No se trata de darle el té
LA EXPRESIÓN española “dar el té” a alguien significa importunarle con una exposición pesada o sin interés. Pero no carece de interés algo que hizo cambiar el curso de la historia, que fue la causa de la fundación de la empresa comercial más importante de su época, que movió a los navegantes holandeses a viajar enormes distancias en su busca y que, después del agua, es la bebida preferida en todo el mundo. ¿A qué nos referimos? Al té.
¿Se ha preguntado alguna vez cómo es que llegó a ser tan popular? ¿Dónde se originó? Como otras incontables innovaciones, se originó en China. Unos quinientos años antes de la era común, Confucio hizo alusión al té en uno de sus poemas. La historia habla de un emperador chino que trescientos años más tarde volvió a llenar las arcas vacías de su imperio gravando el té con un impuesto.
Aunque muchas leyendas explican su origen, es probable que nunca sepamos la verdad sobre su descubrimiento. Una historia lo conecta con el emperador Shen Nung, quien cuando viajaba por el país, solo bebía agua hervida. En cierta ocasión, una rama del matorral con el que se había hecho el fuego fue a parar dentro del agua hirviendo. Sorprendido, el emperador notó en la nueva bebida un sabor muy agradable y un aroma magnífico. Descubrió el té.
Otra leyenda cuenta que uno de los discípulos del Buda, cierto Bodhidharma, creía que la verdadera santidad solo se podía alcanzar mediante la meditación constante, día y noche. Durante una de sus largas vigilias, al final cedió al sueño, así que para no sucumbir por segunda vez a la humana mezquindad de su naturaleza, se cortó los párpados. Estos cayeron al suelo y milagrosamente empezaron a brotar. Al día siguiente apareció un arbusto verde; Bodhidharma probó las hojas y las encontró deliciosamente refrescantes. Se trataba, por supuesto, de la planta del té.
El té conquista el Lejano Oriente
No pasó mucho tiempo antes de que el té conquistase Japón, adonde lo llevaron monjes budistas chinos que llegaron durante el siglo noveno con “la tetera en la mochila”. El té recibió tal aceptación entre los japoneses que cuatrocientos años más tarde, el cha-no-yu —ceremonia para preparar y servir el té según un estricto ritual— se había convertido en una institución nacional.
No obstante, mientras los japoneses elaboraban una meticulosa ceremonia para beber té, en China no era una bebida muy agradable al paladar. Aunque los poetas chinos decían en alabanza al té que era un “jade fluido y espumoso”, con frecuencia parecía más bien sopa. Las recetas más comunes de la época consistían en hervir hojas de té verde en agua salada, unas veces condimentadas con jengibre y canela o incluso con cebollas, y otras, preparadas con leche y hasta arroz.
Sin embargo, fue un chino el escritor de la primera obra dedicada a la preparación del té. Alrededor del año 780 E.C., Lu Yu publicó la obra Cha King (Clásico del té), que pronto se convirtió en el libro más importante para los amantes del té del Lejano Oriente. Bajo la influencia de este hombre de letras, China empezó a refinar sus hábitos relacionados con el té y preparó la bebida de una manera más delicada y, al mismo tiempo, sencilla: sobre hojas secas de té, se vertía agua hervida con, como mucho, una pizca de sal, la única concesión a las antiguas recetas apreciadas por tanto tiempo. Lu Yu observó que el aroma tiene mucho que ver con su buena o mala calidad. Reconoció que no es solo la planta del té en sí la que determina su sabor y calidad, sino que, como en el caso del vino, el terreno y el clima son factores más determinantes, lo que explica por qué pudo decir que existen “mil y diez mil” tés.
Los chinos pronto empezaron a mezclar tés, y se comercializaron centenares de clases diferentes. Por otro lado, no es de extrañar que el país que dio el té al mundo también fuese el que le diera su nombre universal, pues la palabra té se deriva de un carácter del dialecto chino amoy.
Europa descubre el té
Transcurrió mucho tiempo antes de que los europeos descubriesen su gusto por el té. Aunque el mercader y aventurero veneciano Marco Polo (1254-1324) viajó mucho por China, solo mencionó el té una vez en los relatos de sus viajes. Habló de un ministro de Hacienda chino que fue destituido por aumentar arbitrariamente el impuesto sobre el té. Unos doscientos años después, otro veneciano, Giovanni Battista Ramusio, dio a Europa la primera descripción detallada de la producción y el uso del té. Fue así como a principios del siglo XVII se empezaron a vender en las farmacias europeas las primeras muestras de esta exótica y nueva bebida, que por aquellas fechas alcanzaba el precio del oro.
