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¿Qué se entiende por raza?¡Despertad! 1993 | 22 de agosto
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¿Qué se entiende por raza?
RAZA. ¿En qué le hace pensar esa palabra? Para algunos significa discriminación y opresión. Para otros, odio, disturbios y hasta asesinatos.
Desde los disturbios raciales de Estados Unidos hasta el apartheid de África del Sur, desde las guerras entre diferentes grupos étnicos de Europa oriental hasta las luchas en Sri Lanka y Paquistán, la raza se ha convertido en el foco de indecible sufrimiento y devastación humanos.
¿A qué se debe? ¿Por qué es la raza una polémica tan delicada incluso en aquellos países en los que la gente parece ser tolerante con respecto a casi todo lo demás? ¿Por qué es motivo de tanta agitación e injusticia? En otras palabras, ¿por qué no pueden llevarse bien personas de diferentes razas?
Para responder a estas preguntas no basta con saber qué se entiende por raza y en qué difieren unas de otras. Necesitamos comprender también el papel que desempeña la historia en las relaciones raciales de la actualidad. No obstante, veamos en primer lugar lo que la ciencia puede decirnos al respecto.
La dificultad de clasificar a los seres humanos
Las características físicas de las personas varían de una parte del mundo a otra. Hay diferencias en el color de la piel, la forma de los rasgos faciales, la textura del cabello, etc. Esas diferencias físicas distinguen a una raza de otra.
Por eso la gente habla de blancos y negros, según el color de la piel. Claro que también se habla de hispanos, asiáticos, escandinavos, judíos y rusos, términos que aluden más a las diferencias geográficas, nacionales o culturales que a las características físicas. Eso explica el que para mucha gente el concepto de raza no solo haga referencia a los rasgos físicos, sino también a las costumbres, el idioma, la cultura, la religión y la nacionalidad.
Es curioso que algunos de los que escriben sobre este tema no se atreven a usar mucho la palabra raza, y cuando lo hacen, la ponen siempre entre comillas. Otros la evitan por completo, sustituyéndola por expresiones como “taxones étnicos”, “grupos”, “poblaciones” y “variedades”. ¿Por qué? Porque la palabra raza tal como se entiende normalmente está tan cargada de alusiones e inferencias, que si se utiliza sin las debidas aclaraciones, suele oscurecer la idea que se quiere transmitir.
Los biólogos y los antropólogos normalmente aceptan la siguiente definición de raza: “Subdivisión de una especie que presenta una serie de características físicas hereditarias que la distinguen de otras poblaciones de la misma especie”. Pero surge una pregunta: ¿Qué características podrían servir para describir a los diferentes grupos que componen la especie humana?
Se han propuesto el color de la piel, el color y la textura del cabello, la forma de los ojos y la nariz, el tamaño del cerebro y el tipo de sangre, pero nada de esto ha resultado ser enteramente satisfactorio a la hora de clasificar las variedades que existen en la especie humana. La razón es que no hay ningún grupo natural de personas en el que esos rasgos sean uniformes en la totalidad de sus miembros.
Veamos, por ejemplo, el color de la piel. La mayoría de las personas opina que la humanidad puede dividirse fácilmente en cinco razas según su color de piel: blanca, negra, cobriza, amarilla y roja. La raza blanca suele concebirse con la piel blanca, el cabello claro y los ojos azules. Lo cierto es, sin embargo, que en la llamada raza blanca se observa una gran variedad de tonos de cabello, ojos y piel. El libro The Human Species (La especie humana) especifica: “No hay actualmente en Europa ninguna población con una mayoría uniforme, ni nunca la hubo”.
Desde luego, clasificar a la especie humana es una tarea difícil, como lo indica el libro The Kinds of Mankind (Los grupos que componen la especie humana): “Todo lo que nos parece posible decir es esto: aunque no todos los seres humanos se parecen, y podemos ver claramente muchos de los rasgos en los que difiere la apariencia de las personas, los científicos todavía no se han puesto de acuerdo en cuántos son exactamente los grupos que componen la especie humana. Ni siquiera han decidido qué criterios podemos utilizar para clasificar a las personas dentro de una raza o de otra. Algunos preferirían simplemente abandonar la investigación y decir que es una cuestión demasiado difícil, una cuestión insoluble”.
