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  • Un libro que debe leerse
    Un libro para todo el mundo
    • Un libro que debe leerse

      “No hay que tomar en serio la Biblia”, dijo un profesor de universidad a una joven bastante franca.

      “¿La ha leído usted?”, preguntó ella.

      Desconcertado, el profesor tuvo que admitir que no.

      “¿Cómo puede expresarse con tanta convicción acerca de un libro que no ha leído?”

      Tenía razón. El profesor decidió leer la Biblia para formarse un juicio de ella.

      SE HA dicho que la Biblia, obra constituida por 66 escritos, es “probablemente la colección de libros que más influencia ha ejercido en la historia de la humanidad”.1 En efecto, ha influido en algunas de las mejores obras artísticas, literarias y musicales. Su impacto en la jurisprudencia ha sido considerable. Su estilo literario la ha hecho objeto de alabanzas, y muchas personas instruidas la han tenido en alta estima. Especialmente profundo ha sido su efecto en las vidas de individuos de todo estrato social. Ha infundido en muchos lectores un grado admirable de lealtad. De hecho, algunos han arriesgado su vida por leerla.

      Al mismo tiempo, en ciertos círculos se ve la Biblia con escepticismo. Hay quienes se han formado juicios muy tajantes pese a no haberla leído. Quizá le reconozcan valor histórico o literario, pero se preguntan qué trascendencia pudiera tener en este mundo moderno un libro escrito hace miles de años. Vivimos en la “era de la información”. Tenemos al alcance de la mano la información de última hora sobre sucesos actuales y avances tecnológicos. Es fácil hallar consejo “especializado” sobre prácticamente todos los problemas de la vida moderna. De modo que, ¿contiene la Biblia información práctica para hoy día?

      Este folleto procura contestar estas preguntas. No se ha preparado con ánimo de imponer criterios o creencias religiosas, sino para mostrar que la Biblia, un libro que ha influido en la historia, merece nuestro examen. Un informe publicado en 1994 reveló que algunos educadores creen firmemente que la Biblia impregna a tal grado la cultura occidental, que “toda persona, sea creyente o no, que no esté familiarizada con las enseñanzas y relatos bíblicos, es inculta”.2

      Es posible que después de leer esta publicación, concuerde en que, sin importar si se es religioso o no, la Biblia es, cuando menos, un libro que debe leerse.

  • Un libro tergiversado
    Un libro para todo el mundo
    • Un libro tergiversado

      “La tesis del doble movimiento de la Tierra, sobre su eje y alrededor del Sol, es falsa y completamente opuesta a la Santa Escritura”, afirmó la Congregación del Índice de la Iglesia Católica en un decreto de 1616.1 ¿Discrepa realmente la Biblia de los hechos científicos? ¿O es que la han tergiversado?

      EN EL invierno de 1609 a 1610, Galileo Galilei dirigió al cielo el anteojo que acababa de fabricar y descubrió cuatro lunas que daban vueltas alrededor de Júpiter. Aquel hallazgo desbarató la idea, común en aquel tiempo, de que todos los cuerpos celestes giraban en torno a la Tierra. Años antes, en 1543, el astrónomo polaco Nicolás Copérnico había formulado la teoría de que los planetas describían órbitas alrededor del Sol. Galileo comprobó que esta era una verdad científica.

      No obstante, para los teólogos católicos se trataba de una idea herética. La Iglesia había sostenido por mucho tiempo que la Tierra era el centro del universo.2 Aquella postura se fundaba en una interpretación literal de textos bíblicos que dicen que la Tierra está cimentada “sobre sus bases, y no vacilará por los siglos de los siglos”. (Salmo 104:5, Pontificio Instituto Bíblico.) Galileo tuvo que ir a Roma para comparecer ante la Inquisición, que lo sometió a un interrogatorio riguroso, lo obligó a retractarse de sus descubrimientos y lo puso en detención domiciliaria hasta el fin de sus días.

      En 1992, unos trescientos cincuenta años después de su muerte, la Iglesia Católica reconoció al fin que, después de todo, la idea de Galileo era la correcta.3 Pero si él tenía razón, ¿estaba equivocada la Biblia?

      El verdadero sentido de los pasajes bíblicos

      Galileo creía que la Biblia era veraz. Cuando sus descubrimientos científicos contradijeron la interpretación común de ciertos versículos bíblicos, llegó a la conclusión de que los teólogos no habían entendido el auténtico significado de los pasajes. Al fin y al cabo, “dos verdades no pueden contraponerse nunca”, escribió.4 Propuso la explicación de que los términos precisos de la ciencia no contradicen el lenguaje común de la Biblia. Pero los teólogos no se dejaban convencer. Insistían en que todas las afirmaciones bíblicas acerca de la Tierra debían tomarse al pie de la letra. Como consecuencia, no solo rechazaron los descubrimientos de Galileo, sino que también perdieron de vista el verdadero sentido de esas expresiones bíblicas.

      En realidad, el sentido común debería dictar que cuando la Biblia habla de “los cuatro ángulos de la tierra”, no quiere decir que sus escritores entendieran que la Tierra era literalmente cuadrada. (Revelación 7:1.) La Biblia está escrita en el lenguaje de la gente común, por lo que a menudo utiliza metáforas gráficas. De modo que cuando dice que la Tierra tiene “cuatro ángulos”, un “fundamento” perdurable, “pedestales” y una “piedra angular”, no está describiendo científicamente la Tierra; es obvio que está utilizando metáforas, como lo hacemos nosotros frecuentemente en el habla diaria.a (Isaías 51:13; Job 38:6.)

      En su libro Galileo Galilei, el biógrafo L. Geymonat escribió: “Los teólogos de mentalidad excesivamente estrecha, que pretenden basarse en los razonamientos bíblicos para fijar límites a la ciencia, no hacen más que desacreditar a la Biblia misma”.5 Eso fue exactamente lo que hicieron. De hecho, fue la interpretación de los teólogos, no la Biblia, la que puso trabas irrazonables a la ciencia.

      De igual modo, los fundamentalistas religiosos contemporáneos tergiversan la Biblia cuando insisten en que la Tierra fue creada en seis días de veinticuatro horas. (Génesis 1:3-31.) Esa opinión no concuerda ni con la ciencia ni con la Biblia. En las Escrituras, al igual que en el habla cotidiana, la palabra “día” es un término flexible que expresa unidades de tiempo de diversa duración. En Génesis 2:4 se engloba a los seis días creativos en un solo “día”. La palabra hebrea que se traduce “día” en la Biblia puede significar simplemente “un período largo”.6 De modo que no hay razón para mantener que los días creativos duraron veinticuatro horas cada uno. Al enseñar lo contrario, los fundamentalistas tergiversan la Biblia. (Véase también 2 Pedro 3:8.)

      A lo largo de la historia, los teólogos han distorsionado las Escrituras muchas veces. Examinemos otros casos en los que las religiones de la cristiandad han tergiversado lo que dice la Biblia.

      Tergiversada por la religión

      Sucede con frecuencia que las acciones de quienes alegan seguir la Biblia empañan la reputación del libro que afirman reverenciar. Muchos supuestos cristianos han derramado la sangre de sus semejantes en el nombre de Dios. Sin embargo, la Biblia insta a los seguidores de Cristo a “que se amen unos a otros”. (Juan 13:34, 35; Mateo 26:52.)

      Algunos clérigos esquilman sus rebaños, sacándoles el dinero que con tanto esfuerzo han ganado, un proceder que difiere mucho de la instrucción bíblica: “Recibieron gratis; den gratis”. (Mateo 10:8; 1 Pedro 5:2, 3.)

      Está claro que no se puede juzgar la Biblia por las palabras y acciones de quienes simplemente la citan o afirman vivir en armonía con ella. Por esa razón, la persona imparcial hace bien en averiguar por sí misma de qué trata la Biblia y por qué es un libro tan excepcional.

      [Nota]

      a Por ejemplo, hoy día hasta los astrónomos más literalistas hablan de la “salida” y la “puesta” del Sol, las estrellas y las constelaciones, aunque lo cierto es que solo se mueven en apariencia debido a la rotación de la Tierra.

      [Ilustración de la página 4]

      Dos anteojos de Galileo

      [Ilustración de la página 5]

      Galileo ante sus inquisidores

  • El libro de mayor distribución del mundo
    Un libro para todo el mundo
    • El libro de mayor distribución del mundo

      “La Biblia es el libro más leído de toda la historia. [...] Se han distribuido más ejemplares de la Biblia que de cualquier otro libro. Además, se ha traducido más veces y a más idiomas que todo otro libro.” (“The World Book Encyclopedia.”)1

      EN CIERTO sentido, la mayoría de los libros son como las personas. Aparecen, tal vez se hagan populares y, a excepción de unos cuantos clásicos, envejecen y mueren. Las bibliotecas suelen ser los cementerios de un sinfín de libros anticuados, que ya no se leen y que, para los efectos, han muerto.

      Sin embargo, la Biblia es excepcional incluso entre las obras clásicas. Aunque se comenzó a escribir hace unos tres mil quinientos años, aún goza de plena vigencia. Es, con mucho, el libro que mayor tirada ha alcanzado en el mundo.a Cada año se distribuyen unos sesenta millones de Biblias o porciones bíblicas. La primera edición impresa con caracteres móviles salió de la prensa del inventor alemán Johannes Gutenberg hacia el año 1455. Desde entonces se han impreso unos cuatro mil millones de Biblias y secciones de ella. Ningún otro libro, religioso o de otra naturaleza, se le acerca.

      La Biblia también es el libro más traducido de la historia. Cuenta con versiones íntegras o parciales en más de dos mil cien idiomas y dialectos.b Actualmente, más del 90% de la humanidad tiene acceso a, como mínimo, una porción de la Biblia en su idioma nativo.2 De modo que este libro ha traspasado las fronteras y rebasado las barreras raciales y étnicas.

      Aunque las cifras de distribución y traducción no constituyan por sí solas una razón de suficiente entidad para examinar la Biblia, son, no obstante, una prueba del interés general que suscita. No hay duda de que el libro más vendido y traducido de toda la historia merece ser examinado.

      [Notas]

      a Se cree que la segunda publicación más distribuida es el libro rojo Citas del presidente Mao Tsé-tung, del que se han vendido o distribuido unos ochocientos millones de ejemplares.

      b La cantidad de idiomas se toma de las estadísticas de las Sociedades Bíblicas Unidas.

      [Ilustración de la página 6]

      La Biblia latina de Gutenberg fue el primer libro completo editado en una prensa de caracteres móviles

  • ¿Cómo sobrevivió el libro?
    Un libro para todo el mundo
    • ¿Cómo sobrevivió el libro?

      En la antigüedad, los escritos se enfrentaban a enemigos naturales, como el fuego, la humedad y el moho. Aunque la Biblia no ha sido inmune a tales amenazas, ningún otro escrito antiguo tiene una historia comparable de supervivencia a los estragos del tiempo, de forma que se haya convertido en el libro más accesible del mundo. Dicha crónica es digna de examinarse con profundo interés.

      LOS escritores de la Biblia no grabaron sus palabras en piedra ni en perdurables tabletas de arcilla. Según parece, las escribieron en materiales perecederos, como el papiro (que se elabora con la planta egipcia del mismo nombre) y el pergamino (que se prepara con la piel de animales).

