El desastre azota Japón. Medidas ante la catástrofe
POR EL CORRESPONSAL DE ¡DESPERTAD! EN JAPÓN
LA CIUDAD portuaria de Kobe, floreciente metrópoli nipona de 1.500.000 habitantes, fue asolada por un terremoto de 7,2 grados Richter en cuestión de veinte segundos. Decenas de miles de edificios quedaron destruidos o deteriorados, y más de trescientas mil personas perdieron su hogar.
El desastre se produjo el 17 de enero de 1995, exactamente un año después del gran terremoto de Northridge (California, E.U.A.), que se cobró 61 vidas. El temblor de Kobe liberó cerca del doble de energía sísmica que el de California. Los más de cinco mil quinientos fallecidos lo convierten en el sismo más mortífero de Japón después del de 1923, que devastó Tokio y Yokohama, y segó unas ciento cuarenta y tres mil vidas.
Instantes pavorosos
A las 5.46 de la mañana del desastre, Ryuji se hallaba repartiendo periódicos en el centro urbano de Kobe. Aún no había amanecido. De repente, oyó un ruido como el del tren cuando pasa por una vía elevada. La carretera y los edificios se movieron como las olas del mar. Luego todas las luces se apagaron.
Los pasos elevados de las autopistas se derrumbaron, lanzando los vehículos al nivel inferior. Algunas vías férreas se plegaron como si fueran de plastilina, provocando descarrilamientos. Las viejas construcciones de madera se derrumbaron, y los edificios de apartamentos de dos pisos quedaron como casas de planta baja. La agitación sobresaltó a la mayoría de los durmientes de Kobe.
No tardaron en declararse fuegos, incendiándose manzanas enteras. Los bomberos contemplaban impotentes la situación, pues el terremoto había cortado el suministro de agua. En un instante se desmoronó el mito de las construcciones antisísmicas.
Sobrevivientes y víctimas de la tragedia
En la zona directamente afectada vivían 3.765 testigos de Jehová de 76 congregaciones. La mañana siguiente al terremoto, se determinó que habían muerto trece Testigos y dos publicadores no bautizados. (Eclesiastés 9:11.) En aquel momento la policía comunicó que el total de fallecidos ascendía a 1.812, pero la cifra aumentó en menos de una semana a más de cinco mil. Como los Testigos localizaron con prontitud a todos los que asistían a sus congregaciones, el cálculo de fieles que habían muerto permaneció inalterado.
El esposo de Misao madrugó y se fue a trabajar. “Una hora después, la casa se zarandeó —comentó Misao—. Las tejas fueron cayendo en torno de mí. La teja grande del centro dio contra la almohada donde había estado recostado mi marido una hora antes.” Una cómoda y una estantería cayeron una contra la otra, justo encima de Misao, librándola de quedar enterrada bajo las tejas.
Hiromasa, un escolar de 16 años, se despertó al oír maullidos. Mientras sacaba de la casa al gato, ocurrió el terremoto. Cuando regresó, halló a su madre debajo del televisor y de una estantería. Para su gran alivio, la encontró viva. Pidió prestada una linterna a un vecino y logró sacarla. Aunque miles de hermanos se libraron por poco de morir, otros sufrieron dolorosas tragedias.
Hiroshi y Kazu Kaneko quedaron enterrados bajo los escombros de su apartamento. Algunos miembros de la congregación cristiana acudieron a ayudarlos. No consiguieron liberar a Hiroshi sino hasta las diez de la mañana, y de inmediato la llevaron al hospital. Más tarde, lograron sacar a Kazu, pero ya muerta.
Miyoko Teshima, de 24 años, solo llevaba unos dos años bautizada y deseaba ser ministra de tiempo completo. La mañana del terremoto dormía en la primera planta de su edificio cuando se desplomó sobre ella el segundo piso y quedó apresada entre las vigas. Sus padres, ayudados por los vecinos, trataron de liberarla de los escombros. Al no conseguirlo, su madre, que estudia la Biblia, llamó a los testigos de Jehová, quienes acudieron en su auxilio.
Miyoko fue rescatada viva unas siete horas después. Tres ancianos cristianos se turnaron con el médico y una enfermera para darle un masaje cardíaco, pero finalmente murió. Su padre, hasta entonces opuesto a sus creencias, se conmovió al ver que los Testigos se afanaban por salvarla, y respetó los deseos que le había manifestado su hija de que los Testigos celebraran su funeral.
Takao Jinguji, superintendente cristiano, vivía con su esposa y su hija en el primer piso de un viejo edificio de apartamentos. “Al iniciarse el temblor —explica él—, el techo cayó en pedazos sobre nosotros y quedé atrapado debajo de una estantería. Cuando logré zafarme, traté de salir. De repente, oí una voz. Era un vecino Testigo que andaba buscándonos.”
