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  • Las víctimas inocentes del abuso de menores
    ¡Despertad! 1991 | 8 de octubre
    • Las víctimas inocentes del abuso de menores

      “EN LA actualidad tengo casi cuarenta años —dice Margaritaa—, y aunque tuve este problema hace más de treinta años, todavía sigue atormentándome. A veces me encolerizo, me siento culpable y surgen dificultades en mi matrimonio. Otras personas tratan de comprenderme, pero no pueden.” ¿Cuál es su problema? Fue víctima de abusos sexuales cuando era niña, y todavía sufre los efectos de aquella experiencia.

      El caso de Margarita no es único. Las encuestas revelan que una cantidad alarmante de mujeres, así como de hombres, han sufrido ese tipo de maltratos.b De modo que los abusos sexuales contra menores no son en absoluto un acto aislado de conducta pervertida, sino un problema muy extendido, un problema que penetra en todos los grupos sociales, económicos, religiosos y raciales.

      Afortunadamente, a la inmensa mayoría de los hombres y las mujeres ni siquiera se les ocurriría maltratar a un niño así. No obstante, existe una peligrosa minoría con esa morbosa inclinación. Y contrario a las ideas estereotipadas, pocos hombres que abusan sexualmente de menores son maniacos anormales con tendencias homicidas que merodean por los lugares donde juegan los niños. La mayoría han cultivado una convincente apariencia de normalidad. Satisfacen sus deseos pervertidos abusando de niñas indefensas, ingenuas y confiadas... por lo general, sus propias hijas.c Puede que las traten con bondad y ternura cuando están en público, pero en privado las someten a amenazas, violencia y formas de abuso sexual degradantes y humillantes.

      Hay que reconocer que resulta difícil hacerse a la idea de que semejantes horrores puedan producirse en tantos hogares aparentemente respetables. Sin embargo, hasta en tiempos bíblicos se utilizaba a niños “para satisfacer un deseo sensual pasajero”. (Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura; compárese con Joel 3:3.) La Biblia predijo: “Mas sabe esto, que en los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, [...] sin tener cariño natural, [...] sin autodominio, feroces, sin amor del bien”. Por consiguiente, no debería sorprendernos que hoy día estuviesen tan extendidos los abusos sexuales contra menores. (2 Timoteo 3:1-3; véase también el 2Ti 3 versículo 13.)

      Puede que los abusos deshonestos de menores no dejen cicatrices físicas, y no a todos los adultos que sufrieron este tipo de abusos en su infancia se les ve angustiados. Pero, como dice un antiguo proverbio, “aun en la risa el corazón puede estar con dolor”. (Proverbios 14:13.) Sí, muchas de las víctimas padecen verdaderos traumas, tienen heridas emocionales profundas que todavía no han cicatrizado. Ahora bien, ¿por qué causan semejantes estragos los abusos deshonestos contra menores? ¿Por qué no se curan esas heridas simplemente con el paso del tiempo? La magnitud de este angustioso problema exige que dirijamos nuestra atención a él. Es cierto que puede resultar desagradable leer algunas de las cosas que se dicen a continuación, en especial si usted fue víctima de tales abusos durante la infancia. Pero tenga la seguridad de que hay esperanza, de que puede superar ese trauma.

      a Se han cambiado todos los nombres.

      b Como las definiciones de lo que constituye abuso sexual y los métodos de encuestar varían mucho, resulta casi imposible obtener datos exactos.

      c En el caso de la mayoría de las víctimas, son los padres biológicos o los padrastros quienes abusan de ellas; pero también pueden ser hermanos mayores, tíos, abuelos, adultos conocidos y extraños. Como la vasta mayoría de las víctimas son niñas, normalmente usaremos el género femenino para referirnos a ellas. De todas formas, la mayor parte de la información aquí presentada aplica a ambos sexos.

  • El trauma que produce el abuso de menores
    ¡Despertad! 1991 | 8 de octubre
    • El trauma que produce el abuso de menores

      “Me odio. No dejo de pensar que tendría que haber hecho algo, tendría que haberle dicho que me dejase en paz. Me encuentro tan sucia.”—Ana.

      “Me siento aislada de la gente. Suelen embargarme sentimientos de desesperación. A veces quisiera morirme.”—Susana.

      “LOS abusos sexuales durante la infancia son [...] un ataque que abruma, perjudica y humilla contra la mente, el alma y el cuerpo de una criatura [...]. Los abusos invaden toda faceta de la existencia.” Así lee la obra The Right to Innocence (El derecho a la inocencia), de Beverly Engel.

