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  • Hablemos del estado del tiempo
    ¡Despertad! 1998 | 22 de mayo
    • Hablemos del estado del tiempo

      EL ESTADO del tiempo nos afecta a todos, dondequiera que vivamos. Si el día promete ser cálido y soleado, nos ponemos ropa ligera. Si hace frío, echamos mano de un abrigo y un sombrero. ¿Y si llueve? Agarramos el paraguas.

      Hay momentos en que el tiempo nos deleita, y otros en que nos decepciona. De vez en cuando se torna asesino bajo la forma de huracanes, tornados, sequías, tormentas de nieve o monzones. Sea que nos guste o no, que lo injuriemos o que no le hagamos caso, el tiempo siempre está ahí, e influye en nuestra vida desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos.

      Alguien dijo una vez en son de broma: “Todo el mundo habla del tiempo, pero nadie hace nada por mejorarlo”. En efecto, siempre ha parecido que el hombre es incapaz de alterar de algún modo el estado del tiempo. Sin embargo, cada vez son más los científicos que no comparten esta opinión, pues sostienen que la emisión de dióxido de carbono y otros gases a la atmósfera está provocando un cambio en el conjunto de condiciones atmosféricas típicas de una región, es decir, el clima.

      ¿Qué dicen los entendidos sobre la naturaleza de dicho cambio? Probablemente, la respuesta más fiable sea la del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), que se basa en los conocimientos de más de dos mil quinientos climatólogos, economistas y analistas de riesgos, procedentes de 80 países. En el informe de 1995, el IPCC concluyó que el planeta se está recalentando. De continuar esta tendencia, es posible que la temperatura aumente hasta 3,5 °C el próximo siglo.

      Aunque unos cuantos grados de más no parezcan ser motivo de gran preocupación, una ligera alteración del clima planetario puede resultar catastrófica. He aquí lo que muchos prevén para el siglo que viene.

      Condiciones atmosféricas extremas a escala regional. Las sequías pueden prolongarse en algunas regiones y las lluvias intensificarse en otras. Las tormentas e inundaciones pudieran agravarse y los huracanes ser fenómenos más dañinos. Aun cuando en la actualidad ya mueren millones de personas a causa de las inundaciones y el hambre, el calentamiento global podría elevar mucho más la cifra de muertos.

      Mayor riesgo de enfermedades. Las enfermedades y la muerte relacionadas con el calor pueden aumentar vertiginosamente. Según la Organización Mundial de la Salud, el calentamiento mundial pudiera asimismo extender el campo de acción de insectos transmisores de enfermedades tropicales como la malaria y el dengue. Además, al reducirse las fuentes de agua dulce por cambios en el régimen de precipitaciones de lluvia y nieve, aumentarían tanto las enfermedades transmitidas a través del agua y el alimento como los parásitos.

      Hábitats naturales amenazados. La elevación de la temperatura y los cambios en las precipitaciones pondrían en peligro los bosques y los pantanos, que actúan de filtros del aire y el agua, y los incendios forestales serían más frecuentes e intensos.

      Elevación del nivel del mar. Los habitantes de las zonas costeras bajas tendrían que desplazarse a otros lugares, a menos que se realizaran obras costosas para contener el mar. Algunas islas quedarían completamente sumergidas.

      ¿Están justificados tales temores? ¿Se está recalentando el clima de la Tierra? De ser así, ¿tiene la culpa el hombre? En vista de todo lo que está en peligro, no sorprende que estas cuestiones sean objeto de encarnizados debates entre los expertos. Los siguientes dos artículos analizarán algunas de las cuestiones implicadas y tratarán el asunto de si debemos preocuparnos por el futuro de nuestro planeta.

  • Clima caótico
    ¡Despertad! 1998 | 22 de mayo
    • Clima caótico

      CASI todos dependemos de muchas maneras de los combustibles a base de carbono. Conducimos automóviles y otros vehículos impulsados por motores de gasolina o diesel; utilizamos la electricidad producida por centrales térmicas que consumen carbón, gas natural o petróleo; quemamos madera, carbón vegetal, gas natural y carbón mineral para cocinar o calentarnos. Todas estas actividades aumentan la concentración atmosférica de dióxido de carbono, un gas que atrapa el calor del Sol.

