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“Objeto de odio de parte de todas las naciones”Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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El clero convoca un debate público
Al haber aumentado la circulación de los escritos de C. T. Russell hasta alcanzar decenas de millones de ejemplares en muchos idiomas, no era fácil que el clero católico y protestante hiciera caso omiso de lo que él decía. Irritado por la denuncia de sus enseñanzas antibíblicas y frustrado por la pérdida de feligreses, gran parte del clero criticó desde el púlpito los escritos de Russell. Ordenaron a su grey que no aceptara las publicaciones que distribuían los Estudiantes de la Biblia. Algunos trataron de inducir a las autoridades a poner coto a su obra. En algunos lugares de Estados Unidos —como Tampa (Florida), Rock Island (Illinois), Winston-Salem (Carolina del Norte) y Scranton (Pensilvania)— supervisaron la quema pública de libros escritos por Russell.
Algunos clérigos creyeron que era necesario contrarrestar la influencia de Russell denunciándolo en un debate público. Un grupo de ellos que vivía cerca de su centro de actividades eligió como portavoz al Dr. E. L. Eaton, pastor de la Iglesia Metodista Episcopaliana de North Avenue, en Allegheny (Pensilvania). En 1903 Eaton invitó al hermano Russell a un debate público, y él accedió.
Se plantearon seis proposiciones: El hermano Russell afirmaba, pero el Dr. Eaton negaba, que las almas de los difuntos están inconscientes; que el “segundo advenimiento” de Cristo precede al Milenio y que ambos acontecimientos (el “segundo advenimiento” y el Milenio) tienen por objeto bendecir a todas las familias de la Tierra; también, que solo los santos de la “edad del Evangelio” son levantados en la primera resurrección, aunque grandes multitudes tendrán la oportunidad de salvarse en una resurrección posterior. El Dr. Eaton afirmaba, pero el hermano Russell negaba, que tras la muerte no habría ningún período de prueba para nadie; que todos los que se salven irán al cielo; y que los inicuos incorregibles sufrirán eternamente. En torno a estas proposiciones se celebró en 1903 una serie de seis debates en el Carnegie Hall de Allegheny, con un auditorio repleto en todas las ocasiones.
¿Por qué se propusieron los debates? En un análisis histórico retrospectivo, Albert Vandenberg escribió: “En cada debate servía de moderador un ministro de una confesión protestante diferente. Además, pastores de diversas iglesias de la zona se sentaban en la tribuna con el reverendo Eaton, supuestamente para respaldarle textual y moralmente. [...] La formación de esta alianza clerical protestante, aunque fuera extraoficial, revelaba miedo al potencial de Russell de convertir a miembros de sus confesiones”. (“Charles Taze Russell: Pittsburgh Prophet, 1879-1909”, publicado en The Western Pennsylvania Historical Magazine, enero de 1986, página. 14.)
Hubo relativamente pocos debates de este tipo. No resultaron en lo que se había propuesto la alianza de clérigos. Algunos miembros de la congregación del Dr. Eaton, impresionados por lo que oyeron en la serie de debates de 1903, abandonaron la iglesia de este y se unieron a los Estudiantes de la Biblia. Hasta cierto clérigo del auditorio reconoció que Russell había ‘dirigido la manguera al infierno y apagado el fuego’. No obstante, el propio hermano Russell opinaba que se servía mejor a la causa de la verdad si, en vez de debatir, se dedicaba el tiempo y las energías a otras actividades.
El clero no dejó de atacar. En los discursos que pronunció el hermano Russell en Dublín (Irlanda) y en Otley (Yorkshire, Inglaterra), situaron individuos en el auditorio para que gritaran objeciones y calumnias contra el hermano Russell. Este supo manejar con pericia los contratiempos y siempre validó sus respuestas con la Biblia.
Clérigos protestantes de diversas confesiones formaban la hoy llamada Alianza Evangélica. Sus representantes de muchos países emprendieron una campaña contra Russell y los que distribuían sus escritos. Por ejemplo, en Texas (E.U.A.), los Estudiantes de la Biblia notaron que todos los predicadores, hasta los de aldeas y distritos rurales, iban armados con las mismas calumnias contra Russell y las mismas tergiversaciones de su enseñanza.