      No todas las niñas reaccionan igual a los abusos.a La personalidad, la forma de afrontar los problemas y los recursos emocionales difieren de unas niñas a otras. Mucho también depende de la relación de la niña con el atacante, la severidad de los abusos, la duración, la edad de la niña y otros factores. Además, si el problema sale a la luz y la niña recibe ayuda amorosa de algún adulto, con frecuencia el daño puede mitigarse. No obstante, muchas víctimas sufren grandes traumas.

      Por qué resulta abrumador

      La Biblia ayuda a entender por qué es tan perjudicial el abuso de menores. Eclesiastés 7:7 dice: “La mera opresión puede hacer que un sabio se porte como loco”. Si esta afirmación resulta cierta de un adulto, imagínese el efecto de la opresión brutal en una niña pequeña, en especial si quien abusa de ella es su propio padre, una persona en la que confía. Hay que recordar que los primeros años de la vida son cruciales en el desarrollo emocional y espiritual de un niño. (2 Timoteo 3:15.) Durante esa tierna edad, el niño empieza a fijar límites morales y a adquirir un sentido de valía personal. Al ir forjando vínculos de unión con sus padres, los niños también aprenden lo que significa el amor y la confianza. (Salmo 22:9.)

      “En el caso de las niñas que son víctimas de abusos —explica J. Patrick Gannon, doctor en Filosofía—, este proceso de edificar confianza se trastorna.” El atacante traiciona la confianza de la niña; le roba todo aquello que se asemeja a seguridad, intimidad o amor propio, y la utiliza como un simple objeto para su propio placer.b Las niñas pequeñas no entienden lo que significan los actos inmorales que les obligan a hacer, pero casi todas encuentran esa experiencia desconcertante, espantosa y humillante.

      De ahí que al abuso de menores se le haya denominado “la peor traición que puede haber”. Esto nos recuerda una pregunta que hizo Jesús: “¿Quién es el hombre entre ustedes a quien su hijo pide pan..., no le dará una piedra, ¿verdad?”. (Mateo 7:9.) El hombre que abusa de una niña no le da amor y cariño, sino la “piedra” más cruel de todas: el abuso sexual.

      Por qué persiste el trauma

      Proverbios 22:6 dice: “Entrena al muchacho conforme al camino para él; aun cuando se haga viejo no se desviará de él”. Está claro que la influencia de los padres puede perdurar toda la vida. Pero, ¿qué ocurre si a una niña se la entrena, o educa, para que crea que es incapaz de impedir que abusen sexualmente de ella, cometa perversiones a cambio de “amor” y se considere inútil y sucia? ¿No podría conducir eso a un comportamiento destructivo de por vida? No queremos decir que los abusos sexuales durante la infancia excusen una conducta impropia en la vida adulta, pero pueden ayudar a explicar por qué las víctimas de tales abusos tienden a actuar o a sentir de cierta forma en particular.

      Muchas víctimas de abusos sexuales sufren innumerables secuelas, incluso depresión. A algunas también les inquietan sentimientos persistentes y a veces abrumadores de culpa, vergüenza y furia. Puede que otras sufran aislamiento emocional, la incapacidad para expresar o hasta sentir emociones. Muchas víctimas también experimentan falta de amor propio y sentimientos de ineptitud. Isabel, de quien abusó sexualmente su tío, recuerda: “Cada vez que abusaba de mí, me sentía impotente, helada, petrificada, rígida y confundida. ¿Por qué me hacía aquello?”. La psicóloga Cynthia Tower comenta: “Los estudios revelan que con frecuencia las personas de las que se abusa sexualmente se consideran toda la vida unas víctimas”. Es posible que se casen con un hombre que las maltrate, que comuniquen un aire de vulnerabilidad o que se sientan incapaces de defenderse ante cualquier amenaza.

      Normalmente, los niños disponen de unos doce años para prepararse para las emociones que despertarán durante la pubertad, pero cuando se obliga a una niña pequeña a cometer actos obscenos, puede que se sienta confundida por las sensaciones que aparecen. Cierto estudio indicó que los abusos pueden impedir que obtenga satisfacción de las relaciones íntimas cuando se case. Una víctima llamada Esperanza confiesa: “Considero que la sexualidad en el matrimonio es lo más difícil de mi vida. Siento la espantosa sensación de que mi padre está allí, y me entra pánico”. Otras víctimas pueden reaccionar de forma totalmente contraria y llegar a tener deseos inmorales compulsivos. “Llevé una vida promiscua y terminé teniendo relaciones sexuales con hombres totalmente desconocidos”, admite Susana.

