde, Pedro instó a los cristianos a que imitaran a Jesús, no en un lavatorio ritual, sino en el servicio humilde al prójimo sin ‘enseñorearse’ de él. Pedro también se apercibió de que el ejemplo de Jesús probó que “Dios se opone a los altivos, pero da bondad inmerecida a los humildes”. ¡Qué gran lección sobre el Creador! (1 Pedro 5:1-5; Salmo 18:35.) Pero esa no fue la única lección que Pedro aprendió.

      Después de la cena, Judas Iscariote, un apóstol que se hizo ladrón, condujo a una banda de hombres armados hasta Jesús para que lo arrestaran. Pedro intentó defenderlo. Sacó la espada e hirió con ella a un hombre de la muchedumbre. Jesús corrigió a Pedro con estas palabras: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que toman la espada perecerán por la espada”. A continuación, ante los ojos de Pedro, tocó al hombre y lo curó (Mateo 26:47-52; Lucas 22:49-51). Jesús fue coherente con su enseñanza de ‘amar a los enemigos’, imitando a su Padre, que “hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:44, 45).

      En el transcurso de esa tensa noche, el tribunal supremo judío juzgó con precipitación a Jesús. Fue acusado falsamente de blasfemia, llevado ante el gobernador romano y entregado injustamente para su ejecución. Tanto los judíos como los romanos se burlaron de él. Fue azotado con brutalidad y fijado en un madero. Gran parte de ese maltrato cumplió profecías escritas con siglos de antelación. Aun los soldados que observaron a Jesús en el madero de tormento admitieron: “Ciertamente este era Hijo de Dios” (Mateo 26:57–27:54; Juan 18:12–19:37).

      Es fácil entender que Pedro y otros discípulos se preguntaran: “¿Por qué tenía que morir el Cristo?”. Con el paso del tiempo comprendieron la razón. Por una parte, aquellos sucesos cumplieron la profecía del capítulo 53 de Isaías, que muestra que el Cristo no haría posible la liberación solo para los judíos, sino también para toda la humanidad. Pedro escribió: “Él mismo cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que acabáramos con los pecados y viviéramos a la justicia. Y ‘por sus heridas ustedes fueron sanados’” (1 Pedro 2:21-25). El apóstol captó el sentido de la verdad que Jesús había enseñado: “El Hijo del hombre no vino para que se le ministrara, sino para ministrar y para dar su alma en rescate en cambio por muchos” (Mateo 20:28). En efecto, Jesús debía entregar su derecho a la vida como ser humano perfecto para recomprar a la humanidad, liberándola así del pecado heredado de Adán. Esta es una de las enseñanzas fundamentales de la Biblia: el rescate.

      ¿Qué implica el rescate? Puede verse del siguiente modo: Supongamos que tenemos una computadora, y alguien introduce en un programa perfecto un error (o virus) que corrompe un archivo electrónico. Esto ilustra el efecto de lo que Adán hizo al desobedecer voluntariamente a Dios, es decir, cuando pecó. Volvamos a la ilustración. Todas las copias que se hagan del archivo corrompido se verán afectadas. Sin embargo, no está todo perdido. Puede detectarse el error con un programa especial y eliminarlo de los archivos y del ordenador. Del mismo modo, la humanidad ha recibido un “virus” (pecado) de Adán y Eva, y necesita ayuda exterior para erradicarlo (Romanos 5:12). Según la Biblia, Dios hizo posible esta limpieza mediante la muerte de Jesús. Es una provisión amorosa de la que todos podemos beneficiarnos (1 Corintios 15:22).

      El reconocimiento de lo que Jesús hizo motivó a Pedro a “vivir el resto de su tiempo en la carne, ya no para los deseos de los hombres, sino para la voluntad de Dios”. Para Pedro esto significó evitar los hábitos corruptos y los estilos de vida inmorales, y lo mismo significa para nosotros hoy en día. Hay quienes intentan dificultar la vida a aquellos que se esfuerzan por hacer “la voluntad de Dios”. Sin embargo, estos experimentan una vida más gratificante, con más sentido (1 Pedro 4:1-3, 7-10, 15, 16). Así fue en el caso de Pedro, y puede serlo en el nuestro, si ‘encomendamos nuestras almas a un fiel Creador mientras hacemos el bien’ (1 Pedro 4:19).

