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  • El aumento de población en el mundo. Una cuestión vital
    ¡Despertad! 1991 | 8 de noviembre
    • El aumento de población en el mundo. Una cuestión vital

      “BEBÉ 5.000 millones.” Así fue como el gobierno de China llamó a Wang He, una niña que nació en un hospital de Pekín el día 11 de julio de 1987 al filo de la medianoche. Aunque nadie puede asegurar si ese bebé en concreto fue el que elevó la cifra de la población mundial a 5.000 millones, por lo menos nació en el momento preciso en que según las Naciones Unidas la población del mundo alcanzaría dicha cantidad. El gobierno chino simplemente aprovechó la situación para hacer hincapié en la candente cuestión del aumento de población a la que se encara China y el mundo entero.

      Los datos indican que el número de habitantes de la Tierra aumenta a un ritmo alarmante, según algunos demógrafos. A este ritmo, la población de la Tierra se duplicará en tan solo unos cuarenta años. Los expertos dicen que, de seguir así, la demanda de alimento de la población mundial pronto sobrepasará la producción, y como resultado el hambre se extenderá por el mundo. Además, en vista de que el suministro mundial de recursos naturales es finito, cuanto más aumente la población, más pronto se agotará este, lo que solo puede acabar en un desastre a escala mundial. Los demógrafos dicen que aunque la falta de alimento y de recursos naturales no resulte en nuestra aniquilación, es casi seguro que el daño que estamos causando al medio ambiente sí lo haga. Al contaminar el aire, el agua y el suelo, nos estamos asfixiando a nosotros mismos, y el aumento de la población solo acelerará este desenlace. Todo parece apuntar a un desastre inminente.

      ¿Qué se puede hacer al respecto? Existen muchas opiniones. Algunos creen que a menos que se emprenda una acción drástica para reducir el aumento de población, el bienestar de todos los seres humanos peligrará. Otros opinan que, al igual que en el pasado, se encontrarán nuevas maneras de hacer frente a los problemas de comida, recursos naturales, contaminación y demás asuntos implicados. Y también hay algunos que piensan que la población total alcanzará un nivel estacionario y que, por lo tanto, no hay necesidad de preocuparse demasiado al respecto. De hecho, existen opiniones firmes sobre casi todo aspecto de este tema. Es obvio que el aumento de la población mundial es una cuestión controvertida y de vital importancia.

      Sin embargo, llama la atención el hecho de que son los habitantes de países que todavía no tienen grandes problemas de espacio o de economía los que suelen pronunciarse con más fuerza sobre el desastre que se avecina. Estos están dando la voz de alarma porque se dan cuenta de que su nivel de vida y bienestar futuro corren peligro. Pero, ¿qué piensan de esta cuestión los que viven en los países más pobres, subdesarrollados y superpoblados? ¿Cómo se vive en las regiones congestionadas del mundo?

      ¡Despertad! va a llevarle a algunos de los lugares más superpoblados del mundo para que pueda hacerse una idea de cómo se vive bajo la presión de la explosión demográfica y para ayudarle a entender algunas cuestiones implicadas.

  • Un día de mi vida en el bullicioso Hong Kong
    ¡Despertad! 1991 | 8 de noviembre
    • Un día de mi vida en el bullicioso Hong Kong

      Hong Kong es uno de los lugares más densamente poblados del mundo. En sus 1.070 kilómetros cuadrados de tierra viven 5,8 millones de personas, lo que representa un promedio de 5.592 habitantes por kilómetro cuadrado. Pero como solo el 10% del terreno está ocupado, el promedio por kilómetro cuadrado habitado es de unas 54.000 personas. No obstante, parece que sus habitantes se han adaptado admirablemente al ajetreo de una ciudad atestada, con su exiguo espacio vital, su ruidoso tráfico y su contaminación.

      EL ESTRIDENTE sonido del despertador me despierta a las 7.30 de la mañana; me levanto del sofá cama y me visto a toda prisa. Comparto un piso pequeño con mis padres y tres hermanas menores, y todos trabajamos fuera de casa, así que siempre hay cola para entrar en el cuarto de baño, y además disponemos de poco tiempo. Tras un rápido desayuno, me dirijo en bicicleta a la estación de ferrocarril. La lucha diaria ha empezado. Soy uno más de la vasta multitud que se dirige al trabajo en el bullicioso Hong Kong.

