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El gozo que me ha causado servir a JehováLa Atalaya 1992 | 1 de diciembre
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Después de servir tres años en la obra de circuito en Estados Unidos, recibimos una carta de la oficina del presidente de la Sociedad Watch Tower en la que se nos preguntaba si nos gustaría dar clases en una escuela de Etiopía además de participar en la obra de predicar. Uno de los requisitos que aquel gobierno imponía a los misioneros era que enseñaran en alguna escuela. Estuvimos de acuerdo, y en el verano de 1952 partimos hacia allá.
Cuando llegamos a Etiopía empezamos a dar clases de primaria por las mañanas, y por las tardes dábamos clases bíblicas gratuitas. Pronto tuvimos a tantas personas interesadas en el estudio bíblico que pasábamos tres o cuatro horas todos los días enseñando la Biblia. Algunos estudiantes eran policías; otros eran maestros o diáconos de escuelas misionales y de escuelas ortodoxas de Etiopía. ¡A veces teníamos más de 20 estudiantes en cada clase! Muchos estudiantes abandonaron la religión falsa y comenzaron a servir a Jehová. Estábamos fascinados. Nuevamente, daba gracias a Jehová al despertar cada mañana.
Predicamos bajo proscripción y con hijos
En 1954 nos enteramos de que pronto seríamos padres, por lo que tendríamos que decidir entre volver a Estados Unidos o permanecer en Etiopía. El quedarnos, por supuesto, dependía de que consiguiera trabajo. Pude conseguir un empleo como ingeniero de radiodifusión en una emisora de radio del emperador Haile Selassie, así que nos quedamos.
El 8 de septiembre de 1954 nació nuestra hija Judith. Yo pensaba que mi empleo era seguro al trabajar para el emperador, pero al cabo de dos años lo perdí. No obstante, en menos de un mes la Policía me contrató para enseñar a un grupo de jóvenes a reparar radioteléfonos, y con un mejor sueldo. En los siguientes tres años nacieron nuestros hijos Philip y Leslie.
Al mismo tiempo, nuestra libertad de predicar iba menguando. La Iglesia Ortodoxa Etíope había convencido al gobierno de expulsar del país a todos los misioneros de los testigos de Jehová. La Sociedad me recomendó que cambiara mi visado de misionero por uno de trabajador. Nuestra obra misional estaba proscrita y teníamos que ser cautelosos y discretos. Seguimos celebrando todas las reuniones de congregación, pero en grupos pequeños.
La policía inspeccionó las casas de varios Testigos que consideraba sospechosos. Sin embargo, sin que ellos lo supieran, un teniente de la policía, que adoraba a Jehová, siempre nos prevenía del horario de las redadas. Gracias a su intervención, no se nos confiscó ninguna literatura en aquellos años. Los domingos estudiábamos La Atalaya en restaurantes ubicados en las afueras del pueblo y que tenían mesas para comer al aire libre.
Fue en ese tiempo, mientras enseñaba radiotelefonía a los cadetes de la policía, cuando el estudiante que mencioné al principio me pidió un estudio bíblico. Me pareció que era sincero, de modo que empezamos a estudiar. Después de solo dos estudios vino con él un segundo estudiante, y luego un tercero. Les advertí que no dijeran a nadie más que estudiaban conmigo, y así lo hicieron.
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El gozo que me ha causado servir a JehováLa Atalaya 1992 | 1 de diciembre
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Al año siguiente vino a visitarnos a Etiopía el presidente de la Sociedad, Nathan H. Knorr. Nos dio muy buenas sugerencias para efectuar la obra bajo proscripción, y mostró interés en mi familia y en nuestra espiritualidad. Le expliqué que estábamos enseñando a los niños a orar, y le pregunté si quería escuchar cómo oraba Judith. Dijo que estaba bien y, después de oírla, comentó: “¡Muy bien, Judith!”. Poco después, a la hora de la comida, pedí al hermano Knorr que nos representara en oración, y cuando terminó, Judith dijo: “¡Muy bien, hermano Knorr!”.
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