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  • ¡Qué gozo es sentarse a la mesa de Jehová!

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  • ¡Qué gozo es sentarse a la mesa de Jehová!
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
w91 1/8 págs. 25-29

¡Qué gozo es sentarse a la mesa de Jehová!

Según lo relató Ernst Wauer

Hoy se me hace relativamente fácil asistir a las reuniones de los testigos de Jehová, estudiar la Biblia y predicar las buenas nuevas del Reino. Sin embargo, no ha sido siempre así en Alemania. Durante la dictadura de Adolf Hitler, desde 1933 hasta 1945, el participar en tales actividades cristianas significaba arriesgar la vida.

YO TENÍA 30 años cuando conocí a los testigos de Jehová en la ciudad de Dresde, un año antes de que Hitler subiera al poder. En enero de 1935 me dediqué a Jehová y expresé el deseo de bautizarme. Puesto que nuestra obra ya había sido proscrita en 1933, me preguntaron: “¿Comprende lo que su decisión significa? ¡Está poniendo en peligro a su familia, su salud, su trabajo, su libertad y hasta su propia vida!”.

“He calculado el costo y estoy dispuesto a hacer la voluntad de Dios y a morir por ello”, respondí.

Aun antes de mi bautismo, yo había empezado a predicar de casa en casa. En cierto lugar me encontré con un oficial de la SS (los Camisas Negras/Guardia Selecta de Hitler) que gritó: “¿No sabe que eso está prohibido? ¡Voy a llamar a la policía!”.

Con calma le contesté: “Hágalo. Solo estoy hablando acerca de la Biblia y no hay ley contra ello”. Dicho eso, me volví y pasé al hogar siguiente, y un señor amigable me invitó a entrar. No me pasó nada.

Poco tiempo después recibí la asignación de atender a un grupo de cinco a siete Testigos que se reunían semanalmente para estudiar. Estudiábamos números de La Atalaya que se habían introducido clandestinamente en Alemania desde países vecinos. Sí; a pesar de la proscripción, con regularidad nos sentábamos a “la mesa de Jehová” para fortalecernos espiritualmente. (1 Corintios 10:21.)

Experimento pruebas

En 1936 J. F. Rutherford, el presidente de la Sociedad Watch Tower, estuvo en la asamblea que se celebró en Lucerna, Suiza, y convocó a ella a los hermanos de Alemania que ocupaban puestos de superintendencia teocrática. Solo unos cuantos hermanos pudieron acudir, pues a muchos se les privó de su pasaporte y a otros la policía los vigilaba de cerca. El hermano que superentendía la obra en Dresde me pidió que lo representara en Lucerna.

“Pero ¿no soy demasiado joven y falto de experiencia?”, pregunté.

“Lo que importa ahora —me aseguró— es ser fiel. Eso es lo principal.”

Poco después de regresar de Lucerna me arrestaron, y de repente me vi separado de mi esposa Eva y nuestros dos hijitos. De camino al cuartel policíaco de Dresde me esforcé por recordar algún texto bíblico que me pudiera guiar. Me vino a la mente Proverbios 3:5, 6: “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo hará derechas tus sendas”. El recordar este texto me fortaleció para el interrogatorio inicial. Después me encerraron en una celda estrecha, y momentáneamente me sentí muy abandonado. Pero oré fervorosamente a Jehová y me tranquilicé.

El jurado me sentenció a 27 meses de prisión. Por un año estuve en encierro solitario en la penitenciaría de Bautzen. En cierta ocasión un funcionario jurídico que se había jubilado —estaba allí como sustituto— abrió la celda donde me hallaba y me dijo compasivamente: “Sé que no le permiten leer nada, pero quizás necesite alguna distracción”. Con eso, me dio unas cuantas revistas viejas de su familia y me dijo: “Esta noche vengo por ellas”.