      Las víctimas de abusos sexuales también pueden encontrar difícil mantener relaciones normales con otras personas. Algunas simplemente no son capaces de relacionarse con los hombres ni con personas que ocupan un puesto de autoridad. Otras se vuelven agresivas o mandonas, y terminan arruinando amistades o su propio matrimonio. También está el caso de las que tienden a evitar por completo cualquier relación estrecha con otra persona.

      Hay víctimas que dirigen sus sentimientos destructivos contra sí mismas. “Odiaba mi cuerpo porque había respondido al estímulo del abuso”, admite Rebeca. Lamentablemente, las víctimas de este tipo de abusos muchas veces padecen trastornos del apetito,c se vuelven laboradictas, se exceden con el alcohol y consumen drogas en un intento desesperado de enterrar sus sentimientos. También es posible que algunas pongan de relieve el odio que se tienen a sí mismas de maneras más directas. “Me he cortado, me he clavado las uñas en los brazos y me he quemado —añade Rebeca—. Pensaba que merecía ser maltratada.”

      No obstante, no se precipite en sacar la conclusión de que todo el que tiene esos sentimientos o actúa de esa forma ha sido necesariamente víctima de abusos sexuales. Pueden estar implicados otros factores físicos o emocionales. Por ejemplo, los especialistas dicen que es común observar síntomas similares entre los adultos que se han criado en familias anormales, con padres que los golpeaban, los despreciaban y humillaban, y pasaban por alto sus necesidades físicas, o con padres drogadictos o alcohólicos.

      Daño espiritual

      El efecto más pernicioso del abuso de menores es el posible daño espiritual. Los abusos sexuales son una “contaminación de la carne y del espíritu”. (2 Corintios 7:1.) Al cometer actos pervertidos con una niña, violar sus límites físicos y morales y traicionar su confianza, el que abusa sexualmente de ella contamina su espíritu, es decir, su inclinación mental dominante, lo que puede estorbar más adelante el desarrollo moral y espiritual de la víctima.

      El libro Facing Codependence (Cómo hacer frente a las reacciones emocionales intensas), de Pia Mellody, indica además: “Cualquier abuso serio [...] constituye también abuso espiritual, porque erosiona la confianza de la niña en un Poder Superior”. Por ejemplo, una cristiana llamada Elena pregunta: “¿Cómo puedo imaginarme a Jehová como un Padre cuando mi concepto de un padre terrestre es el de un hombre cruel y enfurecido?”. Carmen, otra víctima, dice: “Jamás vi a Jehová como un Padre. Como Dios, Señor, Soberano o Creador, sí, pero como Padre, no”.

      Eso no significa necesariamente que esas personas estén débiles espiritualmente o carezcan de fe. Al contrario, sus esfuerzos persistentes por seguir los principios bíblicos dan prueba de fuerza espiritual. Pero imagínese cómo deben sentirse algunas mujeres que han sufrido abusos sexuales durante la infancia cuando leen un texto bíblico como el Salmo 103:13, que dice: “Como un padre muestra misericordia a sus hijos, Jehová ha mostrado misericordia a los que le temen”. Algunas quizás comprendan estas palabras con su intelecto; no obstante, si carecen de un concepto correcto de lo que es un padre, puede resultarles difícil responder emocionalmente a este texto.

      A algunas víctimas quizás les cueste ser ‘como niñitas’ ante Dios: vulnerables, humildes y confiadas. Es posible que no exterioricen sus verdaderos sentimientos cuando oren a Dios. (Marcos 10:15.) Pudieran dudar en aplicarse a sí mismas las palabras que David escribió en el Salmo 62:7, 8: “En Dios está mi salvación y mi gloria. Mi roca fuerte, mi refugio está en Dios. Confía en él a todo tiempo, oh pueblo. Delante de él derramen ustedes su corazón. Dios es refugio para nosotros”. Hasta puede ser que tengan sentimientos de culpa y de indignidad que debiliten su fe. Una víctima comentó: “Creo sinceramente en el Reino de Jehová, pero no creo que sea lo suficientemente buena como para estar allí”.

