Los castrati: mutilados en nombre de la religión
Fruto de una época deplorable, los “castrati”, o castrados, eran cantores con la potencia corporal del hombre y la voz del niño. Pero ¿quiénes eran exactamente? La respuesta va vinculada a una práctica espantosa: la mutilación genital de carácter religioso.
EL EUNUQUISMO obedece en ocasiones a defectos congénitos o, con más frecuencia, a la acción del hombre. El castrado posee la constitución y estatura del varón adulto, pero es incapaz de procrear, pues fue emasculado, de grado o a la fuerza, en una etapa del crecimiento más o menos tardía.
¿Qué motiva a un varón a optar por la mutilación genital o imponerla a otra persona de su sexo? Frecuentemente, la religión.
Los eunucos de la antigüedad
Hace milenios, los asirios confirieron a la castración un carácter punitivo. En Egipto, así mismo, era la pena prescrita para el adúltero. El ladrón de templos de la antigua Frisia (hoy parte de los Países Bajos) era emasculado antes de su ejecución.
En Roma se prohibió la castración durante el mandato de los césares Domiciano y Nerva (siglo I E.C.), aunque se reinstituyó en la etapa decadente del imperio. El rey anglosajón Alfredo el Grande (siglo IX) dispuso que se aplicara esta sanción al siervo que violase a una criada.
Los eunucos también fueron parte esencial de ciertos ritos. En el culto a la Ártemis efesina participaban eunucos y vírgenes, y en las ceremonias en honor de la Astarté siria de Hierápolis había hombres que, arrebatados de frenesí, se castraban a sí mismos y luego vestían siempre ropa de mujer.
“El castrador de otros o de sí mismo no es seguidor mío”, declaró Mahoma posteriormente. Pese a su prohibición, los eunucos fueron muy apreciados como esclavos en el mundo islámico, donde servían de guardianes de harenes y santuarios. Como consecuencia, se perpetuó el tráfico de estas personas. Los comerciantes esclavistas obtenían pingües ganancias con la venta de jóvenes de Sudán y los países vecinos del Norte de África.
En los albores del siglo XIX, Johann L. Burckhardt visitó el Alto Egipto, donde vio a eunucos jóvenes listos para ser vendidos como esclavos. La emasculación se practicaba en niños de 8 a 12 años. Los castradores eran dos monjes coptos. “Su oficio —comentó Burckhardt— era considerado execrable.”
Este relato suscita la pregunta: ¿hasta qué grado ha estado involucrada la cristiandad en esta práctica, y por qué motivos?
Los eunucos de la cristiandad
Orígenes, famoso por su Hexapla, recensión que disponía en seis columnas varias versiones de las Escrituras Hebreas, nació en torno al año 185 E.C. A los 18 años, ya era célebre por sus homilías. Sin embargo, inquieto por que su popularidad entre las féminas diera lugar a equívocos, tomó muy al pie de la letra la frase de Jesús: “Hay eunucos que a sí mismos se han hecho eunucos por causa del reino de los cielos”, y se mutiló. (Mateo 19:12.)a Fue una acción inmadura e impulsiva que posteriormente deploró.
Cabe señalar que el primer canon del Concilio de Nicea (325 E.C.) excluyó expresamente del sacerdocio a los emasculados por voluntad propia. El doctor J. W. C. Wand comenta sobre esta resolución: “Es posible que algunos hubieran manifestado el deseo de hacerse eunucos siguiendo el ejemplo origeniano [...], por lo que era imperioso no estimular a los cristianos a adoptar una costumbre mucho más propia de ciertos devotos del paganismo”.
Al emitir esta regla tan importante, los jerarcas de la cristiandad pretendían erradicar la odiosa práctica de la castración, pero, como veremos, los asuntos fueron por otros derroteros. Examinemos en primer lugar un famoso relato.
En el año 1118, Pedro Abelardo, filósofo y estudiante de teología, se enamoró de Eloísa, joven de la que era preceptor. Como él no había recibido aún las órdenes sagradas, y no estaba, por tanto, bajo el voto de celibato, se casó con la muchacha en secreto y tuvieron un hijo. Pero Fulberto, tío de Eloísa y canónigo de la catedral de París, creía que Abelardo había seducido a su sobrina, por lo que se encargó de que fuera castrado. Esta atrocidad, urdida por tan alta jerarquía, resultó en que dos de los perpetradores fueran castigados con igual mutilación.
De lo anterior se colige que la castración aún se consideraba retribución aceptable de ciertos delitos. Sin embargo, esta práctica impía no tardaría en cobrar auge en la Iglesia Católica por razón del canto eclesiástico.