      Un discípulo que valoró el amor

      El apóstol Juan fue otro discípulo que tuvo una estrecha relación con Jesús y que, por tanto, puede ayudarnos a entender mejor al Creador. Juan escribió un evangelio y también tres cartas (1, 2 y 3 Juan). En una de las cartas nos indica: “Nosotros sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado capacidad intelectual para que adquiramos el conocimiento del verdadero [el Creador]. Y estamos en unión con el verdadero, por medio de su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y vida eterna” (1 Juan 5:20).

      Para llegar a conocer al “verdadero”, Juan tuvo que emplear su “capacidad intelectual”. ¿Qué percibió en cuanto a las cualidades del Creador? “Dios es amor —escribió Juan—, y el que permanece en el amor permanece en unión con Dios.” ¿Por qué podía tener esa seguridad? “El amor consiste en esto, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo” para rescatarnos por medio de su sacrificio (1 Juan 4:10, 16). El amor que Dios mostró al enviar a su Hijo para que muriera por nosotros conmovió a Juan, así como había conmovido a Pedro.

      La estrecha relación de Juan con Jesús le permitió conocer bien sus emociones. Un incidente que tuvo lugar en Betania, cerca de Jerusalén, lo impresionó profundamente. Habían informado a Jesús de que su amigo Lázaro estaba muy enfermo. Jesús viajó a Betania, pero cuando llegó con sus apóstoles, Lázaro llevaba ya al menos cuatro días muerto. Juan sabía que el Creador, la Fuente de la vida humana, respaldaba a Jesús. De modo que ¿podía este resucitar a Lázaro? (Lucas 7:11-17; 8:41, 42, 49-56.) Jesús dijo a Marta, la hermana de Lázaro: “Tu hermano se levantará” (Juan 11:1-23).

      Luego Juan vio a María, la otra hermana de Lázaro, acercarse a Jesús. ¿Cómo reaccionó este? “Gimió en el espíritu y se perturbó.” Para describir la reacción de Jesús, Juan usó una palabra griega (traducida por “gimió” en español) que comunicaba una emoción profunda y espontánea. Juan pudo ver que Jesús estaba ‘perturbado’, es decir, conmocionado, muy afligido. Jesús no se mostró indiferente ni distante, sino que “cedió a las lágrimas” (Juan 11:30-37). Está claro que Jesús tenía sentimientos profundos y tiernos, que ayudaron a Juan, y pueden ayudarnos a nosotros, a entender mejor los sentimientos del Creador.

      Juan vio que los sentimientos de Jesús se traducían en acciones cuando le oyó gritar: “¡Lázaro, sal!”. Y así sucedió. Lázaro resucitó y salió de la tumba. ¡Qué alegría debieron sentir sus hermanas y demás observadores! Muchos pusieron fe en Jesús. Sus enemigos no pudieron negar que había ejecutado esta resurrección, pero cuando se extendió la noticia “entraron en consejo para matar [a Jesús y] también a Lázaro” (Juan 11:43; 12:9-11).

      La Biblia dice que Jesús es ‘la representación exacta del mismo ser del Creador’ (Hebreos 1:3). Así, el ministerio de Jesús demuestra claramente el intenso deseo tanto suyo como de su Padre de reparar los estragos que han causado la enfermedad y la muerte, lo cual supone mucho más que las pocas resurrecciones recogidas en la Biblia. De hecho, Juan oyó a Jesús decir: “Viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán [la] voz [del Hijo] y saldrán” (Juan 5:28, 29). Juan no utiliza en este pasaje la palabra que suele emplear la Biblia para sepulcro, sino un término que se traduce por “tumbas conmemorativas”. ¿Por qué?

