En las garras de la pobreza
EN EL año 33 de nuestra era, Jesucristo dijo a sus discípulos: “Siempre tienen a los pobres con ustedes” (Mateo 26:11). ¿Qué quería indicar? ¿Que nunca se eliminaría la miseria?
James Speth, administrador del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, señaló: “No debemos aceptar la idea de que siempre habrá pobreza. El mundo actual posee los recursos, los conocimientos y los expertos necesarios para que [...] quede relegada a las páginas de la historia”. Pero ¿puede erradicarla?
Es obvio que la Asamblea General de la ONU espera que las gestiones humanas lo logren, pues ha proclamado los años 1997 a 2006 primer “Decenio de las Naciones Unidas para la Erradicación de la Pobreza”. La ONU se propone colaborar con los gobiernos, los particulares y las instituciones en el desarrollo de la economía, la ampliación del acceso a los servicios esenciales, la mejora de la situación de la mujer y la creación de fuentes de ingreso y empleo.
¿Alcanzará la comunidad mundial tan elevadas metas? Veamos algunos obstáculos que dificultan sus iniciativas para eliminar la indigencia.
El hambre y la desnutrición
Ayembe es una zaireña que mantiene a quince familiares. A veces pueden tomar una comida diaria: maicena sazonada con hojas de mandioca, azúcar y sal; otras, se quedan en ayunas dos o tres días. “No cocino —dice— hasta que los niños lloran pidiendo comida.”
Y no es una excepción. En los países en desarrollo, 1 de cada 5 personas se acuesta siempre con hambre. En el mundo hay 800 millones de desnutridos crónicos; de estos, 200 millones son niños que no crecerán bien, enfermarán a menudo y tendrán bajo rendimiento escolar, todo lo cual los afectará de adultos. Como se ve, la adversidad material suele redundar en desnutrición, y viceversa.
La necesidad, el hambre y la desnutrición son de tal magnitud que se resisten a toda tentativa de solución económica o sociopolítica. En vez de mejorar, la situación se agrava.
La mala salud
Según la Organización Mundial de la Salud, la indigencia es “la enfermedad más mortífera del mundo” y “la mayor causa de muerte, enfermedad y sufrimiento”.
El libro An Urbanizing World: Global Report on Human Settlements, 1996 (Un mundo en urbanización: Informe global sobre asentamientos humanos, 1996) señaló que las condiciones de las viviendas de al menos 600 millones de latinoamericanos, asiáticos y africanos son tan precarias —sin redes adecuadas de agua, saneamiento y desagüe— que exponen la vida y la salud a una amenaza constante. Más de mil millones de personas no tienen agua potable. Centenares de millones no pueden costearse una alimentación equilibrada. Todos estos factores dificultan a los desheredados la prevención de las enfermedades.
Además, muchos no tienen a su alcance el tratamiento o las medicinas que precisan. De ahí que mueran jóvenes, o que, si sobreviven, tal vez sufran males crónicos.
Zahida, vendedor de mercado de las Maldivas, comenta: “La pobreza conlleva mala salud, lo que le impide a uno trabajar”. Y cuando no se trabaja, se agrava la miseria, formándose un círculo vicioso cruel y letal: la necesidad fomenta la enfermedad, y viceversa.
El desempleo y los malos salarios
Otra faceta de la indigencia es el desempleo. En el mundo hay unos ciento veinte millones de personas que no encuentran trabajo. Además, 700 millones realizan jornadas largas por una exigua paga que no cubre sus necesidades fundamentales.
Rudeen, conductor de motocarro de Camboya, comenta: “La pobreza me exige trabajar más de dieciocho horas diarias, sin que el dinero dé para alimentarnos mi esposa, mis dos hijos y yo”.
La destrucción ambiental
Con la miseria viene la degradación ecológica. Elsa, investigadora en Guyana (Sudamérica), comenta: “La pobreza es la aniquilación de la naturaleza: bosques, tierras, animales, ríos y lagos”. Hallamos, pues, otro terrible círculo vicioso: la adversidad material afecta a la ecología, lo que perpetúa y agrava las carencias económicas.