      Además, aportamos otros gases de efecto invernadero a la atmósfera. Los fertilizantes nitrogenados que se utilizan en la agricultura emiten óxido nitroso; los arrozales y los corrales de engorde de ganado emanan metano; de la fabricación de espumas plásticas y de otros procesos industriales resultan los clorofluorocarbonos (CFC). Estos últimos compuestos no solo atrapan el calor, sino que también destruyen la capa estratosférica de ozono de la Tierra.

      Con la excepción de los CFC, cuyo uso está regulado, los gases de invernadero se vierten a la atmósfera en cantidades cada vez mayores debido, en parte, al rápido aumento de la población humana y al incremento del consumo energético, la actividad industrial y la agricultura. De acuerdo con la Agencia de Protección del Medio Ambiente, con sede en la ciudad de Washington (E.U.A.), en la actualidad los seres humanos arrojan todos los años a la atmósfera seis mil millones de toneladas de dióxido de carbono y otros gases de invernadero, los cuales, en vez de disiparse, perduran durante décadas.

      Los científicos en general están convencidos de dos cosas. Primero, que la concentración atmosférica de dióxido de carbono y otros gases de invernadero ha aumentado en los últimos decenios y siglos. Segundo, que en la pasada centuria la temperatura media en la superficie de la Tierra se ha incrementado entre 0,3 °C y 0,6 °C.

      Cabe preguntarse: ¿Existe conexión entre el calentamiento del planeta y la acumulación de gases de invernadero inducida por el hombre? Algunos científicos opinan que probablemente no, y arguyen que el aumento térmico se halla dentro de la escala de variación natural y que pudiera deberse al Sol. No obstante, muchos climatólogos convienen en lo que dice un informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, según el cual el incremento de la temperatura “no parece que se deba enteramente a causas naturales” y que “el balance de las pruebas sugiere que existe una influencia humana apreciable sobre el clima global”. Con todo, aún persiste la incertidumbre de si la actividad humana está recalentando el planeta y, sobre todo, a qué velocidad se calentará el mundo en el siglo XXI y exactamente con qué repercusiones.

      Las incertidumbres dan lugar a debates

      Las predicciones de los estudiosos del clima sobre el efecto invernadero se basan en modelos climáticos generados por las computadoras más rápidas y potentes del mundo. No obstante, el clima terrestre está determinado por la interrelación extremadamente compleja de la rotación de la Tierra, la atmósfera, los océanos, el hielo, el relieve y el Sol. La intervención de tantos factores a una escala tan vasta hace imposible que una computadora vaticine con precisión lo que ocurrirá de aquí a cincuenta o cien años. La revista Science comentó hace poco: “Muchos expertos en clima advierten que aún no está del todo claro que las actividades humanas hayan comenzado a calentar el planeta, ni cuál será la gravedad del calentamiento que se producirá a consecuencia del efecto invernadero”.

      Estas incertidumbres hacen fácil negar el peligro. Los científicos que se muestran escépticos frente al citado fenómeno, al igual que las poderosas industrias que tienen interés económico en que las cosas continúen como están, alegan que el conocimiento actual del tema no justifica emprender lo que supondría costosas medidas correctivas. Después de todo —dicen—, el futuro quizás no sea tan malo como algunos creen.

      Los ecologistas replican que las incertidumbres de los científicos no deben hacer que los responsables de formular las políticas se duerman sobre los laureles. Si bien es cierto que el clima futuro tal vez no sea tan malo como algunos temen, también es posible que sea incluso peor. Además —argumentan—, el no saber con seguridad qué pasará en el futuro no significa que no deba hacerse nada para minimizar el riesgo. Por ejemplo, las personas que dejan de fumar no piden primero pruebas científicas de que si continúan haciéndolo, contraerán sin falta cáncer pulmonar dentro de treinta o cuarenta años. Abandonan el vicio porque reconocen el riesgo que corren y desean minimizarlo o eliminarlo.

      ¿Qué se está haciendo?