Mientras tanto, los holandeses habían empezado a comerciar con el Lejano Oriente, siendo el té una de sus más exóticas importaciones. Un emprendedor comerciante, Johan Nieuhof, habló de sus interminables negociaciones con los mandarines chinos, que solían finalizar con un banquete en el que se servía una bebida a la que llamó con desprecio “sopa de habichuelas”. Después de explicar cómo se preparaba y que se “bebía a sorbos y tan caliente como se pudiera resistir”, añadió que los ‘chinos estimaban esta bebida tanto como los alquimistas su Lapidum philosophorum [...], es decir, la piedra filosofal’. Sin embargo, también alabó el té como un remedio eficaz, aunque caro, para todo tipo de dolencia.
La taza que reconforta a los británicos
Los más aficionados a beber té hoy día son los británicos, pero fueron los holandeses y portugueses quienes los ayudaron a habituarse a esta bebida. Se cree que lo llevaron consigo los judíos a quienes Oliver Cromwell invitó a regresar a Inglaterra de su exilio en Amsterdam. Una fecha memorable para el té fue el 23 de septiembre de 1658, cuando por primera vez apareció un anuncio publicitario de té en un periódico inglés, el Mercurius Politicus, que anunció que en el Sultans’s Head, un café londinense, iba a venderse una bebida que los chinos denominaban tchan, pero que otras personas llamaban té. Tres años más tarde, el rey inglés Carlos II se casó con una conocedora del té, la princesa portuguesa Catalina de Braganza, quien introdujo la hora del té en la corte inglesa. Así se logró una victoria sobre las bebidas alcohólicas, que, según se informa, bebían “por la mañana, al mediodía y por la tarde” tanto los lores como las damas. De pronto el té se había convertido en la bebida de moda.
Aunque se producía a miles de kilómetros de distancia, el té entraba en Londres en cantidades cada vez mayores. Con el tiempo, la Compañía de las Indias Orientales adquirió los derechos exclusivos de su comercio en China, y monopolizó el comercio con el Lejano Oriente por unos doscientos años. La mayor parte de Europa comenzó a beber té, aunque Francia no se convirtió a la nueva bebida.
Té, impuestos y guerras
El té fue una fuente de ganancia inesperada para los apremiados gobiernos. Al principio, todos los días se gravaba un impuesto sobre la cantidad real de té que se bebía en los cafés de Londres. Este laborioso procedimiento se abolió en 1689, cuando se gravó un impuesto sobre cada libra de hojas de té secas. Los impuestos de hasta el 90% y la creciente demanda condujeron a un floreciente negocio de contrabando por toda la costa sur de Inglaterra, pues el té era mucho más barato en el continente. Hasta se produjeron sucedáneos de té. Las hojas de té ya utilizadas se recuperaban y trataban con melaza y arcilla —según se supone para devolverles su color original—, y luego se secaban y vendían de nuevo. Un “adulterador” produjo lo que llegó a llamarse “smouch”, una mezcla maloliente de hojas de fresno secas impregnadas de estiércol de oveja, que se mezclaban con té de verdad antes de su comercialización.
El té incluso cambió el curso de la historia. Una tasa de tres peniques por libra de té desencadenó la guerra de la Independencia norteamericana. Los enardecidos bostonianos se alzaron en contra de aquel impuesto insignificante, pero que consideraban tiránico. Furiosos, algunos de los colonizadores se disfrazaron de americanos nativos (indios), tomaron al asalto la cubierta de tres East Indiamen (barcos que hacían el comercio con las Indias Orientales) que se encontraban anclados en el puerto, rompieron las cajas de té y arrojaron toda la carga por la borda. Aquella acción se conoce como el Tea Party de Boston. El resto es historia.
La guerra del Opio también se peleó por causa del té. Las exportaciones de té chinas se pagaban con plata, pues no había demanda de mercancías europeas. Sin embargo, el opio, aunque prohibido, era un producto muy codiciado. La Compañía de las Indias Orientales se apresuró a satisfacer aquella demanda cambiando opio por té. Carente de escrúpulos, cultivó adormidera en la India oriental para abastecer el enorme mercado chino. Dicho comercio ilegal continuó por unos diez años, y suministró opio en abundancia para los incontables fumaderos hasta que por fin el gobierno chino lo interrumpió. Después de algunas escaramuzas entre británicos y chinos por esta cuestión, estalló la guerra que terminó en 1842 con una humillante derrota china. El té volvió a exportarse a Inglaterra y China se vio obligada a aceptar las importaciones de opio.
¿Por qué no tomamos una taza de té?
Desde el principio se reconoció que el té tenía un efecto estimulante, en gran medida debido a su contenido en cafeína. Al principio se vendía en farmacias y era considerado un sanalotodo para enfermedades tan variadas como la hidropesía y el escorbuto. También se tomaba como un remedio útil tanto para la falta de apetito como para el problema de comer en exceso. Hoy día se sabe que el té contiene varias vitaminas del complejo B, aunque también tiene cafeína. Además, la sociedad occidental, preocupada por la ingestión de calorías, debe recordar que si se toma sin leche ni azúcar, una taza de té solo aporta cuatro calorías.