Sin embargo, a veces los ataques contra Russell tuvieron resultados que el clero no esperaba. Un predicador de New Brunswick (Canadá) habló mal de Russell desde el púlpito ante un auditorio en el que se hallaba un hombre que había leído algunos escritos del hermano Russell. A este hombre le molestó que el pastor recurriera al uso de mentiras premeditadas. A la mitad del sermón se puso de pie, tomó a su esposa de la mano y dijo a sus siete hijas, que cantaban en el coro: “¡Vengan, niñas, nos vamos a casa!”. Salieron los nueve, mientras el ministro veía marcharse al principal contribuyente de la iglesia, el hombre que la había construido. La congregación no tardó en disolverse, y el predicador se fue.
Se valen de burla y calumnias
Con el objetivo de eliminar a toda costa la influencia de C. T. Russell y sus colaboradores, el clero puso en duda que Russell fuera un ministro cristiano. Por razones parecidas, los líderes religiosos judíos del siglo I trataron a los apóstoles Pedro y Juan como “hombres iletrados y del vulgo”. (Hech. 4:13.)
El hermano Russell no era licenciado en teología de ningún seminario de la cristiandad. No obstante, dijo con valentía: “Desafiamos [a los clérigos] a demostrar que han recibido la ordenación Divina o que siquiera piensan en ello. Piensan tan solo en una ordenación o autorización sectaria por sus propias sectas o facciones. [...] Dios ordena o autoriza a un hombre a predicar cuando le imparte el Espíritu Santo. Todo el que ha recibido el Espíritu Santo ha recibido el poder y la autoridad de enseñar y predicar en el nombre de Dios. El que no haya recibido el Espíritu Santo no tiene autoridad ni sanción Divina para predicar”. (Isa. 61:1, 2.)
A fin de perjudicar la reputación de Russell, algunos clérigos predicaron y publicaron falsedades crasas acerca de él. Una muy empleada —aun hoy día— se refiere a su situación matrimonial. Tratan de dar a entender que Russell era inmoral. ¿Cuál es la realidad?
En 1879 Charles Taze Russell se casó con Maria Frances Ackley. Tuvieron un buen matrimonio durante trece años. Su relación empezó a ser socavada por personas que adularon a Maria y apelaron a su orgullo; pero cuando ella se percató de las intenciones de aquellas personas, pareció recobrar el juicio. En la ocasión en que un ex colaborador propagó calumnias contra el hermano Russell, ella le llegó a pedir permiso a su esposo para visitar algunas congregaciones y defenderlo, pues lo habían acusado de maltratarla. Sin embargo, parece que la buena acogida que recibió en aquel viaje de 1894 contribuyó a que fuera modificando el concepto que tenía de sí misma. Trató de aumentar su influencia en lo que se publicaría en la revista Watch Tower.a Cuando se dio cuenta de que no se publicaría ningún escrito suyo a menos que su esposo, el director de la revista, concordara con lo que decía (atendiendo a que estuviera en consonancia con las Escrituras), se sintió muy molesta. Aunque él trató de darle toda la ayuda posible, en noviembre de 1897 ella lo abandonó. Aun así, él le dio vivienda y manutención. Años después, en 1908, ella, como resultado del proceso judicial que había iniciado en 1903, obtuvo el divorcio, aunque no total, sino solo a mensa et thoro (“de mesa y tálamo”, es decir, parcial), con derecho a pensión.
Al no lograr que su esposo se plegara a sus demandas, después de abandonarlo trató a toda costa de difamarlo. En 1903 publicó un tratado en el que en vez de presentar verdades bíblicas dio una imagen muy desfigurada del hermano Russell. Intentó reclutar pastores de diversas confesiones para que lo distribuyeran en los lugares donde los Estudiantes de la Biblia estuvieran celebrando reuniones especiales. Hay que decir en favor de los pastores que pocos se dejaron manipular así. Sin embargo, otros clérigos han mostrado desde entonces una actitud diferente.