      En vista de la gran controversia en torno a la magnitud del problema del calentamiento mundial —e incluso en torno a si existe o no dicho problema—, no sorprende que haya diferentes opiniones sobre lo que debe hacerse. Por años, los grupos ecologistas han promovido el uso generalizado de fuentes energéticas limpias, como el Sol, el viento, los ríos y las reservas subterráneas de vapor y agua caliente.

      Los ambientalistas también han instado a los gobiernos a promulgar leyes para reducir las emisiones de gases de invernadero, y estos han respondido sobre el papel. Por ejemplo, en la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro (Brasil), los representantes de unas ciento cincuenta naciones suscribieron un tratado en el que se comprometían a reducir las emisiones de gases de invernadero, en especial las de dióxido de carbono. El objetivo era que para el año 2000 los países industrializados redujeran dichas emisiones a los niveles de 1990. Si bien algunos han progresado en esa dirección, la mayor parte ni siquiera está cerca de cumplir su modesto compromiso. En vez de reducir las concentraciones de tales gases, la mayoría de ellos producen más que nunca. Para citar un ejemplo, se calcula que para el año 2000 las emisiones de dióxido de carbono en Estados Unidos probablemente serán un 11% mayores que en 1990.

      Últimamente se han dado pasos para fortalecer los acuerdos internacionales. En vez de que las reducciones sean voluntarias, como en el acuerdo de 1992, se está pidiendo que las metas que se fijen respecto a la emisión de gases sean de carácter vinculante.

      El costo del cambio

      Los dirigentes políticos anhelan que se les vea como amigos de la Tierra, pero al mismo tiempo son conscientes del impacto económico que tendría dicho cambio. Dado que, según la revista The Economist, el 90% del mundo depende de los combustibles a base de carbono como fuente de energía, abandonar su consumo provocaría grandes modificaciones, y el costo del cambio es objeto de agrias polémicas.

      ¿Cuánto costaría reducir las emisiones de gases de invernadero para el año 2010 a un 10% por debajo de los niveles de 1990? La respuesta depende de a quién se le pregunte. Examine lo que opinan en Estados Unidos, el país que más gases de invernadero lanza al espacio. Los asesores de la industria creen que tal reducción le costaría a la economía nacional miles de millones de dólares anuales y dejaría sin trabajo a 600.000 personas. En cambio, los ecologistas aseguran que le economizaría al país miles de millones de dólares anuales y generaría 773.000 puestos de trabajo.

      Pese a los llamamientos de los grupos ecologistas para que se tomen medidas inmediatas, hay industrias poderosas —fábricas de automóviles, compañías petroleras y empresas explotadoras de carbón, para nombrar solo unas pocas— que emplean sus importantes fondos e influencias para minimizar el peligro del calentamiento mundial y para exagerar el impacto económico que tendría el dejar de usar los combustibles fósiles.

      El debate prosigue. Sin embargo, si los seres humanos están alterando el clima y lo único que hacen es hablar de ello, el dicho de que todo el mundo habla del tiempo, pero nadie hace nada por mejorarlo, adquirirá un significado amenazador para nosotros.

      [Recuadro de la página 5]

      El protocolo de Kyoto

      En diciembre de 1997 se dieron cita en Kyoto (Japón) más de dos mil doscientos delegados de 161 países para negociar un acuerdo, o protocolo, que reduzca la amenaza del calentamiento mundial. Tras más de una semana de conversaciones, las delegaciones decidieron que para el 2012 los países industrializados deberán reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 5,2%, como promedio, por debajo de los niveles de 1990. Posteriormente se determinarán las sanciones que se impondrán a los infractores. Suponiendo que todos los países cumplan los términos del tratado, ¿cuánto puede lograr una reducción del 5,2%? Evidentemente muy poco. La revista Time informó: “Se necesitaría una reducción del 60% para mermar considerablemente los gases de efecto invernadero que se han concentrado en la atmósfera desde el comienzo de la revolución industrial”.

      [Ilustración y recuadro de la página 7]

      El efecto invernadero ilustrado

      El efecto invernadero: La atmósfera terrestre atrapa el calor del Sol como la cubierta de vidrio de un invernadero. La luz solar caldea la Tierra, pero el calor generado —propagado en forma de radiación infrarroja— no puede escapar fácilmente de la atmósfera. Los gases de invernadero bloquean la radiación y devuelven parte de ella a la Tierra, contribuyendo así al recalentamiento de la superficie.

