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¡Qué gozo es sentarse a la mesa de Jehová!La Atalaya 1991 | 1 de agosto
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Alimento espiritual en el campamento
Ciertos hermanos tomaban la delantera en dar alimento espiritual a los demás, y me escogieron para que les ayudara. Lo único que teníamos era una gruesa Biblia de Lutero. Por supuesto, estaba prohibido que la tuviéramos. Por eso manteníamos escondido aquel tesoro, y en cada sección de celdas solo un hermano escogido podía usarla, y por corto tiempo. Cuando me llegaba el turno, me metía debajo de la cama con una linterna de bolsillo y leía por unos 15 minutos. Me aprendía de memoria textos que más tarde podría considerar con los hermanos de nuestra sección. Así, hasta cierto grado había distribución organizada de alimento espiritual.
A todos se nos animó a pedirle a Jehová en oración que nos suministrara más alimento espiritual, y él escuchó nuestras súplicas. En el invierno de 1939-1940 cierto hermano recién llegado a la prisión logró introducir clandestinamente en el campamento unos cuantos números nuevos de La Atalaya en un hueco de su pierna de madera. Aquello pareció un milagro, pues se registraba cuidadosamente a toda persona.
Por razones de seguridad las revistas se hacían disponibles un día a la vez a hermanos seleccionados para ello. En cierta ocasión, cuando se construía un garaje, me oculté en una zanja para leer mientras un hermano vigilaba afuera. En otra ocasión coloqué La Atalaya sobre mis piernas durante nuestra “hora de coser” (por las tardes nos sentábamos en los cuarteles para remendar guantes y otros artículos), mientras dos hermanos, sentados uno a cada lado, vigilaban. Cuando llegaba un guardia de la SS, escondía rápidamente La Atalaya. ¡El que hallaran la revista en mi posesión me habría costado la vida!
Maravillosamente, Jehová nos ayudó a aprender de memoria los pensamientos fortalecedores de aquellos artículos. Por lo general, debido a puro agotamiento, yo dormía profundamente. Pero cuando leía La Atalaya me despertaba varias veces por la noche, y podía recordar claramente lo que había leído. Los hermanos de las demás secciones tuvieron experiencias similares. Así Jehová nos aguzaba la memoria para que pudiéramos distribuir el alimento espiritual. Esto lo hacíamos mediante hablar personalmente con cada hermano y fortalecerlo.
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¡Qué gozo es sentarse a la mesa de Jehová!La Atalaya 1991 | 1 de agosto
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Cuando llegué había un grupo de unos 20 Testigos, sin Biblia ni publicaciones. Oré a Jehová que me ayudara a usar lo que había aprendido en Sachsenhausen para fortalecer a mis hermanos de Neuengamme. El primer paso que di hacia esto fue recordar textos bíblicos y seleccionar algunos como textos diarios. Después organizamos reuniones en las cuales yo podía explicar pensamientos de artículos de La Atalaya que había leído en Sachsenhausen. Cuando llegaban otros hermanos, nos informaban lo que habían aprendido de Atalayas recientes.
Para 1943 el número de testigos de Jehová en Neuengamme había aumentado a 70. Las autoridades prefirieron utilizar a los testigos de Jehová para trabajar fuera del campo, como para limpiar el terreno después de las incursiones aéreas. Como resultado de esto pudimos introducir a escondidas en el campo Biblias, ejemplares de La Atalaya y algunos libros y folletos de la Sociedad. También recibimos por el correo paquetes que contenían literatura adicional, y vino tinto y pan sin levadura que pudimos usar en la Conmemoración. Obviamente Jehová cegó a los que examinaban los paquetes.
Puesto que se nos había dispersado a diferentes cuarteles, formamos siete grupos de estudio de La Atalaya, cada uno con su conductor y un sustituto. Se hacían copias de La Atalaya secretamente en la oficina del comandante, donde trabajé temporalmente. Así, cada grupo recibía por lo menos un número completo para el estudio semanal. No se canceló ninguna reunión. Además, cada mañana los grupos recibían en el terreno de paradas una copia del texto diario con un comentario tomado de La Atalaya.
En cierta ocasión la SS tuvo un día festivo, así que pudimos celebrar una asamblea de medio día y considerar cómo predicar en el campo de concentración. Dividimos el campo en territorios para tratar de llegar sistemáticamente a los prisioneros con las “buenas nuevas del reino”. (Mateo 24:14.) Puesto que los prisioneros eran de varios países, hicimos tarjetas de testimonio en muchas lenguas, para explicar nuestra obra y el Reino. Predicamos tan celosamente que los prisioneros políticos presentaron la queja: “¡Dondequiera que uno va, todo lo que oye tiene que ver con Jehová!”. Un informe sobre nuestra actividad llegó hasta la sucursal de Berna, Suiza.
Todo nos fue bien hasta que en 1944 la Gestapo investigó todos los campos de concentración. No hallaron nuestro almacén de literatura en Neuengamme, pero sí encontraron cosas que teníamos Karl Schwarzer y yo. Durante tres días nos interrogaron y nos golpearon. Cuando terminó la prueba, ambos estábamos cubiertos de magulladuras. Sin embargo, con la ayuda de Jehová sobrevivimos.
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