Anteriormente, Maria Russell había condenado de palabra y por escrito a los que acusaban al hermano Russell de la conducta impropia que ella misma ahora le achacaba. Algunos opositores religiosos de Russell se han valido de declaraciones infundadas del proceso de 1906 (y que fueron tachadas de las actas por orden del tribunal) para publicar acusaciones que lo pintan como un hombre inmoral y por ende indigno de ser ministro de Dios. Sin embargo, las actas dejan claro que estas acusaciones son falsas. El propio abogado de la señora Russell le preguntó si creía que su esposo era culpable de adulterio. Su respuesta fue: “No”. Es notable, asimismo, que cuando ella presentó los cargos contra su esposo ante un comité de ancianos cristianos en 1897 no hizo mención alguna de las acusaciones que levantó posteriormente en el tribunal con el fin de persuadir al jurado a concederle el divorcio, pese a que los presuntos incidentes ocurrieron antes de aquella reunión con el comité.
Nueve años después de haber llevado la señora Russell por primera vez el asunto a los tribunales, el juez James Macfarlane escribió una carta en la que contestaba a un particular que solicitaba una copia de las actas del tribunal para que un colaborador suyo desenmascarara a Russell. El juez le dijo francamente que lo que deseaba sería una pérdida de tiempo y dinero. La carta decía: “El fundamento de la solicitud de ella y de la decisión dictada tras el veredicto del jurado fue ‘indignidades’, no adulterio, y el testimonio no indica, a mi entender, que Russell llevara ‘una vida adúltera con una cómplice’. En realidad, no hubo ninguna cómplice del demandado”.
La propia Maria Russell acabó admitiéndolo, aunque demasiado tarde, en el funeral del hermano Russell, que tuvo lugar en el Carnegie Hall de Pittsburgh en 1916. Cubierta con un velo, caminó por el pasillo hasta llegar al féretro, donde depositó un ramillete de lirios del valle, con un lazo que decía: “A mi amado esposo”.
Es evidente que el clero se ha valido de tácticas de la misma calaña que las de sus colegas del siglo I. En aquel entonces trataron de difamar a Jesús acusándole de comer con pecadores y de ser pecador y blasfemo. (Mat. 9:11; Juan 9:16-24; 10:33-37.) Estas imputaciones no cambiaron la realidad acerca de Jesús; tan solo identificaron a los que recurrieron a calumnias de ese tipo —y lo mismo se puede decir de los que emplean estratagemas similares en la actualidad— como hijos de su padre espiritual, el Diablo, cuyo nombre significa “Calumniador”. (Juan 8:44.)
Se aprovechan del furor bélico para lograr sus objetivos
La fiebre nacionalista que cundió por el mundo durante la primera guerra mundial fue una nueva arma contra los Estudiantes de la Biblia. Las jerarquías católica y protestante podían encubrir su enemistad bajo un manto de patriotismo. Se aprovecharon de la histeria de la guerra para tildar a los Estudiantes de la Biblia de sediciosos, acusación idéntica a la que lanzaron contra Jesucristo y el apóstol Pablo los guías religiosos de la Jerusalén del siglo I. (Luc. 23:2, 4; Hech. 24:1, 5.) Claro, para hacer esta acusación los clérigos tuvieron que ser defensores activos del esfuerzo bélico, algo que a la mayoría no pareció importarle en absoluto, a pesar de que significaba enviar a los jóvenes a matar a sus correligionarios de otros países.
En julio de 1917, ya muerto el hermano Russell, la Sociedad Watch Tower publicó el libro The Finished Mystery (El misterio terminado), un comentario de Revelación (Apocalipsis), Ezequiel y El Cantar de los Cantares. Este libro denunciaba sin ambages la hipocresía del clero de la cristiandad. Se distribuyó extensamente en un período relativamente breve. A finales de diciembre de 1917 y comienzos de 1918, los Estudiantes de la Biblia de Estados Unidos y Canadá también emprendieron la distribución de 10.000.000 de ejemplares del ardiente mensaje que aparecía en el tratado The Bible Students Monthly (Mensuario de los Estudiantes de la Biblia). Este tratado de cuatro páginas, del tamaño de un periódico pequeño, se titulaba “La caída de Babilonia” y llevaba el subtítulo “Por qué tiene que sufrir ahora la cristiandad. El resultado final”. Identificaba al conjunto de organizaciones religiosas católicas y protestantes como la Babilonia moderna que debe caer en breve. Para apoyar lo que afirmaba, reproducía un comentario del libro The Finished Mistery referente a profecías que expresaban la condena divina de la “Babilonia mística”. En la última página aparecía un dibujo satírico de un muro desmoronándose. Sus enormes piedras llevaban inscritas frases como “Doctrina de la Trinidad (‘3 × 1 = 1’)”, “Inmortalidad del alma”, “Teoría del tormento eterno”, “Protestantismo: credos, clero, etc.”, “Papismo: papas, cardenales, etc.”, y todas se derrumbaban.