      Viajo en tren a toda velocidad entre bloques de viviendas y rascacielos densamente poblados. Luego tengo que tomar un autobús para cruzar el puerto. Debemos pasar por un túnel, en el que se forma una gran caravana. Por fin desembocamos en la isla de Hong Kong, donde está mi oficina, en el distrito financiero del centro. Dependiendo del tráfico, tardo entre hora y hora y media en hacer todo el trayecto desde mi casa. Por fin, alrededor de las 9.30 de la mañana, llego al trabajo. Pero no hay tiempo para relajarse, pues el teléfono ya empieza a sonar. Es el primer cliente del día. Y así estoy continuamente, recibiendo una llamada tras otra sin apenas poder colgar el teléfono. Al mediodía hago una breve pausa para comer.

      El problema entonces es encontrar mesa en uno de los muchos restaurantes de la zona. Parece que todo el mundo trata de comer al mismo tiempo, en el mismo lugar ¡y a menudo en la misma mesa! Una vez más comparto la mesa con personas totalmente desconocidas. Así se vive en la atestada Hong Kong. Tan pronto como termino mi rápida y nutritiva comida china, regreso a la oficina.

      En teoría, mi jornada laboral termina a las 5.30 de la tarde, pero raras veces salgo a esa hora. Normalmente, cuando por fin logro unos momentos de respiro y miro al reloj, son las 6.15 de la tarde. Algunos días pasan de las siete cuando consigo marcharme. A continuación viene el fatigoso viaje de regreso a casa.

      Primero el autobús, luego el tren. Por fin llego a mi estación, y voy a recoger la bicicleta. Mientras pedaleo hacia casa, pienso en cómo ha crecido nuestra pequeña ciudad hasta convertirse en una ajetreada ciudad moderna. Las bajas casas rurales han sido reemplazadas por altísimos edificios, de entre veinte y treinta pisos de altura. Anchas y largas autopistas han ocupado grandes terrenos, y enormes pasos elevados se congestionan con el constante y ruidoso tráfico. La pausada forma de vida de antes ha desaparecido para siempre.

      Nuestro piso es bastante pequeño: hay menos de 28 metros cuadrados para los seis de familia que somos. No puedo disponer de un cuarto para mí, por eso duermo en un sofá en la sala de estar. Por lo menos mis padres tienen su propio cuarto, y mis tres hermanas duermen en literas en su pequeña habitación. La intimidad es un lujo para nosotros.

      Pero aunque la casa es pequeña, estamos mucho mejor que antes, cuando vivíamos en una urbanización del gobierno y todos ocupábamos una sola habitación. Y, no obstante, esa situación es óptima en comparación con la de los millares de personas que viven en el distrito de Mong Kok y que alquilan “apartamentos jaula”, apilados de tres en tres y con unas dimensiones de 1,8 metros de largo por 80 centímetros de ancho y 80 centímetros de alto. Tienen espacio para un colchón y unas pocas pertenencias. Nada de muebles.

      A las nueve de la noche todos estamos en casa y nos sentamos para cenar. Tras la cena, alguien enciende el televisor, lo que elimina mis esperanzas de disfrutar de un poco de silencio para leer y estudiar. Espero hasta que todos se hayan acostado, hacia las once, y entonces me quedo solo en la habitación y tengo un poco de paz y tranquilidad para concentrarme. Sobre las doce yo también me acuesto.

      He trabajado desde que terminé mis estudios hace unos doce años. Me gustaría casarme algún día, pero tengo que trabajar tanto para ganarme el sustento que no me queda mucho tiempo ni siquiera para llegar a conocer lo suficiente a una mujer. Y encontrar un lugar donde vivir es más difícil que escalar el cielo, como decimos aquí. Aunque hemos tenido que acostumbrarnos, este tipo de vida urbana tan ajetreada no me parece natural. Sin embargo, reconozco que mi situación es mejor que la de millones y quizás miles de millones de personas que viven en otras partes del mundo sin una casa decente, ni electricidad, agua corriente o una sanidad adecuada. Desde luego, necesitamos un sistema mejor, un mundo mejor, una vida mejor.—Según lo relató Kin Keung.