      ¿Qué les sucedió a los escritos originales? Probablemente se desintegraron hace mucho tiempo, la mayor parte en Israel. El docto Oscar Paret comenta: “Estos dos materiales de escritura [el papiro y la piel] están igualmente amenazados por la humedad, el moho y varios tipos de gusanos. Conocemos por la experiencia cotidiana la facilidad con que se deteriora el papel, e incluso el cuero resistente, cuando se coloca a la intemperie o en una habitación húmeda”.1

      Si ya no existen los originales, ¿cómo han sobrevivido hasta el día de hoy las palabras de los escritores de la Biblia?

      Conservadas por copistas meticulosos

      Poco después de escribirse los originales, comenzaron a hacerse copias a mano. De hecho, en el antiguo Israel copiar las Escrituras llegó a ser una profesión. (Esdras 7:6; Salmo 45:1.) No obstante, como las copias también se hacían en materiales perecederos, con el tiempo había que sustituirlas por otras. Cuando los originales dejaron de existir, estas se convirtieron en la base de los futuros manuscritos. Durante siglos se hicieron copias de otras copias. ¿Cambiaron significativamente el texto bíblico los errores que cometieron los copistas a lo largo de los siglos? Los hechos muestran que no.

      Los copistas profesionales vivían entregados a su labor. Sentían profunda reverencia por las palabras que copiaban y eran muy meticulosos. El término hebreo traducido “copista” es so·fér, que alude a la acción de contar y registrar. Hallamos un ejemplo de la fidelidad de los copistas en el caso de los masoretas.a Con respecto a ellos, el erudito Thomas Hartwell Horne dice: “Calcularon qué letra se encuentra a mitad del Pentateuco [los primeros cinco libros de la Biblia], qué frase se encuentra a mitad de cada libro y cuántas veces aparece en las Escrituras Hebreas cada letra del alfabeto [hebreo]”.3

      A fin de comprobar su trabajo, los copistas diestros utilizaban diversos sistemas. Para no omitir ni una sola letra del texto bíblico, iban al extremo de contar tanto las palabras como las letras que copiaban. Esta tarea implicaba un gran esmero, pues se afirma que contaban las 815.140 letras de las Escrituras Hebreas.4 Tal minuciosidad garantizaba un alto grado de fidelidad.

      Con todo, los copistas no eran infalibles. ¿Hay pruebas de que, a pesar de haberse realizado tantas copias en el transcurso de los siglos, hemos recibido un texto bíblico fidedigno?

      Base sólida para tener confianza

      Existen buenas razones para creer que la Biblia se ha transmitido fielmente hasta la actualidad. Así lo demuestran los manuscritos existentes: aproximadamente seis mil de las Escrituras Hebreas, tanto íntegros como fragmentarios, y unos cinco mil de las Escrituras Cristianas en griego. Entre ellos se encuentra un manuscrito de las Escrituras Hebreas descubierto en 1947 que ejemplifica el grado de fidelidad con que se copió la Biblia. Se le ha calificado como “el mayor descubrimiento de manuscritos de tiempos modernos”.5

      A principios de aquel año, un pastor beduino que apacentaba su rebaño descubrió una cueva cerca del mar Muerto. Allí encontró varias tinajas, la mayoría vacías. No obstante, en una de ellas, que estaba firmemente sellada, descubrió un rollo de pergamino envuelto cuidadosamente en lienzo que contenía todo el libro bíblico de Isaías. Se notaba que aquel volumen, bien conservado pero gastado, había sido reparado. Poco imaginaba el joven pastor que el antiguo rollo que tenía en sus manos acabaría siendo objeto de la atención de todo el mundo.

      ¿Qué importancia tenía aquel manuscrito? Hasta 1947, los manuscritos hebreos más antiguos databan de aproximadamente el siglo X E.C. Pero este rollo era del siglo II a.E.C.,b una diferencia de más de mil años.c Los eruditos estaban muy interesados en comparar este rollo con los manuscritos de fecha muy posterior.

      En un estudio, varios especialistas compararon el capítulo 53 de Isaías del Rollo del mar Muerto con el texto masorético elaborado mil años después. El libro A General Introduction to the Bible explica los resultados del cotejo: “De las 166 palabras de Isaías 53, solo se cuestionan diecisiete letras. Diez de ellas son simplemente cuestión de ortografía, que no afecta el sentido. Otras cuatro letras suponen cambios pequeños de estilo, como conjunciones. Las tres letras restantes componen la palabra ‘luz’, que se agrega en el versículo 11 y que no afecta demasiado el sentido. [...] Por lo tanto, en un capítulo de 166 palabras, solo se cuestiona una (compuesta de tres letras) después de mil años de transmisión, y esa palabra no cambia de modo significativo el sentido del pasaje”.7

      El profesor Millar Burrows, que durante años analizó el contenido de los rollos, llegó a una conclusión parecida: “Muchas de las diferencias entre el rollo de Isaías y el texto masorético son explicables por errores de copia. Fuera de esto, concuerda notablemente en conjunto con el texto encontrado en los manuscritos medievales. Tal concordancia en un manuscrito mucho más viejo proporciona un testimonio de seguridad respecto de la exactitud general del texto tradicional”.8

      También puede darse “testimonio reconfortante” en cuanto a las copias de las Escrituras Griegas Cristianas. Por ejemplo, el descubrimiento en el siglo XIX del Códice Sinaítico, un manuscrito en vitela fechado del siglo IV E.C., permitió corroborar la fidelidad de los manuscritos de las Escrituras Griegas Cristianas elaborados siglos después. Un fragmento de papiro del Evangelio de Juan, descubierto en el distrito de Fayum (Egipto), se fechó de la primera mitad del siglo II E.C., menos de cincuenta años después del original. La sequedad de la arena lo conservó durante siglos. El texto concuerda con el de manuscritos muy posteriores.9

      Así pues, las pruebas confirman que los copistas fueron muy fieles. Con todo, cometieron errores. No existe ningún manuscrito perfecto, ni el Rollo de Isaías del mar Muerto. Pero los expertos han logrado detectar y corregir las desviaciones con respecto al original.

      Se corrigen los errores de los copistas

      Supongamos que se pidiera a 100 personas que copiaran a mano un documento extenso. Sin lugar a dudas, por lo menos algunos copistas cometerían errores, aunque no todos incurrirían en los mismos. Si se compararan minuciosamente las 100 copias, podrían aislarse los errores y determinar el texto exacto del original aun sin haberlo visto.

      Así mismo, no todos los copistas de la Biblia cometieron las mismas equivocaciones. Con los miles de manuscritos bíblicos que ahora pueden someterse a análisis comparativo, los críticos textuales han logrado aislar los errores, determinar el texto original y anotar las correcciones precisas. El fruto de su estudio cuidadoso son los textos maestros en los idiomas originales. Estas ediciones depuradas de los textos hebreo y griego recogen las palabras que, a juicio de la mayoría de los expertos, formaron parte del texto original, y suelen incluir al pie de la página todas las variantes o lecturas alternativas que hay en los manuscritos. Los traductores de la Biblia utilizan las ediciones depuradas de los críticos textuales para traducir la Biblia a los idiomas actuales.

      De modo que cuando leemos una versión moderna de la Biblia, tenemos fundadas razones para confiar en que los textos hebreo y griego que toma como base reflejan con notable fidelidad las palabras de los escritores originales de la Biblia.d La historia de la supervivencia de la Biblia tras haberse copiado a mano durante milenios es realmente extraordinaria. Por esa razón, sir Frederic Kenyon, quien fue por mucho tiempo conservador del Museo Británico, dijo: “Hay que hacer especial hincapié en la seguridad sustancial del texto de la Biblia. [...] No es posible decir lo mismo de ningún otro libro antiguo del mundo”.10

      [Notas]

      a Los masoretas (término que significa “los maestros de la tradición”) fueron copistas de las Escrituras Hebreas que vivieron entre los siglos VI y X E.C. Sus copias manuscritas se denominan textos masoréticos.2

      b La abreviatura a.E.C. significa “antes de la era común”, y E.C., “era común”; en lugar de esta abreviatura se utiliza habitualmente d.C., “después de Cristo”.

      c La obra Textual Criticism of the Hebrew Bible, de Emanuel Tov, dice: “Apoyándose en el carbono 14 se ha fechado el 1QIsaa [el Rollo de Isaías del mar Muerto] entre 202 y 107 a.E.C. (fecha paleográfica: 125-100 a.E.C.). [...] El método paleográfico, mejorado en años recientes, permite una datación absoluta basándose en la comparación de la forma y la posición de las letras con fuentes externas, como monedas e inscripciones fechadas. Se ha convertido en un método bastante fiable”.6

      d Por supuesto, la fidelidad de los traductores a los textos originales hebreo y griego varía considerablemente.

      [Ilustración de la página 8]

      La Biblia se conservó gracias a la labor de copistas expertos

      [Ilustración de la página 9]

      El Rollo de Isaías del mar Muerto (fotografía de un facsímil) es casi idéntico al texto masorético elaborado mil años después

  • Un libro que “habla” lenguas vivas
    Un libro para todo el mundo
    • Un libro que “habla” lenguas vivas

      Si muere el idioma en el que está escrito un libro, este también muere a efectos prácticos. Pocas personas entienden hoy las antiguas lenguas en que se escribió la Biblia. Pese a ello, este libro no ha muerto. Ha sobrevivido porque ha “aprendido a hablar” los idiomas modernos de la humanidad. Los traductores que le “enseñaron” otras lenguas se enfrentaron en ocasiones a obstáculos aparentemente insalvables.

      TRADUCIR la Biblia, con sus más de mil cien capítulos y treinta y un mil versículos, es una tarea imponente. No obstante, a lo largo de los siglos, un buen número de traductores se han entregado gustosos a la labor. Muchos estuvieron dispuestos a pasar penalidades y hasta a dar la vida en el empeño. La historia de la traducción bíblica a los idiomas de la humanidad constituye una crónica singular de perseverancia e ingenio. Examinemos tan solo una pequeña parte de este fascinante relato.

      Los retos que afrontaron los traductores

      ¿Cómo se vierte un libro a un idioma que carece de representación gráfica? Ese fue precisamente el reto que afrontaron muchos traductores. Por ejemplo, en el siglo IV E.C., Ulfilas emprendió la traducción de la Biblia a una lengua contemporánea sin escritura: el gótico. Resolvió el problema inventando el alfabeto gótico, de veintisiete caracteres, cuya base principal fueron los alfabetos griego y latino. Su traducción al gótico de casi toda la Biblia quedó terminada antes del año 381 E.C.

      En el siglo IX, dos hermanos que hablaban griego, Cirilo (originalmente llamado Constantino) y Metodio, destacados doctos y lingüistas, decidieron traducir la Biblia para los pueblos de lengua eslava. Pero ese antiguo idioma, precursor de los actuales idiomas eslavos, no tenía escritura. De modo que los dos hermanos inventaron un alfabeto que les permitió elaborar una versión de la Biblia, que así “hablaría” a muchos más pueblos: los del mundo eslavo.