      Por supuesto, no todas las víctimas son afectadas de la misma manera. Algunas se han sentido atraídas a Jehová como un Padre amoroso y no encuentran ningún obstáculo para relacionarse con Él. Prescindiendo de cuál sea su caso, si usted fue víctima de abusos sexuales durante la infancia, le ayudaría mucho tratar de discernir cómo ha afectado su vida este problema. Algunas mujeres quizás se contenten con dejar las cosas como están; sin embargo, si a usted le da la sensación de que dichos abusos le han hecho mucho daño, anímese. Su trauma puede superarse.

      a Nuestra consideración se centra en lo que la Biblia denomina por·neí·a, o fornicación. (1 Corintios 6:9; compárese con Levítico 18:6-22.) Este término abarca toda forma de relaciones sexuales inmorales. Otros actos abusivos, como el exhibicionismo, el voyeurismo y la pornografía infantil, aunque no son por·neí·a, también pueden causar daños emocionales.

      b Como los niños tienden a confiar en los adultos, los abusos perpetrados por un familiar en quien se confía, un hermano mayor, un amigo de la familia o hasta por un extraño también constituyen una devastadora forma de traicionar la confianza.

      c Véase la revista ¡Despertad! del 22 de diciembre de 1990.

  • “Tiempo de sanar”
    ¡Despertad! 1991 | 8 de octubre
    • “Tiempo de sanar”

      Ana siempre estaba dispuesta a consolar a otros y ayudar a cualquiera que tuviese un problema. Se la veía con aplomo y su aspecto era impecable, por lo que nadie se hubiese imaginado que ocultaba un trauma emocional, hasta que un día empezó a recordar. “Fue en el trabajo —recuerda—; empecé a sentirme acongojada y muy avergonzada. Casi no lo podía resistir. Aquel sufrimiento me duró días. Luego me vino a la memoria el recuerdo de mi padrastro abusando de mí; en realidad, había sido una violación. Y no había ocurrido solo una vez.”

      HAY un “tiempo de sanar”. (Eclesiastés 3:3.) Y en el caso de muchas mujeres que han sido objeto de abusos sexuales en la infancia, como Ana, el que afloren recuerdos sepultados durante mucho tiempo es una fase importante del proceso de curación de sus heridas emocionales.

      Pero, ¿cómo podría alguien olvidar una experiencia tan traumática como un ataque sexual? Piense en lo indefensa que se encuentra una niña ante los abusos sexuales de un padre o de algún otro adulto fuerte. No puede correr. No se atreve a gritar ni a contárselo a nadie. Sin embargo, puede que tenga que ver a ese hombre todos los días y actuar como si no sucediese nada. A un adulto le costaría fingir así, pero para una niña es casi imposible. De modo que se vale de la enorme imaginación de la que están dotados los niños y se evade mentalmente. Se imagina que el abuso no ocurrió, borrándolo de la memoria o adormeciendo su percepción del problema.

      En realidad, de vez en cuando todos rechazamos cosas que no queremos ver u oír. (Compárese con Jeremías 5:21.) Pero las víctimas de abusos sexuales utilizan esta facultad como un medio para sobrevivir. Algunas víctimas han dicho: “Me imaginaba que le estaba sucediendo a otra persona y que yo solo era una espectadora”. “Me imaginaba que estaba dormida.” “Resolvía mentalmente mis problemas de matemáticas.” (Strong at the Broken Places [Fuerte ante las dificultades], de Linda T. Sanford.)

      No es de extrañar, por tanto, que el libro Surviving Child Sexual Abuse (Cómo superar el abuso sexual de menores) afirme: “Se calcula que hasta el 50% de las personas que han sobrevivido al abuso sexual de menores no son conscientes de estas experiencias”. Sin embargo, puede que algunas recuerden el abuso, pero rechacen los sentimientos relacionados con él: el dolor, la ira y la vergüenza.

      La lucha mental por ahogar los recuerdos

      Pues bien, ¿no es mejor que estos sucesos continúen sepultados, que las víctimas simplemente se olviden de ellos? Es posible que algunas víctimas decidan hacer eso, pero otras sencillamente no son capaces. Ocurre lo que dice Job 9:27, 28: “Si trato de olvidar mis penas y de parecer alegre, todo mi dolor vuelve a asustarme” (Versión Popular). Reprimir recuerdos espantosos supone un esfuerzo mental agotador que hasta puede tener graves repercusiones en la salud.

