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¡Despertad! 1998
g98 22/5 págs. 4-9

Clima caótico

CASI todos dependemos de muchas maneras de los combustibles a base de carbono. Conducimos automóviles y otros vehículos impulsados por motores de gasolina o diesel; utilizamos la electricidad producida por centrales térmicas que consumen carbón, gas natural o petróleo; quemamos madera, carbón vegetal, gas natural y carbón mineral para cocinar o calentarnos. Todas estas actividades aumentan la concentración atmosférica de dióxido de carbono, un gas que atrapa el calor del Sol.

Además, aportamos otros gases de efecto invernadero a la atmósfera. Los fertilizantes nitrogenados que se utilizan en la agricultura emiten óxido nitroso; los arrozales y los corrales de engorde de ganado emanan metano; de la fabricación de espumas plásticas y de otros procesos industriales resultan los clorofluorocarbonos (CFC). Estos últimos compuestos no solo atrapan el calor, sino que también destruyen la capa estratosférica de ozono de la Tierra.

Con la excepción de los CFC, cuyo uso está regulado, los gases de invernadero se vierten a la atmósfera en cantidades cada vez mayores debido, en parte, al rápido aumento de la población humana y al incremento del consumo energético, la actividad industrial y la agricultura. De acuerdo con la Agencia de Protección del Medio Ambiente, con sede en la ciudad de Washington (E.U.A.), en la actualidad los seres humanos arrojan todos los años a la atmósfera seis mil millones de toneladas de dióxido de carbono y otros gases de invernadero, los cuales, en vez de disiparse, perduran durante décadas.

Los científicos en general están convencidos de dos cosas. Primero, que la concentración atmosférica de dióxido de carbono y otros gases de invernadero ha aumentado en los últimos decenios y siglos. Segundo, que en la pasada centuria la temperatura media en la superficie de la Tierra se ha incrementado entre 0,3 °C y 0,6 °C.

Cabe preguntarse: ¿Existe conexión entre el calentamiento del planeta y la acumulación de gases de invernadero inducida por el hombre? Algunos científicos opinan que probablemente no, y arguyen que el aumento térmico se halla dentro de la escala de variación natural y que pudiera deberse al Sol. No obstante, muchos climatólogos convienen en lo que dice un informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, según el cual el incremento de la temperatura “no parece que se deba enteramente a causas naturales” y que “el balance de las pruebas sugiere que existe una influencia humana apreciable sobre el clima global”. Con todo, aún persiste la incertidumbre de si la actividad humana está recalentando el planeta y, sobre todo, a qué velocidad se calentará el mundo en el siglo XXI y exactamente con qué repercusiones.

Las incertidumbres dan lugar a debates

Las predicciones de los estudiosos del clima sobre el efecto invernadero se basan en modelos climáticos generados por las computadoras más rápidas y potentes del mundo. No obstante, el clima terrestre está determinado por la interrelación extremadamente compleja de la rotación de la Tierra, la atmósfera, los océanos, el hielo, el relieve y el Sol. La intervención de tantos factores a una escala tan vasta hace imposible que una computadora vaticine con precisión lo que ocurrirá de aquí a cincuenta o cien años. La revista Science comentó hace poco: “Muchos expertos en clima advierten que aún no está del todo claro que las actividades humanas hayan comenzado a calentar el planeta, ni cuál será la gravedad del calentamiento que se producirá a consecuencia del efecto invernadero”.

Estas incertidumbres hacen fácil negar el peligro. Los científicos que se muestran escépticos frente al citado fenómeno, al igual que las poderosas industrias que tienen interés económico en que las cosas continúen como están, alegan que el conocimiento actual del tema no justifica emprender lo que supondría costosas medidas correctivas. Después de todo —dicen—, el futuro quizás no sea tan malo como algunos creen.

Los ecologistas replican que las incertidumbres de los científicos no deben hacer que los responsables de formular las políticas se duerman sobre los laureles. Si bien es cierto que el clima futuro tal vez no sea tan malo como algunos temen, también es posible que sea incluso peor. Además —argumentan—, el no saber con seguridad qué pasará en el futuro no significa que no deba hacerse nada para minimizar el riesgo. Por ejemplo, las personas que dejan de fumar no piden primero pruebas científicas de que si continúan haciéndolo, contraerán sin falta cáncer pulmonar dentro de treinta o cuarenta años. Abandonan el vicio porque reconocen el riesgo que corren y desean minimizarlo o eliminarlo.

¿Qué se está haciendo?

En vista de la gran controversia en torno a la magnitud del problema del calentamiento mundial —e incluso en torno a si existe o no dicho problema—, no sorprende que haya diferentes opiniones sobre lo que debe hacerse. Por años, los grupos ecologistas han promovido el uso generalizado de fuentes energéticas limpias, como el Sol, el viento, los ríos y las reservas subterráneas de vapor y agua caliente.