      En el siglo XVI, William Tyndale se dispuso a traducir la Biblia de los idiomas originales al inglés, pero se enfrentó a la enconada oposición de la Iglesia y el Estado. Tyndale, educado en Oxford, quería hacer una versión que pudiera entender hasta “el muchacho que guía el arado”.1 A fin de lograrlo, tuvo que huir a Alemania, donde imprimió en 1526 su “Nuevo Testamento” inglés. Los ejemplares se introdujeron clandestinamente en Inglaterra, lo cual enfureció tanto a las autoridades que decidieron quemarlos en público. Posteriormente Tyndale fue traicionado. Justo antes de que lo estrangularan y quemaran su cuerpo, exclamó: “¡Señor, ábrele los ojos al rey de Inglaterra!”.2

      La realización de versiones bíblicas continuó: nada detenía a los traductores. Para 1800 la Biblia se había traducido, entera o en parte, a 68 idiomas. Posteriormente, gracias a la institución de las sociedades bíblicas, en particular la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, fundada en 1804, la Biblia no tardó en “aprender” idiomas nuevos. Centenares de jóvenes se ofrecieron a ir de misioneros a otros países, muchos con el objetivo primordial de traducir las Escrituras.

      Traducción a los idiomas africanos

      En 1800 apenas una docena de lenguas africanas contaban con escritura. Cientos de idiomas tuvieron que esperar a que se les aplicara un sistema de representación gráfica. Los misioneros aprendían el idioma sin la ayuda de libros ni diccionarios, y luego elaboraban un método de escritura y enseñaban a los nativos a leerlo; de este modo podrían leer la Biblia en su propia lengua.3

      Uno de estos misioneros fue el escocés Robert Moffat. En 1821, a la edad de 25 años, fundó una misión entre los tsuanas, de África meridional. Decidido a aprender su lengua, que no tenía escritura, se relacionó con ese pueblo, viajando en ocasiones al interior para convivir con él. “La gente era amable —escribió después—, y mis lapsus con el idioma provocaban muchas carcajadas. No hubo ni una sola ocasión en la que me corrigieran sin antes imitarme con gran destreza a fin de hacer reír a los demás”.4 Moffat perseveró y con el tiempo dominó el idioma, lo que le permitió elaborar un sistema de escritura.

      En 1829, después de haber convivido con los tsuanas por ocho años, Moffat terminó la versión del Evangelio de Lucas. Con objeto de imprimirlo, recorrió unos 1.000 kilómetros en un carro tirado por bueyes hasta llegar a la costa, donde se embarcó rumbo a Ciudad del Cabo. Aunque el gobernador le dio permiso para utilizar una prensa del gobierno, Moffat tuvo que encargarse personalmente de la composición y la impresión; finalmente, el Evangelio se publicó en 1830. Los tsuanas podían leer por primera vez una porción de las Escrituras en su propio idioma. En 1857, Moffat dirigió la traducción de toda la Biblia al tsuana.

      Moffat describió posteriormente la reacción de los tsuanas al brindárseles el Evangelio de Lucas. Dijo: “Me enteré de que algunos habían recorrido cientos de millas para obtener ejemplares de San Lucas. [...] Cuando recibieron las porciones de San Lucas, los vi apretarlas contra el pecho y romper a llorar, derramando lágrimas de agradecimiento, tanto que tuve que decir a más de uno: ‘Van a estropear los libros con tantas lágrimas’”.5

      Gracias a abnegados traductores de la talla de Moffat, muchos africanos, que en algunos casos no veían en un principio la necesidad de representar gráficamente su idioma, tuvieron la oportunidad de comunicarse mediante la escritura. No obstante, los traductores estaban convencidos de haber dejado al pueblo africano un legado mucho más valioso: las Escrituras en su propia lengua. La Biblia, sea entera o en parte, “habla” en la actualidad más de seiscientos idiomas africanos.

      Traducción a los idiomas asiáticos

      Mientras en África se luchaba por formular métodos de representación gráfica para muchos idiomas, al otro lado del mundo el obstáculo era muy distinto: traducir a lenguas que contaban con sistemas de escritura complejos. Este fue el reto que entrañaba verter la Biblia a los idiomas de Asia.

      A comienzos del siglo XIX, William Carey y Joshua Marshman se establecieron en la India, lo que les permitió dominar muchos idiomas escritos. Con la ayuda del impresor William Ward, editaron versiones de al menos algunas porciones de la Biblia en casi cuarenta idiomas.6 Con respecto a William Carey, el escritor J. Herbert Kane explica: “Creó un hermoso y fluido estilo coloquial [de bengalí] que sustituyó al antiguo clásico, y de ese modo contribuyó a que fuera una lengua más entendible y atractiva para el lector moderno”.7

      Adoniram Judson, nacido y criado en Estados Unidos, viajó a Birmania, donde comenzó a traducir la Biblia al birmano en 1817. Para describir la dificultad de dominar un idioma oriental al grado preciso para verter las Escrituras, escribió: ‘Aprender la lengua de un pueblo que vive al otro lado del mundo, con patrones mentales distintos de los nuestros y que, por ende, se manifiestan en formas de expresión completamente nuevas, que emplean letras y palabras sin la más mínima semejanza con los idiomas que uno conoce, todo ello sin el auxilio del diccionario o del intérprete y sabiendo que hay que tener una mínima comprensión del idioma para beneficiarse de la ayuda de un profesor nativo, exige un enorme esfuerzo’.8

      En el caso de Judson, representó unos dieciocho años de minuciosa labor. La porción final de la Biblia en birmano se imprimió en 1835. No obstante, la estancia de Judson en Birmania le costó cara. Mientras trabajaba en su traducción, lo acusaron de espionaje y lo encerraron por casi dos años en una cárcel infestada de mosquitos. Poco después de ser liberado, su esposa y su hija pequeña fallecieron víctimas de la fiebre.

      En 1807, cuando Robert Morrison contaba 25 años, se trasladó a China, donde emprendió la complicadísima tarea de traducir la Biblia al chino, una de las lenguas más complejas. Solo tenía un conocimiento limitado del idioma, que llevaba estudiando dos años. Además, en su contra estaba la ley china, que procuraba mantener aislado el país. Los chinos tenían prohibido, bajo pena de muerte, enseñar su idioma a los extranjeros. El que un extranjero tradujera la Biblia al chino constituía igualmente un delito punible con la pena capital.

      Morrison, intrépido pero cauto, siguió estudiando el idioma y logró aprenderlo en poco tiempo. En cuestión de dos años obtuvo un empleo de traductor en la Compañía de las Indias Orientales. Aunque de día trabajaba para esa empresa, traducía la Biblia en secreto, con el constante riesgo de ser descubierto. En 1814, siete años después de su llegada a China, tenía las Escrituras Griegas Cristianas listas para la imprenta.9 Cinco años más tarde, con la ayuda de William Milne, terminó las Escrituras Hebreas.

      Fue un logro enorme: la Biblia ya “hablaba” el idioma más utilizado del mundo. Gracias a la labor de traductores capaces, se siguieron haciendo versiones en otras lenguas de Asia. Actualmente hay porciones de la Biblia en más de quinientos idiomas asiáticos.

      ¿Por qué trabajaron durante años hombres como Tyndale, Moffat, Judson y Morrison, arriesgando a veces la vida para traducir un libro del que se beneficiarían desconocidos que, en muchos casos, hablaban una lengua carente de escritura? Desde luego no iban en pos de la fama ni del dinero. Creían que la Biblia es la Palabra de Dios y que debía “hablar” a la gente, a toda persona, en su propio idioma.

      Prescindiendo de si usted opina que la Biblia es la Palabra de Dios o no, probablemente concuerde en que el altruismo de aquellos aplicados traductores es un valor que escasea en el mundo actual. ¿No merece la pena investigar un libro que inspira semejante abnegación?

      [Ilustración de la página 10]

      Tyndale traduciendo la Biblia

      [Ilustración de la página 11]

      Robert Moffat

      [Ilustración de la página 12]

      Adoniram Judson

      [Ilustración de la página 13]

      Robert Morrison

      [Gráfico de la página 12]

      (Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

      Cantidad de idiomas en los que se han impreso porciones de la Biblia desde 1800

      2.123

      1.762

      1.199

      971

      729

      522

      367

      269

      171

      107

      68

      1800 1900 1995

  • Contenido del libro
    Un libro para todo el mundo
    • Contenido del libro

      Para quien entra por primera vez en una biblioteca, la disposición de los libros pudiera resultar desconcertante. Pero basta una breve explicación de cómo están organizados para aprender a encontrar el que uno busca. De igual modo, localizar los pasajes de la Biblia es más sencillo cuando se entiende cómo está estructurada.

      LA PALABRA Biblia se deriva del vocablo griego bi·blí·a, que significaba “rollos de papiro” o “libros”.1 La Biblia es una colección, o biblioteca, de 66 libros escritos en el lapso de mil seiscientos años, desde 1513 a.E.C. hasta cerca del año 98 E.C.

      Los primeros 39 libros, que constituyen unas tres cuartas partes del total, se conocen como las Escrituras Hebreas, en alusión al idioma principal en que se escribieron. Estos libros podrían dividirse en tres categorías: 1) históricos: de Génesis a Ester, diecisiete libros; 2) poéticos: de Job a El Cantar de los Cantares, cinco libros, y 3) proféticos: de Isaías a Malaquías, diecisiete libros. Las Escrituras Hebreas abarcan la historia de la Tierra y la humanidad desde sus comienzos, así como la crónica de la antigua nación de Israel desde su fundación hasta el siglo V a.E.C.

      Los veintisiete libros restantes se denominan Escrituras Griegas Cristianas, porque se escribieron en griego, el idioma internacional de aquel tiempo. Se dividen fundamentalmente por temas: 1) los cinco libros históricos (los Evangelios y Hechos), 2) las veintiuna cartas y 3) el libro de Revelación, o Apocalipsis. Las Escrituras Griegas Cristianas se centran en las enseñanzas y actividades de Jesucristo y sus discípulos en el siglo I E.C.

  • ¿Es confiable el libro?
    Un libro para todo el mundo
    • ¿Es confiable el libro?

      “Encuentro más indicios de autenticidad en la Biblia que en cualquier historia profana.” (Sir Isaac Newton, famoso científico inglés.)1

      ¿ES FIDEDIGNA la Biblia? ¿Habla de personas reales, lugares auténticos y sucesos históricos? En tal caso, debería disponerse de indicios de que sus escritores fueron cuidadosos y honrados. Y así es. Las excavaciones arqueológicas han aportado muchas pruebas, que se suman a las que, en número superior, ofrece la propia Biblia.

      Salen a la luz las pruebas

      El descubrimiento de objetos antiguos enterrados en las tierras bíblicas respalda la exactitud histórica y geográfica de las Escrituras. Examinemos tan solo parte de las pruebas que proporcionan las excavaciones arqueológicas.

      Los lectores de la Biblia conocen bien a David, el valiente pastorcillo que llegó a ser rey de Israel. Su nombre aparece en la Biblia 1.138 veces, y la fórmula “casa de David”, que suele aludir a su dinastía, veinticinco ocasiones. (1 Samuel 16:13; 20:16.) No obstante, hasta hace poco no se contaba con pruebas extrabíblicas claras de que David hubiera existido. ¿Se trataba acaso de un personaje ficticio?

      En 1993 un equipo de arqueólogos dirigido por el profesor Avraham Biran realizó un descubrimiento asombroso, que aparece referido en el Israel Exploration Journal. En Tel Dan, antiguo montículo del norte de Israel, hallaron una piedra de basalto en la que aparecían grabadas las palabras “casa de David” y “rey de Israel”.2 Se afirma que la inscripción, fechada del siglo IX a.E.C., es parte de un monumento triunfal erigido por los arameos, enemigos de Israel que vivían al este del país. ¿Por qué es tan importante esta antigua inscripción?