Todo esto quizás resulte difícil de comprender. Tomando en cuenta que los científicos no parecen tener muchos problemas para clasificar a los animales y las plantas según géneros, especies y subespecies, ¿por qué les cuesta tanto dividir a la humanidad en razas?
“El mito que más peligros plantea al hombre”
Según el antropólogo Ashley Montagu, muchas personas creen que “existe un vínculo entre las características físicas y las mentales, que las diferencias físicas están relacionadas con diferencias intelectuales bastante marcadas, y que estas se pueden determinar mediante pruebas de inteligencia y el análisis de los logros culturales de dichas poblaciones”.
Por eso muchas personas creen que las diferentes características físicas de las razas indican que unas son superiores intelectualmente a otras. No obstante, Montagu dice que esa forma de pensar es “el mito que más peligros plantea al hombre”, y otros expertos comparten su opinión.
En el libro The Kinds of Mankind, Morton Klass y Hal Hellman explican lo siguiente: “Los individuos sin duda difieren; en todas las poblaciones hay genios e imbéciles. Pero después de todo lo que se ha investigado, los eruditos responsables no han encontrado pruebas suficientes para creer que existen diferencias genéticas respecto a inteligencia o aptitud entre unas poblaciones y otras”.
Entonces, ¿por qué hay tantas personas que continúan creyendo que las diferencias físicas superficiales significan que las razas son esencialmente distintas? ¿Cómo ha llegado a ser tan candente la controversia racial? En el siguiente artículo trataremos estas preguntas.
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¿Por qué es el tema racial tan candente?¡Despertad! 1993 | 22 de agosto
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¿Por qué es el tema racial tan candente?
DESDE los comienzos de la historia, la idea de “ellos” y “nosotros” ha dominado el pensamiento de la gente. Muchos se han convencido a sí mismos de que son las únicas personas normales que lo hacen todo bien. Esto es lo que los científicos denominan etnocentrismo, la mentalidad que considera a las personas y costumbres de nuestro propio pueblo como las únicas que cuentan.
Por ejemplo, los antiguos griegos tenían muy mala opinión de los “bárbaros”, término que aplicaban a todo aquel que no fuese griego. La palabra “bárbaro” se derivó de “bar-bar”, que indicaba lo ininteligibles que eran para los griegos las lenguas extranjeras. Ese mismo sentimiento de superioridad lo tuvieron los egipcios antes que los griegos, y los romanos, tiempo después.
Durante siglos, los chinos llamaron a su país Zhong Guo, o Reino Central, porque estaban convencidos de que China era el centro del mundo, si no del universo. Posteriormente, cuando llegaron a China los misioneros europeos —pelirrojos, de ojos verdes y tez rosada—, los chinos los llamaron “diablos extranjeros”. Del mismo modo, cuando empezaron a llegar orientales a Europa y América del Norte, sus ojos oblicuos y costumbres, consideradas extrañas, los convirtieron en blanco fácil de burlas y sospechas.
No obstante, hay un hecho significativo que merece consideración, como dice el libro The Kinds of Mankind: “Una cosa es creer en la propia superioridad [racial], y otra muy distinta, tratar de demostrarla utilizando los hallazgos de la ciencia”. Los esfuerzos por demostrar que una raza es superior a otra son relativamente nuevos. El antropólogo Ashley Montagu escribió que “el concepto de que hay razas naturales o biológicas que difieren unas de otras tanto mental como físicamente’ es una idea que no se formuló sino hasta finales del siglo XVIII”.
¿Por qué fue la superioridad racial un tema tan candente durante los siglos XVIII y XIX?
La trata de esclavos y la raza
La razón principal es que entonces se había alcanzado el cenit de la lucrativa trata de esclavos, y a centenares de miles de africanos se les estaba llevando por la fuerza a Europa y América para trabajar como esclavos. Las familias solían separarse, pues enviaban a diferentes partes del mundo a los hombres, las mujeres y los niños, y no volvían a verse jamás. ¿Cómo podían defender esos actos inhumanos los traficantes y los dueños de esclavos, la mayoría de los cuales decían ser cristianos?
Los defendían propagando la idea de que los negros africanos eran de naturaleza inferior. “Me inclino a sospechar que todos los negros, y en general todas las demás especies de hombres, son por naturaleza inferiores a los blancos”, escribió en el siglo XVIII el filósofo escocés David Hume. De hecho, afirmaba que no podían encontrarse “inventos ingeniosos entre [los negros], ni tampoco artes ni ciencias”.
