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  • El singular hoazín... mejor trepador que volador
  • ¡Despertad! 1986
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¡Despertad! 1986
g86 8/7 págs. 21-23

El singular hoazín... mejor trepador que volador

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Surinam

UN CIENTÍFICO dijo: ‘Parecen faisanes’.

‘A mí me parecen gallinas’, replicó un colega.

‘No, están emparentados con los cucos’, otros objetaron, impulsando así al autor de una obra de referencias a escribir cautelosamente: “Su lugar en el sistema zoológico es debatido”.

Pero, ¿qué son exactamente? Pues bien, no son ni faisanes, ni gallinas, ni cucos. Son hoazines. Son tan diferentes de las otras aves que algunos ornitólogos los clasifican como una familia a la cual pertenece solo esta especie.

Si usted nunca había oído acerca del hoazín, quizás se deba al hecho de que solamente vive a lo largo de los ríos tropicales de América del Sur. (De acuerdo con un ornitólogo con quien tuve oportunidad de hablar, el hoazín no vive bien en cautiverio.) Sin embargo, quizás le suenen familiares algunos de sus numerosos apodos. Estos varían desde el pintoresco Cigana (gitano) hasta el embarazoso ave fétida, y desde el prominente pavo del gobernador van Batenburg hasta el humilde loco Hannah. Completando la lista de los apodos de esta ave están cresta de gallo, faisán canje y el nombre que le dan los amerindios: zezieras.

Los primeros informes que se dieron de esta ave la calificaban como “la más peculiar de todas las aves que habitan los bosques de América del Sur”. Esto quizás suene un poco exagerado siendo que tan solo en Surinam hay unas 650 diferentes especies de aves. No obstante, el transcurso del tiempo y los nuevos hallazgos no han alterado la fascinación del hombre por esta singular criatura. Durante los pasados 25 años, los científicos han puesto a un lado sus prismáticos con desconcierto, y han declarado que el hoazín es “asombroso”, “único”, “totalmente diferente”, “extraño”, “fuera de lo común” y “muy singular”. Pero, ¿por qué merece el hoazín estos calificativos?

El loco Hannah

Para averiguarlo, un día enfoqué mis prismáticos en la espesa jungla de una pequeña isla en el río Corantijn, el río que sirve de frontera con Guyana y el único lugar de Surinam donde aún se puede hallar al hoazín. Puesto que es al amanecer y al atardecer cuando estas aves están más activas, nuestra modesta expedición se aseguró de que nuestra pequeña canoa llegara a la isla poco después del amanecer.

A unos 50 metros de la isla nos dimos cuenta de que los habíamos hallado. Los fuertes sonidos que emiten parecidos a “chachalaca” los puso al descubierto. Cuando un grupo de unos diez de ellos apareció, contuvimos la respiración y tratamos de no movernos. Sin embargo, las aves huyeron entre las ramas, doblando el volumen de sus extraños sonidos.

“¿Ve usted?, por eso los llamamos los locos Hannahs”, dijo David, nuestro amigo amerindio. “Un ave cuerda se mantendría callada, escondida o huiría. ¡Pero estos Hannahs hacen más ruido y se quedan en los alrededores! Un ave como esa debe estar loca”, exclamó David riéndose.

Locas o no, nos alegramos de que las aves nos hubieran dado suficiente tiempo para echarles un vistazo de cerca. El ave es de unos 60 centímetros de largo, aproximadamente del tamaño de un faisán, con grandes alas de puntas redondeadas y una gran cola que abulta más que su cuerpo. Su plumaje es rico en colores otoñales: castaño, marrón rojizo y un brillante verde oliva veteado con negro y blanco amarillento. Pero hacia la cabeza sus colores cambian. Un cuello largo y delgado sostiene una cabeza pequeña. Sus ojos carmesí están rodeados por una piel desnuda de color azul cobalto.

Lo que le falta en tamaño a la cabeza lo compensa su llamativa cresta amarillenta. ¡Es en verdad una cresta de gallo! Al mover levemente la cabeza o ante el efecto de una brisa, las plumas de la cresta se agitan como un abanico.

Alimento y almacenaje

Resultó que los hoazines estaban desayunando cuando los interrumpimos. Son vegetarianos y se alimentan de hojas, capullos, semillas pulposas y frutas. De hecho, vimos a uno en lo alto de un árbol balsa comiéndose sus hojas. Pero su alimento favorito es el mokomoko, o arum, una planta nativa con hojas gigantescas puntiagudas. El ave acomete con brío las fuertes hojas, tragándose grandes pedazos para llenarse el buche.

¿Buche? Sí, el buche es una bolsa 50 veces más grande que el estómago del ave. En él almacena el alimento, lo remoja y lo somete a una digestión preliminar. El buche es tan grande que en el pecho queda muy poco espacio para músculos fuertes. ¿Con qué resultado? El hoazín no vuela bien.