      Basándose en un informe del profesor Biran y su colega, el profesor Joseph Naveh, un artículo de la revista Biblical Archaeology Review dijo: “Es la primera ocasión que se halla el nombre de David en una inscripción antigua extrabíblica”.3a Cabe destacar, además, que la fórmula “casa de David” aparece escrita como un solo término. El lingüista Anson Rainey explica: “El separador de palabras [...] suele omitirse, especialmente si la combinación es un nombre propio reconocido. ‘La casa de David’ era ciertamente un reconocido nombre político y geográfico a mediados del siglo IX a.E.C.”.5 Es evidente, pues, que el rey David y su dinastía gozaban de fama en el mundo antiguo.

      ¿Existió realmente Nínive, la gran ciudad asiria que menciona la Biblia? A principios del siglo XIX aún había críticos de la Biblia que se resistían a creerlo. Pero en 1849, sir Austen Henry Layard excavó las ruinas del palacio del rey Senaquerib en Quyunjiq, lugar que formó parte de la antigua Nínive. Por consiguiente, los críticos tuvieron que callar; pero aquellas ruinas aportaron más datos. En las paredes de una sala bien conservada se representaba la captura de una plaza fuerte y la marcha de los cautivos ante el rey invasor. Sobre el monarca aparece esta inscripción: “Senaquerib, rey del mundo, rey de Asiria, sentóse en un trono nīmedu y revisó el botín (tomado) en Lakiš (la-ki-su)”.6

      El relieve y la inscripción, que se exhiben en el Museo Británico, concuerdan con el relato bíblico de 2 Reyes 18:13, 14, que narra la captura de la ciudad judea de Lakís a manos de Senaquerib. Layard explicó así la importancia del hallazgo: “¿Quién habría creído probable, o posible, antes de los descubrimientos, que debajo del montículo de tierra y desechos que señalaba el emplazamiento de Nínive se encontraría la historia de las guerras entre Ezequías [el rey de Judá] y Senaquerib, escrita por Senaquerib mismo cuando tuvieron lugar, y que corrobora hasta en detalles menores el relato bíblico?”.7

      Los arqueólogos han desenterrado muchos otros objetos que confirman la veracidad de la Biblia: cerámica, ruinas de edificios, tabletas de arcilla, monedas, documentos, monumentos e inscripciones. Se ha excavado la ciudad caldea de Ur, el centro comercial y religioso donde vivió Abrahán.8 (Génesis 11:27-31.) La Crónica de Nabonido, que salió a la luz en el siglo XIX, relata la caída de Babilonia a manos de Ciro el Grande, en 539 a.E.C., un suceso narrado en el capítulo 5 de Daniel.9 En un arco de la antigua Tesalónica aparecía una inscripción (que se conserva de forma fragmentaria en el Museo Británico) con los nombres de los gobernantes de la ciudad, a quienes llama “politarcas”, término desconocido en la literatura clásica griega, pero que utilizó el escritor bíblico Lucas.10 (Hechos 17:6, nota.) En este, como en otros asuntos, quedó confirmada la precisión de este escritor. (Compárese con Lucas 1:3.)

      Sin embargo, los arqueólogos no siempre están de acuerdo entre ellos, y mucho menos con la Biblia. Aun así, este libro contiene en sus páginas pruebas sólidas de que es fidedigno.

      Relatos francos

      Los historiadores honrados no solo consignan las victorias —como la inscripción de la captura de Lakís a manos de Senaquerib—, los logros y las virtudes, sino también las derrotas, los fracasos y los defectos. Tal honradez no es frecuente en la historia profana.

      Con relación a los historiadores asirios, Daniel D. Luckenbill explica: “Con frecuencia se ve que la vanidad real demandaba no tomarse demasiado en serio la exactitud histórica”.11 Dicha “vanidad real” queda ilustrada en los anales del rey asirio Asurbanipal, que se jacta así: “Soy majestuoso, soy ilustre, soy excelso, soy fuerte, soy venerado, soy glorificado, soy preeminente, soy poderoso, soy intrépido, soy valiente como el león y soy heroico”.12 ¿Consideraría usted fidedigno todo lo que dicen estos anales?

      En cambio, es reconfortante constatar la sinceridad de los escritores bíblicos. Así, Moisés, el caudillo de Israel, refirió con toda franqueza las faltas de su hermano Aarón, su hermana Míriam, sus sobrinos Nadab y Abihú, y su pueblo, así como las suyas propias. (Éxodo 14:11, 12; 32:1-6; Levítico 10:1, 2; Números 12:1-3; 20:9-12; 27:12-14.) No se ocultaron los pecados graves del rey David, sino que se pusieron por escrito cuando él aún ocupaba el trono. (2 Samuel, capítulos 11 y 24.) Mateo, escritor del libro que lleva su nombre, señala que los apóstoles, entre quienes figuraba él mismo, discutieron sobre la importancia que tenía cada uno de ellos y abandonaron a Jesús la noche en que fue arrestado. (Mateo 20:20-24; 26:56.) Los redactores de las cartas de las Escrituras Griegas Cristianas admitieron con toda franqueza los problemas que afligían a algunas congregaciones cristianas primitivas, como la inmoralidad sexual y las disensiones, y no se anduvieron con rodeos a la hora de tratarlos. (1 Corintios 1:10-13; 5:1-13.)

      Una exposición tan sincera y abierta revela interés genuino por la verdad. Dado que los escritores de la Biblia estuvieron dispuestos a reflejar aspectos negativos de sus seres amados, de su pueblo y de sí mismos, ¿no es lógico confiar en sus escritos?

      Exactitud en los detalles

      Los tribunales suelen determinar si un testimonio es creíble o no tomando como base detalles menores. Si estos concuerdan, puede ser un indicio de que la declaración es verídica, mientras que si discrepan gravemente, tal vez se trate de un engaño. Por otra parte, si hay demasiado orden y meticulosidad y todos los cabos están muy bien atados, también es posible que el testimonio sea falso.

      ¿A qué nivel se sitúa el “testimonio” de los escritores de la Biblia? Sus escritos manifiestan una notable coherencia. Se ve la concordancia hasta en detalles pequeños. Sin embargo, no se trata de una armonía premeditada que infunda sospechas de confabulación. Resulta obvio que las coincidencias no se planearon y que los escritores estuvieron de acuerdo en muchos puntos sin pretenderlo, como muestran los siguientes ejemplos.

      Mateo escribió: “Y Jesús, al entrar en la casa de Pedro, vio a la suegra de este acostada y enferma con fiebre”. (Mateo 8:14.) En este pasaje, Mateo aportó un dato interesante aunque no esencial: Pedro estaba casado. Pablo lo corrobora al escribir: “¿No tenemos derecho a hacernos acompañar de una esposa cristiana como los demás apóstoles [...] y Cefas?”b. (1 Corintios 9:5, Biblia del Peregrino.) El contexto indica que Pablo se defendía de críticas injustificadas. (1 Corintios 9:1-4.) Es obvio que no introduce el dato de que Pedro estuviera casado para confirmar la exactitud del relato de Mateo, sino de modo incidental.

      Los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, narran que la noche que prendieron a Jesús, uno de los discípulos empuñó una espada y cortó la oreja del esclavo del sumo sacerdote. Solo el Evangelio de Juan añade un detalle aparentemente innecesario: “El nombre del esclavo era Malco”. (Juan 18:10, 26.) ¿Por qué es Juan el único que dice el nombre? Unos versículos más adelante, el relato señala algo que no se menciona en ningún otro pasaje: Juan “era conocido del sumo sacerdote” y su casa, de modo que él y los sirvientes se conocían. (Juan 18:15, 16.) Era natural, por tanto, que Juan mencionara el nombre del herido, pero no los demás evangelistas, para quienes era un extraño.

      En ocasiones, las explicaciones detalladas que se omiten en un relato aparecen en comentarios incidentales de otros pasajes. Por ejemplo, la narración de Mateo acerca del juicio de Jesús ante el Sanedrín judío señala que algunos presentes “le dieron de bofetadas, diciendo: ‘Profetízanos, Cristo. ¿Quién es el que te hirió?’”. (Mateo 26:67, 68.) ¿Por qué pedirían a Jesús que ‘profetizara’ quién le había golpeado, si tenía frente a él al agresor? Aunque Mateo no lo explica, dos evangelistas llenan esa laguna: los perseguidores de Jesús le cubrieron el rostro antes de abofetearlo. (Marcos 14:65; Lucas 22:64.) Mateo presenta su crónica sin preocuparse de aportar todos los detalles.

      El Evangelio de Juan narra una ocasión en la que se congregó mucha gente para escuchar a Jesús. Según el relato, cuando Jesús observó a la multitud, “dijo a Felipe: ‘¿Dónde compraremos panes para que estos coman?’”. (Juan 6:5.) ¿Por qué le preguntaría Jesús específicamente a Felipe, de entre todos los discípulos presentes, dónde podían comprar pan? El escritor no lo dice. Sin embargo, el relato paralelo de Lucas indica que se hallaban cerca de Betsaida, ciudad de la costa septentrional del mar de Galilea, y el comienzo del Evangelio de Juan señala que “Felipe era de Betsaida”. (Juan 1:44; Lucas 9:10.) Como es lógico, Jesús preguntó a quien provenía de una población cercana. La concordancia entre los detalles es asombrosa, pero obviamente involuntaria.

      En algunos casos, la omisión de algunos datos añade credibilidad al escritor bíblico. Por ejemplo, el redactor de 1 Reyes señala que en Israel hubo una sequía tan grave que el rey carecía de agua y hierba para mantener vivos a sus caballos y mulos. (1 Reyes 17:7; 18:5.) No obstante, el mismo relato menciona que el profeta Elías pidió que llevaran al monte Carmelo suficiente agua —que utilizaría en un sacrificio— para llenar una zanja que circundaba una extensión de quizá 1.000 metros cuadrados. (1 Reyes 18:33-35.) ¿De dónde salió toda aquella agua en medio de semejante sequía? El escritor de 1 Reyes no se preocupó de explicarlo. No obstante, todo israelita sabía que el Carmelo estaba en la costa del mar Mediterráneo, como indica la misma narración en un comentario incidental posterior. (1 Reyes 18:43.) De modo que podía conseguirse fácilmente agua del mar. Si este libro, que por lo general es bastante detallado, solo fuera ficción disfrazada de realidad, ¿por qué dejaría el escritor, el presunto falsificador astuto, una contradicción tan obvia en el texto?

      Así pues, ¿es fidedigna la Biblia? Los arqueólogos han descubierto suficientes objetos para corroborar que la Biblia habla de personajes, lugares y sucesos reales. Sin embargo, aún son más contundentes las pruebas que aporta el propio libro. Sus francos escritores no omitieron datos negativos acerca de nadie, ni siquiera de sí mismos. La coherencia interna de los escritos, incluidas las coincidencias no planeadas, da al “testimonio” un inconfundible cariz de verdad. Con tales “indicios de autenticidad”, la Biblia es, sin duda alguna, un libro en el que se puede confiar.

      [Notas]

      a Después de aquel descubrimiento, el profesor André Lemaire comentó que al realizarse una nueva reconstrucción de una línea deteriorada de la Estela de Mesá (la Piedra Moabita), descubierta en 1868, también se había hallado una referencia a la “casa de David”.4

      b “Cefas” es el equivalente semítico de “Pedro”. (Juan 1:42.)

      [Ilustración de la página 15]

      El fragmento de Tel Dan

      [Ilustración de las páginas 16 y 17]

      Relieve de una pared asiria que representa el asedio de Lakís mencionado en 2 Reyes 18:13, 14

  • ¿Concuerda el libro con la ciencia?
    Un libro para todo el mundo
    • ¿Concuerda el libro con la ciencia?

