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  • El estrés: “asesino silencioso”
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • El estrés: “asesino silencioso”

      “El primer síntoma que noté fue una presión intensa cerca del esternón. El dolor se irradió a los hombros, el cuello y las mandíbulas, y luego bajó por los brazos. Era como si me hubiese caído un elefante encima del pecho. Apenas podía respirar. Me entraron sudores, retortijones y terribles náuseas. [...] Luego, cuando las enfermeras me ayudaron a acostarme en el hospital, recuerdo que dije atónito: ‘Me está dando un infarto’. Tenía 44 años.”

      ASÍ describe el doctor Robert S. Eliot en su libro From Stress to Strength (Del estrés a la fortaleza) la ocasión en que estuvo al borde de la muerte hace más de veinte años. Poco antes, aquella misma mañana, había asistido a una conferencia en la que, irónicamente, había disertado sobre el infarto. De repente, el cardiólogo se halló en lo que llama “el lado equivocado de las sábanas en la unidad de cuidados coronarios”. ¿A qué atribuye el inesperado ataque? “Las reacciones físicas al estrés me estaban matando por dentro”, señala el doctor Eliot.a

      Como indica el caso del doctor Eliot, el estrés supone una grave amenaza para la vida. En Estados Unidos se ha relacionado con varias causas principales de muerte. Sus efectos se acumulan calladamente con el paso del tiempo y afloran sin previo aviso. Con razón se le ha llamado el “asesino silencioso”.

      Por sorprendente que parezca, las personalidades del tipo A —impacientes, agresivas y competitivas— no son las únicas que están expuestas a las catástrofes vinculadas al estrés. También corren peligro quienes manifiestan serenidad, sobre todo si esta no es más que una endeble fachada, como una tapa débil en una olla de presión. El doctor Eliot opina que así ocurrió en su caso. Ahora da esta advertencia: “Uno pudiera caer muerto mañana sin haberse percatado de que lleva años con una bomba de tiempo en el corazón”.

      Pero el infarto y la muerte súbita no son los únicos males vinculados al estrés, como indica el siguiente artículo.

  • El estrés: “asesino silencioso”
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • [Nota]

      a Aunque la tensión nerviosa contribuye a que se produzcan infartos, la mayoría de las veces hay un grave deterioro de las arterias coronarias por la aterosclerosis. No es prudente, pues, restar importancia a los síntomas de una enfermedad coronaria, pensando tal vez que bastará con aminorar el estrés (véase ¡Despertad! del 8 de diciembre de 1996, páginas 3-13).

  • El estrés: “veneno de acción retardada”
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • El estrés: “veneno de acción retardada”

      “A menudo la gente dice: ‘Como sigas con tanto estrés, vas a enfermar’. Es probable que ignoren que esta afirmación cuenta con el respaldo de la biología.”—Doctor David Felten.

      JILL, que afronta sola la crianza de un hijo adolescente, la mengua de sus ahorros y los roces con sus padres, tenía sobradas razones para sentirse agobiada. Cuando le salió en el brazo una erupción que le producía picor y quemazón, de nada valieron antibióticos, cremas con cortisona y antihistamínicos; se le extendió por todo el cuerpo, rostro incluido. Eran los estragos del estrés.

      Se le mandó a una clínica dermatológica que examina el estado emocional de los pacientes. “Procuramos saber qué ocurre en sus vidas”, señala el doctor Thomas Gragg, cofundador del centro. Este facultativo descubre muchas veces que los afectados de enfermedades cutáneas persistentes requieren, además de tratamiento médico, ayuda contra la tensión nerviosa. “Caeríamos en el simplismo si dijésemos que los sentimientos o las acciones causan las afecciones cutáneas —admite el doctor Gragg—. Pero es innegable que el estado emocional repercute a buen grado en las enfermedades de la piel, y no debemos seguir recetando cremas con esteroides sin ayudar primero al paciente a afrontar el estrés que sufre.”

      Jill opina que salvó la piel cuando aprendió a afrontar la tensión emocional. “A veces aún resurge la irritación —señala—, pero no se me pone la piel tan horrible como antes.” ¿Será un caso anecdótico? No. Muchos médicos entienden que el estrés es un factor que influye en bastantes afecciones dermatológicas, como la urticaria, la psoriasis, el acné y el eccema. Sin embargo, no solo afecta a la piel.

      El estrés y el sistema inmunológico

      Las últimas investigaciones revelan que la tensión puede inhibir el sistema inmunológico, abriendo la puerta a las infecciones. “El estrés no causa las enfermedades —comenta Ronald Glaser, virólogo—, pero como actúa sobre el sistema inmunológico, sí aumenta el riesgo de padecerlas.” Hay pruebas muy persuasivas que vinculan la tensión emocional a los resfriados, la gripe y el herpes. Aunque vivimos siempre expuestos a los virus causantes de estos males, el sistema inmunológico normalmente los vence. Según los especialistas, estas defensas fallan cuando se sufre estrés.

