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Países de la antigua YugoslaviaAnuario de los testigos de Jehová 2009
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¿TOLSTOI O JEHOVÁ?
Mientras el mundo se tambaleaba al borde de una guerra, se produjo una división en una de las congregaciones más grandes de Yugoslavia. ¿La razón? Algunos hermanos empezaron a adoptar los puntos de vista de León Tolstoi. ¿Y quién era él? Un escritor y filósofo ruso que había abandonado la Iglesia Ortodoxa Rusa convencido de que todas las iglesias cristianas eran instituciones corruptas que habían falsificado el cristianismo. El problema fue que algunos hermanos desarrollaron un sentimiento parecido hacia la religión en general y empezaron a mostrarse descontentos con la organización de Jehová. Entonces, abusando de la posición que se le había conferido, el encargado de la congregación de Zagreb logró persuadir a casi todos los publicadores para que aceptaran las opiniones de Tolstoi. Fue tanta la influencia de ese hermano que la mayor parte de los miembros de la congregación —más de sesenta— adoptaron una resolución para renunciar a la organización de Jehová.
Para ese tiempo, Rudolf Kalle se hallaba en Belgrado y, cuando se enteró del asunto, viajó a toda prisa a Zagreb para reunirse con la congregación. Primero repasó varias verdades bíblicas básicas que Jehová había revelado mediante la clase del esclavo fiel y discreto (Mat. 24:45-47). Luego preguntó: “¿Quién les enseñó estas verdades? ¿Tolstoi o la organización de Jehová?”. Citando Josué 24:15, pidió que todos aquellos que quisieran permanecer en la organización levantaran la mano. Solo dos lo hicieron.
“Aquello fue indescriptiblemente doloroso”, dijo Rudolf más tarde.
Parecía que todo el bien que se había logrado en la congregación estaba a punto de esfumarse.
Rudolf pidió a los dos hermanos fieles que subieran a la plataforma y luego dijo: “Solo quedamos tres. Ahora nosotros representamos al pueblo de Jehová en esta ciudad. Por eso, quiero pedirles a todos los demás que abandonen la sala y sigan su propio camino. Por favor, déjennos en paz. Queremos servir a nuestro Dios, Jehová; ustedes pueden irse y servir a su Tolstoi. Ya no queremos su compañía”.
Tras varios segundos de absoluto silencio, primero uno y después otro y otro comenzaron a levantar la mano y a decir: “Yo también quiero servir a Jehová”. Al final, únicamente el siervo de congregación apóstata y unos cuantos seguidores suyos abandonaron la sala. Esta prueba de lealtad fortaleció a los siervos fieles para soportar las pruebas mucho más severas que pronto afrontarían.
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Países de la antigua YugoslaviaAnuario de los testigos de Jehová 2009
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Puesto que la oficina de Belgrado se cerró, la distribución del alimento espiritual se organizó desde Zagreb (Croacia). Entonces las multas y la cárcel fueron reemplazadas por los campos de concentración y la pena de muerte, por lo que la discreción cobró mayor importancia que nunca.
La ocupación y división de Yugoslavia por parte de las fuerzas alemanas trajo consigo los campos de concentración. En Croacia se usaban para aislar y asesinar a diversas minorías étnicas y no católicas, así como a cualquier oponente religioso.
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Países de la antigua YugoslaviaAnuario de los testigos de Jehová 2009
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Un trabajador de ferrocarril de ascendencia serbia, Stevan Stanković, se ofreció para ayudar a sus hermanos, sin importar de dónde fueran. Pese a los peligros, Stevan asumió la tarea de llevar publicaciones en secreto de Croacia a Serbia, que se hallaba bajo ocupación militar. Un día, la policía descubrió las publicaciones que llevaba en su maleta y le exigieron que dijera de dónde las había sacado. Pero Stevan se mantuvo leal a sus hermanos y se negó a divulgar la información, de modo que lo llevaron a una prisión para interrogarlo. Luego lo transfirieron al campo de concentración de Jasenovac, que era conocido por su brutalidad. De allí, Stevan no salió con vida.
Mihovil Balković era un hermano ingenioso y discreto que trabajaba de plomero en Croacia durante aquellos años turbulentos. Visitaba a los hermanos para animarlos y para entregar publicaciones. Su nieto cuenta lo siguiente: “En cierta ocasión se enteró de que en el próximo pueblo registrarían el tren en el que viajaba, así que se bajó una parada antes de lo planeado. Llevaba las publicaciones en su mochila, y en la parte de arriba había puesto dos botellas de rakija (brandy casero) y algunos comestibles. Aunque la mayor parte del pueblo estaba cercado con alambre de púas, encontró una abertura en un viñedo. Lógicamente, iba con precaución, pero cuando pasó junto a un búnker, un soldado le gritó: ‘¡Alto ahí! ¿Quién es usted?’. Él se acercó, y otro soldado preguntó: ‘¿Qué lleva ahí?’.