Cuando Takao consiguió salir, observó que el fuego de los edificios cercanos se propagaba a su apartamento, de modo que se arrastró de nuevo entre los escombros y trató desesperadamente de sacar a su esposa. Pero ya era demasiado tarde. Eiko, su esposa, de 26 años, y su hija Naomi, ya habían fallecido. A pesar de la pérdida, se puso a ayudar a otros miembros de la congregación. “Al ver que no podía hacer nada más por mi familia —comentó más tarde—, me concentré en ayudar a otros. Me consoló saber que los demás miembros de la congregación estaban bien.”
Una situación desesperada
Miles de personas se refugiaron en escuelas y edificios públicos. Con miedo a las posibles réplicas del temblor, algunos ciudadanos acamparon al aire libre o durmieron en los automóviles. Las líneas férreas y las autopistas estaban destrozadas, y las vías de recepción de suministros de socorro se hallaban congestionadas con miles de vehículos. Durante varios días apenas hubo comestibles. Es digno de mención que no consta que haya habido saqueos, y que muchos compartieron la escasa comida que tenían.
“Es igual que después de la II Guerra Mundial”, dijo un anciano cobijado en una manta, mientras las lágrimas le surcaban las mejillas. El primer ministro de Japón, Tomiichi Murayama, inspeccionó los daños y dijo: “Nunca había visto nada igual. Es inimaginable”.
Los Testigos reaccionan con diligencia
Cuando Keiji Koshiro, superintendente cristiano, visitó el centro de Kobe durante la mañana del terremoto, constató la terrible devastación ocurrida, de modo que regresó a casa y coordinó en la congregación local la preparación de comidas para otros cristianos más afectados que ellos. Por la tarde, fue en automóvil a repartir comida y bebida a las congregaciones del centro de Kobe. A la mañana siguiente se les llevó más alimentos y agua. Para eludir los atascos, organizaron un convoy de reparto con dieciséis motocicletas.
Sin dilación, otros muchos tomaron la iniciativa de buscar a sus hermanos cristianos para ayudarlos. Tomoyuki Tsuboi y otro anciano fueron en motocicletas a Ashiya, una ciudad cercana a Kobe donde también hubo graves daños. Allí descubrieron que el superintendente viajante, Yoshinobu Kumada, ya había instalado un puesto de ayuda en un Salón del Reino céntrico.
Se telefoneó a los hermanos para avisarles de la necesidad existente y se procedió sin demora a hacer acopio de provisiones. Poco después fueron a Ashiya nueve automóviles con mantas, comestibles y agua. Los suministros fueron llevados a dos Salones del Reino, donde había unos cuarenta o cincuenta refugiados. Otros hallaron cobijo en los hogares de sus hermanos en la fe. Al día siguiente, los Testigos de una zona cercana prepararon comidas para 800 personas. Al recibir víveres en abundancia, los Testigos decidieron compartirlos con los vecinos que tenían necesidad.
Por toda la zona siniestrada, los testigos de Jehová salieron de inmediato a auxiliar a sus hermanos de religión, lo que impresionó a muchos observadores. Una semana después del sismo, un piloto de helicóptero abordó a un Testigo de Yokohama y le dijo: “El día del temblor fui a la zona del desastre y me quedé allí una semana. Los testigos de Jehová fueron los únicos que acudieron con rapidez al lugar. Quedé muy impresionado”.
Se pone en marcha un programa de socorro
La sucursal japonesa de los testigos de Jehová, situada en Ebina, no tardó en enviar a cuatro representantes al área de Kobe para coordinar el socorro. “Enseguida decidimos localizar Salones del Reino que no estuvieran destruidos a fin de enviar las provisiones allí —señaló uno de los representantes—. Seleccionamos seis salones, que al cabo de cinco horas ya estaban llenos. Los demás suministros se mandaron a dos amplios Salones de Asambleas de los testigos de Jehová de las cercanías.”
Se informó a todas las congregaciones de los testigos de Jehová de Japón que se había abierto una cuenta bancaria para el fondo de ayuda. Durante los primeros tres días laborables se donó 1.000.000 de dólares. El dinero se repartió sin dilación para socorrer a los necesitados.
Se notificó a las congregaciones que recogieran las provisiones necesarias en los centros de ayuda designados. Los ancianos las distribuyeron entre los miembros necesitados de sus congregaciones. No se desatendió a los familiares incrédulos de los Testigos. El padre de un superintendente cristiano de la zona afectada, que hasta entonces no había sido favorable a los testigos de Jehová, habló por teléfono con un pariente y le dijo orgulloso: “¡Los de la religión de mi hijo vienen a ayudarnos!”.
Más que ayuda material
Sin tardar, se organizaron reuniones cristianas. Una congregación celebró su reunión en un parque el martes, el mismo día del terremoto. Al concluir el domingo, la mayoría de las congregaciones de la zona afectada ya habían celebrado el estudio regular de La Atalaya en grupos pequeños o en los Salones del Reino poco deteriorados. La Atalaya del 1 de diciembre de 1994, que se estudiaba aquella semana, habló de un tema pertinente: el privilegio de “utilizar nuestros recursos para ayudar a las víctimas de los desastres naturales”. Una asistente a la reunión comentó: “Por primera vez nos hallamos en el papel de receptores de la ayuda. Me faltan palabras para expresar mi gratitud. Cuando volvamos a la normalidad, haré lo que me corresponda en mi papel de donante”.
