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Liberación en “la isla de los hombres solos”La Atalaya 1989 | 1 de junio
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Cierta noche, Franklin, un convicto en quien confiaba, me invitó a escuchar una consideración de asuntos bíblicos. Aunque aquello no me interesaba mucho, pronto empezamos a conversar.
“Debe ser difícil estar preso y estudiar la Biblia”, dije. Nunca olvidaré la respuesta de Franklin.
“Físicamente estoy preso —dijo—, pero espiritualmente soy libre.”
¡Quise entender aquella clase de libertad!
Los Testigos en San Lucas
Resultó que Franklin estudiaba la Biblia con los testigos de Jehová. Los domingos se permitía que vinieran parientes y amigos a la isla. Con frecuencia venían dos o tres embarcaciones con hasta 30 Testigos que pertenecían a la congregación de Puntarenas. Puesto que yo era nuevo allí, me sorprendió ver que los funcionarios sencillamente dejaban pasar a los Testigos en los puntos de inspección, mientras que examinaban cuidadosamente a las demás personas. Me asombró aún más que los Testigos trataran respetuosamente tanto a los presos como a los guardias, y hablaran a toda persona sobre su mensaje bíblico.
Algunos presos tenían estudios bíblicos personales con los Testigos los domingos. Franklin estaba entre estos, y algo que aprendí de él me impresionó. Supe que había sido sentenciado a 12 años de presidio por matar a un competidor suyo en los negocios. En la prisión había estudiado contabilidad por correspondencia, y porque no bebía ni fumaba ni usaba drogas, fue puesto a cargo de la biblioteca de la penitenciaría. Después se le dio su propia cabaña y hasta más responsabilidad.
Cuando asistía a la escuela, años antes, Franklin había tenido amigos que eran testigos de Jehová. Había notado que nunca se metían en riñas ni peleas, ni aun bajo el hostigamiento de otros. Aunque no le interesaba la religión, sabía que los Testigos eran personas pacíficas y de buen comportamiento. Por eso, cuando oyó que entre los prisioneros había un “atalaya” (como algunos llamaban a los testigos de Jehová), aquello le interesó.
Cierto día antes de la comida del mediodía Franklin vio a un preso sentado solo fuera del comedor. Por su apariencia nítida, Franklin le preguntó si él era el “atalaya”. Cuando este le dijo que sí, la primera pregunta de Franklin fue: “¿Por qué está aquí?”. El hombre le explicó que originalmente lo habían sentenciado a la Penitenciaría Central, en San José, la capital, y allí había empezado a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Cuando lo transfirieron a San Lucas, continuó sus estudios con un Testigo de Puntarenas. Con el tiempo fue bautizado allí mismo en la isla de San Lucas, en la playa del Coco.
Aquella reunión con el “atalaya” fue un punto de viraje en la vida de Franklin. Desde entonces, siempre que los Testigos venían a visitar él entablaba conversaciones animadas con ellos. También empezó a comunicar a otros prisioneros y guardias lo que aprendía. Su conducta, su manera de vestir y su arreglo personal empezaron a mejorar. Él y su compañero bautizado se ganaron el respeto de todos.
Con el tiempo, la sentencia de 12 años de Franklin fue rebajada a 3 años y 4 meses. Él y su compañero siguieron estudiando la Biblia. A pesar del ambiente perjudicial de la prisión eran felices, y su rostro lo reflejaba.
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Liberación en “la isla de los hombres solos”La Atalaya 1989 | 1 de junio
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Regresé a Costa Rica en 1975 y asistí a una asamblea de distrito en San José. Todavía no estoy seguro de quién quedó más sorprendido cuando Franklin y yo nos encontramos por casualidad en la asamblea. Ya él había salido de la prisión, y también se había bautizado.
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