      La religión no siempre ha congeniado con la ciencia. En siglos pasados, algunos teólogos se oponían a los descubrimientos científicos si les parecía que contravenían su interpretación de la Biblia. Pero, ¿existe verdadero antagonismo entre la ciencia y las Escrituras?

      SI LOS escritores de la Biblia hubieran suscrito los postulados científicos prevalentes en su tiempo, tendríamos un libro repleto de errores mayúsculos. Pero aquellos escritores no defendieron tales conceptos erróneos y poco científicos. Por el contrario, sus afirmaciones no solo fueron correctas según la ciencia, sino totalmente contrarias a las opiniones populares de su tiempo.

      ¿Qué forma tiene la Tierra?

      Esta pregunta intrigó al hombre por miles de años. Según la opinión general en la antigüedad, la Tierra era plana. Así, los babilonios se imaginaban el universo como una caja o cámara que tenía por suelo la Tierra. En la India, los sacerdotes védicos pensaban que la Tierra era plana y que solo tenía un lado habitado. Cierta tribu primitiva de Asia la concebía como una enorme bandeja de té.

      Ya en el siglo VI a.E.C., el filósofo griego Pitágoras formuló la teoría de que, puesto que la Luna y el Sol eran esféricos, la Tierra también debía de ser una esfera. Posteriormente, Aristóteles (siglo IV a.E.C.) propuso la misma tesis, y explicó que los eclipses lunares demuestran la esfericidad del planeta, pues la sombra que este proyecta sobre la Luna es curva.

      Sin embargo, la noción de una Tierra plana (habitada solo por el lado superior) no desapareció por completo. Para algunos era inaceptable la implicación lógica de que la Tierra fuera redonda: el concepto de las antípodas.a Lactancio, apologista cristiano del siglo IV E.C., se burló de aquella idea. Razonó así: “¿Hay alguien tan ignorante que crea que hay hombres cuyos pies están por encima de sus cabezas? [...] ¿O que [...] las plantas y los árboles crezcan al revés y que la lluvia, la nieve y el granizo caigan hacia arriba sobre la tierra?”.2

      El concepto de las antípodas presentaba un dilema para algunos teólogos. Ciertas teorías sostenían que si había habitantes en las antípodas, no podían tener relación alguna con la humanidad conocida porque, o bien el mar era demasiado extenso para cruzarlo, o el ecuador estaba rodeado de una zona tórrida infranqueable. De modo que, ¿de dónde habían salido? Desconcertados, algunos teólogos preferían creer que no había antípodas, o incluso, como había propuesto Lactancio, que la Tierra no podía ser una esfera.

      No obstante, el concepto de una Tierra esférica prevaleció y terminó gozando de amplia aceptación. Hubo que esperar a los comienzos de la era espacial, en el siglo XX, para que los seres humanos consiguieran alejarse lo suficiente de la Tierra como para verificar por observación directa que nuestro planeta es un globo.b

      Ahora bien, ¿qué decía la Biblia sobre este particular? En el siglo VIII a.E.C., cuando predominaba la idea de que la Tierra era plana, siglos antes de que los filósofos griegos formularan la teoría de que probablemente era esférica, y miles de años antes de que los seres humanos la vieran como un globo desde el espacio, el profeta hebreo Isaías dijo con asombrosa sencillez: “Hay Uno que mora por encima del círculo de la tierra”. (Isaías 40:22.) La palabra hebrea jugh, traducida en este texto “círculo”, también puede traducirse “esfera”.3 Otras versiones de la Biblia leen “globo de la tierra” (Evaristo Martín Nieto) y “orbe terrestre” (Biblia de Jerusalén).c

      El escritor bíblico Isaías no hizo referencia a los mitos populares acerca de la Tierra; escribió una afirmación que no ha estado en pugna con los adelantos del descubrimiento científico.

      ¿Cómo se sostiene la Tierra?

      En la antigüedad, al hombre le intrigaban otras cuestiones del cosmos: ¿Sobre qué descansa la Tierra? ¿Qué sostiene al Sol, la Luna y las estrellas? Entonces no se conocía la ley de la gravitación universal, formulada por Isaac Newton y publicada en 1687. Como la idea de que los astros estaban suspendidos en el espacio vacío era desconocida, solía explicarse que ciertos objetos o sustancias tangibles sostenían la Tierra y los demás astros.

      Por ejemplo, una antigua teoría, quizás de origen isleño, era que la Tierra flotaba en las aguas que la rodeaban. Los hindúes creían que reposaba sobre varios fundamentos, colocados uno encima del otro. Según ellos, descansaba sobre cuatro elefantes, que a su vez estaban sobre una enorme tortuga, y esta, sobre una inmensa serpiente enroscada que flotaba en las aguas universales. Empédocles, filósofo griego del siglo V a.E.C., creía que la Tierra se sustentaba sobre un torbellino que causaba el movimiento de los astros.

      Las ideas de Aristóteles estuvieron entre las más influyentes. Aunque propuso la teoría de que la Tierra era una esfera, negó que pudiera estar suspendida en el vacío. En su tratado Del cielo refutó el concepto de que la Tierra reposara sobre el agua, pues afirmó que era “la misma la noción acerca de la tierra y acerca del agua [...]. Porque tampoco el agua es apta para permanecer en lo alto, antes siempre está encima de algo”.4 Por consiguiente, ¿qué sustenta la Tierra? Aristóteles enseñaba que el Sol, la Luna y las estrellas estaban sujetos a la superficie de esferas sólidas y transparentes. Las esferas estaban unas dentro de otras, y en el centro de todas ellas se encontraba inmóvil la Tierra. Al girar las esferas una dentro de otra, los objetos que había sobre ellas —el Sol, la Luna y los planetas— se desplazaban en el cielo.

      La explicación aristotélica parecía lógica. Si los astros no se hallaban adheridos con firmeza a algo, ¿de qué otro modo podían estar suspendidos? Los criterios del venerado Aristóteles se aceptaron como un hecho durante unos dos mil años. Según The New Encyclopædia Britannica, en los siglos XVI y XVII sus enseñanzas “habían adquirido la categoría de dogma religioso” a los ojos de la Iglesia.5

      La invención del telescopio llevó a que los astrónomos cuestionaran la teoría de Aristóteles. Sin embargo, no hallaron una respuesta definida hasta que sir Isaac Newton explicó que los planetas estaban suspendidos en el vacío y se mantenían en sus órbitas gracias a una fuerza invisible: la gravedad. Esta idea parecía inverosímil, y a algunos de los colegas de Newton se les hizo difícil aceptar que el espacio fuera un vacío casi sin materia.d6

      ¿Qué decía la Biblia sobre este tema? Hace casi tres mil quinientos años, la Biblia afirmó con claridad meridiana que la Tierra cuelga “sobre nada”. (Job 26:7.) En el hebreo original, la palabra que en este pasaje se traduce “nada” (beli-máh) significa literalmente “sin algo”.7 La versión del Pontificio Instituto Bíblico utiliza la expresión “en el vacío”.

      En aquel tiempo casi nadie se imaginaba que la Tierra era un planeta suspendido “en el vacío”. No obstante, el escritor bíblico se adelantó muchísimo a su tiempo al hacer una afirmación científicamente exacta.

      ¿Concuerdan la Biblia y la medicina?

      La medicina moderna nos ha enseñado mucho acerca de la propagación y prevención de las enfermedades. Los adelantos médicos del siglo XIX contribuyeron a la introducción en la práctica médica de la antisepsia: la prevención de las infecciones mediante la eliminación de los gérmenes. Los resultados fueron espectaculares. Se redujo drásticamente la cantidad de infecciones y muertes prematuras.

      Sin embargo, en la antigüedad los médicos no entendían del todo la propagación de las enfermedades ni la importancia de la higiene en su prevención. No es de extrañar que muchas de sus prácticas parezcan bárbaras según los criterios modernos.

      Uno de los textos médicos más antiguos que se conservan es el Papiro de Ebers, una recopilación de los conocimientos médicos de Egipto que data aproximadamente del año 1550 a.E.C. Este rollo contiene unos setecientos remedios para diversas dolencias: “de la mordedura de cocodrilo al dolor en una uña del pie”.8 The International Standard Bible Encyclopaedia afirma: “Los conocimientos de aquellos médicos eran puramente empíricos, muy influidos por la magia y nada científicos”.9 Aunque la mayor parte de aquellos tratamientos eran simplemente inútiles, algunos eran muy peligrosos. Uno de los tratamientos que se prescribían para curar una herida consistía en aplicar un preparado a base de excremento humano mezclado con otras sustancias.10

      Este texto de recetas curativas egipcias es más o menos contemporáneo de los primeros libros de la Biblia, que incluían la Ley mosaica. Moisés, que nació en 1593 a.E.C., se crió en Egipto. (Éxodo 2:1-10.) Como perteneció a la casa de Faraón, fue “instruido en toda la sabiduría de los egipcios”. (Hechos 7:22.) Conocía a “los médicos” de aquella nación. (Génesis 50:1-3.) ¿Influyeron en sus escritos aquellas prácticas médicas inútiles y hasta peligrosas?

      Todo lo contrario. La Ley mosaica incluyó normas sanitarias muy adelantadas para la época. Por ejemplo, prescribió que en los campamentos militares se enterrara el excremento lejos del recinto. (Deuteronomio 23:13.) Aquella medida preventiva era sumamente avanzada. Evitaba que el agua se contaminara y prevenía la shigelosis, afección transmitida por las moscas, y otras enfermedades diarreicas que aún se cobran todos los años millones de vidas en países donde las condiciones sanitarias son deplorables.

      La Ley mosaica contenía otras normas de higiene que protegían a Israel de la propagación de enfermedades infecciosas. Si alguien tenía un mal contagioso o se sospechaba que lo padecía, se le ponía en cuarentena. (Levítico 13:1-5.) Las prendas o recipientes que entraban en contacto con un animal que hubiera muerto por causas naturales (quizá por una enfermedad) debían lavarse o destruirse. (Levítico 11:27, 28, 32, 33.) Todo el que tocaba un cadáver era considerado inmundo y debía someterse a un procedimiento de limpieza que incluía lavarse la ropa y bañarse. Durante el período de inmundicia de siete días, debía evitar contacto físico con los demás. (Números 19:1-13.)

      Este código sanitario manifiesta una sabiduría de la que carecían los médicos de las naciones vecinas de aquella época. Milenios antes de que la medicina descubriera cómo se propagan las enfermedades, la Biblia había prescrito medidas preventivas razonables para evitarlas. No sorprende que Moisés dijera que los israelitas de su tiempo vivían 70 u 80 años.e (Salmo 90:10.)

      Tal vez se reconozca que las anteriores declaraciones bíblicas son exactas en lo que a la ciencia se refiere. Pero la Biblia hace otras afirmaciones para las que no se pueden aducir pruebas científicas. ¿Significa esto necesariamente que la Biblia y la ciencia están en pugna?

      Aceptar lo indemostrable

      Una afirmación indemostrable no tiene por qué ser falsa. La prueba científica se ve limitada por la capacidad humana de descubrir suficientes datos y de interpretarlos correctamente. Algunas verdades no pueden verificarse porque los indicios no se conservan, no están claros o no se han descubierto, o porque la capacidad y la pericia de los científicos no bastan para llegar a una conclusión incuestionable. ¿Pudiera ser este el caso con respecto a ciertas afirmaciones bíblicas que carecen de corroboración física?