—Un poquito de harina, frijoles y papas —respondió.
—¿Y en las botellas? —le preguntó el soldado.
—Huélelo y pruébalo —contestó.
”El soldado lo probó, y mi abuelo le dijo: ‘Esta botella es para ti, hijo, y la otra es para mí.’
”Complacidos con su respuesta y con el rakija, los soldados le dijeron: ‘Ya puede irse, abuelo.’
”Así —concluye el nieto de Mihovil—, las publicaciones llegaron intactas a su destino.”
No hay duda de que Mihovil era muy valiente. Sus viajes lo llevaron a zonas controladas por bandos opuestos del conflicto. Unas veces se hallaba cara a cara con los soldados partisanos comunistas; otras, con la Ustachá fascista o con los soldados chetniks.a Sin amedrentarse, aprovechaba esas oportunidades para dar testimonio y explicar la esperanza que ofrece la Biblia. Se necesitaba mucho valor porque la vida de un Testigo estaba siempre en riesgo. Varias veces lo arrestaron, lo interrogaron y lo metieron en prisión.
En la noche del 9 de noviembre de 1944, cerca del fin de la guerra, los partisanos invadieron la casa de Mihovil y se lo llevaron junto con varias publicaciones que confiscaron. Tristemente, él nunca regresó. Más tarde se supo que lo habían decapitado.
Josip Sabo era solo un niño cuando comenzó a entregar publicaciones en bicicleta en la región de Eslavonia (Croacia). Le puso una caja al portabultos, donde metía las publicaciones y las cubría con peras frescas. En aquel entonces, la entrada a casi todos los poblados tenía barricadas y guardias.
—¿Qué llevas en la caja? —le preguntaban los guardias a Josip en cada puesto.
—Peras para mi tío —respondía mientras los soldados tomaban una o dos. Al acercarse a su destino, las peras eran cada vez menos y ya no cubrían bien las publicaciones, así que Josip se iba por un camino abandonado para salvar las últimas peras y el tesoro que escondían.
FIELES HASTA EL FIN
Lestan Fabijan, un albañil de Zagreb, les predicó a Ivan Sever, Franjo Dreven y Filip Huzek-Gumbazir. En seis meses, ya todos estaban bautizados, predicando y celebrando reuniones. En la tarde del 15 de enero de 1943, una patrulla militar llegó a la casa de Ivan Sever para arrestarlo a él, a Franjo Dreven y a Filip Ilić, otro hermano. Registraron la casa, se apoderaron de todas las publicaciones y se los llevaron a los tres.
Cuando Lestan se enteró de los arrestos, fue con Filip Huzek-Gumbazir a dar ánimo a la madre y a la hermana de Franjo. Pero los partisanos oyeron de su visita y los arrestaron también a ellos dos. Los cinco hermanos explicaron a los partisanos con la Biblia que solo servían a Jehová y que eran soldados de Cristo. Como todos rehusaron tomar las armas y participar en la guerra, fueron sentenciados a muerte y encerrados.
Un día, los partisanos despertaron a los cinco hermanos a media noche, les quitaron la ropa y los llevaron al bosque. En el camino les dieron la oportunidad de cambiar de opinión. Intentaron doblegar su determinación apelando al amor por la familia. Le hablaron a Filip Huzek-Gumbazir de su esposa encinta y de sus cuatro hijos, pero él contestó que tenía la plena seguridad de que Jehová los cuidaría. Como Franjo Dreven no tenía esposa ni hijos, le preguntaron que quién cuidaría de su madre y de su hermana.
Ya adentrados en el bosque, los soldados hicieron que los hermanos se quedaran de pie en medio del frío invernal. Entonces comenzaron las ejecuciones. Primero fusilaron a Filip Huzek-Gumbazir. Esperaron un poco y les preguntaron a los demás si querían cambiar de opinión. Pero los hermanos estaban decididos a mantenerse fieles, así que le llegó el turno a Franjo... luego a Ivan... y entonces a Lestan. Finalmente, Filip Ilić, el último con vida, transigió y aceptó unirse a los soldados. Sin embargo, tres meses más tarde volvió a casa debido a una enfermedad mortal y contó lo que había sucedido. Irónicamente, la vida que había tratado de conservar dándole la espalda a Jehová le fue arrebatada por una enfermedad.
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