  • ‘Es bueno tener hijos, y sobre todo varones’
    ¡Despertad! 1991 | 8 de noviembre
    • ‘Es bueno tener hijos, y sobre todo varones’

      Con una población que supera los 850 millones de habitantes y un índice de natalidad del 31‰, en la India nacen cada año 26 millones de niños, cifra equivalente a la entera población de Canadá. No es de extrañar que uno de los planes más urgentes del gobierno indio sea el de controlar el rápido crecimiento de su población. ¿Qué se está consiguiendo? ¿Cuáles son algunos de los obstáculos a los que se enfrentan?

      “ANTES de los veinte, ¡no! Después de los treinta, rotundamente ¡no! Solo dos hijos, ¡bien!”, dice uno de los llamativos pósteres que revisten las paredes de la entrada de la sede central de planificación familiar de Bombay (India). En otro se ve a una angustiada madre rodeada de cinco hijos. La amonestación es: “¡Luego se arrepentirá!”. El mensaje es claro y enfático: dos hijos por familia son suficientes. Pero conseguir que la gente acepte y ponga en práctica la recomendación del gobierno de tener dos hijos por familia no es fácil.

      “Los hindúes creen que la felicidad de un hombre es proporcional a la cantidad de hijos que tenga. Piensan que los hijos constituyen la bendición de una casa. Por numerosa que sea la familia de un hombre, este nunca cesa de ofrecer oraciones para que aumente”, dice el libro Hindu Manners, Customs and Ceremonies (Hábitos, costumbres y ceremonias hindúes). Sin embargo, desde el punto de vista religioso, el hijo varón es el más preciado para el patriarca de la familia. “No existe desgracia comparable a la de no dejar tras sí un hijo o nieto para que ejecute las honras fúnebres a su muerte —sigue explicando el libro—. Se considera que tal situación puede impedir el acceso [del difunto] a una Morada de Dicha después de la muerte.”

      A los hijos varones también se les necesita para llevar a cabo el rito de la adoración de antepasados, o sraddha. “Era casi esencial tener por lo menos un hijo varón —escribe A. L. Basham en el libro The Wonder That Was India (La maravilla que fue la India)—. Los hindúes concedían gran importancia a la familia, lo que acrecentó el deseo de tener hijos varones, pues sin ellos desaparecería el linaje.”

      Junto con las creencias religiosas, un factor cultural que influye en el deseo de tener hijos varones es el de la tradicional familia indivisa (joint family), o ampliada, de la India, que dicta que los hijos varones casados continúen viviendo con sus padres. “Las hijas se casan y se van a vivir a casa de sus suegros, pero los hijos se quedan en casa con sus padres; y los padres esperan que sean estos quienes cuiden de ellos en su vejez —explica la doctora Lalita S. Chopra, de la División de Salud y Bienestar Familiar de la Corporación Municipal de Bombay—. Esta es su seguridad. Los padres se sienten seguros con dos hijos varones. Por eso es lógico que si un matrimonio ha llegado al límite sugerido de dos hijos y ambos son niñas, exista una gran posibilidad de que sigan buscando un hijo varón.”

      Aunque en teoría se cree que todos los hijos son un regalo de Dios, la realidad de la vida cotidiana indica otra cosa. “Es evidente que las niñas no reciben la debida atención médica —informa la revista Indian Express—. Su supervivencia no se considera importante para la supervivencia de la familia.” El mencionado informe cita una encuesta llevada a cabo en Bombay que revela que de 8.000 fetos abortados después de las pruebas para determinar su sexo, 7.999 eran hembras.

      Una ardua lucha

      “Por lo general, es el varón quien decide cuántos hijos se tendrán y lo grande que será la familia”, explica en una entrevista el doctor S. S. Sabnis, inspector ejecutivo de Sanidad de la Corporación Municipal de Bombay. Aunque una mujer quisiera espaciar sus hijos o limitar el tamaño de la familia, se encuentra bajo la presión de su marido, que quizás no opine lo mismo. “Por eso enviamos equipos compuestos por un hombre y una mujer a todas las casas de los barrios pobres, con la esperanza de que el asistente sanitario pueda hablar con el padre de la casa y animarle a limitar el tamaño de la familia, ayudándole a ver que cuantos menos hijos tenga, mejor atención podrá darles.” Pero, como hemos visto, hay muchos obstáculos.