Una práctica secular es cultivar la tierra hasta que acaba agotada o se emplea para otro fin. Otra es la deforestación: la tala para obtener madera o leña, o para sembrar el terreno. La explosión demográfica ha llevado la situación a niveles críticos.
Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, en los últimos treinta años se ha perdido casi el veinte por ciento del suelo vegetal de los campos, principalmente por falta de dinero y técnicas de conservación. En dicho período se han desertizado millones de hectáreas a consecuencia de sistemas de irrigación mal trazados o mantenidos. Y todos los años se desmontan millones de hectáreas forestales para obtener terrenos, madera o leña.
Toda esta destrucción está vinculada a la pobreza de dos modos. Primero, los necesitados no suelen tener más remedio que esquilmar el medio ambiente para obtener alimento y leña. ¿Cómo puede hablarse del desarrollo sostenible, o del bienestar de las generaciones futuras, a los hambrientos e indigentes que se ven obligados a degradar la naturaleza para sobrevivir? Y, segundo, los opulentos a menudo se lucran explotando los recursos ambientales de los desposeídos. Así pues, la miseria se agrava al destruir ricos y pobres el patrimonio ecológico.
La educación
Alicia, trabajadora social de una ciudad filipina, declaró: “La pobreza es una madre que envía a sus hijos a mendigar entre el tránsito en vez de mandarlos a la escuela, pues de otro modo no tendrán qué comer. Sabe que está repitiendo el círculo vicioso que la atrapó a ella, pero no ve otra salida”.
Unos quinientos millones de niños no tienen centros educativos a los que asistir. Además, mil millones de adultos son analfabetos funcionales. Cuando se carece de instrucción adecuada, es difícil conseguir un buen empleo. Por consiguiente, la precariedad económica acarrea carencias educativas, que a su vez se traducen en más indigencia.
La vivienda
La vivienda escasea tanto en los países pobres como en algunas naciones ricas. Según cierto informe, durante los pasados cinco años cerca de doscientos cincuenta mil neoyorquinos han vivido un tiempo en albergues para vagabundos. También hay desfavorecidos en Europa. En Londres están registradas unas cuatrocientas mil personas sin techo, y en Francia, 500.000.
La situación se agrava en las naciones en desarrollo. Atraída por los sueños de comida, trabajo y una mejor calidad de vida, la gente afluye en tropel a los centros urbanos, en algunos de los cuales más del sesenta por ciento de la población vive en barracas o arrabales sórdidos. La pobreza rural fomenta la urbana.
La población
Estos problemas se potencian con el auge demográfico. La población del mundo se ha duplicado con creces en los últimos cuarenta y cinco años. Según cálculos de la ONU, se alcanzarán los 6.200 millones en el año 2000, y los 9.800 en el 2050. Las regiones más míseras poseen los índices de crecimiento demográfico más altos. De unos noventa millones de niños que vinieron al mundo en 1995, 85.000.000 nacieron en los países menos indicados para cuidarlos.
¿Cree usted que la humanidad comenzará de súbito a colaborar en la erradicación de las carencias materiales, suprimiendo las lacras del hambre, la enfermedad, el desempleo, la destrucción ecológica, la falta de instrucción, la mala calidad de las viviendas y la guerra? Probablemente no lo crea.
¿Nos hallamos, pues, sin esperanza? No, porque se vislumbra una solución cuya segura realización no depende del hombre. Si es así, ¿cómo se logrará? Y ¿qué cabe decir de las palabras de Jesús: “Siempre tienen a los pobres con ustedes”?
[Recuadro de la página 7]
Los más indigentes de todos
En 1971, la ONU acuñó la designación “países menos desarrollados” para referirse a los “países en vías de desarrollo que tienen una mayor pobreza y peores economías”. Aquel año caían en esta categoría veintiuna naciones. Hoy hay 48, 33 de ellas en África.
[Ilustración de la página 5]
Millones de seres trabajan largas jornadas por un salario mísero
[Reconocimiento]
Godo-Foto
[Ilustración de la página 6]
Coexisten el lujo y la miseria
[Ilustración de la página 7]
Millones habitan en infraviviendas