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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
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  • El fallo
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
w98 15/12 págs. 26-29

Fallo a favor del derecho de elegir

EL PERSONAJE más ilustre del universo favorece el principio de la elección informada. Él es nuestro Creador. Como tiene un conocimiento ilimitado de las necesidades del hombre, da generosamente instrucciones, advertencias y guía sobre el proceder sensato que debemos tomar. Sin embargo, tiene en cuenta que ha dotado a sus criaturas inteligentes de libertad de elección. Así reveló el profeta Moisés el pensar de Dios: “He puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la invocación de mal; y tienes que escoger la vida a fin de que te mantengas vivo, tú y tu prole” (Deuteronomio 30:19).

Este principio atañe al campo de la medicina. El concepto de la elección informada, o el consentimiento informado, está ganando poco a poco aceptación tanto en Japón como en otros países donde no era tan común. El doctor Michitaro Nakamura describe el consentimiento informado de esta manera: “Es la idea de que el médico explica al paciente en lenguaje sencillo la enfermedad, el pronóstico, el tratamiento y los posibles efectos secundarios, y respeta el derecho del paciente de escoger por sí mismo el tratamiento que desee” (Japan Medical Journal).

Por años los médicos de Japón han presentado diversas razones para no obrar así con los pacientes, y los tribunales se han inclinado a respetar la costumbre médica. Por eso, fue un momento histórico cuando el 9 de febrero de 1998, el juez Takeo Inaba, presidente del Tribunal Superior de Tokio, pronunció un fallo sobre la elección informada. ¿Cuál fue dicho fallo, y cuál fue la cuestión que llevó el caso a los tribunales?

En julio de 1992, una testigo de Jehová llamada Misae Takeda, de 63 años de edad, se puso en contacto con el Hospital del Instituto de Ciencia Médica de la Universidad de Tokio. Le habían diagnosticado un tumor maligno en el hígado y necesitaba una operación. Como quería obedecer la prohibición bíblica sobre el uso indebido de la sangre, expresó con claridad a los médicos su deseo de recibir únicamente tratamiento sin sangre (Génesis 9:3, 4; Hechos 15:29). Los médicos aceptaron un documento que los eximía de responsabilidad tanto a ellos como al hospital por cualquier daño que Misae sufriera como consecuencia de su decisión. Le aseguraron que respetarían sus deseos.

No obstante, después de la operación, mientras Misae aún estaba bajo los efectos de los sedantes, se le administró una transfusión de sangre, contraviniendo así por completo sus deseos expresos. Los intentos por ocultar la transfusión no autorizada quedaron frustrados cuando, por lo visto, un empleado del hospital divulgó el asunto a un reportero. Uno puede imaginarse lo abatida que se sintió esta cristiana sincera cuando se enteró de que le habían transfundido sangre sin su permiso. Había confiado en el personal médico, creyendo que cumplirían su palabra y respetarían sus convicciones religiosas. En vista de la angustia emocional que sufrió como consecuencia de esta descarada manera de vulnerar la relación médico-paciente, y con el objetivo de establecer un precedente que protegiera a otros pacientes de un maltrato médico similar, Misae llevó el caso ante los tribunales.

El orden público y la ética

Tres jueces del Tribunal de Distrito de Tokio oyeron el caso y fallaron a favor de los médicos y, por lo tanto, en contra del derecho del consentimiento informado. En este fallo, dictado el 12 de marzo de 1997, declararon que cualquier intento de hacer un contrato para recibir tratamiento totalmente libre de sangre era inválido. Su razonamiento se apoyaba en que sería una violación del kojo ryozoku,a o las normas sociales, el que un médico entre en un acuerdo especial de no administrar sangre aunque surja una situación crítica. Opinaron que la obligación principal del médico es salvar vidas de la mejor manera que pueda, de modo que tal contrato sería inválido desde el principio, prescindiendo de las convicciones religiosas del paciente. Dictaminaron que al fin y al cabo, la opinión profesional del doctor debe estar por encima de cualquier petición previa del paciente.

Además, los jueces declararon que por esas mismas razones, aunque se espera que el médico explique el procedimiento básico, los efectos y los peligros de una operación, este “no tiene que decir si piensa utilizar sangre o no”. El fallo que dictaron fue: “No puede concluirse que sea ilegal o impropio el que los médicos acusados comprendieran que la demandante no deseaba aceptar transfusiones de sangre en ninguna circunstancia y dieran a entender que respetarían sus deseos para que aceptara la operación en cuestión”. El razonamiento era que si los médicos no hubieran obrado así, la paciente tal vez no habría querido operarse y se habría marchado del hospital.

Ese fallo escandalizó y desalentó a los defensores del consentimiento informado. Respecto al fallo en el caso Takeda y las repercusiones que este pudiera tener en el consentimiento informado en Japón, el profesor Takao Yamada, eminente autoridad en derecho civil, escribió: “Si se permite que el razonamiento tras este fallo siga vigente, el rechazo de las transfusiones sanguíneas y el principio legal del consentimiento informado se convertirán en una vela cuya llama parpadea con el viento” (cita traducida de la revista jurídica Hogaku Kyoshitsu). Con palabras enérgicas condenó la transfusión de sangre administrada a la fuerza como “una descarada violación de confianza, parecida a un ataque por sorpresa”. El profesor Yamada añadió que ese acto que destruye la confianza “no debería permitirse jamás”.