      Por ejemplo, las alusiones que hace la Biblia a un lugar invisible habitado por seres espirituales no pueden demostrarse, aunque tampoco refutarse, científicamente. Lo mismo cabe decir de los milagros mencionados en las Escrituras. Tampoco hay suficiente prueba geológica clara del Diluvio universal de tiempos de Noé que satisfaga a toda persona. (Génesis, capítulo 7.) ¿Debemos llegar a la conclusión de que no sucedió? El tiempo y los cambios oscurecen algunos acontecimientos históricos. ¿No es posible que miles de años de actividad geológica hayan borrado gran parte de los indicios del Diluvio?

      Es cierto que la Biblia hace afirmaciones que no pueden demostrarse ni refutarse con las pruebas físicas disponibles; ¿debería sorprendernos este hecho? La Biblia no es un libro de ciencia, pero sí es un libro que dice la verdad. Ya hemos examinado testimonios contundentes de que sus escritores fueron íntegros y honrados. Y cuando tocan temas relacionados con la ciencia, sus palabras son fidedignas y están totalmente libres de las antiguas teorías “científicas” que resultaron ser meras falacias. De modo que la ciencia no es enemiga de la Biblia. Hay muchas razones para examinar con mente imparcial lo que dice.

      [Notas]

      a “Las antípodas [...] aluden al lugar del planeta que, con respecto a otro, está diametralmente opuesto. Si se trazara una línea recta entre ellos, pasaría por el centro de la Tierra. La palabra antípodas significa en griego con los pies en oposición. Dos personas que estuvieran en las antípodas estarían más cerca una de la otra por las plantas de los pies.”1 (The World Book Encyclopedia.)

      b Más exactamente, la Tierra es un esferoide ligeramente achatado por los polos.

      c Cabe añadir que solo un objeto esférico ofrece una apariencia circular desde todo ángulo. Un disco plano parecería en la mayoría de los casos una elipse, no un círculo.

      d Una noción que predominaba en tiempos de Newton era que el universo estaba lleno de un fluido, un “caldo” cósmico, en el que había remolinos que ponían en movimiento los planetas.

      e En 1900, la esperanza de vida en muchos países europeos y en Estados Unidos era inferior a 50 años. A partir de entonces ha aumentado drásticamente, no solo gracias al progreso médico en el control de las enfermedades, sino también a las mejoras en la higiene y las condiciones de vida.

      [Comentario de la página 21]

      Una afirmación indemostrable no tiene por qué ser falsa

      [Ilustración de la página 18]

      Miles de años antes de que el hombre viera desde el espacio el globo terráqueo, la Biblia habló del “círculo de la tierra”

      [Ilustración de la página 20]

      Sir Isaac Newton explicó que la gravedad mantiene a los planetas en sus órbitas

  • Un libro práctico para la vida moderna
    Un libro para todo el mundo
    • Un libro práctico para la vida moderna

      Aunque los libros que ofrecen consejo son muy populares hoy en día, no tardan en quedarse anticuados, lo que exige que se los revise o sustituya. ¿Qué puede decirse de la Biblia? Pese a que terminó de escribirse hace casi dos mil años, su mensaje original jamás se ha sometido a mejoras o revisiones. ¿Pudiera contener, entonces, orientación práctica para nuestros tiempos?

      ALGUNAS personas dicen que no. “Nadie recomendaría el uso de un texto editado en 1924 en una clase moderna de química”, escribió el doctor Eli S. Chesen al explicar por qué consideraba anticuada la Biblia.1 Este argumento parece lógico. Dado que el hombre ha aprendido mucho sobre la salud mental y el comportamiento humano desde que se escribió la Biblia, ¿qué vigencia pudiera tener este antiguo libro en la actualidad?

      Principios eternos

      Aunque los tiempos han cambiado, las necesidades esenciales del hombre siguen siendo las mismas. Desde el comienzo de la historia, el ser humano tiene necesidades afectivas. Desea ser feliz y que su vida posea sentido. Necesita consejo para afrontar las presiones económicas, tener éxito en el matrimonio e inculcar valores morales en sus hijos. La Biblia contiene recomendaciones sobre estas necesidades básicas. (Eclesiastés 3:12, 13; Romanos 12:10; Colosenses 3:18-21; 1 Timoteo 6:6-10.)

      El consejo bíblico manifiesta un conocimiento profundo de la naturaleza humana. Basten unos cuantos ejemplos de principios eternos que son prácticos para la vida moderna.

      Orientación práctica para el matrimonio

      La familia, dice la revista Crónica ONU, “es la unidad más antigua y más básica de la organización humana; el vínculo más crucial entre las generaciones”. Sin embargo, dicho ‘vínculo crucial’ está desintegrándose a un ritmo alarmante. “En el mundo de hoy —dice la revista—, muchas familias enfrentan retos intimidantes que ponen en peligro su capacidad para funcionar y, en verdad, hasta para sobrevivir”.2 ¿Qué consejo ofrece la Biblia para ayudar a la familia a sobrevivir?

      Para empezar, dice mucho de cómo deben tratarse los cónyuges. Por ejemplo, con respecto al marido dice: “Los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama, porque nadie jamás ha odiado a su propia carne; antes bien, la alimenta y la acaricia”. (Efesios 5:28, 29.) Y aconseja a la mujer que tenga “profundo respeto a su esposo”. (Efesios 5:33.)

      Examinemos los resultados de poner en práctica dicho consejo bíblico. El marido que ama a su mujer ‘como a su propio cuerpo’ no la trata con odio ni crueldad. No la golpea ni la maltrata verbal ni emocionalmente. Le otorga la misma estima y consideración que se tiene a sí mismo. (1 Pedro 3:7.) Ella, por lo tanto, se siente amada y segura en el matrimonio. De este modo, el padre da a los hijos un buen ejemplo de cómo debe tratarse a la mujer. Por otro lado, la esposa que siente “profundo respeto” por su marido, no atenta contra su dignidad criticándolo o denigrándolo constantemente. Gracias al respeto de la esposa, este percibe que confían en él, lo aceptan y aprecian.

      ¿Es práctico dicho consejo en el mundo moderno? Es interesante que los especialistas en el tema de la familia han llegado a conclusiones parecidas. La administradora de un servicio de orientación familiar dijo: “Las familias más saludables que conozco se caracterizan por un estrecho vínculo de amor entre el padre y la madre. [...] Parece que esta intensa relación fundamental infunde seguridad a los hijos”.3

      En el transcurso de los años, el consejo bíblico acerca de la unión conyugal ha resultado más confiable que el de muchísimos consejeros bienintencionados. No hace tanto, un buen número de especialistas abogaba por el divorcio como la solución rápida y fácil a un matrimonio infeliz. Hoy día es más frecuente que animen a las parejas a luchar para que la unión perdure siempre que sea posible. Pero este cambio ha tenido lugar después de haberse ocasionado un sinnúmero de daños.

      En contraposición, la Biblia proporciona consejo confiable y equilibrado sobre el tema del matrimonio. Permite el divorcio en ciertas circunstancias extremas. (Mateo 19:9.) Pero lo condena si obedece a razones frívolas. (Malaquías 2:14-16.) También censura la infidelidad marital. (Hebreos 13:4.) Señala que el matrimonio implica compromiso: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne”.a (Génesis 2:24; Mateo 19:5, 6.)

      El consejo bíblico sobre el matrimonio es tan importante hoy día como cuando se escribió. Si los cónyuges se tratan con amor y respeto y consideran el matrimonio una relación exclusiva, es más probable que este sobreviva, y con él, la familia.

      Orientación práctica para los padres

      Hace varias décadas, muchos padres, alentados por las “ideas innovadoras” sobre la educación de los hijos, pensaban que estaba “prohibido prohibir”.8 Temían que fijar límites a los niños los traumatizara y frustrara. Los consejeros en materia de crianza de los hijos insistían, con buenas intenciones, en que los padres se limitaran a lo sumo a corregir levemente a los hijos. Pero ahora muchos expertos se replantean la importancia de la disciplina y bastantes padres preocupados buscan esclarecimiento sobre el tema.

      No obstante, la Biblia ha ofrecido desde el primer momento consejo claro y razonable sobre la crianza de los hijos. Hace casi dos mil años dijo: “Padres, no estén irritando a sus hijos, sino sigan criándolos en la disciplina y regulación mental de Jehová”. (Efesios 6:4.) El sustantivo griego traducido “disciplina” significa “educación”, “formación”, “instrucción”.9 La Biblia dice que dicha disciplina, o instrucción, es prueba del amor paterno. (Proverbios 13:24.) Los hijos crecen con normas morales bien definidas y un sentido desarrollado del bien y el mal. La disciplina les hace ver que sus padres se interesan por ellos y por el tipo de personas que serán.

      Pero la autoridad de los padres, “la vara de la disciplina”, jamás debe ejercerse de forma abusiva.b (Proverbios 22:15; 29:15.) La Biblia aconseja a los padres: “No os excedáis al reprender a vuestros hijos, no sea que se vuelvan pusilánimes”. (Colosenses 3:21, Sagrada Biblia, Universidad de Navarra.) También reconoce que el castigo corporal no es por lo general el método de enseñanza más efectivo. Proverbios 17:10 dice: “Una reprensión obra más profundamente en un entendido que el golpear cien veces a un estúpido”. Además, la Biblia recomienda la disciplina preventiva. En Deuteronomio 11:19 se insta a los padres a aprovechar las ocasiones informales para inculcar en los hijos valores morales. (Véase también Deuteronomio 6:6, 7.)

      El consejo eterno que da la Biblia a los padres está claro. Los hijos necesitan disciplina amorosa y consecuente. La práctica demuestra que este consejo surte efecto.c

      Cómo superar las barreras que dividen a la gente

      Hoy día la gente vive dividida por barreras raciales, nacionales y étnicas. Estos muros artificiales contribuyen a que por todo el mundo mueran en la guerra seres humanos inocentes. Si tomamos como base la historia, la perspectiva de que los hombres y las mujeres de distintas razas y nacionalidades se vean y traten como iguales es muy sombría. “La solución —dice un estadista africano— está en nuestro corazón.”11 Pero cambiar el corazón humano es difícil. No obstante, examinemos cómo llega al corazón el mensaje bíblico y fomenta actitudes igualitarias.

      La enseñanza bíblica de que Dios “hizo de un solo hombre toda nación de hombres”, excluye toda idea de superioridad racial. (Hechos 17:26.) Muestra que todas las razas se reducen a una sola especie, la humanidad. Además, la Biblia nos anima a ‘hacernos imitadores de Dios’, de quien dice: “No es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Efesios 5:1; Hechos 10:34, 35.) Para quienes toman en serio las Escrituras y procuran vivir según sus enseñanzas, este conocimiento tiene un efecto unificador. Influye en lo más profundo, en el corazón humano, y elimina las barreras artificiales que dividen a la gente. He aquí un ejemplo.

      Durante las campañas bélicas de Hitler en Europa, un grupo de cristianos, los testigos de Jehová, se negaron rotundamente a matar a seres inocentes. No estaban dispuestos a ‘alzar la espada’ contra su semejante. Adoptaron esta postura porque deseaban agradar a Dios. (Isaías 2:3, 4; Miqueas 4:3, 5.) Creían sinceramente en la enseñanza bíblica de que ninguna nación ni raza es mejor que las demás. (Gálatas 3:28.) A consecuencia de su postura pacífica, los testigos de Jehová figuraron entre los primeros internos de los campos de concentración. (Romanos 12:18.)