Los eclesiásticos montaron en cólera por esta denuncia, como ocurrió cuando Jesús denunció la hipocresía del clero judío. (Mat. 23:1-39; 26:3, 4.) El clero de Canadá reaccionó con rapidez. En enero de 1918 más de seiscientos clérigos canadienses suscribieron una petición al gobierno en la que solicitaron que se prohibieran las publicaciones de la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia. Según informó el periódico Winnipeg Evening Tribune, después de que Charles G. Paterson, pastor de la Iglesia de St. Stephen, en Winnipeg, denunció desde el púlpito el tratado The Bible Students Monthly, que contenía el artículo “La caída de Babilonia”, el ministro de Justicia Johnson se puso en contacto con él para obtener un ejemplar. Poco después, el 12 de febrero de 1918, un decreto del gobierno canadiense convirtió en delito con pena de multa y prisión la posesión del libro The Finished Mystery o del tratado que se muestra arriba.
Aquel mismo mes, el 24 de febrero, el hermano Rutherford, recién elegido presidente de la Sociedad Watch Tower, habló en el “Temple Auditorium” de Los Ángeles (California, E.U.A.). El tema era fascinante: “El mundo ha terminado: Millones que ahora viven quizás nunca mueran”. Entre las pruebas de que el mundo tal como se había conocido hasta entonces había terminado en 1914, señaló a la guerra en curso, con la secuela del hambre, y mostró que era parte de la señal que predijo Jesús. (Mat. 24:3-8.) Luego enfocó la atención en el clero y dijo:
“Según muestran las Escrituras, los clérigos son, como clase, los hombres más reprensibles de la Tierra por la gran guerra que hoy aflige a la humanidad. Durante mil quinientos años han enseñado la doctrina satánica de que los reyes gobiernan por derecho divino. Han mezclado la política y la religión, el estado y la iglesia; han sido desleales a su privilegio encomendado por Dios de proclamar el mensaje del reino del Mesías, y se han dedicado a hacer creer a los gobernantes que el rey rige por derecho divino, de forma que todo lo que hace está bien.” Luego explicó las consecuencias de esta enseñanza: “Los ambiciosos reyes de Europa se armaron para la guerra, pues deseaban apoderarse del territorio de otros pueblos; y el clero les dio una palmadita en la espalda y les dijo: ‘Adelante, no podéis equivocaros; todo lo que hagáis está bien’”. Sin embargo, los clérigos europeos no eran los únicos que actuaban así, como bien sabían los predicadores estadounidenses.
Al día siguiente se publicó un amplio informe de este discurso en el periódico Morning Tribune, de Los Ángeles. El clero se enfureció tanto que la asociación de ministros religiosos se reunió aquel mismo día y envió a su presidente para que comunicara a los directores del periódico su más profunda indignación. Tras esto, hubo un período en que miembros del servicio secreto del gobierno estuvieron importunando de continuo en las oficinas de la Sociedad Watch Tower.
Durante esta fase de exaltación nacionalista se celebró en Filadelfia (Estados Unidos) una conferencia de clérigos en la que se adoptó una resolución que pedía la revisión de la Ley contra el Espionaje a fin de que a los presuntos infractores se les hiciera un consejo de guerra, lo que podría resultar en la pena capital. Se eligió a John Lord O’Brian, ayudante especial del ministro de Justicia en lo referente a actividades bélicas, para que presentara el asunto en el Senado. El presidente estadounidense no permitió que se aprobara aquel proyecto de ley. No obstante, en un arrebato de cólera, el general de división James Franklin Bell, del ejército de Estados Unidos, reveló a J. F. Rutherford y W. E. Van Amburgh lo que había ocurrido en la conferencia y el hecho de que se planeaba emplear aquella ley contra los principales directores de la Sociedad Watch Tower.