Los coros eclesiásticos
El canto es parte integrante de la liturgia Ortodoxa Oriental y de la Católica. En un coro eclesiástico son esenciales los chicos sopranos. Dado que en la pubertad se produce la mutación de la voz, ¿cómo podía arreglárselas la Iglesia para no tener que cambiar constantemente de coristas, con la educación que esto entrañaba? A veces se empleaba el falsete, un registro de voz más alto que no tiene mucho timbre, pero era una sustitución deficiente de la voz del soprano infantil.b
La alternativa más obvia era emplear a mujeres sopranos, pero el Papa había prohibido desde antiguo que la mujer cantara en la iglesia. Además, a los cantores eclesiásticos se les pedía a veces que ayudaran al sacerdote, deber reservado exclusivamente a los hombres, de modo que las mujeres no podían complementar los coros eclesiásticos.
En 1588, el papa Sixto V prohibió a la mujer cantar en los escenarios del teatro y la ópera, veto reiterado por el papa Inocencio XI una centuria después. “La censura de las actrices y la equiparación de su nombre con la prostitución y el libertinaje hunden sus raíces en la tradición antigua, remontándose a San Agustín y aun antes”, señala el estudioso Angus Heriot. Ahora bien, al adoptar una postura tan tajante, la Iglesia abrió la puerta a un problema mucho más grave: la existencia de castrati.
¿Quiénes eran y cómo se vincularon a la cristiandad?
Mutilados a causa de la música
No solo se precisaban sopranos en los escenarios de la ópera y el teatro, sino también en el coro pontificio. ¿Qué solución había? Desde antiguo se sabía que al niño castrado no le cambiaba la voz. Las cuerdas vocales le crecían muy poco, en tanto que el pecho y el diafragma se desarrollaban normalmente. El cantor castrado tenía, por tanto, la potencia corporal del hombre y la voz del niño, “la clase de voz que se imaginaba que poseían los ángeles”, señala Maria Luisa Ambrosini en Los archivos secretos del Vaticano. Además, era posible regular a cierto grado el tipo de voz variando la edad a la que se realizaba la emasculación.
La Iglesia Griega empleaba coristas eunucos desde el siglo XII, pero ¿qué haría el catolicismo? ¿Sancionaría el empleo de castrati y de hecho los utilizaría?
El padre Soto, corista papal en 1562, aparece en las actas vaticanas como falsetista, pero era castrado. Por consiguiente, al menos veintisiete años antes de 1589, fecha en que la bula pontificia de Sixto V reorganizó a los cantores de la Basílica de San Pedro para incluir a cuatro castrati, el Vaticano había pasado por alto subrepticiamente la autoridad del Concilio de Nicea.
A partir de 1599 se reconoció oficialmente la existencia de castrados en el Vaticano. Concedido el beneplácito de la autoridad eclesiástica más alta, los castrati se convirtieron en opción aceptable. Entre los compositores que escribieron música sacra y profana directamente para ellos figuran Gluck, Haendel, Meyerbeer y Rossini.
La fama, los padres y la opinión pública
Los castrati no tardaron en hacerse famosos. Al papa Clemente VIII (1592–1605), por ejemplo, le seducían la ductilidad y dulzura de sus voces. Aunque los cánones prescribían que los convictos de contribuir a las castraciones fueran excomulgados, hubo una afluencia continua de castrati al prevalecer las necesidades musicales de la Iglesia.
Cuentan que ciertas tiendas tenían este letrero: “Qui si castrono ragazzi” (Se castran muchachos). Una barbería romana proclamaba con orgullo: “Se castran muchachos para los coros de la capilla pontificia”. Según cálculos, en el siglo XVIII se emasculó a 4.000 muchachos italianos con este propósito. Se ignora cuántos murieron a resultas de la operación.
¿Por qué permitían los padres la mutilación genital de sus hijos? Con frecuencia, los castrati eran de extracción humilde. Si un hijo demostraba dotes musicales, podían venderlo, a veces con todo descaro, a una institución musical. Otros salían de los coros de la Basílica de San Pedro de Roma, y de academias eclesiásticas semejantes. Los progenitores esperaban, naturalmente, que el hijo castrado se hiciera famoso y les permitiera vivir con holgura en sus años postrimeros.
Sin embargo, no era raro constatar con horror que el muchacho no tenía buena voz. En su obra del siglo XVIII, Semblanza de Italia, Johann Wilhelm von Archenholz explicó que a los rechazados, así como a los castrados excedentes, “se les permitía tomar las órdenes [sagradas]” y oficiar misa. Se aducía para ello el precedente extraordinario sentado por la propia Basílica de San Pedro cuando, contraviniendo los cánones eclesiásticos, admitió al sacerdocio a dos castrati en 1599, tras lo cual aceptó a otros más.