Los ambientalistas también han instado a los gobiernos a promulgar leyes para reducir las emisiones de gases de invernadero, y estos han respondido sobre el papel. Por ejemplo, en la Cumbre de la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro (Brasil), los representantes de unas ciento cincuenta naciones suscribieron un tratado en el que se comprometían a reducir las emisiones de gases de invernadero, en especial las de dióxido de carbono. El objetivo era que para el año 2000 los países industrializados redujeran dichas emisiones a los niveles de 1990. Si bien algunos han progresado en esa dirección, la mayor parte ni siquiera está cerca de cumplir su modesto compromiso. En vez de reducir las concentraciones de tales gases, la mayoría de ellos producen más que nunca. Para citar un ejemplo, se calcula que para el año 2000 las emisiones de dióxido de carbono en Estados Unidos probablemente serán un 11% mayores que en 1990.

Últimamente se han dado pasos para fortalecer los acuerdos internacionales. En vez de que las reducciones sean voluntarias, como en el acuerdo de 1992, se está pidiendo que las metas que se fijen respecto a la emisión de gases sean de carácter vinculante.

El costo del cambio

Los dirigentes políticos anhelan que se les vea como amigos de la Tierra, pero al mismo tiempo son conscientes del impacto económico que tendría dicho cambio. Dado que, según la revista The Economist, el 90% del mundo depende de los combustibles a base de carbono como fuente de energía, abandonar su consumo provocaría grandes modificaciones, y el costo del cambio es objeto de agrias polémicas.

¿Cuánto costaría reducir las emisiones de gases de invernadero para el año 2010 a un 10% por debajo de los niveles de 1990? La respuesta depende de a quién se le pregunte. Examine lo que opinan en Estados Unidos, el país que más gases de invernadero lanza al espacio. Los asesores de la industria creen que tal reducción le costaría a la economía nacional miles de millones de dólares anuales y dejaría sin trabajo a 600.000 personas. En cambio, los ecologistas aseguran que le economizaría al país miles de millones de dólares anuales y generaría 773.000 puestos de trabajo.

Pese a los llamamientos de los grupos ecologistas para que se tomen medidas inmediatas, hay industrias poderosas —fábricas de automóviles, compañías petroleras y empresas explotadoras de carbón, para nombrar solo unas pocas— que emplean sus importantes fondos e influencias para minimizar el peligro del calentamiento mundial y para exagerar el impacto económico que tendría el dejar de usar los combustibles fósiles.

El debate prosigue. Sin embargo, si los seres humanos están alterando el clima y lo único que hacen es hablar de ello, el dicho de que todo el mundo habla del tiempo, pero nadie hace nada por mejorarlo, adquirirá un significado amenazador para nosotros.

[Recuadro de la página 5]

El protocolo de Kyoto

En diciembre de 1997 se dieron cita en Kyoto (Japón) más de dos mil doscientos delegados de 161 países para negociar un acuerdo, o protocolo, que reduzca la amenaza del calentamiento mundial. Tras más de una semana de conversaciones, las delegaciones decidieron que para el 2012 los países industrializados deberán reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 5,2%, como promedio, por debajo de los niveles de 1990. Posteriormente se determinarán las sanciones que se impondrán a los infractores. Suponiendo que todos los países cumplan los términos del tratado, ¿cuánto puede lograr una reducción del 5,2%? Evidentemente muy poco. La revista Time informó: “Se necesitaría una reducción del 60% para mermar considerablemente los gases de efecto invernadero que se han concentrado en la atmósfera desde el comienzo de la revolución industrial”.

[Ilustración y recuadro de la página 7]

El efecto invernadero ilustrado

El efecto invernadero: La atmósfera terrestre atrapa el calor del Sol como la cubierta de vidrio de un invernadero. La luz solar caldea la Tierra, pero el calor generado —propagado en forma de radiación infrarroja— no puede escapar fácilmente de la atmósfera. Los gases de invernadero bloquean la radiación y devuelven parte de ella a la Tierra, contribuyendo así al recalentamiento de la superficie.

[Ilustración]

1, Sol;

2, radiación infrarroja atrapada;

3, gases de invernadero;

4, radiación que escapa

[Ilustración y recuadro de las páginas 8 y 9]

Fuerzas reguladoras del clima

Para entender el actual debate sobre el calentamiento global, es necesario entender cuáles son algunas de las impresionantes fuerzas que definen el clima. Analicemos ciertos elementos básicos.