A Misae le fue difícil convertirse en el centro de atención debido a su modestia. Pero como sabía que contribuiría a defender el nombre de Jehová y sus justas normas respecto a la santidad de la sangre, estaba resuelta a poner de su parte. Escribió a su asesor jurídico: “No soy más que polvo, incluso menos que eso. Me pregunto por qué se está utilizando a una persona tan incompetente como yo. Pero si procuro hacer precisamente lo que Jehová —el que puede hacer que las piedras clamen— dice, él me dará la fortaleza” (Mateo 10:18; Lucas 19:40). Cuando estaba en el estrado durante el juicio, explicó con una voz temblorosa el trauma emocional que le había provocado aquella traición. “Me sentí ultrajada, como una mujer violada.” Ese día hubo pocos ojos sin lágrimas en la sala después de su testimonio.

Ánimo inesperado

En vista del fallo emitido por el Tribunal de Distrito, se apeló inmediatamente al Tribunal Superior. Las alegaciones de introducción en el tribunal de apelaciones empezaron en julio de 1997, y Misae, ya pálida para entonces, estaba decidida a continuar con el caso aunque tuvo que presentarse en una silla de ruedas. El cáncer había recurrido, y ella se encontraba cada vez más débil. Misae se sintió muy animada cuando el juez presidente, aunque no es lo acostumbrado, explicó claramente el derrotero que el tribunal deseaba seguir. Dijo sin rodeos que el tribunal de apelaciones no concordaba con el razonamiento del tribunal inferior de que el médico tenía el derecho de pasar por alto los deseos del paciente, dando la impresión de que iba a respetarlos, pero estando interiormente decidido a obrar de otra manera. El juez añadió que el tribunal no apoyaría la ética paternalista de “Shirashimu bekarazu, yorashimu beshi”,b que significa: “Manténganlos en ignorancia y en subordinación” a la medicina. Misae dijo más tarde: “Me alegra mucho oír el comentario justo del juez, que difiere por completo de lo que dictaminó el Tribunal de Distrito”. Agregó: “Es lo que he estado pidiendo en oración a Jehová”.

Al mes siguiente Misae falleció, rodeada de su amorosa familia y del personal médico de otro hospital en el que comprendían y respetaban sus convicciones sinceras. Aunque muy apenados por su fallecimiento, su hijo Masami y otros miembros de la familia estaban resueltos a llevar el caso a su término en conformidad con los deseos de Misae.

El fallo

Finalmente, el 9 de febrero de 1998 los tres jueces del Tribunal Superior emitieron su fallo, en el que revocaron la sentencia del tribunal inferior. La pequeña sala del tribunal estaba llena de reporteros, académicos y otros que habían seguido el caso con interés. Los principales periódicos y las cadenas de televisión anunciaron el fallo. Algunos de los titulares decían: “Tribunal: los pacientes pueden rehusar tratamiento”; “Tribunal Superior: las transfusiones son una violación de los derechos”; “El médico que administró una transfusión sanguínea a la fuerza pierde el caso”; y “Una testigo de Jehová es indemnizada por habérsele administrado una transfusión”.

Los informes respecto al fallo fueron exactos y sumamente favorables. The Daily Yomiuri comentó: “El juez Takeo Inaba dice que fue impropio que los médicos tomaran medidas que la paciente había rehusado”. También dijo claramente: “Los médicos que le administraron [la transfusión de sangre] la privaron de la oportunidad de elegir su tratamiento”.

El periódico Asahi Shimbun señaló que a pesar de que en este caso el tribunal concluyó que no había suficiente prueba de que existiera un contrato en el que ambas partes concordaban en que no se usaría sangre aunque surgiera una situación que pusiera en peligro la vida de la paciente, los jueces no concordaron con el tribunal inferior sobre la legalidad de dicho contrato: “Si hay un acuerdo bien meditado entre las partes implicadas de que no se ha de administrar ninguna transfusión de sangre en ninguna circunstancia, este Tribunal no considera que vaya contra el orden público ni, por lo tanto, que sea inválido”. El periódico también mencionó la opinión de los jueces de que “todo ser humano está condenado a morir algún día, y el proceso hacia ese momento de la muerte lo puede decidir cada persona”.

En realidad, los testigos de Jehová han investigado este asunto y están convencidos de que han elegido el mejor modo de vivir. Esa elección incluye rechazar los peligros conocidos de las transfusiones de sangre y en lugar de estas aceptar procedimientos sin sangre que son comunes en muchos países y que están en conformidad con la ley de Dios (Hechos 21:25). Un afamado profesor de derecho constitucional de Japón señaló: “En realidad, el rechazo del tratamiento en cuestión [la transfusión de sangre] no es un asunto de elegir ‘cómo morir’, sino de cómo vivir”.

El fallo del Tribunal Superior debe alertar a los médicos de que sus derechos discrecionales no son tan amplios como tal vez se imaginaban algunos. También debe hacer que muchos hospitales más establezcan normas éticas. Aunque este fallo del tribunal ha recibido aceptación general y resulta animador para los pacientes que no han tenido mucha voz en la elección de su tratamiento, no todos lo han aceptado de buena gana. El hospital estatal y los tres médicos han apelado al Tribunal Supremo. Tendremos que esperar para ver si el más alto tribunal de Japón también respetará los derechos del paciente, como lo hace el Soberano del universo.

[Notas]

a Un concepto legal no definido que le toca al juez interpretar y aplicar.

b Este era el credo de los señores feudales del período de los Tokugawa sobre cómo debían gobernar a sus súbditos.

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