      Aún no se comprenden a plenitud los mecanismos biológicos implicados, pero según ciertas teorías, las hormonas que preparan al individuo para actuar en circunstancias estresantes pueden estorbar el funcionamiento del sistema inmunológico cuando fluyen por el torrente sanguíneo. Por lo común, este hecho no es inquietante, pues las hormonas tienen un cometido temporal. Ahora bien, hay expertos que afirman que si el estrés es constante e intenso, el sistema inmunológico pierde eficacia, al grado de que la persona se vuelve más vulnerable a las enfermedades.

      Este hecho pudiera explicar por qué opinan algunos médicos canadienses que entre el 50% y el 70% de las consultas que atienden están relacionadas con la tensión nerviosa, y son, por lo general, motivadas por dolores de cabeza, insomnio, agotamiento y problemas gastrointestinales. En Estados Unidos se estima que la proporción es de un 75% a un 90%. La doctora Jean King no cree exagerar cuando dice: “El estrés crónico es un veneno de acción retardada”.

      Ni una única causa, ni un único remedio

      A pesar de los datos anteriores, los científicos no tienen la certeza de que la tensión, por sí sola, afecte al sistema inmunológico al grado de ser nociva para la salud. Por lo tanto, no se puede afirmar de forma tajante que el estresado crónico sucumbirá a la enfermedad, ni que la ausencia de estrés garantice la buena salud; tampoco es prudente negarse a recibir atención médica con la idea errónea de que es posible eliminar las dolencias mediante el optimismo y los pensamientos positivos. El doctor Daniel Goleman da la siguiente advertencia: “El resultado de esta [retórica de que la] actitud [...] todo lo cura ha sido crear una extendida confusión y equívoco acerca del grado en que la enfermedad puede quedar afectada por la mente y, tal vez lo peor, a veces hacer sentir a la gente culpable por padecer una enfermedad, como si eso fuera una señal de algún desliz moral o una indignidad espiritual”.

      Así pues, hay que entender que, por lo general, la causa de un padecimiento no puede reducirse a un solo factor. Con todo, la conexión existente entre el estrés y la enfermedad muestra la utilidad de combatir, en la medida de lo posible, este “veneno de acción retardada”.

      Antes de analizar cómo se realiza este combate, veamos con más detalle la naturaleza del estrés y las ocasiones en las que este puede resultar beneficioso.

  • El estrés: “veneno de acción retardada”
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • [Recuadro de la página 5]

      Afecciones vinculadas al estrés

      • alergias

      • artritis

      • asma

      • cardiopatías

      • depresión

      • diarrea

      • disfunciones sexuales

      • dolores de cabeza

      • dolores de espalda, cuello y hombro

      • enfermedades cutáneas

      • gripe

      • insomnio

      • migrañas

      • resfriados

      • trastornos gastrointestinales

      • úlceras pépticas

  • Estrés bueno, estrés malo
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • Estrés bueno, estrés malo

      “Puesto que el estrés es la respuesta inespecífica del cuerpo ante una necesidad, todos lo sentimos constantemente a cierto grado.”—Doctor Hans Selye.

      LAS cuerdas del violín han de estar tensas, pero en su punto exacto: ni muy tirantes, pues pueden romperse, ni muy flojas, pues no sonarán. El ajuste preciso está entre los dos extremos.

      Otro tanto sucede con la tensión emocional. Ya hemos visto que en exceso es nociva. Pero ¿qué ocurre si no existe? Por atrayente que sea la idea, lo cierto es que necesitamos el estrés, siquiera a cierto grado. Por ejemplo, imagínese que al cruzar la calle ve que un automóvil se dirige raudo hacia usted. El estrés le permitirá eludir el accidente de forma rápida.

      Pero su utilidad no se limita a las emergencias. También hace falta para desempeñar las tareas cotidianas. Todos estamos sometidos de continuo a cierto nivel de tensión. ‘La única forma de evitarlo es morirse’, dice el doctor Hans Selye, quien agrega que afirmar que uno “está bajo estrés” es tan carente de sentido como decir que “tiene temperatura”. “Con estas frases —señala Selye— nos referimos en realidad a un exceso de tensión o de temperatura corporal.” En este contexto, las diversiones, así como el sueño, también requieren estrés, pues el corazón ha de seguir latiendo y los pulmones funcionando.

      Tres clases de estrés

      Tal como hay varios grados de tensión, también existen diversos tipos.

      El estrés agudo procede de las tensiones cotidianas, ocasionadas a menudo por situaciones desagradables que deben resolverse. Ya que son circunstancias ocasionales y temporales, este estrés normalmente puede afrontarse. Claro, hay quienes van de crisis en crisis; el caos parece ser parte de su carácter. Aun en este nivel es controlable el estrés. Ahora bien, el paciente tal vez rehúse cambiar a menos que comprenda las consecuencias que tiene su vida agitada en sí mismo y en quienes lo rodean.