      “Existe un elevado índice de mortalidad infantil entre las personas más pobres a causa de las malas condiciones de vida —dice el doctor Sabnis—. De modo que es obvio que deseen tener muchos hijos, pues saben que algunos van a morir.” Pero se les da poca atención. Los niños andorrean desatendidos mendigando o quizás rebuscando comida entre la basura. ¿Y los padres? “No saben dónde están sus hijos”, se lamenta el doctor Sabnis.

      En la India, los anuncios suelen representar a un matrimonio feliz y de apariencia próspera disfrutando de la vida con sus dos hijos, normalmente un niño y una niña, a los que se ve bien atendidos. En ese sector de la sociedad, la clase media, el concepto de dos hijos por matrimonio goza de aceptación general. Para los pobres, en cambio, la idea es totalmente ajena, pues razonan: “Si nuestros padres o abuelos tuvieron diez o doce hijos, ¿por qué no podemos tenerlos nosotros? ¿Por qué hemos de limitarnos a dos?”. Es precisamente entre la mayoría empobrecida de la India donde los esfuerzos por controlar el aumento de población tropiezan con más obstáculos. “Actualmente la población es joven y está en edad fértil —reflexiona la doctora Chopra—. Parece ser una batalla perdida. Tenemos muchísimo trabajo por delante.”

  • Me crié en una ciudad africana
    ¡Despertad! 1991 | 8 de noviembre
    • Me crié en una ciudad africana

      El África subsahariana tiene uno de los índices de crecimiento demográfico más elevados del mundo. Las mujeres de esta zona dan a luz, como promedio, más de seis hijos. Otros factores, como la pobreza, el empeoramiento del medio ambiente y la escasez de recursos naturales contribuyen al aumento de las dificultades. A continuación presentamos un relato autobiográfico que muestra cómo se vive en esa parte del mundo.

      ME CRIÉ en una importante ciudad del África occidental. Éramos siete hermanos, pero dos murieron de pequeños. Nuestra casa era de alquiler, y consistía en un dormitorio y una sala. Mamá y papá dormían en el dormitorio y los niños dormíamos sobre unas esteras en el suelo de la sala, los niños a un lado y las niñas al otro.

      Al igual que la mayoría de nuestros vecinos, no disponíamos de mucho dinero, y no siempre podíamos cubrir nuestras necesidades. A veces no había suficiente comida. Muchas mañanas, lo único que teníamos para comer era arroz recalentado del día anterior, y en ocasiones hasta eso escaseaba. A diferencia de algunas personas que razonan que la mayor porción debe ser para el marido, por ser quien gana el sustento, la siguiente para la esposa y lo que quede para los hijos, nuestros padres se quedaban sin comer y dejaban que nosotros compartiésemos lo poco que había. Yo agradecía el sacrificio que hacían.

      La escuela

      En África, algunas personas opinan que solo los muchachos deben ir a la escuela. Piensan que no es necesario que las muchachas vayan porque al fin y al cabo con el tiempo se casan y sus maridos cuidan de ellas. Mis padres no compartían esa opinión, así que fuimos a la escuela los cinco. No obstante, eso suponía una carga económica para ellos. Algunas cosas, como los lápices y el papel, no representaban mucho problema, pero los libros de texto eran caros, así como los uniformes escolares que nos obligaban a llevar.

      Cuando empecé a ir a la escuela, no tenía zapatos. Mis padres no pudieron comprarme unos hasta que cursé el segundo año de enseñanza secundaria, a la edad de catorce años. Pero eso no significa que no tuviese ningún par de zapatos. Tenía unos zapatos, pero eran para ir a la iglesia y no me permitían llevarlos a la escuela ni a ningún otro lugar. Debía ir descalzo. A veces mi padre podía comprarnos vales para el autobús, pero cuando no le era posible, teníamos que ir y volver de la escuela caminando, tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta.

