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  • ‘Mi palabra es mi compromiso’

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  • ‘Mi palabra es mi compromiso’
  • ¡Despertad! 1988
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¡Despertad! 1988
g88 8/5 págs. 11-13

‘Mi palabra es mi compromiso’

HAN transcurrido quince años desde que pasé por última vez por esta calle de Londres. Si usted me hubiese visto entonces, con el clásico bombín y el también clásico paraguas, me habría tomado por un típico hombre de negocios inglés. Sí, yo era uno de los miles de personas que viajaba a diario a la City, el distrito financiero de la capital.

A poca distancia se halla la ‘vieja dama de la calle Threadneedle’: el Banco de Inglaterra. El edificio de la bolsa está muy cerca de allí. A la vuelta de la esquina se encuentra la famosa institución aseguradora Lloyd’s of London. Luego tengo que pasar por la calle St. Mary Axe camino de mi trabajo en la Baltic, una de las lonjas mercantiles más importantes de Londres.

Escalo posiciones en el mundo mercantil

Cuando terminé mi formación escolar, en 1937, empecé a trabajar de oficinista en una compañía mercantil con operaciones navieras en todo el mundo. Emprendí mi trabajo con toda seriedad y con la vista puesta en conseguir ascensos. Esperaba que algún día llegaría a ser el director de mi departamento.

El estallido de la segunda guerra mundial interrumpió mi carrera. Entonces todavía era el empleado más joven de mi empresa. En 1941 me alisté en la Real Fuerza Aérea. Cinco años después me reincorporé a la vida civil y de nuevo empecé a trabajar en la misma empresa. Pero las cosas habían cambiado. Algunos de los miembros del personal ya no estaban. La guerra había pasado factura.

Pronto me acomodé a la rutina, y rápidamente ascendí a la posición de director, lo que me permitió contactar personalmente con los clientes de la empresa. Gestioné negocios como el de fletar buques petroleros y el aprovisionamiento de combustible para los barcos. Con el fin de ampliar nuestra gestión comercial, la compañía me propuso como su representante en la lonja mercantil Baltic.

En la “Baltic”

La Baltic Mercantile and Shipping Exchange Limited, lonja mercantil y naviera, ostenta con orgullo un escudo de armas en el que aparece el lema “Nuestra palabra es nuestro compromiso”. A principios de la década de los setenta, unas setecientas compañías suscribieron esta norma. Autorizaron a sus 2.400 representantes a proceder según unas tradiciones que se habían originado a comienzos del siglo diecisiete en las reuniones que solían tener en un café los capitanes de los navíos y los comerciantes, cuyos contratos verbales siempre eran de cumplimiento obligatorio. La lonja aún requiere de sus miembros estricta honradez comercial.

Desde 1954 fui regularmente a la lonja mercantil Baltic, donde realizaba operaciones comerciales, fijando el cargamento de los barcos mercantes de las compañías navieras. Cuando comprometía mi palabra en un acuerdo en nombre de mi compañía, se convertía en una obligación inquebrantable, sin importar cualquier cambio que se pudiese producir en torno a las circunstancias del trato. Siempre apliqué el mismo principio en mi vida privada.

Un período de dificultades

Yo creía en la existencia de Dios, pero eso era todo. Durante la segunda guerra mundial mis ideales religiosos habían sufrido una conmoción. Los clérigos predicaban la paz; sin embargo, bendecían nuestra participación en la guerra. “¿Cómo era posible —me preguntaba— confiar en personas como esas?”

En 1954 los testigos de Jehová empezaron a visitar a mi esposa, Viv, para hablarle acerca de la Biblia. No me opuse a ella, pero le hice preguntas que yo consideraba difíciles. Como mis preguntas fueron haciéndose más y más agresivas, y Viv no era capaz de contestarlas, me propuso que invitara a un Testigo para hablar conmigo. Acepté.

Mi esposa me presentó a una señora Testigo vestida con elegancia que contestó con claridad mis preguntas. Le pregunté sobre el tema de la inmortalidad del alma, a lo cual me contestó sucintamente mediante citar Ezequiel 18:4: “El alma que pecare, esa morirá” (Versión Valera). Luego le planteé bastantes preguntas sobre cuestiones políticas. Su respuesta fue que, así como Jesús dijo que sus discípulos no serían parte de este mundo, los Testigos mantenían una postura neutral sobre tales cuestiones. Esto no me satisfizo mucho, de modo que repliqué con cierta acritud: “Pero si ninguno de nosotros hubiese luchado contra Hitler y su invasión hubiese prosperado, ¿dónde estaríamos ahora?”. A esto ella respondió con calma que los testigos de Jehová alemanes también habían rehusado participar en la guerra. Se habían adherido a sus creencias, ¡a pesar de haberse tenido que enfrentar a la ejecución!

Empecé a estudiar la Biblia con ella con la intención de refutar sus creencias. Poco a poco, mi fe en la Biblia fue aumentando. Pero, ¿me estarían engañando? Entonces pensé en acudir a los clérigos de la zona donde vivíamos. Les haría las mismas preguntas que a los Testigos.