Pero esas afirmaciones eran erróneas. The World Book Encyclopedia (1973) dice: “Hace siglos existieron en diversas partes de África reinos negros muy avanzados. [...] Entre los años 1200 y 1600, floreció en Tombouctou (en África occidental) una universidad negro-arábiga que alcanzó fama en España, el norte de África y Oriente Medio”. No obstante, los tratantes de esclavos enseguida aceptaban la opinión de los filósofos que, como Hume, decían que los negros eran una raza inferior a los blancos, que hasta eran seres infrahumanos.
Religión y raza
Los traficantes de esclavos recibieron bastante apoyo de los dirigentes religiosos para defender sus ideas racistas. Ya a mediados del siglo XV, los edictos de los papas católicos romanos sancionaron la subyugación y esclavitud de los “paganos” y los “infieles”, a fin de que sus “almas” pudieran ser salvadas para el “Reino de Dios”. Como habían recibido la bendición de la Iglesia, los antiguos traficantes de esclavos y los exploradores europeos no sentían remordimiento alguno por el trato brutal que daban a los nativos.
“Durante muchos decenios a partir de 1760, la esclavitud de los negros fue sancionada por clérigos y teólogos católicos, anglicanos, luteranos, presbiterianos y reformados —dice el libro Slavery and Human Progress (La esclavitud y el progreso humano)—. Ninguna iglesia ni secta moderna había procurado desanimar a sus fieles de poseer esclavos negros o siquiera de traficar con ellos.”
Aunque algunas de las iglesias hablaban de hermandad cristiana universal, también promovían enseñanzas que intensificaban la controversia racial. Por ejemplo, la Encyclopaedia Judaica dice que “los españoles reconocieron que las razas nativas que encontraron en América eran hombres dotados de alma solo después de prolongadas luchas y discusiones teológicas”.
Según ellos, con tal de que las “almas” de las personas de dichas razas nativas se “salvasen” mediante la conversión al cristianismo, no importaba el trato físico que recibieran. Y tocante a la situación de los negros, muchos guías religiosos razonaban que de todos modos habían sido maldecidos por Dios. Para probarlo se aplicaron mal algunos textos de la Biblia. Los clérigos Roberto Jamieson, A. R. Fausset y David Brown dicen en su comentario de la Biblia: “Maldito sea Canaán [Génesis 9:25]—Esta maldición se ha cumplido en la destrucción de los cananeos, la degradación de Egipto, y la esclavitud de los africanos, todos descendientes de Cam”. (Comentario exegético y explicativo de la Biblia. Tomo I: El Antiguo Testamento.)
En ningún lugar de la Biblia se enseña que Dios maldijese al antepasado de la raza negra. Lo cierto es que la raza negra descendió de Cus, no de Canaán. En el siglo XVIII, John Woolman sostuvo que utilizar esta maldición bíblica para justificar la esclavitud de los negros, privándoles de sus derechos naturales, “[era] una suposición demasiado exagerada como para que la [admitiera] cualquier persona que sinceramente [desease] regirse por principios sólidos”.
Pseudociencia y raza
La pseudociencia también apoyó con su voz la teoría de que los negros son una raza inferior. El libro Essai sur l’inégalité des races humaines (Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas), del escritor francés del siglo XIX Joseph de Gobineau, colocó el fundamento para muchas otras obras del mismo tipo. En su libro dividió a la especie humana en tres razas distintas en orden decreciente según su excelencia: blanca, amarilla y negra. Afirmó que las cualidades singulares de cada raza se llevaban en la sangre, por lo que cualquier mezcla de razas mediante matrimonios mixtos resultaría en el envilecimiento y la pérdida de las cualidades superiores.
Gobineau sostenía que en un tiempo existió una raza pura de hombres blancos, altos, rubios y de ojos azules, a los que llamó arios. Según él, fueron los arios los que introdujeron la civilización y la lengua sánscrita en la India, y también los que fundaron las antiguas civilizaciones de Grecia y Roma. Pero por causa de los matrimonios mixtos con las personas inferiores de la zona, estas civilizaciones, en un tiempo gloriosas, se perdieron, y con ellas el talento y las magníficas cualidades de la raza aria. Gobineau afirmaba que los pueblos más cercanos a los arios puros que aún quedaban se encontraban en el norte de Europa, es decir, entre los pueblos nórdicos y, por extensión, los germánicos.