En verdad yo no necesitaba ninguna “distracción”. Mientras estaba en encierro solitario recordaba textos bíblicos que había memorizado y preparaba sermones y los presentaba en voz alta. Pero hojeé las revistas en busca de textos bíblicos... ¡y hallé varios! Uno fue Filipenses 1:6, que en parte dice: “Confío en [...] que el que comenzó una buena obra en ustedes la efectuará cumplidamente”. Agradecí a Jehová aquel estímulo.

Después me trasladaron a un campamento de trabajo. Entonces, en la primavera de 1939, cuando estaba a punto de cumplir la sentencia que me habían impuesto, el supervisor del campo me preguntó si seguía fiel a mis convicciones. “Me propongo seguir leal a mi fe”, le respondí. Entonces me dijo que me trasladarían al campo de concentración de Sachsenhausen.

Allí, después que hube entregado mi ropa personal y había tomado una ducha, me afeitaron todo el pelo del cuerpo y me dieron ropa de prisión. Entonces, mientras tenía la ropa puesta, me pusieron una vez más debajo de la ducha, un proceso que la SS llamaba “bautismo”. Después me obligaron a estar de pie afuera, todo mojado, hasta que cayó la noche.

En los campos de concentración la SS sometía a extraordinaria brutalidad a los testigos de Jehová. Muchas veces nos hacían permanecer de pie en el terreno de paradas del campo por horas que parecían interminables. A veces alguno de nosotros decía suspirando: “¡Qué bueno sería tener una buena comida!, ¿verdad?”. Otro le contestaba: “No pienses en tales cosas. Solo piensa en el honor que tienes de defender el nombre de Jehová y su Reino”. Y otro añadía: “¡Jehová nos fortalecerá!”. Así nos animábamos unos a otros. A veces bastaba alguna seña amigable con la cabeza para decir: “¡Yo voy a ser leal! ¡Haz lo mismo tú!”.

Alimento espiritual en el campamento

Ciertos hermanos tomaban la delantera en dar alimento espiritual a los demás, y me escogieron para que les ayudara. Lo único que teníamos era una gruesa Biblia de Lutero. Por supuesto, estaba prohibido que la tuviéramos. Por eso manteníamos escondido aquel tesoro, y en cada sección de celdas solo un hermano escogido podía usarla, y por corto tiempo. Cuando me llegaba el turno, me metía debajo de la cama con una linterna de bolsillo y leía por unos 15 minutos. Me aprendía de memoria textos que más tarde podría considerar con los hermanos de nuestra sección. Así, hasta cierto grado había distribución organizada de alimento espiritual.

A todos se nos animó a pedirle a Jehová en oración que nos suministrara más alimento espiritual, y él escuchó nuestras súplicas. En el invierno de 1939-1940 cierto hermano recién llegado a la prisión logró introducir clandestinamente en el campamento unos cuantos números nuevos de La Atalaya en un hueco de su pierna de madera. Aquello pareció un milagro, pues se registraba cuidadosamente a toda persona.

Por razones de seguridad las revistas se hacían disponibles un día a la vez a hermanos seleccionados para ello. En cierta ocasión, cuando se construía un garaje, me oculté en una zanja para leer mientras un hermano vigilaba afuera. En otra ocasión coloqué La Atalaya sobre mis piernas durante nuestra “hora de coser” (por las tardes nos sentábamos en los cuarteles para remendar guantes y otros artículos), mientras dos hermanos, sentados uno a cada lado, vigilaban. Cuando llegaba un guardia de la SS, escondía rápidamente La Atalaya. ¡El que hallaran la revista en mi posesión me habría costado la vida!

Maravillosamente, Jehová nos ayudó a aprender de memoria los pensamientos fortalecedores de aquellos artículos. Por lo general, debido a puro agotamiento, yo dormía profundamente. Pero cuando leía La Atalaya me despertaba varias veces por la noche, y podía recordar claramente lo que había leído. Los hermanos de las demás secciones tuvieron experiencias similares. Así Jehová nos aguzaba la memoria para que pudiéramos distribuir el alimento espiritual. Esto lo hacíamos mediante hablar personalmente con cada hermano y fortalecerlo.