      Porque la memoria de Dios está implicada. No cabe duda de que el Creador del inmenso universo puede recordar todos los detalles de nuestros seres queridos que han muerto, tanto las características heredadas como las adquiridas (compárese con Isaías 40:26). Y no es solo que pueda recordarlas. Tanto él como su Hijo quieren hacerlo. Con respecto a la maravillosa esperanza de la resurrección, el fiel Job dijo de Dios: “Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir? [...] Tú [Jehová] llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo” (Job 14:14, 15; Marcos 1:40-42). Tenemos, sin duda, un Creador maravilloso, que merece nuestra adoración.

      Jesús resucitado: la clave para que la vida tenga sentido

      Juan, el discípulo amado de Jesús, observó de cerca a su Maestro hasta la muerte de este. Es más, puso por escrito la mayor resurrección de todos los tiempos, un acontecimiento que coloca un sólido fundamento para una vida permanente y significativa.

      Los enemigos de Jesús lo habían ejecutado, fijándolo en un madero como un delincuente común. Los observadores, entre ellos los líderes religiosos, se burlaron de él por horas mientras agonizaba en el madero. Pese a sus sufrimientos, al ver a su madre, le dijo con respecto a Juan: “Mujer, ¡ahí está tu hijo!”. Para entonces, María con toda probabilidad había enviudado, y sus otros hijos aún no eran discípulos.e De modo que Jesús confió el cuidado de su madre anciana a su discípulo Juan. Jesús demostró una vez más el modo de pensar del Creador, que siempre fomentó el cuidado de las viudas y los huérfanos (Juan 7:5; 19:12-30; Marcos 15:16-39; Santiago 1:27).

      Pero una vez muerto, ¿cómo podía ser la “descendencia” a través de la cual ‘se bendecirían todas las naciones de la tierra’? (Génesis 22:18.) Al morir aquella tarde de abril del año 33 E.C., Jesús entregó su vida como rescate. Debió dolerle mucho al Padre la agonía de su Hijo inocente. Pero de este modo se proveyó el precio de rescate necesario para liberar a la humanidad de la esclavitud al pecado y a la muerte (Juan 3:16; 1 Juan 1:7). Se había colocado el fundamento para un feliz desenlace.

      Como Jesucristo desempeña un papel principal en la realización de los propósitos de Dios, era imperativo que resucitara. Así sucedió, y Juan fue un testigo presencial. Cuando comenzaba el tercer día después de la muerte y el entierro de Jesús, algunos discípulos fueron a la tumba y la hallaron vacía. No entendieron lo que había sucedido hasta que Jesús se apareció a algunos de ellos. María Magdalena les dijo: “¡He visto al Señor!”. Los discípulos no aceptaron su testimonio. Más tarde, estando reunidos en una habitación con las puertas cerradas, Jesús se les apareció de nuevo y hasta conversó con ellos. Al cabo de unos días, más de quinientos hombres y mujeres fueron testigos oculares de que Jesús en realidad estaba vivo. La gente escéptica de aquel tiempo tenía la posibilidad de hablar con estos testigos presenciales y verificar su testimonio. Los cristianos podían tener la seguridad de que Jesús había resucitado y estaba vivo como espíritu, al igual que el Creador. Las pruebas eran tan abundantes y confiables que muchos estuvieron dispuestos a afrontar la muerte antes que negar la resurrección de Jesús (Juan 20:1-29; Lucas 24:46-48; 1 Corintios 15:3-8).f

      El apóstol Juan fue perseguido por dar testimonio de la resurrección de Jesús (Revelación 1:9). Pero estando en el exilio, recibió una insólita recompensa. Jesús le dio una serie de visiones que nos muestran con más claridad al Creador y revelan lo que el futuro depara. Estas se encuentran en el libro de Revelación (Apocalipsis), que emplea muchos simbolismos. En él se representa a Jesús como un Rey victorioso que pronto completará su victoria sobre sus enemigos. Entre estos enemigos se cuentan la muerte (un enemigo de todos nosotros) y la pervertida criatura espiritual llamada Satanás (Revelación 6:1, 2; 12:7-9; 19:19–20:3, 13, 14).