Los archivos oficiales del gobierno estadounidense revelan que, por lo menos desde el 21 de febrero de 1918, John Lord O’Brian estuvo directamente implicado en el intento de procesar a los Estudiantes de la Biblia. Las Actas del Congreso del 24 de abril y del 4 de mayo contienen memorandos de John Lord O’Brian en los que explica ardorosamente que si la ley permitía expresarse tocante a “lo que es verdad, si se hace con buenos motivos y con fines justificables”, como decía la llamada “Enmienda France” a la Ley contra el Espionaje, ratificada por el Senado estadounidense, él no lograría encausar a los Estudiantes de la Biblia.
En Worcester (Massachusetts), el “reverendo” B. F. Wyland se aprovechó aún más del furor bélico afirmando que los Estudiantes de la Biblia difundían propaganda en favor del enemigo. Publicó en el Daily Telegram un artículo en el que decía: “Uno de los deberes patrióticos que ustedes deben asumir como ciudadanos es proscribir a la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia, con sede en Brooklyn. Al amparo de la religión, han distribuido en Worcester propaganda alemana con la venta del libro ‘The Finished Mystery’”. Sin contemplaciones, dijo a las autoridades que tenían el deber de arrestar a los Estudiantes de la Biblia e impedir que siguieran reuniéndose.
Durante la primavera y el verano de 1918 tuvo lugar una gran persecución de los Estudiantes de la Biblia en América del Norte y Europa. Entre los instigadores había clérigos de las Iglesias Bautista, Metodista, Episcopaliana, Luterana y Católica, y de otras. Las autoridades confiscaban las publicaciones bíblicas sin orden de registro, y muchos Estudiantes de la Biblia fueron encarcelados. A otros los persiguieron chusmas, los golpearon, azotaron y emplumaron con brea, o les rompieron las costillas o hasta los decapitaron. Algunos quedaron tullidos. Hombres y mujeres cristianos fueron encarcelados sin acusación ni juicio. La revista The Golden Age del 29 de septiembre de 1920 relata más de cien de estas atrocidades.
Acusados de espionaje
El golpe maestro se produjo el 7 de mayo de 1918, fecha en que en Estados Unidos se dieron las órdenes federales de detener a J. F. Rutherford, presidente de la Watch Tower Bible and Tract Society, y a sus colaboradores más allegados.
El día anterior se habían entablado en Brooklyn (Nueva York) dos procesos contra el hermano Rutherford y sus colaboradores. Si con uno de los procesos no se hubieran obtenido los fines perseguidos, se podría haber intentado con el otro. El primero, en el que se presentaban cargos contra el mayor número de particulares, comprendía cuatro acusaciones: dos los inculpaban de conspirar para infringir la Ley contra el Espionaje del 15 de junio de 1917, y las otras dos de tratar de llevar a cabo sus planes ilegales o de haberlos realizado. Se alegó que conspiraban para crear insubordinación y negativas al cumplimiento del deber en las fuerzas armadas de Estados Unidos y para obstaculizar el reclutamiento e inscripción de hombres para tal servicio en un tiempo en que la nación estaba en guerra. También se alegó que habían tratado de efectuar estas dos cosas o incluso las habían realizado. En el primer proceso se hacía mención específica de la edición y distribución del libro The Finished Mystery. El segundo proceso interpretaba como contrario a los intereses de Estados Unidos el envío a Europa de un cheque (que había de utilizarse para la educación bíblica en Alemania). Cuando se llevó a los acusados ante el tribunal, se siguió el primer proceso, el que constaba de cuatro cargos.
En Scranton (Pensilvania) aún quedaba pendiente otro proceso contra C. J. Woodworth y J. F. Rutherford con referencia a la Ley contra el Espionaje. No obstante, según una carta de John Lord O’Brian, con fecha 20 de mayo de 1918, algunos miembros del Departamento de Justicia temían que Witmer, el juez de distrito estadounidense que vería el caso, no iba a concordar con que se hubieran valido de la Ley contra el Espionaje para proscribir las actividades de personas que, por razón de sus convicciones religiosas sinceras, hubieran dicho cosas que otros podrían interpretar como propaganda antibélica. Por lo tanto, el Departamento de Justicia dejó pendiente el proceso de Scranton, en espera del resultado del de Brooklyn. Además, el gobierno dirigió los asuntos de modo que el juez Harland B. Howe, de Vermont —de quien John Lord O’Brian sabía que compartía su criterio en este tipo de asuntos—, fuera el juez del Tribunal de Distrito de Estados Unidos, sección oriental de Nueva York. El caso se vio el 5 de junio, y actuaron de fiscales Isaac R. Oeland y Charles J. Buchner, este último católico. Durante el juicio, el hermano Rutherford observó a sacerdotes católicos consultando frecuentemente con Buchner y Oeland.