Fieles hasta la muerte

El 15 de septiembre de 1939 nuestra cuadrilla de trabajo tuvo que regresar al campo antes de la hora normal. ¿Qué pasaba? Uno de nuestros hermanos jóvenes, August Dickmann, iba a ser ejecutado públicamente. Los nazis confiaban en que esto haría que muchos Testigos abandonaran su fe. Después de la ejecución se despidió a los demás prisioneros. Pero a nosotros los testigos de Jehová nos acosaron vez tras vez en el terreno de paradas, nos patearon y nos golpearon con palos hasta que no podíamos movernos. Se nos ordenó que firmáramos una declaración de renuncia a nuestra fe; de lo contrario, nos fusilarían a todos.

Para el día siguiente nadie había firmado. De hecho, un prisionero nuevo, que había firmado al llegar, ahora retiró su firma. Prefería morir con sus hermanos a salir del campo como traidor. Durante los meses siguientes nos castigaron con trabajo forzado, maltrato continuo y privación de alimento. Más de cien hermanos nuestros murieron durante aquel crudo invierno de 1939-1940. Mantuvieron su integridad a Jehová y su Reino hasta el mismo fin.

Entonces Jehová suministró algún alivio. Muchos hermanos fueron llevados a campos recién establecidos donde recibieron más alimento. Además, el abuso físico disminuyó un poco. En la primavera de 1940 me trasladaron al campo de concentración de Neuengamme.

Provisiones espirituales en Neuengamme

Cuando llegué había un grupo de unos 20 Testigos, sin Biblia ni publicaciones. Oré a Jehová que me ayudara a usar lo que había aprendido en Sachsenhausen para fortalecer a mis hermanos de Neuengamme. El primer paso que di hacia esto fue recordar textos bíblicos y seleccionar algunos como textos diarios. Después organizamos reuniones en las cuales yo podía explicar pensamientos de artículos de La Atalaya que había leído en Sachsenhausen. Cuando llegaban otros hermanos, nos informaban lo que habían aprendido de Atalayas recientes.

Para 1943 el número de testigos de Jehová en Neuengamme había aumentado a 70. Las autoridades prefirieron utilizar a los testigos de Jehová para trabajar fuera del campo, como para limpiar el terreno después de las incursiones aéreas. Como resultado de esto pudimos introducir a escondidas en el campo Biblias, ejemplares de La Atalaya y algunos libros y folletos de la Sociedad. También recibimos por el correo paquetes que contenían literatura adicional, y vino tinto y pan sin levadura que pudimos usar en la Conmemoración. Obviamente Jehová cegó a los que examinaban los paquetes.

Puesto que se nos había dispersado a diferentes cuarteles, formamos siete grupos de estudio de La Atalaya, cada uno con su conductor y un sustituto. Se hacían copias de La Atalaya secretamente en la oficina del comandante, donde trabajé temporalmente. Así, cada grupo recibía por lo menos un número completo para el estudio semanal. No se canceló ninguna reunión. Además, cada mañana los grupos recibían en el terreno de paradas una copia del texto diario con un comentario tomado de La Atalaya.

En cierta ocasión la SS tuvo un día festivo, así que pudimos celebrar una asamblea de medio día y considerar cómo predicar en el campo de concentración. Dividimos el campo en territorios para tratar de llegar sistemáticamente a los prisioneros con las “buenas nuevas del reino”. (Mateo 24:14.) Puesto que los prisioneros eran de varios países, hicimos tarjetas de testimonio en muchas lenguas, para explicar nuestra obra y el Reino. Predicamos tan celosamente que los prisioneros políticos presentaron la queja: “¡Dondequiera que uno va, todo lo que oye tiene que ver con Jehová!”. Un informe sobre nuestra actividad llegó hasta la sucursal de Berna, Suiza.