      El día de la colada y el esfuerzo de ir a buscar agua

      Lavábamos la ropa en un riachuelo. Recuerdo las ocasiones en que acompañaba a mi madre, cargada con un cubo, una pastilla de jabón y la ropa. Cuando llegaba al río, llenaba el cubo de agua, metía la ropa dentro y la frotaba con jabón. Luego golpeaba las prendas sobre unas piedras lisas y las aclaraba en el río. A continuación las extendía sobre otras piedras para que se secasen, pues pesaban demasiado para llevarlas a casa mojadas. Yo era pequeño entonces, y mi asignación era vigilar la ropa mientras se secaba para que nadie la robase. Mamá hacía casi todo el trabajo.

      Pocas personas tenían agua corriente en casa, así que una de mis tareas era la de ir con un cubo a buscar agua de un grifo o toma de agua exterior. El problema era que muchas tomas de agua se cerraban durante la estación seca a fin de conservar el precioso líquido. En cierta ocasión, estuvimos un día entero sin agua para beber. ¡Ni una sola gota! A veces tenía que andar kilómetros para buscar un solo cubo de agua. El transportar agua sobre la cabeza por distancias tan largas me hizo perder el pelo de la zona sobre la que descansaba el cubo. ¡A los diez años tenía una calva! Afortunadamente volvió a crecerme el pelo.

      Los hijos proporcionan seguridad

      Yo diría que nuestra situación era la común, quizás hasta mejor que la común en esa parte de África. Conozco a muchas otras familias cuyo nivel de vida era muy inferior al nuestro. Muchos amigos míos de la escuela tenían que trabajar vendiendo en el mercado antes y después de las clases para llevar dinero a casa. Otros no podían permitirse el lujo de comer algo por la mañana antes de ir a la escuela, de modo que salían de casa con hambre y así continuaban el resto del día en la escuela, sin probar bocado. Recuerdo que muchas veces se me acercaba uno de estos niños mientras me estaba comiendo mi pan y me suplicaba que le diera un poco, así que yo partía un pedazo y se lo daba.

      A pesar de tales apuros, la mayoría de la gente todavía quiere tener familias grandes. “Tener un solo hijo es como no tener ninguno —dicen aquí muchas personas—. Dos hijos equivalen a uno, cuatro hijos equivalen a dos.” Eso se debe a que el índice de mortalidad infantil es uno de los más elevados del mundo. Los padres saben que, aunque algunos de sus hijos morirán, otros vivirán, crecerán, conseguirán un empleo y llevarán dinero a casa. Entonces estarán en condiciones de cuidar de sus padres envejecidos. En un país donde no existen subsidios de seguridad social, es muy importante contar con tal seguridad.—Según lo relató Donald Vincent.

  • La población del mundo. ¿Qué nos deparará el futuro?
    ¡Despertad! 1991 | 8 de noviembre
    • La población del mundo. ¿Qué nos deparará el futuro?

      VIVIENDAS ruinosas, condiciones insalubres, escasez de alimento y de agua potable, enfermedades, desnutrición..., estas y otras muchas dificultades forman parte de la vida cotidiana de un importante sector de la población mundial. Sin embargo, como hemos visto, la mayoría de las personas que viven en esas condiciones se las arreglan de algún modo para salir adelante.

      Pero, ¿qué nos deparará el futuro? ¿Tendrá la gente que seguir aguantando indefinidamente estas duras realidades de la vida? Por si fuera poco, los científicos medioambientales y otras autoridades pronostican que el continuo aumento de la población provocará graves problemas. Nos dicen que al contaminar el aire, el agua y el suelo de que dependemos para vivir, arruinamos nuestro hábitat. También hablan del efecto invernadero: la emisión de gases —como el dióxido de carbono, el metano y los clorofluorocarbonos (refrigerantes y agentes para formar espuma)— que resultará en un calentamiento de la atmósfera y en cambios del patrón climático del mundo, con consecuencias nefastas. ¿Resultará esto en que la civilización actual desaparezca de la faz de la Tierra? Examinemos más de cerca algunos de los factores principales.

      ¿Hay demasiadas personas?