      Poco antes del final de este mensaje apocalíptico, Juan tuvo una visión del tiempo en que la Tierra se convertirá en un paraíso. Una voz explicó las condiciones que imperarán entonces: “Dios mismo estará con [la humanidad]. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado” (Revelación 21:3, 4). Estas condiciones cumplirán la promesa que Dios le hizo a Abrahán con relación a Su propósito (Génesis 12:3; 18:18).

      La vida entonces será la que “realmente lo es” (1 Timoteo 6:19). La humanidad no buscará más a tientas a su Creador ni le será difícil comprender su relación con él. Ahora bien, cabe preguntarse: “¿Cuándo será eso realidad?” y “¿por qué ha permitido el Creador amoroso el mal y el sufrimiento hasta nuestros días?”. El próximo capítulo responderá a estas preguntas.

      [Notas]

      a Mateo, Marcos y Juan fueron testigos presenciales. Lucas hizo un estudio serio de documentos y testimonios de primera mano. Los Evangelios tienen la impronta del relato honrado, exacto y confiable (véase el folleto Un libro para todo el mundo, páginas 16, 17, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc).

      b El Corán dice: “Su nombre es el Ungido, Jesús, hijo de María, que será considerado en la vida de acá y en la otra” (sura 3:45). Como ser humano, Jesús fue hijo de María. Pero ¿quién fue su padre? El Corán explica: “Para Dios, Jesús es semejante a Adán” (sura 3:59). Las Santas Escrituras llaman a Adán “hijo de Dios” (Lucas 3:23, 38). Ni Adán ni Jesús tuvieron un padre humano; ninguno de los dos provino de la unión de un hombre y una mujer. De modo que, tal como Adán fue un hijo de Dios, así también lo fue Jesús.

      c Al leer el Salmo 103 e Isaías 1:18-20 puede verse cómo se asemeja la actitud de Jesús a la de Jehová.

      d Podemos leer esa profecía en los capítulos 24 de Mateo, cap. 13 de Marcos y cap. 21 de Lucas.

      e Al menos dos de ellos llegaron a ser más tarde discípulos y escribieron cartas de estímulo que se encuentran en la Biblia, Santiago y Judas.

      f Un alto oficial romano oyó el testimonio ocular de Pedro: “Ustedes conocen el tema acerca del cual se habló por toda Judea [...]. Dios levantó a Este al tercer día y le concedió manifestarse [...], nos ordenó que predicáramos al pueblo y que diéramos testimonio cabal de que este es Aquel de quien Dios ha decretado que sea juez de vivos y de muertos” (Hechos 2:32; 3:15; 10:34-42).

      [Recuadro de la página 150]

      Pueden compararse los relatos paralelos de la curación de la suegra de Pedro (Mateo 8:14-17; Marcos 1:29-31; Lucas 4:38, 39). El médico Lucas incluyó el detalle de que tenía “fiebre alta”. ¿Por qué pudo Jesús curar a esa mujer y a otras personas? Lucas reconoció que “el poder de Jehová estaba allí para que [Jesús] hiciera curaciones” (Lucas 5:17; 6:19; 9:43).

      [Recuadro de la página 152]

      El sermón más relevante de todos los tiempos

      El líder hindú Mohandas Gandhi dijo que cuando sigamos las enseñanzas de este sermón “habremos resuelto los problemas [...] del mundo entero”. El afamado antropólogo Ashley Montagu escribió que los hallazgos modernos sobre la importancia psicológica del amor son “una confirmación” del mencionado sermón.

      Estos hombres se referían al Sermón del Monte de Jesús. Gandhi también dijo que “la enseñanza del Sermón es aplicable a todos los seres humanos”. El profesor Hans Dieter Betz observó hace poco: “La influencia del Sermón del Monte por lo general trasciende con mucho los límites del judaísmo y del cristianismo, o hasta de la cultura occidental”. Añadió que este sermón tiene “un atractivo excepcionalmente universal”.