Los representantes que envió la sucursal fueron en motocicletas a las zonas más castigadas. “Nos conmovió el llanto de los hermanos —comentó uno de ellos—. Nos decían: ‘No lloramos por haberlo perdido todo, sino porque nos ha llegado al corazón que ustedes, hermanos, hayan venido de Ebina hasta aquí’.”
No habían pasado veinticuatro horas del desastre cuando se recibieron mensajes del Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová, en Brooklyn (Nueva York, E.U.A.), y de otras sucursales del mundo, como muestra de su interés por la situación. Durante los días subsiguientes llegaron muchos más mensajes. Fue muy emotivo el fax de la Congregación Wŏnju Este, de la República de Corea, en donde dos años antes habían perecido quince Testigos en un incendio provocado.a Acababa diciendo: “Hacemos nuestros el dolor y la tristeza de nuestros hermanos de Kobe. Recuerden que, como hemos comprobado nosotros, no estamos solos ante la desgracia. Queridos hermanos, ¡no se rindan!”.
Los representantes de la sucursal hicieron las gestiones oportunas con objeto de que los Testigos afectados siguieran recibiendo apoyo espiritual. Por ejemplo, se asignaron temporalmente más superintendentes viajantes a la zona de Kobe para que les dieran estímulo. También se invitó a otros ancianos cristianos de diversas regiones de Japón a que dedicaran cada uno una semana a dar apoyo espiritual y emocional a los que estaban sufriendo.
Gracias al cariño y al estímulo de los hermanos en la fe de todo el mundo, los Testigos afectados han logrado mantener el optimismo y la gratitud. Después de asistir a la primera reunión tras el terremoto, un Testigo dijo: “Ayer aún estábamos algo inquietos, pues no teníamos dónde cobijarnos. Pero nos tranquilizamos mucho al venir aquí y enterarnos de las bondadosas medidas que se tomaron para nuestro beneficio, entre ellas el servicio de lavandería, lugares donde bañarnos y el uso de algunos Salones de Asambleas como alojamientos temporales. No cabe duda de que esta es la organización de Dios”.
Es indudable que el énfasis que dan los Testigos a las riquezas espirituales ha contribuido a que aguanten. Una joven de poco más de 20 años dijo: “Desde los tres años, mi madre me ha enseñado a confiar en Jehová. La educación que recibí de ella y de la congregación cristiana me ha ayudado a soportar esta experiencia tan angustiosa”.
Se organiza la reconstrucción
Las casas de Testigos que recibieron daños graves o fueron destruidas ascendieron a unas trescientas cincuenta; de estas, un centenar eran propiedad privada. Además, hubo que hacer reparaciones menos importantes en unas seiscientas treinta casas de Testigos. Asimismo diez Salones del Reino habían quedado inutilizables.
Se hicieron planes sin demora para reconstruir los Salones del Reino que algunas congregaciones habían perdido. Cada uno de los once comités regionales de construcción que hay en Japón organizó un equipo de veintiún trabajadores para reparar las casas damnificadas de los Testigos.
Señal de los tiempos
Los terremotos son cada vez más frecuentes. “Tan solo el año pasado —comentó la revista Maclean’s— hubo [en Japón] varios terremotos mayores que el de Kobe.” Uno de ellos tuvo una magnitud de 8,1, pero afectó a una región septentrional poco poblada.
El aumento en la actividad sísmica no desconcierta a los testigos de Jehová. En efecto, justo después de que el terremoto azotó su casa, Atsushi, un niño de 5 años que vive en Kobe, fue diciendo por los alrededores: “¡Habrá terremotos en un lugar tras otro!”. (Marcos 13:8.) Su madre le había enseñado esta profecía. Jesucristo mencionó los terremotos como parte de “la señal de [su] presencia y de la conclusión del sistema de cosas”. Otros aspectos de la señal son las guerras, la escasez de alimentos, las pestes, y el enfriamiento del amor de la mayoría de las personas. (Mateo 24:3-14; 2 Timoteo 3:1-5.)
El terremoto de Kobe no es más que otra prueba de que vivimos en los últimos días de este mundo. Afortunadamente, constituye parte de la señal que está cumpliéndose en la actualidad y demuestra que este mundo pronto dará paso a uno nuevo. (1 Juan 2:17.)
[Nota a pie de página]
[Fotografías en la página 23]
Takao Jinguji perdió a su familia en estas ruinas
[Fotografías en las páginas 24, 25]
Estación de tren destruida
Paso elevado que se colapsó
[Fotografías en la página 26]
Los Testigos organizaron con rapidez un programa de ayuda a las víctimas