      En primer lugar, ¿aumentará indefinidamente la población mundial? ¿Hay algún indicio de hasta dónde va a llegar? La realidad es que la población del mundo sigue en aumento a pesar de las numerosas campañas de planificación familiar. El incremento anual de la población es actualmente de unos 90 millones de personas, lo que equivale a una nueva nación del tamaño de México cada año. Parece ser que no hay perspectivas inmediatas de detener ese proceso. Sin embargo, la mayoría de los demógrafos concuerda en que la población con el tiempo alcanzará un nivel estacionario. Queda sin responder cuál será ese nivel y cuándo se alcanzará.

      Según las estimaciones del Fondo de Población de las Naciones Unidas, antes de alcanzar ese nivel estacionario, la población mundial puede llegar a los 14.000 millones de habitantes. Sin embargo, otros calculan que puede alcanzarse dicho nivel entre los 10.000 millones y los 11.000 millones. Sea como fuere, siguen en pie las mismas preguntas cruciales: ¿habrá demasiada gente?, y ¿puede la Tierra acomodar al doble e incluso al triple de la población actual?

      Una población mundial de 14.000 millones de personas significaría un promedio de 104 personas por kilómetro cuadrado. Como hemos visto, Hong Kong tiene una densidad de población de 5.592 personas por kilómetro cuadrado. Actualmente, la densidad de población de los Países Bajos es de 430, y la de Japón, de 327, y estos son países que disfrutan de un nivel de vida superior a la media mundial. Está claro, pues, que aunque la población del mundo aumentase hasta el grado predicho, el problema no radica en el número de personas.

      ¿Habrá suficiente alimento?

      ¿Qué puede decirse entonces acerca del suministro de alimento? ¿Puede la Tierra producir lo suficiente para alimentar a 10.000 millones o 14.000 millones de personas? Obviamente, la actual producción alimentaria del mundo no basta para abastecer a semejante población. De hecho, muchas veces oímos de escaseces de alimento, desnutrición y hambre. ¿Significa esto que no se produce suficiente alimento para mantener a la población actual, y mucho menos a una población dos o tres veces mayor?

      Esta es una pregunta difícil de responder, porque depende de lo que se quiera decir con “suficiente”. Mientras que centenares de millones de personas que viven en las naciones más pobres del mundo no pueden conseguir suficiente alimento para mantener siquiera una dieta mínima y saludable, en las naciones opulentas e industrializadas la gente sufre las consecuencias de una dieta demasiado rica: ataques de apoplejía, algunos tipos de cáncer, enfermedades cardiacas y un largo etcétera. ¿Cómo afecta eso la situación alimentaria? Según cierto cálculo, se necesitan 5 kilogramos de grano para producir 1 kilogramo de filetes de vaca. De modo que los que comen carne, la cuarta parte de los habitantes del mundo, consumen casi la mitad de la producción mundial de grano.

      En lo que respecta a la cantidad total de alimento que se produce, fíjese en lo que dice el libro Bread for the World (Pan para el mundo): “Si la actual producción mundial de alimento se dividiese a partes iguales entre todas las personas del mundo, con un mínimo de desperdicio, todos tendrían suficiente. Apenas lo suficiente, quizás, pero suficiente”. Eso se dijo en 1975, hace más de quince años. ¿Cuál es la situación hoy en día? Según el Instituto de Recursos Mundiales, “durante las dos últimas décadas, la producción total de alimento en el mundo aumentó, superando la demanda. Como resultado, en términos reales, en años recientes se redujeron en los mercados internacionales los precios de los principales alimentos básicos”. Otros estudios indican que durante ese período los precios de alimentos básicos, como el arroz, el maíz, la soja y otros granos, se redujeron a la mitad o más.

      En síntesis, el problema del alimento no radica tanto en la cantidad producida como en el nivel y los hábitos de consumo. La moderna tecnología genética ha encontrado maneras de producir variedades de arroz, trigo y otros granos que pueden doblar la producción actual. Sin embargo, muchos de estos conocimientos se concentran en cosechas que se venden al contado —como el tabaco y los tomates— para satisfacer la apetencia de los ricos y no para llenar el estómago de los pobres.

      ¿Y el medio ambiente?