Las ideas básicas de Gobineau —la división de la humanidad en tres razas, el linaje sanguíneo y la raza aria— no tenían absolutamente ningún fundamento científico, y no gozan de ningún crédito entre los científicos de la actualidad. Sin embargo, hubo quienes las hicieron suyas enseguida. Una de esas personas fue un inglés llamado Houston Stewart Chamberlain. Tanto le cautivaron las ideas de Gobineau, que fijó su residencia en Alemania y defendió que la única esperanza de conservar la pureza de la raza aria radicaba en los alemanes. Ni que decir tiene que los escritos de Chamberlain se leyeron en toda Alemania, pero las consecuencias fueron deplorables.
Las deplorables consecuencias del racismo
Adolf Hitler afirmó en su libro Mein Kampf (Mi lucha) que la raza alemana era la superraza aria que estaba destinada a gobernar el mundo. Hitler pensaba que los judíos —según él los responsables de sabotear la economía alemana— constituían un obstáculo para este glorioso destino. Por eso procuró exterminar tanto a los judíos como a otras minorías de Europa, lo que sin duda alguna ha constituido uno de los capítulos más sombríos de la historia humana. Esas fueron las desastrosas consecuencias de las ideas racistas, entre ellas las de Gobineau y Chamberlain.
No obstante, esta deplorable situación no se limitaba a Europa. Al otro lado del océano, en el llamado Nuevo Mundo, el mismo tipo de ideas sin fundamento produjeron indecible sufrimiento a generaciones enteras de personas inocentes. Aunque tras la guerra civil estadounidense los esclavos africanos finalmente obtuvieron la libertad, en muchos estados se aprobaron leyes que prohibían a los negros disfrutar de muchos de los privilegios otorgados a otros ciudadanos. ¿Por qué? Los ciudadanos blancos pensaban que la raza negra no tenía la capacidad intelectual necesaria para tomar parte en los deberes cívicos y de gobierno.
Un caso relacionado con una ley de antimestizaje ilustra lo profundamente arraigadas que estaban esas opiniones respecto a las razas. Dicha ley prohibía el matrimonio entre negros y blancos. Al condenar a una pareja que la quebrantó, un juez dijo: “El Dios Todopoderoso creó la raza blanca, la negra, la amarilla, la malaya y la roja, y las colocó en continentes separados, y si no se hubiese interferido en Sus disposiciones, no habría habido ninguna razón para tales matrimonios”.
El juez no pronunció esas palabras en el siglo XIX ni tampoco en una región remota y primitiva, las dijo en 1958 y a menos de 100 kilómetros del Capitolio de Washington (Estados Unidos). De hecho, hubo que esperar a 1967 para que el Tribunal Supremo de Estados Unidos invalidara todas las leyes contra los matrimonios entre personas de diferente raza.
Esas leyes discriminatorias, así como la segregación en las escuelas, las iglesias y otras instituciones públicas, y la discriminación en el empleo y la vivienda, han sido la causa del malestar civil, las manifestaciones de protesta y la violencia que se han convertido en realidades cotidianas tanto en Estados Unidos como en muchos otros lugares. Dejando aparte la pérdida de vidas y la destrucción de la propiedad, la angustia, el odio y los ultrajes y sufrimientos personales que han resultado del racismo son la vergüenza y la deshonra de una sociedad supuestamente civilizada.
En efecto, el racismo se ha convertido en una de las fuerzas más divisivas que aquejan a la sociedad humana. De ahí que todos debamos hacernos un autoexamen y preguntarnos: ¿Rechazo yo toda enseñanza que afirme que una raza es superior a otra? ¿He procurado librarme de cualquier posible vestigio de sentimientos de superioridad racial?
También es apropiado que nos planteemos las siguientes preguntas: ¿Qué esperanza hay de que los prejuicios y las tensiones raciales, tan comunes hoy día, sean erradicados algún día? ¿Es posible que personas de diferentes nacionalidades, idiomas y costumbres vivan juntas en paz?
[Fotografía en la página 8]
Los campos de exterminio nazis fueron una consecuencia funesta de las ideas racistas
[Reconocimiento]
Foto de U.S. National Archives
[Ilustración en la página 7]
Muchos blancos veían a los negros como seres infrahumanos
[Reconocimiento]
Reproducido de DESPOTISM—A Pictorial History of Tyranny
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Cuando todas las razas vivan juntas en paz¡Despertad! 1993 | 22 de agosto
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Cuando todas las razas vivan juntas en paz
DIOS “hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra.” (Hechos 17:26.) Con estas sencillas palabras explica la Biblia el origen de la familia humana.