      [Ilustración]

      1, Sol;

      2, radiación infrarroja atrapada;

      3, gases de invernadero;

      4, radiación que escapa

      [Ilustración y recuadro de las páginas 8 y 9]

      Fuerzas reguladoras del clima

      Para entender el actual debate sobre el calentamiento global, es necesario entender cuáles son algunas de las impresionantes fuerzas que definen el clima. Analicemos ciertos elementos básicos.

      1. El Sol: fuente de luz y calor

      La vida en la Tierra depende del inmenso horno nuclear al que llamamos Sol. Con un volumen más de un millón de veces el de la Tierra, el Sol es una fuente inagotable de luz y calor. Un descenso en su rendimiento sumiría al planeta en un estado glacial; un aumento del mismo lo convertiría en un horno. Puesto que la distancia media de la Tierra al Sol es de 150 millones de kilómetros, esta solo recibe la mitad de una mil millonésima parte de su energía, pero es justo la cantidad que necesita a fin de producir el clima idóneo para que prospere la vida.

      2. La atmósfera: envoltura cálida de la Tierra

      El Sol no es el único factor que determina la temperatura terrestre; nuestra atmósfera también desempeña un papel vital. La Tierra y la Luna se hallan a igual distancia del Sol, por lo que ambas reciben proporcionalmente la misma cantidad de calor. No obstante, mientras que la temperatura media de la Tierra es de 15 °C, la Luna tiene una temperatura media muy fría de 18 °C bajo cero. ¿A qué se debe la diferencia? A que la Tierra posee atmósfera, y la Luna no.

      Nuestra atmósfera —la envoltura de oxígeno, nitrógeno y otros gases que rodea la Tierra— retiene una parte del calor solar y deja escapar el resto. El proceso se compara a menudo con un invernadero. Como probablemente sepa, un invernadero es una estructura con paredes y techo de vidrio o plástico. La luz solar entra fácilmente y calienta el interior; al mismo tiempo, el techo y las paredes retardan la salida del calor.

      Del mismo modo, la atmósfera permite el paso de la luz solar para que caliente la superficie terrestre. La Tierra, a su vez, irradia de vuelta a la atmósfera energía térmica en forma de radiación infrarroja. Gran parte de esta radiación no va directamente al espacio porque ciertos gases atmosféricos la absorben y la envían de nuevo a la Tierra, contribuyendo así al recalentamiento de esta: es el llamado efecto invernadero. Si la atmósfera no retuviera el calor solar de esta manera, la Tierra estaría tan desprovista de vida como la Luna.

      3. Vapor de agua: el principal gas de efecto invernadero

      El 99% de la atmósfera está constituida por dos gases: nitrógeno y oxígeno. Aunque estos gases juegan un papel esencial en los complejos ciclos que sostienen la vida en la Tierra, casi no inciden de forma directa en la regulación del clima. Esta labor recae sobre el 1% restante de los gases de efecto invernadero de la atmósfera, entre los cuales están el vapor de agua, el dióxido de carbono, el óxido nitroso, el metano, los clorofluorocarbonos y el ozono.

      El gas de efecto invernadero más importante —el vapor de agua— no es considerado por lo regular un gas, pues estamos acostumbrados a pensar en el agua en su estado líquido. Con todo, cada molécula de vapor de agua presente en la atmósfera encierra en su interior energía térmica. Cuando el vapor de una nube se enfría y se condensa, libera calor y causa poderosas corrientes de convección. El movimiento dinámico del vapor de agua en la atmósfera desempeña un papel vital y complejo en la determinación tanto del tiempo como del clima.

      4. Dióxido de carbono: esencial para la vida

      El gas que más suele mencionarse en las conversaciones sobre el calentamiento mundial es el dióxido de carbono. Es erróneo calificar el dióxido de carbono de simple contaminante. Este gas es un elemento imprescindible en el proceso de la fotosíntesis, gracias al cual las plantas verdes fabrican su propio alimento. Los seres humanos y los animales inhalan oxígeno y exhalan dióxido de carbono; las plantas toman el dióxido de carbono y liberan oxígeno. El dióxido de carbono es, de hecho, una de las provisiones del Creador que permiten la existencia de la vida en la Tierra.a Sin embargo, una concentración demasiado elevada en la atmósfera sería como añadir otra manta a la cama: daría más calor.