      Cuando la víctima se hace mayor, las presiones de la vida suelen debilitar su capacidad de ahogar el pasado. El olor de cierta colonia, un rostro que parece familiar, un sonido sobrecogedor y hasta un examen realizado por un médico o un odontólogo pueden desencadenar una sobrecogedora irrupción de recuerdos y sentimientos.a ¿No debería esa mujer hacer un mayor esfuerzo por olvidar? En esa situación, muchas víctimas encuentran alivio en tratar de recordar. Una mujer llamada Susana comenta: ‘Una vez que los recuerdos han venido a la memoria, pierden su poder. Mantenerlos encerrados en el subconsciente es más doloroso y peligroso que deshacerse de ellos’.

      Es útil reconocerlo

      ¿Por qué? Una razón es que recordar permite a la víctima lamentarse, una reacción natural ante un trauma; nos ayuda a dejar atrás las cosas que nos angustian. (Eclesiastés 3:4; 7:1-3.) Pero a la víctima de abusos sexuales se le ha negado la oportunidad de lamentarse, se la ha obligado a negar su horrorosa experiencia, a reprimir su dolor. Esa represión del dolor puede resultar en lo que los médicos llaman estrés postraumático: un estado de aturdimiento casi desprovisto de emociones. (Compárese con el Salmo 143:3, 4.)

      Cuando los recuerdos empiezan a regresar, puede que la víctima reviva el abuso. Algunas hasta retroceden temporalmente a la infancia. “Cuando revivo una de aquellas experiencias —recuerda Susana—, suelo experimentar síntomas físicos. A veces los recuerdos son tan agobiantes, que me da la sensación de que estoy volviéndome loca.” Posiblemente reaparezca de pronto la ira que sentía en la infancia, reprimida por mucho tiempo. “Cuando empiezo a recordar, me deprimo y me encolerizo”, dice Sara. Pero en estas circunstancias singulares, la cólera es apropiada. Usted está lamentándose, expresando la justa indignación que había mantenido reprimida. Tiene el derecho de odiar los actos inicuos perpetrados contra su persona. (Romanos 12:9.)

      Una mujer que fue víctima de estos abusos dice: “Cuando pude recordar bien, sentí un gran alivio [...]. Entonces al menos sabía a qué me enfrentaba. Me costó mucho recordar, pero me devolvió una parte de mi vida que siempre me había asustado porque era desconocida y misteriosa para mí”. (The Right to Innocence.)

      Recordar lo ocurrido también puede ayudar a la víctima a llegar a la raíz de algunos de sus problemas. “Siempre supe que me odiaba a mí misma y me encolerizaba, pero no sabía por qué”, dice una mujer que fue víctima del incesto. Recordar lo que sucedió ayuda a muchas a darse cuenta de que no fue culpa suya, de que solo fueron víctimas de un abuso.

      Por supuesto, no todas recuerdan los abusos de que fueron objeto tan vívidamente como otras.

  • “Tiempo de sanar”
    ¡Despertad! 1991 | 8 de octubre
    • “Incluso ahora me resulta difícil pensar que yo era inocente —reconoce una víctima llamada Rebeca—. Me pregunto: ‘¿Por qué no le detuve?’.”

  • “Tiempo de sanar”
    ¡Despertad! 1991 | 8 de octubre
    • Con todo, una mujer dice: “Me repugna recordar las sensaciones que mi padre despertaba en mí”. Algunas víctimas (el 58% según cierto estudio) recuerdan que experimentaron excitación sexual durante el abuso. Es comprensible que esto les produzca mucha vergüenza.

  • “Tiempo de sanar”
    ¡Despertad! 1991 | 8 de octubre
    • Algunas mujeres continúan llenas de cólera, de fantasías de venganza... o de sentimientos de culpa. Una víctima dijo: “Me siento deprimida porque creo que Jehová espera que perdone a quien abusó de mí, y no puedo hacerlo”. Por otro lado, puede darse el caso de que usted viva con un temor malsano a esa persona. O puede sentir hostilidad hacia su madre si cerró los ojos al abuso o reaccionó negándolo o encolerizándose cuando todo salió a la luz. “Mi madre me dijo que tenía que ser indulgente con [mi padre]”, recuerda con amargura una mujer.

  • “Tiempo de sanar”
    ¡Despertad! 1991 | 8 de octubre
    • a Algunos recuerdos empiezan a salir a la luz en la forma de dolores psicosomáticos; otros, en la forma de alucinaciones, que pueden confundirse con actividad demoniaca: sonidos de intrusos, como el de puertas que se abren; sombras que se mueven junto a puertas y ventanas, o la sensación de una presencia invisible en la cama. La angustia suele desaparecer cuando los recuerdos terminan de salir a la luz por completo.

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