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  • Integridad cristiana en medio de la guerra en Liberia
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
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  • El conflicto crece
  • La hermandad cristiana en acción
  • Conseguimos alimento y agua
  • Nos mantenemos espiritualmente fuertes
  • Se ayuda a otros
  • Lecciones valiosas
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 1/1 págs. 27-31

Integridad cristiana en medio de la guerra en Liberia

Según lo relató un testigo ocular

CUANDO los elefantes pelean, la hierba también sufre.” ¡Qué bien resume ese proverbio del África occidental lo que ocurrió durante el conflicto reciente en Liberia! Unas 20.000 personas perdieron la vida y la mitad de los 2.600.000 habitantes del país fueron desplazados. La mayoría de los que sufrieron no eran soldados; eran “la hierba”... hombres, mujeres y niños inofensivos.

En diciembre de 1989, cuando estalló la guerra, los aproximadamente 2.000 testigos de Jehová de Liberia disfrutaban de aumento constante y miraban al porvenir con confianza. Lamentablemente, estuvieron entre ‘la hierba que sufrió’.

El conflicto crece

La guerra empezó a lo largo de la frontera de Liberia y Costa de Marfil (Côte d’Ivoire), y pronto los refugiados empezaron a huir a la capital liberiana, Monrovia, una ciudad de más de medio millón de habitantes. Desde marzo hasta mayo de 1990, mientras la guerra se extendía hacia el sur, los misioneros de los testigos de Jehová fueron evacuados primero de Ganta y luego de Gbarnga. Estuvieron entre los últimos que salieron de aquellos pueblos. La guerra alcanzó su punto culminante el 2 de julio de 1990, cuando fuerzas armadas entraron en Monrovia.

Nadie se imaginaba los horrores que se vieron después. Tres ejércitos diferentes pelearon entre sí en las calles con artillería pesada, cohetes y lanzagranadas. Los que no murieron por ser miembros de una tribu odiada fueron objeto de hostigamiento y registros constantes. Cierta noche de agosto más de 600 hombres, mujeres y niños que se habían refugiado en la Iglesia Luterana de San Pedro fueron asesinados por una cuadrilla de ejecución compuesta de hombres enloquecidos por la guerra.

Centenares de personas huyeron de la zona bélica con solo la ropa que vestían. Hubo parientes que fueron separados unos de otros y meses después todavía no se habían juntado. Parecía que había habido un desplazamiento completo en la población de Monrovia, pues las casas abandonadas fueron ocupadas por soldados y refugiados de otros sectores de la ciudad. Esto le sucedió a más de la mitad de la población de Monrovia. La mayoría perdió cuanto poseía y por lo menos un pariente en la muerte. Algunos perdieron muchos más.

La situación se hizo tan crítica que otros cinco países del África occidental enviaron soldados en un esfuerzo por restablecer la paz. Para fines de octubre de 1990 la mayor parte del conflicto había cesado. Pero entonces el espectro del hambre se posó como un manto de muerte sobre la ciudad damnificada por el fuego. Agencias de socorro informaron que llegó el momento en que casi la tercera parte de los niños menores de cinco años de Monrovia padecían hambre, y más de cien personas morían cada día. Los acaparadores empeoraron la situación; muchos hurtaban el arroz enviado como socorro y luego lo vendían a 20 dólares o más por taza. Siempre había enfermedades, especialmente el cólera, pues los servicios de agua, saneamiento y electricidad de la ciudad habían sido totalmente destruidos.

Los aproximadamente mil testigos de Jehová que vivían en Monrovia también sufrieron terriblemente. La mayoría huyó de la ciudad y se fue al campo, mientras que otros partieron por barco hacia Ghana y Nigeria, o por carretera a Costa de Marfil o Sierra Leona. Desde julio hasta diciembre de 1990 más de 30 Testigos perdieron la vida. Algunos murieron por los proyectiles de las armas de fuego, y otros como resultado de enfermedades y el hambre. Entre los muertos estuvieron Alan Battey y Arthur Lawson, misioneros estadounidenses graduados de la Escuela de Entrenamiento Ministerial. Oh, ¡cómo nos consuela la esperanza bíblica de la resurrección a los que perdimos parientes o amigos durante aquel terrible tiempo! (Hechos 24:15.)