      Una serie de fuerzas complejas

      El Sol y la atmósfera no son los únicos elementos definitorios del clima. También intervienen los océanos y los casquetes polares, los minerales de superficie y la vegetación, los ecosistemas terrestres, una serie de procesos biogeoquímicos y los mecanismos orbitales de la Tierra. El estudio del clima abarca casi todas las ciencias terrestres.

      [Ilustración]

      1 Sol

      2 Atmósfera

      3 Vapor de agua (H20)

      4 Dióxido de carbono (CO2)

  • El clima venidero
    ¡Despertad! 1998 | 22 de mayo
    • El clima venidero

      LA CONTAMINACIÓN de nuestra atmósfera es tan solo uno de los problemas ambientales creados por el hombre. Hay otros como la tala indiscriminada de los bosques, la aniquilación de las especies animales y la contaminación de los ríos, lagos y mares. Cada uno de ellos ha sido objeto de estudio cuidadoso, y se han formulado propuestas para corregirlos. La magnitud mundial de los mismos exige soluciones mundiales. Existe un acuerdo general tocante a los problemas y la forma de resolverlos. Todos los años oímos llamamientos para que se adopten medidas, y todos los años se hace muy poco. Con demasiada frecuencia, los responsables de dictar las medidas de acción se lamentan y reconocen que debe hacerse algo, pero, en realidad, añaden: “Nosotros no; no por el momento”.

      Cuando se celebró el Día de la Tierra en 1970, los manifestantes de la ciudad de Nueva York portaban un cartel grande en el que se representaba al planeta Tierra gritando: “¡Auxilio!”. ¿Responderá alguien a esa súplica? La Palabra de Dios suministra la respuesta: “No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna. Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos” (Salmo 146:3, 4). A continuación, el salmista dirige la atención al Creador, pues solo Él tiene el poder, la sabiduría y la voluntad para resolver todos los complejos problemas que afronta la humanidad. Leemos: “Feliz es [...] [aquel] cuya esperanza está en Jehová su Dios, el Hacedor del cielo y de la tierra, del mar, y de todo lo que en ellos hay” (Salmo 146:5, 6).

      La amorosa promesa del Creador

      La Tierra es un regalo de Dios. Él la diseñó y la creó juntamente con todos los maravillosos y complejos mecanismos que hacen agradable su clima (Salmo 115:15, 16). La Biblia declara: “[Dios] es el Hacedor de la tierra por su poder, Aquel que firmemente estableció la tierra productiva por su sabiduría, y Aquel que por su entendimiento extendió los cielos. A su voz hay de él el dar una ruidosa agitación de aguas en los cielos, y él hace que asciendan vapores desde la extremidad de la tierra. Ha hecho hasta conductos para la lluvia, y saca el viento de sus almacenes” (Jeremías 10:12, 13).

      El apóstol Pablo describió a los habitantes de la antigua Listra el amor que el Creador tiene a la humanidad, cuando dijo: “[Dios] no se dejó a sí mismo sin testimonio, por cuanto hizo bien, dándoles lluvias desde el cielo y épocas fructíferas, llenando por completo sus corazones de alimento y de alegría” (Hechos 14:17).

      El futuro del planeta no depende de las tentativas ni de los tratados del hombre. Refiriéndose al clima, Aquel que tiene el poder para controlarlo prometió a su antiguo pueblo: “Yo ciertamente les daré sus lluvias cuantiosas a su debido tiempo, y la tierra verdaderamente dará su producto, y el árbol del campo dará su fruto” (Levítico 26:4). Pronto, la humanidad disfrutará de estas condiciones por toda la Tierra. Las personas obedientes nunca más temerán las tormentas destructivas, los maremotos, las inundaciones, las sequías o cualquier otra catástrofe natural.

      Las olas, el viento y el clima serán siempre un deleite. Puede que las personas sigan hablando del tiempo, pero no harán nada por mejorarlo. En el futuro que Dios promete, las condiciones de vida serán tan maravillosas que no habrá necesidad de hacerlo.

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