El té se estropea con facilidad. Solo se puede almacenar unos meses y, sobre todo, hay que guardarlo de la manera adecuada. No lo deje nunca junto a otras hierbas o, peor aún, junto a especias. El té absorbe en seguida el sabor de cualquier cosa que se guarde junto a él, hasta el grado de que en el siglo pasado los administradores de las plantaciones británicas de té hacían que los recolectores se duchasen cada vez que iban al trabajo.
A propósito, el té helado también es delicioso. Durante la Feria Mundial de San Luis (E.U.A.), celebrada en 1904, un inglés no podía vender su humeante té a los sudorosos visitantes agobiados por el calor, así que lo vertió sobre hielo, y de ese modo nació la refrescante bebida veraniega de Norteamérica.
Los británicos toman el té con leche, a los frisones del norte de Alemania les gusta con azúcar candi blanco y un chorrito de crema de leche, los marroquíes lo condimentan con hierbabuena y los tibetanos le añaden sal y mantequilla de yac. Pero muchos de los amantes del té se adhieren a la antigua sugerencia de Lu Yu y, cuando es posible, hierven agua pura de montaña y preparan el té con ella.
Después de leer tanto sobre esta bebida, ¿siente sed? No se trata de darle el té, pero ¿por qué no se toma una buena taza ahora mismo?
[Fotografías en la página 16, 17]
Fábrica de té (Sikkim, India)—Derecha
Recolección de té en la India—Esquina superior derecha
Plantación de té en Sri Lanka—Abajo a la derecha
Hojas y flores de la planta del té—Centro
Recolectores de té japoneses—Debajo de estas líneas
[Ilustración en la página 14]
Chinos pesando té
[Recuadro en la página 15]
“¡Gracias a Dios por el té! ¿Qué haría el mundo sin té?, ¿cómo pudo existir? Me alegro de no haber nacido antes que el té.” (Sydney Smith (1771-1845), escritor inglés)
[Recuadro en la página 18]
De la plantación a la tetera
Hoy día existen centenares de plantas de té distintas, todas ellas híbridas de tres variedades principales. Por lo general, los campos de té se encuentran en zonas montañosas donde el agua de lluvia puede escurrirse, evitando así el exceso de humedad. Hoy día, la región donde más té se cultiva es Assam, en la provincia del norte de la India del mismo nombre. Sin embargo, se dice que el “champán” de los tés viene de Darjeeling, en las colinas situadas al pie del Himalaya. El clima lluvioso y el suelo ácido de esa zona se combinan para producir uno de los mejores tés, de modo que Darjeeling se ha convertido en la “tierra prometida” del té.
En Darjeeling la cosecha es de temporada. En marzo y abril los recolectores recogen los primeros brotes, que se convertirán en un té muy estimado y de sabor suave. Los segundos brotes, recogidos durante el verano, producen un té de color ámbar y de mucho cuerpo, mientras que los tés corrientes se recolectan más tarde, en otoño. En las demás zonas, el té se recoge durante todo el año a intervalos de entre solo unos días y unas semanas. Cuanto más tiernos sean los brotes, mejor será el té. La recolección requiere mucha destreza y cuidado, pues hay que tener en cuenta que unos treinta mil brotes solo resultan en seis kilogramos de té de Darjeeling, y eso representa un día de trabajo de un recolector diestro. Ahora bien, lo que se recoge todavía no es té.
Hay que seguir un proceso de fabricación de cuatro etapas. Primero: los brotes verdes y tiernos deben secarse para que pierdan aproximadamente el treinta por ciento de su humedad y se vuelvan suaves y plegables como el cuero. Entonces están listos para ser enrollados, la etapa siguiente. Al enrollarse, las paredes celulares de las hojas se rompen y liberan los jugos naturales que dan al té su sabor característico. Durante la tercera etapa, la fermentación, el color de las hojas de té cambia de un verde amarillento a su típico color marrón cobrizo. Para que comiencen a fermentar, las hojas rotas se esparcen sobre mesas en un ambiente húmedo. A continuación tienen que ser desecadas mediante un proceso llamado firing, o al fuego, que vuelve las hojas negras, para recuperar su color marrón cobrizo solo cuando se vierte sobre ellas agua caliente.
Finalmente las hojas secas se clasifican y empaquetan en cajas de madera contrachapada forradas de papel de arroz y de papel de aluminio, listas para ser enviadas a los comerciantes de todo el mundo. Luego, una vez mezcladas y combinadas, ya están en condiciones para que las meta en su tetera y prepare su taza de té.