La hermandad cristiana en acción

Mientras la guerra hacía estragos, muchos Testigos desplazados corrieron a refugiarse en la sucursal de los testigos de Jehová y en un hogar misional al otro lado de la ciudad. Algunos buscaban protección porque los soldados de aquella zona estaban matando a los miembros de su tribu. La mayoría recibió asignaciones de trabajo en la sucursal y ayudaron mucho en la cocina y la limpieza; otros fueron asignados a buscar vegetales en pantanos de la cercanía cuando las condiciones lo permitían.

Había gente durmiendo en todo lugar: en las habitaciones de los misioneros, en los pasillos, en el Departamento de Envíos y en las oficinas. Cavábamos letrinas y les dábamos el mantenimiento debido. Las mujeres fueron asignadas a servir de enfermeras, y atendieron muchos casos de paludismo y fiebre. Hubo muchos casos de diarrea.

Instituimos procedimientos especiales en el hogar, entre ellos simulacros de bombardeos. Así, cuando fuerzas en conflicto usaban su artillería pesada, llegábamos sin dilación a las secciones de refugio de la sucursal. Aunque nuestra pared de 3 metros (10 pies) de alto nos daba alguna protección, no era hasta el punto de mantener fuera las balas en rebote. ¡En poco tiempo nuestro techo pareció un colador por los muchos agujeros que tenía!

Muchos Testigos arriesgaron la vida para proteger a sus compañeros de los que procuraban matarlos porque eran de una tribu odiada. Cierto día una hermana cristiana llegó llorando a la sucursal con sus hijos sobrevivientes, uno de los cuales era de solo dos semanas de nacido. Su esposo y un hijo adolescente habían sido ejecutados ante ella. Otro Testigo había logrado ocultar a esta hermana y sus otros hijos cuando los asesinos regresaron a buscarlos.

Otra familia llegó a la sucursal con una publicadora no bautizada que los había protegido de la gente de su propia tribu, que quería matarlos. Luego, cuando la situación cambió y la publicadora no bautizada se vio en peligro, aquella familia la salvó de gente de la tribu de ellos.

Muchas veces los misioneros tuvieron que hablar con gente armada en el portón de la sucursal, en esfuerzos por impedir que registraran o saquearan la propiedad. En una ocasión un grupo airado entró a la fuerza y, apuntándonos con sus armas, insistió en que ocultábamos a miembros de cierta tribu. Les sorprendió ver lo calmados que estaban los Testigos locales, sentados calladamente y escuchando en la reunión cristiana que celebrábamos. Registraron la casa, pero no hallaron lo que buscaban. Siempre pudimos asegurar a los intrusos que no ocultábamos ni a soldados ni a ningún enemigo de ellos. Como cristianos éramos neutrales.

En cierta ocasión en que la guerra recrudecía, llegó a la sucursal un grupo de Testigos que traía a un hermano afligido de un cáncer incurable. Él murió poco después. Le cavamos una tumba en el patio, ¡y qué conmovedor servicio funeral tuvimos! Aquel hermano había sido un excelente anciano local que había servido fielmente por muchos años. Unos cien desplazados se reunieron en el vestíbulo para escuchar un discurso en memoria del difunto, mientras al fondo se oían disparos.

Conseguimos alimento y agua

Muy poco alimento se podía conseguir. Aun antes de la guerra los comerciantes habían dejado de importar mercancías. Por eso, era poco el alimento en la ciudad. El que teníamos en la sucursal le hubiera durado muchos meses a nuestra familia de 12 miembros, pero a veces había con nosotros hasta 200 personas, entre ellas vecinos que no eran Testigos, pero que tenían gran necesidad de ayuda. Todos estábamos restringidos a una escasa comida al día; sobrevivimos con raciones de ese tipo por varios meses. Todos teníamos hambre. Los bebés estaban hechos unos esqueletos, acostados sin energía en los brazos de sus padres.

Poco tiempo después se nos empezó a agotar el alimento. ¿Dónde conseguir más? No había tiendas abiertas en Monrovia. Por dondequiera vagaba gente hambrienta por las calles, buscando alimento. Comían cualquier cosa... hasta perros, gatos y ratas. Dos misioneros de la sucursal decidieron tratar de llegar a Kakata, un pueblo a unos 60 kilómetros (40 millas) de distancia, donde ya no se peleaba.