Es cierto que, cuando uno escucha el fuerte aleteo de esta ave al volar, uno se imagina que es la personificación de la elegancia. Pero no es así. Tras mucho esfuerzo y vigoroso aleteo, al máximo de su capacidad, apenas se mueve. Su vuelo se parece más bien al de un helicóptero despegando que al de un elegante avión. Durante un corto vuelo de unos cien metros, lanza un chillido de protesta cada vez que bate las alas, deseoso de descender lo antes posible. Contrario a otras aves que se posan con delicadeza, el descenso del hoazín es más bien como la caída de un avión. Se lanza derecho hacia los árboles o arbustos, con sus patas completamente abiertas agarrándose torpemente de cualquier rama que esté a su alcance. Es una cuestión de acertar o fallar. A veces cae varios metros antes de poder sujetarse de algo y entonces lanza un graznido de alivio.

El cambio de guardia

Durante la estación de las lluvias —época de la reproducción del hoazín— tuve la oportunidad de ver de cerca uno de los nidos. Allí estaba, escondido tras una cortina de tallos de mokomoko, a unos 3 metros sobre el nivel del agua. Parecía práctico, pero nada elegante: una simple plataforma, toscamente construida con ramitas del grueso de un lápiz. Medía unos 30 centímetros de diámetro y no tenía un lecho blando. Era tan poco tupido que uno podía ver los pequeños huevos a través del fondo del nido. Generalmente se pueden ver en estos nidos de dos a cinco huevos de color blancuzco con manchas marrones y rosadas. El tiempo de incubación es de unos 28 días. Pero la madre y el padre han hallado una manera de luchar contra el aburrimiento. Se turnan para la incubación de los huevos.

De acuerdo con el escritor Lear Grimmer, temprano por la mañana y al atardecer se produce un “cambio de guardia”. Grimmer declara: “Generalmente las aves intercambian saludos inclinándose antes de cambiar de lugares”. Una vez en su lugar, son defensores valientes de su progenie. Las zarigüeyas, las boas, las aves de rapiña y los monos saimiris tienen un apetito especial por los huevos, ¡y hasta por los polluelos! ¡Pero los depredadores son recibidos con chillidos de advertencia de las intrépidas aves adultas, preparadas para atacar!

¡Qué polluelo!

Si el hoazín adulto es extraño, los polluelos lo son aún más. Tras la incubación, sale un polluelo sin plumas, armado con un pico fuerte y unos pies de tamaño exagerado. Pero piense por un momento en las garras bien desarrolladas, o “dedos”, en el recodo de cada ala, muy parecido a nuestro pulgar e índice. E. A. Brigham, quien estudió estas aves hace un siglo, exclamó: “De un huevo puesto por un ave que tiene dos patas y dos alas sale un animal con cuatro patas”.

Apenas unas horas después de su nacimiento, los polluelos miran por encima del borde del nido y salen arrastrándose. Trepan por las ramas y enredaderas usando el pico parecido al de un loro, las grandes patas con garras y los fuertes ganchos de las alas. ¡Son muy buenos trepadores! Pero las “manos” también sirven de “remos”, y son muy eficaces. Cuando el peligro acecha, los polluelos se zambullen valientemente en el río desde una altura de unos tres metros o más. Así es que no solo es un buen trepador, sino que también sabe zambullirse y nadar bien. Puede que el polluelo chapotee hasta un lugar seguro en la maleza. Entonces, para que sus padres sepan dónde se encuentra, emite un sonido distintivo: “scuiionk”; convierte de nuevo sus “remos” en “manos” y trepa usando las garras. Las alarmadas aves adultas van entonces a socorrerlo, ayudando así al aterrorizado polluelo a regresar al nido.

Olor como salvavidas

Un investigador escribió: “Estiércol fresco de caballo”.

Otro añadió: “Un establo de vacas”.

Los expertos concordaban en que “tenían un [...] olor mohoso muy desagradable”. Habían acercado demasiado la nariz al ave y la opinión era unánime: ¡Un ave fétida! Pero, ¿de dónde proviene ese olor?

Uno de ellos escribió: “El olor de su carne [...] es horrible”.

Otro discrepaba: “No es la carne lo que despide ese olor, más bien es el contenido del buche”. ¿Qué creen los nativos?

“La carne no es mala. ¡Cuando la comí, pedí más!”, dijo riéndose William, un cazador de experiencia. “Es como comer pavo.”

Una anciana que había desplumado algunos de ellos dijo: “No es la carne, sino las plumas las que tienen el olor”. Pero la mayoría aparta la cabeza e insiste en que apestan. Y esta convicción tan arraigada puede que sea la salvación de esta criatura que de otro modo sería vulnerable.

El hoazín tal vez tenga un olor fétido y un vuelo poco elegante, pero, piense que, en un mundo donde muchos animales están en peligro de extinción el sobrevivir ya es en sí una hazaña. Quizás el loco Hannah, no está tan loco después de todo.

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