El mismo Benedicto XIV se remitió al decreto niceno y admitió que la castración era ilegal. Pero en 1748 denegó la petición de sus propios obispos de prohibir los castrati, pues temía que las iglesias quedaran vacías; tales eran el magnetismo e importancia de la música sacra. Los castrados, por ende, siguieron cantando en los coros de las iglesias italianas, en San Pedro y aun en la Sixtina, la propia capilla pontificia.
En 1898, habiéndose decantado la opinión popular en contra de la castración, el papa León XIII jubiló discretamente a los castrati vaticanos, y en 1903, su sucesor Pío X prohibió formalmente su empleo en la capilla pontificia. Sin embargo, nunca se ha revocado formalmente la bula pontificia de Sixto V que introdujo a los castrati.
El último castrado profesional, Alessandro Moreschi, falleció en 1922. Aún se conservan sus grabaciones, realizadas en 1902 y 1903. Las etiquetas de los discos lo presentan como “Soprano della Cappella Sistina”. Según Desmond Shawe-Taylor, crítico musical, “la voz, indudablemente de soprano, no parece ni la de un niño ni la de una mujer”.
Así terminó la caprichosa mutilación infantil en nombre del arte, una “práctica abominable”, según The Encyclopædia Britannica, que toleró por siglos la Iglesia Católica.
¿Castraciones en la década de los noventa?
Aunque en la actualidad ya no hay castrati, ¿significa esto que ya no se realizan castraciones en el nombre de la religión? Lamentablemente, no es así. La revista The Independent Magazine comenta que en la India existe la espantosa cifra de un millón de eunucos agrupados en cofradías. ¿Quiénes son? Los hijras.
Los hijras, de extracción musulmana en su mayoría, aunque también hay muchos hindúes, adoran a Bharuchra Mata, diosa hindú de Gujarat. Aunque la mayoría accedieron a ser mutilados, se afirma que todos los años son emasculados a la fuerza mil varones indios a fin de obligarlos a unirse a los hijras, tras lo cual son subastados al gurú que sea mejor postor.
Los hijras viven bajo un sistema jerarquizado de gurús, por el que se dividen las ciudades en territorios entre los diversos clanes. Los hijras viven de la limosna en los templos, y de la prostitución. Aunque son objeto del desprecio general, también son temidos, pues la gente cree que practican la magia negra. Por dicha razón, los contratan para bendecir a los niños y recién casados.
Se dice que algunos hijras logran escaparse, pero “la mafia de los hijras, que por lo visto controla las castraciones —señala India Today— actúa bajo un manto de secretismo y terror”.
¡Terminará definitivamente!
¿Llegará el día en que se libere al mundo de estas perversiones? Sí, pues los pecados del imperio mundial de la religión falsa, representado en la Biblia con una prostituta llamada “Babilonia la Grande”, “se han amontonado hasta llegar al cielo”. Nuestra fe se fortalece mucho al aprender que pronto se eliminarán de raíz estas prácticas que deshonran a Dios. ¿Por qué no lo lee usted mismo en el último libro de la Biblia, Revelación 18:2, 5 o Apocalipsis, capítulo 18, sobre todo los versículos 2 y 5?
[Notas]
a La nota de la versión católica de Felipe Scío de San Miguel dice acerca de las palabras de Jesús: “Se han castrado [a] sí mismos de una manera espiritual, no en su cuerpo, sino en la raíz misma de la concupiscencia, que es el corazón”. Igualmente, la obra A Commentary on the New Testament, de John Trapp, comenta: “No es que se hayan castrado a sí mismos, como hicieron Orígenes y otros varones paleocristianos por malentender este versículo [...], sino que viven célibes para servir a Dios con más holgura”.
b El falsete comienza donde acaban los tonos más naturales y se dice que la producen los extremos de las cuerdas vocales.
[Ilustración de la página 12]
Un decreto del papa Sixto V abrió el camino a la utilización de “castrati”
[Reconocimiento]
The Bettmann Archive
[Recuadro de la página 13]
La norma más elevada
En la congregación de Israel no se permitía la integración de los eunucos, pues la Ley lo prohibía específicamente. (Deuteronomio 23:1.) Esta legislación prohibía la castración. “La ley judía —señala la Encyclopaedia Judaica— execraba tales operaciones.” En consecuencia, ni a los israelitas ni a los residentes forasteros se les hacía eunucos para servir en los palacios reales de Israel, a diferencia de otras cortes, como la del rey Asuero de Persia. (Ester 2:14, 15; 4:4, 5.)