En las ventanillas del automóvil colocaron revistas La Atalaya y letreros que los identificaran como testigos de Jehová. Después de cruzar varios puntos de inspección, un hombre grande y fornido que llevaba granadas colgando del pecho y un revólver a un lado los detuvo e interrogó. Ellos dijeron que eran testigos de Jehová que querían ir a Kakata para conseguir alimento.

“Síganme —dijo él—. Yo soy el comandante aquí.” Los llevó a sus cuarteles. Al enterarse de que amparaban a desplazados, ¡ordenó a sus hombres que llevaran a nuestra sucursal 20 costales de arroz, cada uno de 45 kilogramos (100 libras)! Además, dio a los misioneros permiso para ir a Kakata y asignó a un guardia armado para que cruzaran sin peligro los demás puntos de inspección.

En Kakata encontraron a nuestro hermano cristiano Abraham, quien tenía una tienda. Este había almacenado alimento para nosotros: cajas con leche en polvo, azúcar, vegetales enlatados y otros artículos de necesidad. Ciertamente fue maravillosa la atención que recibieron nuestros hermanos durante su viaje. A Jehová tiene que haberle complacido el que compartiéramos nuestro alimento con amigos y vecinos, pues ahora se nos estaba reaprovisionando. (Proverbios 11:25.)

Al otro lado de Monrovia, misioneros alojados en un hogar misional también atendían a personas desplazadas, y también recibieron ayuda de donde no lo esperaban. Por ejemplo, un misionero consiguió tres costales de arroz de un soldado que recordó que el misionero había servido donde él vivía unos 16 años antes. Otro misionero obtuvo cuatro costales de arroz después de una entrevista personal con el líder de una de las facciones en guerra.

Hubo un momento en que parecía que tendríamos que abandonar la sucursal por la falta de agua. Por algún tiempo nuestro pozo había sido la única fuente de agua potable para muchas personas de la comunidad. Sin embargo, el combustible para el generador eléctrico que hacía funcionar nuestra bomba de agua empezó a agotarse. Cuando un hombre que había recibido protección en la sucursal durante los primeros días del conflicto se enteró de nuestra situación, nos consiguió combustible como muestra de aprecio por la ayuda que le habíamos dado, así que nuestro abastecimiento de agua nunca se agotó.

Nos mantenemos espiritualmente fuertes

Cuando a los últimos misioneros se nos instó a partir de Liberia en octubre de 1990, lo que más nos preocupaba era: ¿Cómo se las arreglarán nuestros hermanos? Por los informes que hemos recibido desde entonces, es patente que se han mantenido ocupados en el ministerio.

Antes de la guerra el promedio de horas de cada Testigo en el ministerio era de unas 17 horas al mes. No obstante, durante la guerra, a pesar de la constante necesidad de buscar alimento en la selva, ¡los Testigos de algunas congregaciones alcanzaban un promedio de más de 20 horas por publicador! Además, debido a la escasez de revistas La Atalaya, muchas de nuestras hermanas copiaban a mano los artículos de estudio para que hubiera más copias para el estudio los domingos.

Las cuatro congregaciones más cercanas a Monrovia estaban llenas de Testigos que habían huido del conflicto que reinaba en la ciudad. Estos hermanos perdieron todas sus posesiones, pues no pudieron regresar a sus hogares para recoger nada. De hecho, ¡por meses a muchos padres e hijos se les separó y hasta estuvieron situados en lados opuestos de las líneas de combate! El 30 de marzo aquellas cuatro congregaciones tuvieron una concurrencia combinada de 1.473 personas para la Conmemoración de la muerte de Jesús.

Los aproximadamente 300 Testigos que quedaban en Monrovia hicieron un esfuerzo especial por servir como precursores auxiliares durante el mes de la Conmemoración, aunque solo unas semanas antes el hambre los había debilitado tanto que apenas podían andar. Hicieron grandes esfuerzos por invitar a la gente a la Conmemoración, a la cual asistieron 1.116 personas.

Un anciano cristiano de Monrovia explicó: “Decidimos empezar a reunirnos en nuestro Salón del Reino otra vez en diciembre de 1990. La concurrencia a nuestra primera reunión fue de 17 personas. Después subió a 40, y permanecimos en los más de cuarenta por un tiempo. Entonces la concurrencia aumentó a 65 el 24 de febrero, y una semana después ascendió a 85. Además, casi toda la congregación respondió a la llamada al servicio de precursor auxiliar en marzo”.