      Los que estudian este tema están cada vez más convencidos de que el aumento de población es solo uno de los factores que amenazan el bienestar futuro de la humanidad. Por ejemplo, en su libro The Population Explosion (La explosión demográfica), Paul y Anne Ehrlich afirman que el impacto de la actividad humana en el ambiente puede expresarse mediante esta sencilla ecuación: Impacto = población × nivel de prosperidad × efecto actual de la tecnología en el medio ambiente.

      Según este criterio, los autores razonan que países como Estados Unidos están superpoblados, no porque tengan demasiada población, sino porque su nivel de prosperidad depende de un elevado índice de consumo de recursos naturales y tecnologías que deterioran el medio ambiente.

      Otros estudios parecen corroborarlo. El periódico The New York Times cita al economista Daniel Hamermesh, que dijo que ‘las emisiones que producen el efecto invernadero están más estrechamente relacionadas con el nivel de actividad económica que con la cantidad de personas que las generan. El estadounidense medio genera una cantidad de dióxido de carbono diecinueve veces superior a la del indio medio. Y es muy posible que, por ejemplo, un Brasil económicamente próspero y con un aumento de población lento arrasase sus selvas tropicales más deprisa que un Brasil pobre y con un aumento de población rápido’.

      Haciendo hincapié básicamente en este mismo punto, Alan Durning, del Instituto Worldwatch, comenta: “Los mil millones de personas más ricas del mundo han creado una forma de civilización tan adquisitiva y derrochadora que el planeta está en peligro. El estilo de vida de esta sociedad privilegiada —los que conducen automóviles, comen carne, beben refrescos y prefieren productos desechables— constituye una amenaza ecológica tan seria que no existe otra equiparable, a no ser, quizás, el aumento de población”. Recalca que esta “quinta parte más rica” de la humanidad produce casi nueve décimas partes de todos los clorofluorocarbonos y más de la mitad de los otros gases que producen el efecto invernadero y que, por lo tanto, suponen una amenaza al medio ambiente.

      La verdadera cuestión

      De todo lo susodicho se desprende que los que culpan únicamente al aumento de población por las calamidades a las que se enfrenta hoy día la humanidad no comprenden la envergadura del problema. La cuestión a la que nos encaramos no es que nos estemos quedando sin espacio vital ni que la Tierra sea incapaz de producir suficiente alimento para suministrar una dieta saludable para todos ni que todos los recursos naturales se agotarán en cualquier momento. Estos no son más que los síntomas. La verdadera cuestión es que cada vez hay más personas que aspiran a un nivel superior de consumo material sin considerar las consecuencias de sus acciones. Este deseo insaciable de tener más y más está dañando tanto nuestro medio ambiente, que la capacidad de la Tierra para sostener su población se está rebasando rápidamente. En otras palabras, el problema básico no radica tanto en la cantidad de personas como en su manera de ser.

      El escritor Alan Durning lo expresa así: “En una biosfera frágil, el destino final de la humanidad tal vez dependa de si podemos cultivar un sentido más profundo de moderación, basado en una ética —aceptada por la mayoría— de limitar el consumo y encontrar enriquecimiento no material”. La idea es buena, pero surge una pregunta: ¿hay posibilidades de que todas las personas de la Tierra cultiven voluntariamente moderación, limiten el consumo y procuren enriquecimiento no material? Muy pocas. Juzgando por el estilo de vida sibarita y hedonista que prevalece en estos tiempos, es más probable que ocurra lo contrario. Hoy día parece que la mayoría de las personas se rige por el lema: “Comamos y bebamos, porque mañana hemos de morir”. (1 Corintios 15:32.)

      Y aunque hubiese suficientes personas que abriesen los ojos ante los hechos y comenzasen a cambiar su forma de vivir, no podríamos invertir el proceso en poco tiempo. Prueba de ello son los muchos grupos activistas en pro del medio ambiente y los estilos de vida alternativos que han surgido en el transcurso de los años. Puede que algunos de ellos hayan salido en los titulares de los periódicos, pero ¿han producido un verdadero impacto en la forma de actuar de la mayor parte de la sociedad? De ningún modo. ¿Cuál es el problema? Que todo el sistema —comercial, cultural y político— está organizado para promover un consumismo derrochador, el concepto de ‘usar y tirar’. En este contexto no puede producirse ningún cambio a menos que haya una total reconstrucción desde los mismos cimientos. Y eso requeriría una reeducación generalizada.