Al proseguir la causa se indicó que los directores principales de la Sociedad y los compiladores del libro no tenían ninguna intención de estorbar las actividades bélicas del país. Durante el juicio se presentaron pruebas de que los planes para escribir el libro —e incluso la redacción de la mayor parte del texto— se habían hecho antes de que Estados Unidos declarara la guerra (el 6 de abril de 1917) y pruebas de que el contrato para publicarlo se había firmado antes de que Estados Unidos hubiera promulgado la ley (el 15 de junio) que presuntamente se había violado.
La parte acusadora señaló a las añadiduras que se habían hecho al libro en abril y junio de 1917, durante la preparación de la copia y la lectura de las pruebas. Entre ellas había una cita de John Haynes Holmes, un clérigo que había declarado con vehemencia que la guerra iba en contra del cristianismo. Como indicó uno de los abogados de la defensa, los comentarios de este clérigo, publicados con el título de A Statement to My People on the Eve of War (Declaración a mi pueblo en vísperas de la guerra), aún estaban a la venta en Estados Unidos para el tiempo del juicio. Ni al clérigo ni al editor se les estaba sometiendo a juicio por aquello. Sin embargo, a los Estudiantes de la Biblia, que habían citado de aquel sermón, se les consideraba culpables por los sentimientos que este manifestaba.
El libro no les decía a los hombres del mundo que no tenían derecho a guerrear. Sin embargo, al explicar la profecía reproducía extractos de la revista The Watch Tower de 1915 para mostrar la inconsecuencia de los que decían ser ministros de Cristo pero hacían de reclutadores para las naciones en contienda.
Al tenerse noticia de que el gobierno ponía reparos al libro, el hermano Rutherford mandó de inmediato un telegrama al impresor para detener la producción, y al mismo tiempo envió a un representante de la Sociedad a la sección de servicios secretos del ejército estadounidense para averiguar cuál era la objeción. Al enterarse de que se objetaba a las páginas 247 a 253 debido a la guerra que entonces estaba en marcha, la Sociedad dio instrucciones de que se cortaran esas páginas de todos los libros antes de ofrecerlos al público. Además, cuando el gobierno notificó a los fiscales de distrito que el seguir distribuyendo el libro se consideraría una infracción de la Ley contra el Espionaje (a pesar de que el gobierno había rehusado expresar su parecer a la Sociedad tocante al libro en su forma alterada), la Sociedad mandó suspender su distribución pública.
¿Por qué un castigo tan severo?
A pesar de todo esto, el 20 de junio de 1918 el jurado dio su veredicto: consideraba a cada uno de los acusados culpable de todos los cargos. Al día siguiente, sieteb de ellos fueron sentenciados, cada uno a cuatro condenas de veinte años, que debían cumplirse al mismo tiempo. El 10 de julio se sentenció al octavoc a cuatro condenas simultáneas de diez años. ¿Fueron severas aquellas sentencias? En una nota al ministro de Justicia, con fecha 12 de marzo de 1919, el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, admitió: “Las condenas son claramente excesivas”. De hecho, ni siquiera el hombre que había disparado contra el príncipe heredero del imperio austrohúngaro —incidente que desencadenó los sucesos que llevaron a las naciones a la I Guerra Mundial— había recibido una condena tan severa. La sentencia de este fue de veinte años de prisión, no cuatro condenas de veinte años, como en el caso de los Estudiantes de la Biblia.
¿Qué motivo había tras la imposición de condenas tan severas a los Estudiantes de la Biblia? El juez Harland B. Howe declaró: “En opinión del Tribunal, la propaganda religiosa que con tanta vehemencia han defendido y difundido los acusados por toda la nación, y también entre nuestros aliados, supone un peligro mucho mayor que una división del ejército alemán. [...] El predicador religioso suele tener gran influencia, tanto más si es sincero. Este hecho, en vez de mitigar el mal que han cometido, lo agrava. Por lo tanto, como la única medida prudente que se puede adoptar con estas personas, el Tribunal ha decidido que el castigo debe ser severo”. También es de interés que, antes de dictar sentencia, el juez Howe dijo que las declaraciones de los abogados en favor de los acusados no solo habían puesto en tela de juicio y tratado ásperamente al personal jurídico del gobierno, sino a “todos los ministros [religiosos] del país”.