Da a entender que todas las personas, prescindiendo de dónde vivan o de sus rasgos físicos, proceden de un tronco común. También significa que, pese a todas las diferencias visibles, “toda nación de hombres” posee el mismo potencial intelectual y de aptitudes. En efecto, a la vista de Dios, todas las personas, sea cual sea su raza o nacionalidad, son iguales. (Hechos 10:34, 35.)
Si el criterio bíblico es correcto, existe la esperanza de que todas las injusticias y los prejuicios basados en las diferencias raciales sean eliminados algún día. Además, si la Biblia está en lo cierto respecto al origen de la familia humana, lo lógico entonces es que ese mismo libro nos informe también sobre cómo puede la raza humana vivir junta en paz.
Pues bien, ¿qué indican los hechos? ¿Corrobora la ciencia lo que dice la Biblia sobre los orígenes del hombre?
El testimonio científico
En la obra The Races of Mankind (Las razas de la humanidad), los antropólogos R. Benedict y G. Weltfish hacen la siguiente observación: “El relato bíblico acerca de Adán y Eva, padre y madre de toda la raza humana, contó hace siglos la misma verdad que la ciencia ha demostrado hoy día: que todos los pueblos de la Tierra son una sola familia y tienen un origen común”. Estos mismos autores también mencionan que “si no hubiesen tenido todos los hombres un origen común, la compleja estructura del cuerpo humano [...] no habría podido ser por casualidad igual en todos ellos”.
El folleto Race and Biology (Raza y biología), de L. C. Dunn, profesor de Zoología de la Universidad de Columbia, dice: “Es patente que todos los hombres pertenecen a una misma especie, pues se parecen en todos los caracteres físicos fundamentales. Los miembros de todos los grupos pueden casarse entre sí, y lo hacen”. A continuación pasa a explicar: “Sin embargo, cada hombre es singular y difiere de todos los demás en pequeños detalles. Esto se debe en parte a los diferentes ambientes en los que viven las personas, y en parte a las diferencias genéticas heredadas”.
El testimonio científico es concluyente. Hablando en términos biológicos, no existe una raza superior o una raza inferior, una raza pura o una contaminada. El color de la piel, del cabello o de los ojos —características que algunos pueden considerar importantes desde la óptica racial— no indican el grado de inteligencia o las aptitudes de la persona. No son más que el resultado de la herencia genética.
En efecto, las diferencias raciales son mínimas, como escribe Hampton L. Carson en su obra Heredity and Human Life (La herencia y la vida humana): “La paradoja que se nos presenta es que cada grupo de seres humanos parece distinto exteriormente, y, sin embargo, debajo de estas diferencias hay una similitud fundamental”.
Si todos los seres humanos forman en realidad una sola familia, ¿por qué existen los terribles problemas raciales?
A qué se debe el problema
La razón fundamental por la que existe el racismo es el mal comienzo que los primeros padres humanos dieron a su prole. Adán y Eva se rebelaron voluntariamente contra Dios, y por ello llegaron a ser imperfectos, defectuosos. Como resultado, la imperfección de Adán —la inclinación a la maldad— se transmitió a sus descendientes. (Romanos 5:12.) Por eso toda persona está inclinada al egoísmo y al orgullo desde que nace, y eso ha conducido a contiendas y desórdenes raciales.
Pero el racismo también existe por otra razón. Cuando Adán y Eva rechazaron el dominio de Dios, llegaron a estar bajo la gobernación de un espíritu inicuo al que la Biblia llama Satanás, o el Diablo. Bajo la influencia de este, que está “extraviando a toda la tierra habitada”, muchas veces se ha tratado de engañar deliberadamente a las personas en el tema de la raza. (Revelación 12:9; 2 Corintios 4:4.) El etnocentrismo —la mentalidad que considera el propio grupo como superior— ha sido avivado hasta convertirse en una pasión irresistible, y, consciente o inconscientemente, millones de personas se han dejado arrastrar por esa mentalidad, con consecuencias desastrosas.
Hablando sin paliativos, los seres humanos imperfectos y egoístas controlados por Satanás han propagado todas las ideas falsas sobre las razas que tantos problemas han ocasionado.