Todo nos fue bien hasta que en 1944 la Gestapo investigó todos los campos de concentración. No hallaron nuestro almacén de literatura en Neuengamme, pero sí encontraron cosas que teníamos Karl Schwarzer y yo. Durante tres días nos interrogaron y nos golpearon. Cuando terminó la prueba, ambos estábamos cubiertos de magulladuras. Sin embargo, con la ayuda de Jehová sobrevivimos.

Muchas bendiciones espirituales

En mayo de 1945 quedé libre, por la llegada de las fuerzas aliadas. Un día después de quedar libre salí de la prisión con un grupo pequeño de hermanos y personas que se habían interesado en el mensaje. Al llegar al primer pueblo, cansados, nos sentamos junto a un pozo y bebimos agua. Cuando me sentí refrescado, fui a predicar de casa en casa con una Biblia debajo del brazo. Cierta joven se conmovió cuando supo que nosotros los testigos de Jehová habíamos estado en campos de concentración por nuestra fe. Entró en su cocina y regresó con leche fresca y emparedados para nuestro grupo.

Después, todavía con el uniforme del campo de concentración puesto, proclamamos el mensaje del Reino por todo el pueblo. Otro aldeano nos invitó a su casa generosamente y nos dio una buena comida. Nos sirvió alimento de que habíamos carecido por años. ¡Cómo se nos despertó el apetito! Sin embargo, en vez de simplemente devorar la comida, hicimos una oración y comimos con calma y con buenos modales. Esto impresionó tanto a los que nos observaban que, después, cuando comenzamos una reunión, prestaron atención al discurso bíblico. Una señora aceptó el mensaje y hoy es hermana espiritual nuestra.

Seguimos adelante y pudimos experimentar el cuidado de Jehová maravillosamente. ¡Ha sido magnífico el continuar disfrutando, ahora en libertad, de todo el alimento espiritual que publica la organización de Jehová, y poder compartirlo con otros! En los años desde entonces nuestra confianza absoluta en Jehová ha sido recompensada vez tras vez.

Tuve el privilegio de servir en el Betel de Magdeburgo desde 1945 hasta 1950, y después, en la oficina de la Sociedad Watch Tower en Berlín hasta 1955. Con el tiempo serví como superintendente viajante hasta 1963, cuando mi esposa, Hilde, quedó encinta. (Mi primera esposa, Eva, había muerto mientras yo estaba en prisión, y contraje matrimonio de nuevo en 1958.) Nuestra hija llegó a ser Testigo celosa.

¿Qué sucedió con los hijos de mi primer matrimonio? Lamentablemente, mi hijo no se interesó en la verdad. Pero mi hija Gisela sí se interesó, y en 1953 asistió a la Escuela Misional de Galaad. Actualmente sirve con su esposo en un Salón de Asambleas de Alemania. Con la ayuda de Jehová he podido seguir en el servicio de precursor regular desde 1963, y también he podido servir donde se ha necesitado ayuda, primero en Francfort y después en Tubinga.

Hasta la actualidad sigo disfrutando de todas las provisiones que la organización de Jehová suministra para su casa de la fe. (1 Timoteo 3:15.) Hoy es muy fácil conseguir el alimento espiritual, pero ¿lo apreciamos siempre? Estoy seguro de que Jehová tiene muchísimas bendiciones para los que confían en él, se mantienen leales y se alimentan de su mesa.

[Diagrama en las páginas 26, 27]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE SACHSENHAUSEN

A. Cuarteles de la SS

B. Patio de pasar lista

C. Edificio de celdas

D. Aislamiento

E. Centro de despiojar

F. Lugar de las ejecuciones

G. Cámara de gases

[Fotografía de Ernst y Hilde Wauer en la página 25]

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