Se apeló inmediatamente de la sentencia al tribunal de apelación del circuito. Sin embargo, el juez Howed denegó sin justificación la libertad bajo fianza hasta que se escuchara la apelación, y el 4 de julio, antes de poder oírse una tercera y última solicitud de libertad bajo fianza, los siete primeros hermanos fueron trasladados con presteza a la penitenciaría federal de Atlanta (Georgia). Posteriormente se demostró que se habían cometido 130 errores de proceso en aquel juicio tan parcial. La preparación de los documentos para la audiencia de la apelación tomó varios meses. Entretanto, terminó la guerra. El 19 de febrero de 1919 los ocho hermanos encarcelados solicitaron el indulto presidencial de Woodrow Wilson. Muchos ciudadanos enviaron cartas en las que pedían al nuevo ministro de Justicia la liberación de los hermanos. El 1 de marzo de 1919, en respuesta a una consulta del ministro de Justicia, el juez Howe recomendó la “conmutación inmediata” de las sentencias. Aunque esta medida habría reducido las condenas, también habría confirmado la culpabilidad de los acusados. Antes de que se diera este paso, los abogados de los hermanos hicieron que se presentara una orden judicial al fiscal del gobierno, lo que resultó en que se llevara el caso al tribunal de apelación.
Acabada ya la guerra, el 21 de marzo de 1919 —nueve meses después de ser sentenciados Rutherford y sus colaboradores— el tribunal de apelación decretó la libertad bajo fianza para los ocho acusados, y el 26 de marzo se les puso en libertad en Brooklyn con el pago de una fianza de 10.000 dólares cada uno. El 14 de mayo de 1919 el tribunal de apelación del circuito de Nueva York dictaminó: “Los acusados de este proceso no tuvieron el juicio equilibrado e imparcial al que tenían derecho, y por esta razón se revoca la sentencia”. La causa quedó pendiente de un nuevo juicio. Sin embargo, el 5 de mayo de 1920, después que los acusados comparecieron en cinco ocasiones ante el tribunal en respuesta a las citaciones que recibieron, el fiscal del gobierno, en juicio público celebrado en Brooklyn, anunció la retirada de los cargos.e ¿Por qué? Según muestra la correspondencia que se guarda en los Archivos Nacionales de Estados Unidos, el Ministerio de Justicia temía que si se presentaban los hechos ante un jurado imparcial, una vez desaparecida la histeria de la guerra, se perdería el caso. El fiscal del gobierno L. W. Ross, declaró en una carta al ministro de Justicia: “A mi juicio, sería mejor para nuestras relaciones con el público que de nuestra propia iniciativa” declarásemos que no es necesario seguir con el proceso.
El mismo día, 5 de mayo de 1920, fue desestimado el otro proceso que se había entablado contra J. F. Rutherford y cuatro de sus colaboradores en mayo de 1918.
¿Quiénes fueron los verdaderos instigadores?
¿Fueron instigadas por el clero todas estas acciones? John Lord O’Brian negó que fuera así. Pero los que vivieron en aquellos años conocían bien los hechos. El 22 de marzo de 1919 el periódico Appeal to Reason, publicado en Girard (Kansas), escribió la siguiente protesta: “Seguidores del pastor Russell, procesados por la malevolencia del clero ‘ortodoxo’, fueron condenados y encarcelados sin libertad bajo fianza, aunque hicieron todo lo posible por ajustarse a la Ley contra el Espionaje. [...] Declaramos que, sin importar si la Ley contra el Espionaje era o no era constitucional en sentido técnico o moralmente justificable, se obró mal al ampararse en ella para encarcelar a estos seguidores del pastor Russell. Un estudio imparcial de las pruebas convencería enseguida a cualquiera de que ellos no solo no tenían la intención de infringir la ley, sino que no la infringieron”.
