Los proclamadores del Reino informan
Recompensa por la fidelidad
FUE en Italia donde, hace 15 años, la señora B——— , quien entonces tenía 15 años de edad, conoció la verdad. Sin embargo, no progresó, y por lo tanto se casó con un incrédulo. Pero las semillas de la verdad permanecieron en su corazón, y hace aproximadamente un año aceptó el estudio bíblico que le ofreció un testigo de Jehová y empezó a asistir a las reuniones. Su esposo le presentó violenta oposición y la amenazó con obligarla a irse de la casa. La golpeaba tan severamente que ella necesitó atención médica. Cierta noche él irrumpió en el Salón del Reino durante una reunión, golpeó a un hermano y rompió el cristal de la puerta mientras daba gritos de ira.
Cuando ella regresó a casa, halló que su esposo le había cerrado la puerta para que no entrara. Sin perder el valor, fue a la comisaría de los carabinieri (la policía) para informarles lo que había sucedido, y entonces se fue a dormir en casa de su tía. Después de dos días, su esposo le permitió volver a casa.
El esposo es muy bien conocido en el pueblo. Empezó a insultar públicamente a los testigos de Jehová, diciendo que habían desbaratado su familia. El clero lo apoyó en esta campaña contra los Testigos. Un sacerdote preparó etiquetas adhesivas con las palabras: “TESTIGOS DE JEHOVÁ: No perturben la paz de esta familia. ¡GRACIAS!”. Mandó poner estas etiquetas en las puertas de las casas del pueblo. Todo el mundo estaba hablando de los testigos de Jehová y haciéndolos objeto de burla y desprecio. A pesar de esto, los hermanos cobraron ánimo y siguieron su ministerio con más celo que antes. La mayoría de las familias dijeron que no había sido idea suya el que se pusieran etiquetas en las puertas de sus casas. Informaron que el sacerdote había dado 100 liras a unos muchachos y los había enviado a pegarlas en las puertas.
Mientras tanto, el señor B——— informó a su esposa que ella tendría que irse del hogar, puesto que él ya había dado los pasos para una separación legal. Pero la situación estaba empezando a cambiar en este pueblo. Una radioemisora local presentó un programa, y el reportero describió el caso como “una maniobra que no parece de buen gusto, que es descortés”. Durante el programa nuestros hermanos explicaron que las etiquetas se habían pegado en las puertas sin contar con la aprobación de muchas familias. Algo que lo probaba era que se habían pegado de noche hasta en las puertas de algunos testigos de Jehová y de familias que recibían con gusto sus visitas. El reportero de la radioemisora alabó a los testigos de Jehová y dijo que son personas “que despliegan gran cortesía, y se comportan muy bondadosamente”.
Al fin llegó el tiempo para que el matrimonio se presentara ante el juez para comenzar la separación legal que el esposo había solicitado. El juez alabó a la señora B——— por su deseo de no separarse, y mientras ella esperaba el litigio, le otorgó la custodia de los hijos. Ellos podían seguir viviendo en su hogar, y su esposo tendría que darle a ella 250.000 liras cada mes. El esposo objetó, diciendo: “La casa es propiedad de mi madre, y mi esposa no puede quedarse allí”. El juez respondió: “Usted quiere ser esposo y jefe. Su esposa siempre tiene que decir sí, y esta vez ha dicho no. Por eso usted alborota a todo el pueblo. Si su esposa le hubiera sido infiel, yo podría comprender, pero el hecho de que ella siga una fe en vez de otra no es asunto suyo”.
La señora B——— sirve ahora felizmente a Jehová. (Mateo 5:10.) La gente del pueblo ha cambiado de actitud, y ahora hay muy buenas conversaciones sobre asuntos bíblicos con la gente. Concuerdan en que no son los testigos de Jehová quienes perturban la paz familiar. Si todavía hay etiquetas en las puertas, ya no tienen ningún significado.