1. El Sol: fuente de luz y calor

La vida en la Tierra depende del inmenso horno nuclear al que llamamos Sol. Con un volumen más de un millón de veces el de la Tierra, el Sol es una fuente inagotable de luz y calor. Un descenso en su rendimiento sumiría al planeta en un estado glacial; un aumento del mismo lo convertiría en un horno. Puesto que la distancia media de la Tierra al Sol es de 150 millones de kilómetros, esta solo recibe la mitad de una mil millonésima parte de su energía, pero es justo la cantidad que necesita a fin de producir el clima idóneo para que prospere la vida.

2. La atmósfera: envoltura cálida de la Tierra

El Sol no es el único factor que determina la temperatura terrestre; nuestra atmósfera también desempeña un papel vital. La Tierra y la Luna se hallan a igual distancia del Sol, por lo que ambas reciben proporcionalmente la misma cantidad de calor. No obstante, mientras que la temperatura media de la Tierra es de 15 °C, la Luna tiene una temperatura media muy fría de 18 °C bajo cero. ¿A qué se debe la diferencia? A que la Tierra posee atmósfera, y la Luna no.

Nuestra atmósfera —la envoltura de oxígeno, nitrógeno y otros gases que rodea la Tierra— retiene una parte del calor solar y deja escapar el resto. El proceso se compara a menudo con un invernadero. Como probablemente sepa, un invernadero es una estructura con paredes y techo de vidrio o plástico. La luz solar entra fácilmente y calienta el interior; al mismo tiempo, el techo y las paredes retardan la salida del calor.

Del mismo modo, la atmósfera permite el paso de la luz solar para que caliente la superficie terrestre. La Tierra, a su vez, irradia de vuelta a la atmósfera energía térmica en forma de radiación infrarroja. Gran parte de esta radiación no va directamente al espacio porque ciertos gases atmosféricos la absorben y la envían de nuevo a la Tierra, contribuyendo así al recalentamiento de esta: es el llamado efecto invernadero. Si la atmósfera no retuviera el calor solar de esta manera, la Tierra estaría tan desprovista de vida como la Luna.

3. Vapor de agua: el principal gas de efecto invernadero

El 99% de la atmósfera está constituida por dos gases: nitrógeno y oxígeno. Aunque estos gases juegan un papel esencial en los complejos ciclos que sostienen la vida en la Tierra, casi no inciden de forma directa en la regulación del clima. Esta labor recae sobre el 1% restante de los gases de efecto invernadero de la atmósfera, entre los cuales están el vapor de agua, el dióxido de carbono, el óxido nitroso, el metano, los clorofluorocarbonos y el ozono.

El gas de efecto invernadero más importante —el vapor de agua— no es considerado por lo regular un gas, pues estamos acostumbrados a pensar en el agua en su estado líquido. Con todo, cada molécula de vapor de agua presente en la atmósfera encierra en su interior energía térmica. Cuando el vapor de una nube se enfría y se condensa, libera calor y causa poderosas corrientes de convección. El movimiento dinámico del vapor de agua en la atmósfera desempeña un papel vital y complejo en la determinación tanto del tiempo como del clima.

4. Dióxido de carbono: esencial para la vida

El gas que más suele mencionarse en las conversaciones sobre el calentamiento mundial es el dióxido de carbono. Es erróneo calificar el dióxido de carbono de simple contaminante. Este gas es un elemento imprescindible en el proceso de la fotosíntesis, gracias al cual las plantas verdes fabrican su propio alimento. Los seres humanos y los animales inhalan oxígeno y exhalan dióxido de carbono; las plantas toman el dióxido de carbono y liberan oxígeno. El dióxido de carbono es, de hecho, una de las provisiones del Creador que permiten la existencia de la vida en la Tierra.a Sin embargo, una concentración demasiado elevada en la atmósfera sería como añadir otra manta a la cama: daría más calor.

Una serie de fuerzas complejas

El Sol y la atmósfera no son los únicos elementos definitorios del clima. También intervienen los océanos y los casquetes polares, los minerales de superficie y la vegetación, los ecosistemas terrestres, una serie de procesos biogeoquímicos y los mecanismos orbitales de la Tierra. El estudio del clima abarca casi todas las ciencias terrestres.

[Ilustración]

1 Sol

2 Atmósfera

3 Vapor de agua (H20)

4 Dióxido de carbono (CO2)

[Nota]

a Casi todos los organismos vivos de la Tierra extraen la energía de fuentes orgánicas, dependiendo así en forma directa o indirecta de la luz solar. Sin embargo, hay organismos que medran en la oscuridad del fondo oceánico y que obtienen la energía de compuestos químicos inorgánicos. En vez de la fotosíntesis, estos organismos utilizan un proceso llamado quimiosíntesis.

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