Por consiguiente, para que la raza humana esté unida, todos debemos convencernos de que verdaderamente somos una sola familia humana y de que, en efecto, Dios hizo “de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra”. (Hechos 17:26.) Además, para que todas las razas vivan juntas en paz, debe eliminarse la influencia de Satanás en los asuntos humanos. ¿Sucederá eso alguna vez? ¿Hay alguna base para creerlo?
Cómo acabar con el prejuicio racial
Jesucristo reveló cómo podría acabarse con el prejuicio racial cuando mandó a sus seguidores que ‘se amasen unos a otros’ tal como él los amaba. (Juan 13:34, 35.) Este amor no debería sentirse únicamente por los miembros de una raza o razas en particular. ¡En absoluto! “Tengan amor a toda la asociación de hermanos”, instó uno de sus discípulos. (1 Pedro 2:17.)
¿Cómo se muestra este amor cristiano? La Biblia lo explica al decir: “En cuanto a mostrarse honra unos a otros, lleven la delantera”. (Romanos 12:10.) Piense en lo que eso significa. Cada uno trata a los demás, prescindiendo de su raza o nacionalidad, con verdadera dignidad y respeto, sin menospreciar a nadie, al contrario, “considerando [...] que los demás son superiores”. (Filipenses 2:3.) Cuando existe este espíritu de verdadero amor cristiano, el problema del prejuicio racial queda solucionado.
Es cierto que los que tienen prejuicios raciales muy arraigados han de hacer un gran esfuerzo para librarse de esas ideas de inspiración satánica. Pero pueden conseguirlo. En el siglo primero, todos los que llegaban a formar parte de la congregación cristiana gozaban de una unidad sin precedentes. El apóstol Pablo escribió: “No hay ni judío ni griego, no hay ni esclavo ni libre, no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gálatas 3:28.) En efecto, los verdaderos seguidores de Cristo llegaron a gozar de una genuina hermandad.
Pero alguien quizás objete: “Esto jamás sucederá en nuestros días”. Sin embargo, ya sucede en la organización de los testigos de Jehová, de más de cuatro millones y medio de personas. Es cierto que no todos los Testigos se han librado por completo de los prejuicios adquiridos en este sistema impío. Una estadounidense de raza negra dijo en términos realistas sobre algunos compañeros de creencia blancos: “Detecto en algunos de ellos la permanencia de cierta superioridad racial, y a veces he visto que algunos se sienten un poco incómodos cuando están en estrecha compañía con personas de otra raza”.
Sin embargo, esta misma persona reconoció: “Los testigos de Jehová se han librado del prejuicio racial a un grado que ningún otro pueblo de la Tierra ha podido igualar. Procuran amarse los unos a los otros prescindiendo de la raza [...]. A veces el amor genuino que me expresan los Testigos blancos conmueve tanto mi corazón que no puedo contener las lágrimas”.
Ahora bien, ¿sirve de algo la unidad racial de la que disfrutan unos pocos —aunque sean millones—, cuando hay otros millones influidos por las ideas satánicas de superioridad racial? No, reconocemos que eso no resuelve el problema racial. La verdadera solución no está en manos del hombre. El único que puede solventar dicho problema es nuestro Creador: Jehová Dios.
Felizmente, muy pronto, Jehová, por medio de su Reino en manos de su Hijo Jesucristo, librará la Tierra de toda injusticia y de todos aquellos que promueven egoístamente la discriminación y el odio, sea racial o de otro tipo. (Daniel 2:44; Mateo 6:9, 10.) Entonces, con un programa educativo perfecto bajo la administración de Cristo, todas las razas llegarán a estar unidas de verdad. A medida que dicha educación surta efecto, vivirán en perfecta armonía sin ningún vestigio de discriminación racial. Al fin se cumplirá esta promesa de Dios: “Las cosas anteriores han pasado. [...] ¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas”. (Revelación 21:4, 5.)
¿Anhela usted ver el día en que reine un ambiente de verdadera hermandad, el día en que todas las razas vivan juntas en paz? En ese caso, le invitamos a ir al Salón del Reino más próximo, donde los testigos de Jehová se reúnen con regularidad para estudiar la Biblia. Compruebe por sí mismo si muestran o no verdadero amor cristiano a personas de toda raza.
[Ilustración en la página 10]
Pronto vivirán juntas en paz todas las razas del mundo
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