      Pero no todos los que afirmaban regirse por la Biblia siguieron tal proceder. Poco después de la II Guerra Mundial, Martin Niemöller, un clérigo protestante alemán, escribió: “El que desee culpar a Dios de [las guerras] no conoce, o no quiere conocer, la Palabra de Dios [...;] a través de los tiempos las iglesias cristianas se han prestado reiteradamente a bendecir las guerras, las tropas y las armas y, [...] contrario al espíritu cristiano, han orado a Dios por la aniquilación de los enemigos en la guerra. Todo ello es culpa nuestra y de nuestros padres, pero de ningún modo de Dios. Y nosotros, los cristianos de hoy, nos sentimos avergonzados delante de la llamada secta de los Estudiantes Sinceros de la Biblia [testigos de Jehová], centenares y millares de los cuales fueron internados en los campos de concentración y [hasta] murieron por negarse a servir de soldados en la guerra y a no querer disparar contra sus semejantes”.12

      Los testigos de Jehová son bien conocidos hasta el día de hoy por su hermandad, que une a judíos y árabes, serbios y croatas, hutus y tutsis. No obstante, los Testigos reconocen de inmediato que dicha unidad es posible, no porque sean mejores que los demás, sino gracias a que les motiva el poder del mensaje bíblico. (1 Tesalonicenses 2:13.)

      Orientación práctica que fomenta buena salud mental

      La salud física depende muchas veces del equilibrio mental y emocional. Por ejemplo, los estudios han confirmado los efectos nocivos de la ira. En su libro Anger Kills (La ira mata), el doctor Redford Williams, director de Investigaciones sobre el Comportamiento en el Centro Médico de la Universidad de Duke, y su esposa, Virginia Williams, dicen que “la mayoría de las pruebas disponibles indican que las personas hostiles son más propensas a padecer enfermedades cardiovasculares (y de otro tipo) por varias razones, tales como un menor apoyo social, un aumento en las reacciones biológicas ocasionado por la furia y una mayor participación en conductas perjudiciales para la salud”.13

      Miles de años antes de realizarse estos estudios, la Biblia relacionó, en términos sencillos pero claros, las emociones con la salud física: “Un corazón calmado es la vida del organismo de carne, pero los celos son podredumbre a los huesos”. (Proverbios 14:30; 17:22.) Las Escrituras dan estos sabios consejos: “Depón la cólera y deja la furia”, y: “No te des prisa en tu espíritu a sentirte ofendido [o “airarte”, Bartina-Roquer]”. (Salmo 37:8; Eclesiastés 7:9.)

      La Biblia también proporciona consejos sensatos para controlar la ira. Por ejemplo, Proverbios 19:11 dice: “La perspicacia del hombre ciertamente retarda su cólera, y es hermosura de su parte pasar por alto la transgresión”. La palabra hebrea para “perspicacia” se deriva de un verbo que denota “conocimiento de la razón” de las cosas.14 El consejo prudente es “pensar antes de actuar”. Tratar de comprender las razones subyacentes por las que la gente habla o actúa de determinada manera, nos ayudará a ser más tolerantes y menos iracundos. (Proverbios 14:29.)

      En Colosenses 3:13 se encuentra otro consejo práctico: “Continúen soportándose unos a otros y perdonándose liberalmente unos a otros”. La vida está llena de pequeñas molestias. La frase “continúen soportándose” comunica la idea de tolerar lo que nos disgusta de los demás. “Perdonar” implica no guardar rencor. A veces es prudente no abrigar resentimiento, sino despedirlo de la mente; lo único que logramos permaneciendo enojados es abrumarnos aún más. (Véase el recuadro “Orientación práctica para las relaciones humanas”.)

      Hoy día existen muchas fuentes de consejo y orientación. Pero la Biblia es verdaderamente singular. Su consejo no es simple teoría y jamás perjudica. Su sabiduría ha resultado ‘muy fidedigna’. (Salmo 93:5.) Además, el consejo bíblico es eterno. Aunque la Biblia terminó de escribirse hace casi dos mil años, su mensaje todavía es aplicable. Y surte el mismo efecto no importa el color de nuestra piel o el país donde vivamos. Además, sus palabras tienen poder, el poder de cambiar a la gente para bien. (Hebreos 4:12.) Por lo tanto, leer este libro y poner en práctica sus principios puede mejorar nuestra calidad de vida.

      [Notas]

      a El término hebreo da·váq, que en este pasaje se traduce “adherirse”, “transmite la idea de apegarse a alguien con cariño y lealtad”.4 La palabra griega, que se vierte “se adherirá” en Mateo 19:5 es afín a un vocablo que significa “pegar”, “encolar”, “unirse estrechamente”.5

      b En tiempos bíblicos, la palabra vara (hebreo, sché·vet) significaba “bastón” o “cayado”, como el que usa un pastor.10 En este contexto, la vara de autoridad comunica la idea de orientación amorosa, no de crueldad. (Compárese con Salmo 23:4.)

      c Véanse los capítulos “Eduquemos a los hijos desde la infancia”, “Cómo contribuir a la formación del adolescente”, “¿Hay un rebelde en casa?” y “Protejamos a la familia de las influencias destructivas”, del libro El secreto de la felicidad familiar, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

      [Comentario de la página 24]

      La Biblia ofrece consejo claro y razonable sobre la vida de familia

      [Recuadro de la página 23]

      CARACTERÍSTICAS DE LAS FAMILIAS SALUDABLES

      Hace varios años, una educadora y especialista en temas familiares realizó un extenso estudio, para el que recabó los comentarios de más de quinientos consejeros familiares sobre qué características observaban en las familias “saludables”. Curiosamente, algunos de los aspectos más mencionados ya los recomendaba la Biblia desde hacía mucho tiempo.

      Encabezaba la lista la buena comunicación, lo que incluía algunos métodos eficientes de zanjar las desavenencias. Un denominador común de las familias saludables es que “nadie se va a la cama enojado con nadie”, escribió la autora del estudio.6 Hace ya más de mil novecientos años, la Biblia aconsejaba: “Estén airados, y, no obstante, no pequen; que no se ponga el sol estando ustedes en estado provocado”. (Efesios 4:26.) En tiempos bíblicos, los días se contaban de una puesta del Sol a la siguiente. De modo que mucho antes de los estudios sobre la familia, la Biblia aconsejaba sabiamente resolver las diferencias enseguida, antes de que diera comienzo un nuevo día.

      Las familias saludables “no tratan temas polémicos justo antes de salir de casa o de dormir —descubrió la autora—. Vez tras vez he oído la frase ‘el momento adecuado’”.7 Aunque no fueran conscientes de ello, aquellas familias se hacían eco del proverbio bíblico escrito hace más de dos mil setecientos años: “Como manzanas de oro en entalladuras de plata es una palabra hablada al tiempo apropiado para ella”. (Proverbios 15:23; 25:11.) Este símil pudiera aludir a ornamentos dorados en forma de manzana que se colocaban en bandejas de plata labrada, que en tiempos bíblicos constituían hermosas posesiones muy apreciadas. Expresa la belleza y el valor de las palabras pronunciadas oportunamente. En circunstancias tensas, las expresiones atinadas que se hacen en el momento adecuado son valiosísimas. (Proverbios 10:19.)

      [Recuadro de la página 26]

      ORIENTACIÓN PRÁCTICA PARA LAS RELACIONES HUMANAS

      “Agítense, pero no pequen. Digan lo que quieran en su corazón, sobre su cama, y callen”. (Salmo 4:4.) Con la mayoría de las ofensas pequeñas, es prudente refrenar la lengua para que no se exalten los ánimos.

      “Existe el que habla irreflexivamente como con las estocadas de una espada, pero la lengua de los sabios es una curación”. (Proverbios 12:18.) Conviene pensar antes de hablar. Las palabras irreflexivas pueden ser hirientes y acabar con las amistades.

      “La respuesta, cuando es apacible, aparta la furia, pero la palabra que causa dolor hace subir la cólera”. (Proverbios 15:1.) Aunque responder con apacibilidad exige bastante autodominio, resuelve muchos problemas y fomenta las relaciones pacíficas.

      “El principio de la contienda es como alguien que da curso libre a las aguas; por eso, antes que haya estallado la riña, retírate”. (Proverbios 17:14.) Es prudente alejarse de una situación conflictiva antes de perder la calma.

      “No te dejes llevar por el enojo, porque el enojo es propio de gente necia”. (Eclesiastés 7:9, Versión Popular.) Las acciones suelen ir precedidas de emociones. Quien se ofende con facilidad es necio, pues tal vez desencadene palabras o acciones precipitadas.

      [Ilustración de la página 25]

      Los testigos de Jehová figuraron entre los primeros internos de los campos de concentración

  • Un libro de profecías
    Un libro para todo el mundo
    • Un libro de profecías

      A la gente le interesa el futuro. Busca predicciones confiables respecto a muchos asuntos, desde pronósticos meteorológicos hasta indicadores económicos. Sin embargo, cuando actúa en conformidad con dichas previsiones, suele quedar defraudada. La Biblia está repleta de predicciones, o profecías. Pero ¿son fidedignas? ¿Constituyen historia escrita de antemano, o historia disfrazada de profecía?

      EL POLÍTICO romano Catón (234-149 a.E.C.) dijo que “se admiraba de que un arúspice [adivino] al ver otro arúspice no lanzase la carcajada”.1 Hoy día muchos ven con escepticismo a los futurólogos, los astrólogos y otros adivinos, quienes suelen formular sus predicciones con términos tan vagos, que son susceptibles de una amplia gama de interpretaciones.

      Ahora bien, ¿qué puede decirse de las profecías bíblicas? ¿Existen motivos para verlas con escepticismo, o hay razón para confiar en ellas?

      No son meras conjeturas lógicas

      Los entendidos pueden especular con acierto respecto al futuro fundándose en las tendencias que observan, aunque no siempre atinan. El libro El “shock” del futuro contiene esta observación: “Toda sociedad se enfrenta no solamente con una sucesión de futuros probables, sino también con una serie de futuros posibles y con un conflicto sobre los futuros preferibles”. Agrega: “Desde luego, nadie puede ‘conocer’ el futuro de un modo absoluto. Sólo podemos sistematizar y profundizar más en nuestras presunciones, y tratar de asignarles probabilidades”.2

      Pero los escritores de la Biblia no se limitaron a ‘asignar probabilidades’ a “presunciones” sobre el porvenir. Sus predicciones tampoco pueden considerarse declaraciones oscuras que están abiertas a interpretaciones muy diversas. Al contrario, muchas profecías fueron excepcionalmente claras y específicas; con frecuencia anunciaron lo opuesto a lo que cabía esperar. Tomemos como ejemplo las predicciones acerca de la antigua ciudad de Babilonia.

      ‘Barrida con la escoba de la aniquilación’

      La antigua Babilonia fue “la joya de los reinos”. (Isaías 13:19, Straubinger.) Aquella floreciente ciudad, ubicada estratégicamente en la ruta comercial que iba del golfo Pérsico al mar Mediterráneo, servía de centro de intercambio de mercancías entre Oriente y Occidente, tanto por tierra como por mar.