Se ayuda a otros

“Nuestros hermanos de la iglesia estaban ocupados matándose unos a otros [de tribus diferentes] durante la guerra —indicó un pariente no Testigo de un Testigo—, y nunca tenían tiempo para sus compañeros de creencia.” ¡Pero qué diferente fue la situación entre el pueblo de Jehová!

Por ejemplo, en febrero de 1991 el presidente de un grupo de socorro del vecindario escribió a los hermanos que cuidaban la sucursal: “Sirve esta carta como muestra de agradecimiento y aprecio a ustedes y su institución por permitirnos usar su edificio como almacén durante la distribución de alimento a nuestro pueblo. Su acción humanitaria muestra lo dispuestos que están como Sociedad a traer paz y buena voluntad al país. Por favor, continúen sus buenos servicios”.

Los testigos de Jehová de otros países respondieron rápidamente a las necesidades de sus hermanos liberianos. De países del África occidental como Sierra Leona y Costa de Marfil, de los Países Bajos e Italia, en Europa, y de los Estados Unidos, se ha enviado socorro.

Una niñita cuya madre fue ejecutada porque era de una tribu odiada expresó su gratitud por la ayuda que recibió. Escribió: “Muchísimas gracias por todo lo que me enviaron. Me parece que mi madre está conmigo. Perdí a mi madre y a mi hermanito en la guerra. Le pido a Jehová que los bendiga a todos. Tengo 11 años de edad”.

Un hermano que tiene una familia de seis miembros y cuya esposa tuvo que esconderse por meses debido a su origen tribual, también mostró su agradecimiento por la ayuda que recibió; escribió: “Aunque, a diferencia de nuestros vecinos, no nos hemos metido en los hogares de la gente para quitarles su propiedad y venderla, tenemos algo que comer cada día porque sabemos usar bien lo poco que tenemos. Esto lo hemos aprendido de Jehová”.

Muy impresionante también fue el espíritu que desplegó un hermano que había huido a Costa de Marfil con su esposa y sus dos hijos. Había dejado atrás una casa excelente que después fue quemada por completo. Con todo, dijo que la pérdida que más le afligía no era la de su casa, ¡sino la de su biblioteca teocrática!

Lecciones valiosas

Al mirar atrás puedo comprender que Jehová nos enseñó muchas lecciones valiosas. Al conocer personalmente a muchos que se mantuvieron íntegros y sobrevivieron, así como a algunos que murieron en integridad, he aprendido a apreciar la importancia de tener la actitud mental del apóstol Pablo, quien escribió: “Tanto si vivimos, vivimos para Jehová, como si morimos, morimos para Jehová. Por consiguiente, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos a Jehová”. (Romanos 14:8.)

Otro misionero que ha servido por mucho tiempo comentó: “Durante la experiencia aprendimos que Jehová es un Ayudante incomparable. Como dijo Pablo: ‘Sentimos en nosotros mismos que habíamos recibido la sentencia de muerte. Esto fue para que no tuviéramos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en el Dios que levanta a los muertos’”. (2 Corintios 1:9; Salmo 30:10.) Añadió: “La guerra nos hizo ver claro que el pueblo de Jehová ciertamente es una hermandad que se ha vestido del amor abnegado que Jesús recalcó”. (Juan 13:35.)

Una carta que algunos de nosotros los misioneros recibimos de una hermana liberiana después que habíamos salido del país envuelto en guerra en octubre de 1990 ilustra bien la fortaleza de nuestra hermandad cristiana. “Oro que todos regresen pronto a Liberia y que podamos tener una asamblea —escribió—. ¡Apenas puedo esperar que llegue ese día! El solo pensar en ello me hace feliz.”

Sí, será maravilloso ver el restablecimiento pleno de la rutina usual de la actividad cristiana en Liberia. Nuestra hermana tiene razón; la primera asamblea que se celebre en Monrovia después que hayan regresado los misioneros y otros refugiados será causa de gran gozo. ¡No hay duda de que así será!

[Fotografía en la página 28]

Hijos de Testigos desplazados en la sucursal durante la guerra

[Fotografía en la página 31]

Refugiados liberianos poniendo en orden artículos de vestir que donaron los Testigos de Costa de Marfil

[Mapa en la página 27]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

LIBERIA

Monrovia

Kakata

Gbarnga

Ganta

SIERRA LEONA

GUINEA

COSTA DE MARFIL

Océano Atlántico

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