      ¿Es prometedor el futuro?

      La situación puede asemejarse a la de una familia que vive en una casa amueblada y totalmente equipada, provista por un benefactor. Para conseguir que se sientan cómodos, se les da permiso para usar a su satisfacción todo lo que hay en ella. ¿Qué pasaría si la familia empezase a estropear los muebles, destrozar el suelo, romper las ventanas, atascar las cañerías y sobrecargar los circuitos eléctricos, en pocas palabras, si amenazase con dejar toda la casa en ruinas? ¿Se quedaría el dueño observando pasivamente sin hacer nada al respecto? En absoluto. Seguro que tomaría acción para sacar de su propiedad a esos inquilinos destructores y volvería a dejar todo en buenas condiciones. Nadie podría decir que semejante acción no estaría justificada.

      ¿Qué se puede decir de la familia humana? ¿Acaso no somos como inquilinos que vivimos en una casa bien amueblada y magníficamente equipada, provista por el Creador, Jehová Dios? Efectivamente, pues, como dijo el salmista, “a Jehová pertenecen la tierra y lo que la llena, la tierra productiva y los que moran en ella”. (Salmo 24:1; 50:12.) Dios no solo nos ha suministrado todas las cosas necesarias para vivir —luz, aire, agua y alimento—, sino que también las ha provisto en gran abundancia y variedad para hacer agradable la vida. Ahora bien, ¿cómo nos hemos comportado los seres humanos en nuestro papel de inquilinos? Lamentablemente, no muy bien. Estamos arruinando este hermoso hogar en el que vivimos. ¿Qué piensa hacer Jehová Dios al respecto?

      Va a “causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. (Revelación 11:18.) ¿Cómo lo hará? La Biblia contesta: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”. (Daniel 2:44.)

      ¿Qué podemos esperar bajo la gobernación indefinida del Reino de Dios? El profeta Isaías nos da una vista por anticipado de cómo será la vida:

      “Ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán y otro lo ocupará; no plantarán y otro lo comerá. Porque como los días de un árbol serán los días de mi pueblo; y la obra de sus propias manos mis escogidos usarán a grado cabal. No se afanarán para nada, ni darán a luz para disturbio; porque son la prole que está compuesta de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos.” (Isaías 65:21-23.)

      ¡Qué futuro tan prometedor! En ese nuevo mundo que Dios traerá, la humanidad nunca más se verá plagada de problemas de vivienda, alimento, agua, salud y desatención. La humanidad obediente por fin podrá llenar la Tierra y sojuzgarla bajo la dirección de Dios, sin la amenaza de la superpoblación. (Génesis 1:28.)

      [Fotografías en la página 12]

      Se necesitan 5 kilogramos de grano para producir 1 kilogramo de filetes de vaca. De modo que los que comen carne, la cuarta parte de los habitantes del mundo, consumen casi la mitad de la producción mundial de grano

      [Ilustración en la página 10]

      (Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

      La atmósfera de la Tierra atrapa el calor del Sol. Pero el calor creado —transportado por la radiación infrarroja— no puede escapar fácilmente por causa de los gases que producen el efecto invernadero, lo que contribuye al calentamiento de la superficie terrestre

      Gases que producen el efecto invernadero

      Radiación que escapa

      Radiación infrarroja atrapada

      [Recuadro en la página 13]

      ¿Por qué es tan caro el alimento?

      Aunque el coste real del alimento ha ido disminuyendo, los precios de la comida siguen subiendo. ¿Por qué? Una razón sencilla es la urbanización. Para alimentar a multitudes de personas en las ciudades del mundo en crecimiento continuo, el alimento debe transportarse a grandes distancias. Por ejemplo, según un estudio llevado a cabo por el Instituto Worldwatch, en Estados Unidos, “un determinado bocado viaja un promedio de 2.100 kilómetros desde el campo hasta el plato”. El consumidor no solo debe pagar por el alimento, sino también por los costes ocultos de la preparación, el empaquetado y el transporte.

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