Conseguí que nos invitaran a mi esposa y a mí a tener una charla en la iglesia. En lo que respecta a afianzar mi confianza en la religión establecida, la entrevista fue un desastre. El clérigo hasta rechazó el relato del Génesis, ¡algo que el propio Jesús había aceptado! (Mateo 19:3-6.) De esa y de otras dos reuniones similares, salí convencido de que la Biblia es la Palabra de Dios y de que los testigos de Jehová la proclaman y viven según sus normas. Mi fe se fortaleció mucho más.

Mi palabra es mi compromiso

A medida que progresaba en mi estudio de la Biblia, me iba dando cuenta de a lo que esto conduciría. Me preocupaba mi imagen, no solo en la City, como nuevo y emprendedor ejecutivo mercantil, sino también en mi comunidad, en la que era conocido como deportista destacado. Me preguntaba qué diría la gente cuando descubriese que me había adherido a las creencias de los testigos de Jehová.

Como había convenido en predicar las buenas nuevas junto con los Testigos de nuestra localidad, no iba a faltar a mi palabra. Al acompañarles tan solo una vez, esperaba demostrar que no tenía miedo. Sugerí que empezáramos por una calle en la que no conocía a nadie. En la misma primera casa, hallamos a unas personas que estaban deseosas de conocer la verdad, y empezamos un estudio bíblico en el acto.

A la semana siguiente me enfrenté de nuevo al desafío. Hacia el final de la mañana ya había tomado mi decisión. Tenía la verdad, y ahora sentía la responsabilidad de ayudar a otros a conocerla.

En mis gestiones comerciales tenía que tener las ideas claras a la hora de sopesar las ventajas a corto plazo con las consecuencias que a largo plazo pudieran producirse. Sobre la base de este criterio, decidí servir a Jehová y dedicar tanto tiempo como me fuese posible a su obra. Mantendría mi trabajo al mínimo, lo suficiente como para mantener a mi familia. El 8 de enero de 1956 me bauticé en símbolo público de mi dedicación a hacer la voluntad de Dios.

Prioridades

Viv y yo habíamos planeado mudarnos de nuestro apartamento a una casa grande para entonces aumentar nuestra familia. Pero ahora, al poner los intereses del Reino en primer lugar en nuestra vida, decidimos permanecer como estábamos. Cuando en 1969 nuestra hija terminó su formación escolar e inició la predicación de tiempo completo, el camino estaba expedito para que yo pudiese ampliar mi ministerio. Solicité una entrevista con el director-jefe de mi empresa con el fin de exponerle mi intención de reducir mi trabajo seglar.

Repasé mentalmente lo que le diría. Respetuosamente le presentaría tres alternativas: un trabajo de media jornada, despido forzoso o despido voluntario. Él escuchó mi propuesta, sonrió ampliamente y dijo: “Espere a que conozca mi propuesta. Creo que le hará cambiar de idea”. Entonces me explicó que la junta directiva había acordado por unanimidad nombrarme miembro del cuerpo de directores de la compañía, cuadruplicar mi salario y, además, garantizar que en el transcurso de tres años llegaría a ser el presidente. Con la esperanza de convencerme, añadió: “Con el aumento de sueldo, le resultará fácil pagar a varias personas para que hagan el trabajo de testificación que usted hubiese hecho”. Lamentablemente, él había interpretado mal mi punto de vista sobre el servicio a Dios.

No tenía la menor duda en cuanto a lo que debería hacer. Le había dado mi palabra a Dios de que haría su voluntad, y eso estaba por encima de todo. Finalmente, el director-jefe convino en darme un trabajo de media jornada, siempre que la empresa no se perjudicase. Por mi parte, acepté un recorte sustancial de mi sueldo.

Jehová no me abandonó. Cuatro meses más tarde me hicieron miembro de la junta directiva de la compañía y convinieron en que continuara en mi trabajo de media jornada, pero con mi sueldo anterior.

Ayudo a otros a confiar en Dios

Entre mis compañeros de trabajo más allegados hubo algunos que respondieron al mensaje del Dios Supremo en quien se puede confiar. Y, cómo no, para mí ha sido un gozo ayudar a cuatro de ellos y a sus familias a dedicar sus vidas a hacer la voluntad de Dios.

En las postrimerías de la década de los sesenta y el comienzo de los setenta se produjeron rápidos cambios en el mundo comercial. Mi empresa se fusionó con otras. Con el tiempo, fue absorbida por una multinacional, y debido a que no estuve dispuesto a volver a la jornada completa, dejé mi empleo en 1972.

Este cambio de circunstancias me dejó en libertad para dedicarme a mi carrera ministerial en el servicio de tiempo completo. Entonces, al disminuir mis recursos económicos, y cuando estaba a punto de aceptar un empleo de media jornada como profesor sobre el tema naviero, fui invitado a servir de ministro viajante, visitando a las congregaciones de los testigos de Jehová. Desde entonces, mi esposa y yo hemos tenido más que suficiente para nuestras necesidades.

Hoy el mundo comercial ha cambiado. Las normas y los principios éticos se han erosionado. Hay mucha más agresividad. Parece que los enemigos abundan más que los amigos. Sin embargo, yo disfruto del placer de viajar como superintendente de distrito a través de una extensa zona de Inglaterra. Qué agradable es trabajar entre personas que ponen toda su confianza en Dios, quien dice: “Lo he dicho y así lo haré”. (Isaías 46:11, Versión Popular.)—Contribuido por Ted Hunnings.

[Fotografía en la página 13]

Sirviendo de superintendente de distrito en una asamblea de los testigos de Jehová

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