      ¿Por qué no leer este discurso relativamente corto y absorbente? Se halla en los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo y en Lucas 6:20-49. Estas son algunas de las cuestiones principales que se tratan en este gran sermón:

      Cómo ser feliz: Mateo 5:3-12; Lucas 6:20-23.

      Cómo conservar la autoestima: Mateo 5:14-16, 37; 6:2-4, 16-18; Lucas 6:43-45.

      Cómo mejorar las relaciones interpersonales: Mateo 5:22-26, 38-48; 7:1-5, 12; Lucas 6:27-38, 41, 42.

      Cómo reducir los problemas en el matrimonio: Mateo 5:27-32.

      Cómo enfrentarse a la ansiedad: Mateo 6:25-34.

      Cómo reconocer el engaño religioso: Mateo 6:5-8, 16-18; 7:15-23.

      Cómo hallar el sentido de la vida: Mateo 6:9-13, 19-24, 33; 7:7-11, 13, 14, 24-27; Lucas 6:46-49.

      [Recuadro de la página 159]

      Hombre de acción

      Jesucristo no fue un hombre solitario y pasivo. Fue un resuelto hombre de acción. Viajó a “las aldeas en circuito, enseñando” para ayudar a las personas que estaban “desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor” (Marcos 6:6; Mateo 9:36; Lucas 8:1). A diferencia de muchos caudillos religiosos adinerados de la actualidad, Jesús no acumuló riquezas; ni siquiera tenía “dónde recostar la cabeza” (Mateo 8:20).

      Aunque se centró en la curación y alimentación espirituales, no pasó por alto las necesidades físicas de la gente. Curó a los enfermos, a los minusválidos y a los endemoniados (Marcos 1:32-34). En dos ocasiones alimentó a miles de sus entusiastas oyentes porque se compadeció de ellos (Marcos 6:35-44; 8:1-8). Ejecutaba milagros movido por su interés en la gente (Marcos 1:40-42).

      Jesús actuó con decisión cuando echó del templo a los codiciosos mercaderes. Quienes lo observaron recordaron las palabras del salmista: “El celo por tu casa me consumirá” (Juan 2:14-17). No escatimó palabras a la hora de condenar a los hipócritas líderes religiosos (Mateo 23:1-39). Tampoco cedió ante la presión de políticos importantes (Mateo 26:59-64; Juan 18:33-37).

      Es emocionante leer el dinámico ministerio de Jesús. Muchos de los que lo hacen por primera vez empiezan por el Evangelio de Marcos, un relato corto y ágil de este hombre de acción.

      [Recuadro de la página 164]

      Jesús los motivó a actuar

      En el libro de Hechos hallamos el relato del testimonio que dieron Pedro, Juan y otros cristianos acerca de la resurrección de Jesús. Gran parte del libro se centra en la vida de un inteligente hombre de leyes llamado Saulo, o Pablo, que se había opuesto violentamente al cristianismo hasta que Jesús resucitado se le apareció (Hechos 9:1-16). Con esta prueba indisputable de que Jesús estaba vivo en el cielo, Pablo dio un celoso testimonio a los judíos y los gentiles, entre ellos filósofos y gobernantes. Es impresionante leer lo que les dijo a estos hombres educados e influyentes (Hechos 17:1-3, 16-34; 26:1-29).

      Pablo escribió a lo largo de varias décadas muchos libros del llamado Nuevo Testamento, o Escrituras Griegas Cristianas. La mayoría de las Biblias tienen un índice de los libros que la componen. Pablo escribió catorce de ellos, de Romanos a Hebreos. Estos contenían verdades profundas y consejos prácticos para los cristianos de aquel tiempo. Pero aún son más valiosos para nosotros hoy, pues no tenemos entre nosotros ni a los apóstoles ni a otros testigos presenciales de las enseñanzas, obras y resurrección de Jesús. Los escritos de Pablo pueden ayudarnos en la relación familiar, en el trabajo y en la comunidad, y también a dirigir la vida de modo que esta sea gratificante y tenga verdadero sentido.

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