      Para el siglo VII a.E.C., Babilonia era la capital, en apariencia inexpugnable, del Imperio babilónico. La metrópolis se extendía a ambas orillas del río Éufrates, con cuyas aguas se habían construido un foso ancho y profundo y una red de canales. Además, la defendían enormes murallas dobles reforzadas por numerosas torres. No es de extrañar que sus habitantes se sintieran tan seguros.

      Sin embargo, en el siglo VIII a.E.C., antes de que Babilonia alcanzara el cenit de su gloria, el profeta Isaías predijo que sería ‘barrida con la escoba de la aniquilación’. (Isaías 13:19; 14:22, 23.) También describió cómo caería. Los invasores ‘desecarían’ sus ríos, que llenaban de agua el foso de la fortificación, lo cual dejaría la ciudad vulnerable. Isaías incluso dio el nombre del conquistador: “Ciro”, el eminente rey persa, e indicó que se habrían de “abrir ante él las puertas y dejar libres las entradas”. (Isaías 44:27–45:2, Pontificio Instituto Bíblico.)

      ¿Se realizaron estas atrevidas predicciones? La historia nos da la respuesta.

      “Sin combate”

      La noche del 5 de octubre de 539 a.E.C., dos siglos después de que Isaías escribió su profecía, las huestes de Medopersia comandadas por Ciro el Grande acampaban cerca de Babilonia. Pero los babilonios vivían confiados. De acuerdo con el historiador griego Heródoto (siglo V a.E.C.), habían acumulado provisiones suficientes para muchísimos años.3 Además, contaban con la protección del río Éufrates y de las enormes murallas de la ciudad. No obstante, según la Crónica de Nabonido, aquella misma noche “el ejército de Ciro [entró] en Babilonia sin combate”.4 ¿Cómo fue posible?

      Heródoto cuenta que dentro de la ciudad los babilonios “estaban celebrando una fiesta”, de modo que “se hallaban bailando y se encontraban en pleno jolgorio”.5 Pero en el exterior Ciro había desviado las aguas del Éufrates. Al bajar el nivel del agua, sus soldados vadearon el lecho del río, cuyas aguas les llegaban a medio muslo. Pasaron las imponentes murallas y cruzaron lo que Heródoto llamó “las poternas que llevan al río”, puertas que por descuido habían quedado abiertas.6 (Compárese con Daniel 5:1-4; Jeremías 50:24; 51:31, 32.) Otros historiadores, incluido Jenofonte (c. 431–c. 352 a.E.C.), así como las tablillas cuneiformes que han encontrado los arqueólogos, confirman la repentina caída de Babilonia ante Ciro.7

      De este modo se cumplió la profecía de Isaías referente a Babilonia. Ahora bien, ¿habría la posibilidad de que este relato no fuera una predicción, sino una narración posterior a los sucesos? Cabría preguntarse lo mismo de otras profecías bíblicas.

      ¿Historia disfrazada de profecía?

      Si los profetas bíblicos, como Isaías, simplemente hubieran escrito la historia para que pareciera profecía, no habrían sido más que unos astutos farsantes. Pero, ¿por qué habrían de perpetrar aquel engaño? Los profetas verdaderos afirmaron sin ambages que no aceptaban sobornos. (1 Samuel 12:3; Daniel 5:17.) Y ya se han analizado pruebas contundentes de que los escritores bíblicos, muchos de ellos profetas, fueron confiables y estuvieron dispuestos a revelar hasta sus errores más bochornosos. No parece probable que tales personas planearan aquellos fraudes y disfrazaran la historia de profecía.

      Hay algo más que debe tomarse en consideración. Muchas profecías bíblicas denunciaron implacablemente al pueblo de los profetas, sin exceptuar sacerdotes ni gobernantes. Por ejemplo, Isaías condenó la deplorable condición moral de sus contemporáneos israelitas, fuesen caudillos o súbditos. (Isaías 1:2-10.) Otros profetas tuvieron el valor de poner al descubierto los pecados de los sacerdotes. (Sofonías 3:4; Malaquías 2:1-9.) Resulta difícil concebir la razón que tendrían para elaborar profecías que censuraban con la mayor severidad imaginable a su propio pueblo, así como por qué habrían de colaborar en dicha farsa los sacerdotes.

      Además, si aquellos profetas no eran nada más que impostores, ¿cómo pudieron llevar a cabo aquel fraude? En Israel se fomentaba la lectura. Los niños aprendían a leer y escribir a tierna edad. (Deuteronomio 6:6-9.) Se recomendaba la lectura personal de las Escrituras. (Salmo 1:2.) Los sábados se leían pasajes públicamente en las sinagogas. (Hechos 15:21.) No es verosímil que toda una nación que sabía leer y estaba muy versada en las Escrituras, cayera en semejante patraña.

      Además, en la profecía de Isaías acerca de la caída de Babilonia hay un detalle que no pudo haberse escrito después de su cumplimiento.

      “Nunca será habitada”

      ¿Que sería de Babilonia después de su caída? Isaías predijo: “Nunca será habitada, ni residirá por generación tras generación. Y allí el árabe no asentará su tienda, y no habrá pastores que dejen que sus rebaños se echen allí”. (Isaías 13:20.) Parecería cuando menos extraño predecir que una ciudad con una localización tan favorable fuera a quedar permanentemente deshabitada. ¿Pudiera ser que Isaías hubiera escrito sus palabras después de presenciar la desolación de Babilonia?

      Tras la captura a manos de Ciro, Babilonia siguió poblada durante siglos, si bien con menor prosperidad. Recordemos que los Rollos del mar Muerto comprenden una copia del libro de Isaías que data del siglo II a.E.C. Para cuando se realizaba la copia del rollo, los partos ya habían tomado Babilonia. En el siglo I E.C. existía una comunidad judía en aquella ciudad, que visitó el escritor bíblico Pedro. (1 Pedro 5:13.) Para entonces, el Rollo de Isaías del mar Muerto llevaba en existencia casi dos siglos. De modo que en el siglo I E.C., bastante tiempo después de haberse escrito Isaías, Babilonia aún no había quedado desolada por completo.a

      En conformidad con las predicciones, Babilonia acabó convirtiéndose en simples “montones de piedras”. (Jeremías 51:37.) Según el hebraísta Jerónimo (siglo IV E.C.), en su época Babilonia ya no era más que tierra de caza por donde deambulaban “fieras de todo tipo”.9 Sigue desolada hasta el día de hoy.

      Isaías no vivió para ver Babilonia deshabitada. Pero las ruinas de esta ciudad, antaño poderosa, ubicadas a unos 80 kilómetros al sur de Bagdad (Irak), constituyen un testimonio silencioso del cumplimiento de sus palabras: “Nunca será habitada”. Aunque la restauración de la ciudad como atracción turística atraiga a los visitantes, la “descendencia y posteridad” de Babilonia han desaparecido para siempre. (Isaías 13:20; 14:22, 23.)

      El profeta Isaías no hizo predicciones ambiguas, aplicables a cualquier suceso posterior. Tampoco escribió la historia de modo que pareciera profecía. Pensemos: ¿por qué habría de arriesgarse un impostor a “profetizar” algo que no podría controlar en absoluto, a saber, que la poderosa Babilonia quedaría deshabitada para siempre?

      Esta profecía bíblica de la caída de Babilonia es solo un ejemplo.b Muchas personas ven en el cumplimiento de estas profecías una indicación de que la Biblia tiene que provenir de una fuente superior al hombre. Tal vez uno llegue a admitir que, por lo menos, merece la pena examinar este libro de profecías. Algo es seguro: hay una gran diferencia entre los vaticinios confusos o sensacionalistas de los adivinos de hoy día y las profecías claras, sobrias y específicas de la Biblia.

      [Notas]

      a Hay pruebas fehacientes de que los libros de las Escrituras Hebreas, incluido Isaías, se escribieron mucho antes del siglo I E.C. El historiador Josefo (siglo I E.C.) indicó que el canon de las Escrituras Hebreas se había fijado mucho antes de su época.8 Además, la Septuaginta, una versión griega de las Escrituras Hebreas, se comenzó en el siglo III a.E.C. y quedó completa a finales del siglo II a.E.C.

      b Puede encontrarse más información acerca de las profecías bíblicas y los datos históricos que documentan su cumplimiento en el libro La Biblia... ¿la Palabra de Dios, o palabra del hombre?, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., páginas 117-133.

      [Comentario de la página 28]

      ¿Fueron los escritores de la Biblia profetas fidedignos, o astutos farsantes?

      [Ilustración de la página 29]

      Las ruinas de la antigua Babilonia

  • ¿Un libro para usted?
    Un libro para todo el mundo
    • ¿Un libro para usted?

      “El hacer muchos libros no tiene fin”, dijo Salomón hace tres milenios. (Eclesiastés 12:12.) Este comentario es tan oportuno hoy como lo fue en el pasado, pues además de los clásicos de rigor, se imprimen miles de libros nuevos cada año. Habiendo tantas publicaciones, ¿por qué deberíamos leer la Biblia?

      MUCHAS personas leen para entretenerse, para informarse o tal vez para ambas cosas. De igual modo, la Biblia es edificante e incluso amena. Pero es mucho más: constituye una singular fuente de conocimientos. (Eclesiastés 12:9, 10.)

      Las Escrituras responden preguntas que los seres humanos nos hemos hecho por mucho tiempo, interrogantes acerca de nuestro pasado, presente y futuro. Muchos se plantean: ¿De dónde venimos? ¿Qué propósito tiene nuestra existencia? ¿Cómo puede encontrarse la felicidad? ¿Habrá siempre vida en la Tierra? ¿Qué nos deparará el futuro?

      El conjunto de datos que se han presentado deja claro que la Biblia es fidedigna y auténtica. Ya hemos visto que su consejo práctico permite que nuestra vida cobre sentido y sea feliz. Dado que aporta respuestas satisfactorias en cuanto al presente, hacemos bien en examinar con cuidado sus explicaciones acerca del pasado y sus profecías sobre el futuro.

      Cómo obtener el máximo provecho

      Muchos lectores han dejado a un lado la Biblia al llegar a pasajes difíciles. Si fue así en su caso, hay ciertas sugerencias que pueden serle útiles.

      Escoja una versión de la Biblia que emplee un lenguaje moderno, como la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras.a Hay quienes comienzan leyendo los relatos evangélicos de la vida de Jesús, cuyas sabias enseñanzas, como las del Sermón del Monte, manifiestan un profundo conocimiento de la naturaleza humana y nos indican cómo mejorar nuestra vida. (Véanse los capítulos 5 a 7 de Mateo.)

      Además de leer la Biblia secuencialmente, es muy instructivo estudiarla con un método temático, es decir, analizando qué dice sobre determinados asuntos. Tal vez le sorprenda descubrir sus auténticas enseñanzas acerca de cuestiones como el alma, el cielo, la Tierra, la vida y la muerte, así como qué es y qué logrará el Reino de Dios.b Los testigos de Jehová imparten un curso gratuito de estudio temático de la Biblia. Puede informarse escribiendo a los editores a la dirección de la página 2 que corresponda.

      Después de examinar las pruebas, muchas personas se han persuadido de que la Biblia proviene de Dios, a quien las Escrituras llaman “Jehová”. (Salmo 83:18.) Tal vez usted no esté convencido del origen divino de la Biblia. Pero, ¿por qué no la examina por usted mismo? Estamos seguros de que, si estudia el valor práctico de su eterna sabiduría, lo medita y tal vez lo experimenta, llegará a la conclusión de que la Biblia es de veras un libro para todo el mundo, sí, un libro para usted.

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