Años más tarde, el Dr. Ray Abrams comentó en el libro Preachers Present Arms (Los predicadores presentan armas): “Es significativo que tantos clérigos adoptaran una postura agresiva al tratar de librarse de los russelistas [apodo dado a los Estudiantes de la Biblia]. Disputas religiosas y odios de antaño, que no recibieron ninguna consideración en los tribunales cuando había paz, se introdujeron en la sala del tribunal bajo la influencia de la histeria bélica”. También explicó: “Un análisis de todo el caso lleva a la conclusión de que las iglesias y el clero estuvieron originalmente detrás del movimiento encaminado a acabar con los russelistas” (páginas 183-185).
No obstante, el fin de la guerra no acabó con la persecución de los Estudiantes de la Biblia. Tan solo abrió una nueva era de persecuciones.
Los sacerdotes presionan a la policía
Terminada la guerra, el clero agitó otras cuestiones con el fin de paralizar, si podía, la actividad de los Estudiantes de la Biblia. Durante los años veinte en la católica Baviera y en otras partes de Alemania instigó en numerosas ocasiones a las autoridades para que los arrestaran al amparo de las leyes de venta ambulante. Pero cuando los casos llegaban a los tribunales de apelación, los jueces solían fallar en favor de los Estudiantes de la Biblia. Después de haber recibido los tribunales una avalancha de miles de estos casos, en 1930 el Ministerio del Interior finalmente emitió una circular que pedía a los oficiales de la policía que no tomaran acción legal contra los Estudiantes de la Biblia amparándose en las leyes de venta ambulante. Así, durante un breve período de tiempo cesó la presión que venía de esta fuente, y los testigos de Jehová estuvieron extraordinariamente activos en el campo alemán.
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“Objeto de odio de parte de todas las naciones”Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
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[Recuadro en la página 655]
El clero revela sus sentimientos
Es de interés la reacción de ciertas publicaciones religiosas ante la sentencia que recibieron en 1918 J. F. Rutherford y sus colaboradores:
◆ “The Christian Register”: “En este caso el gobierno arremete de manera terminante contra la idea de que se puede propagar con impunidad toda creencia religiosa, por absurda o perniciosa que sea. Es una vieja falacia, y hasta ahora hemos actuado con mucho descuido al respecto. [...] Parece que le ha llegado el fin al russelismo”.
◆ La publicación bautista “The Western Recorder” dijo: “No sorprende en absoluto que se haya encarcelado al cabecilla de esta secta pendenciera en una institución para incorregibles. [...] El único dilema que se plantea es si debían haber mandado a los acusados a un manicomio o a una penitenciaría”.
◆ “The Fortnightly Review” destacó el siguiente comentario del diario neoyorquino “Evening Post”: “Esperamos que todos los maestros de religión tengan presente el criterio de este juez, a saber, que enseñar una religión que no esté en plena conformidad con las leyes establecidas es un delito grave, y más aún si el ministro del Evangelio es sincero”.
◆ “The Continent” llamó despectivamente a los acusados “seguidores del difunto ‘Pastor’ Russell” y tergiversó sus creencias diciendo que sostenían “que debe eximirse de luchar contra el káiser alemán a toda persona excepto a los pecadores”. Afirmó que, según el ministro de Justicia de Washington, “algún tiempo atrás el gobierno italiano se había quejado a Estados Unidos de que Rutherford y sus compañeros habían difundido entre los ejércitos italianos gran cantidad de propaganda antibélica”.
◆ Una semana después, “The Christian Century” reprodujo textualmente la mayor parte del texto supracitado, demostrando así que concordaban plenamente con lo dicho.
◆ La revista católica “Truth” dio un breve informe de la sentencia y luego manifestó el parecer de la dirección: “Las publicaciones de esta asociación están plagadas de ataques virulentos contra la Iglesia Católica y su sacerdocio”. Con la intención de colocar la etiqueta de “sedición” en todo el que discrepara en público de la Iglesia Católica, añadió: “Cada vez está más claro que el espíritu de intolerancia y el de sedición están íntimamente unidos”.
◆ El Dr. Ray Abrams comentó en su libro “Preachers Present Arms”: “Cuando la noticia de las sentencias de veinte años llegó a los directores de la prensa religiosa, casi todas estas publicaciones, grandes y pequeñas, se regocijaron por el acontecimiento. No he podido descubrir palabras de compasión en ninguna de las publicaciones religiosas ortodoxas”.
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