      A diferencia del estrés agudo, que es temporal, el crónico es duradero. El afectado no ve la forma de salir de la situación que lo agobia, sea la pobreza y sus lacras, un trabajo desagradable o el desempleo. El estrés crónico también lo ocasionan los problemas familiares persistentes, así como cuidar a un pariente enfermo. Prescindiendo de su origen, este tipo de tensión desgasta a la víctima día tras día, semana tras semana, mes tras mes. “Lo peor del estrés crónico —señala un libro sobre el tema— es que nos habituamos a él. [...] Reconocemos de inmediato el estrés agudo porque es nuevo, pero no prestamos atención al crónico por ser antiguo, familiar y, a veces, hasta cómodo.”

      El estrés traumático lo causa una tragedia impactante, como una violación, un accidente o una catástrofe natural. Lo sufren muchos ex combatientes y sobrevivientes de campos de concentración. Los síntomas abarcan los vívidos recuerdos del desastre, que duran años, así como la sensibilización a sucesos menos importantes. A veces se diagnostica al paciente trastorno de estrés postraumático (TEPT) (véase el recuadro superior).

      Hipersensibles al estrés

      Hay expertos que afirman que el modo en que reaccionamos hoy al estrés depende, en gran medida, de la cantidad y el tipo de estrés que hayamos soportado antes. Dicen que los sucesos traumáticos alteran las “conexiones” químicas del cerebro del afectado, que será más sensible al estrés en el futuro. Por ejemplo, en un estudio realizado con 556 veteranos de la II Guerra Mundial, el doctor Lawrence Brass descubrió que el riesgo de padecer apoplejía era ocho veces mayor, aun cincuenta años después del trauma, si el ex combatiente había sido prisionero de guerra. “La tensión de ser [prisionero de guerra] fue tan grande que marcó las reacciones posteriores de estos individuos: los sensibilizó.”

      Algunos entendidos afirman que, por sus graves consecuencias, no deben subestimarse los sucesos angustiantes de la infancia. “La mayoría de los niños traumatizados no van al médico —señala la doctora Jean King—. Sobrellevan el problema, siguen con su vida y, con los años, acaban en nuestras consultas, aquejados de depresión o cardiopatías.” Tomemos como ejemplo la terrible pérdida de un progenitor. “A edad temprana, una tensión tan intensa puede cambiar definitivamente la red de conexiones del cerebro —dice la doctora King—, dejando al huérfano con menos capacidad de afrontar el estrés normal de cada día.”

      Por supuesto, la reacción del individuo ante la tensión depende de muchos factores, como su constitución física y los recursos de que disponga para encarar los sucesos estresantes. Pero causas aparte, es posible afrontar el estrés. Claro, no es fácil. La doctora Rachel Yehuda observa: “Recomendarle a quien está sensibilizado a la tensión que se relaje es como decirle al insomne que se duerma”. No obstante, cada uno puede hacer mucho para aminorar el estrés, como explica el siguiente artículo.

  • Estrés bueno, estrés malo
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • [Recuadro de la página 7]

      El estrés laboral “fenómeno mundial”

      Un informe de la ONU dice: “El estrés se ha convertido en uno de los problemas de salud más graves del siglo XX”. Su presencia en el lugar de empleo es patente.

      • Las demandas por estrés que plantearon los funcionarios australianos aumentaron en un 90% en tan solo tres años.

      • Un estudio efectuado en Francia reveló que el 64% de los enfermeros y el 61% de los maestros dicen estar a disgusto con el entorno estresante de su trabajo.

      • Las enfermedades ligadas al estrés cuestan a Estados Unidos unos 200.000 millones de dólares anuales. Se calcula que del 75 al 85% de los accidentes laborales tienen que ver con el estrés.

      • En muchos países, la mujer padece más estrés que el hombre, probablemente porque se ocupa de más obligaciones entre la casa y el empleo.

      Sin duda, el estrés laboral es, en palabras del informe de la ONU, un “fenómeno mundial”.

  • Estrés bueno, estrés malo
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • [Recuadro de la página 8]

      El TEPT: la reacción normal a una experiencia anormal

      ‘Tres meses después del accidente de automóvil, aún no lograba dejar de llorar ni podía dormir toda la noche. Me aterraba salir de casa.’—Louise.

      LOUISE padece el trastorno de estrés postraumático (TEPT), enfermedad debilitante que se caracteriza por la rememoración recurrente y no deseada, hasta en sueños, de un suceso traumático. El afectado tal vez tenga una propensión exagerada a sobresaltarse. Por ejemplo, Michael Davis, psicólogo, recuerda que un ex combatiente de Vietnam corrió a ocultarse entre los arbustos el día de su boda al oír las detonaciones de un tubo de escape. “En el entorno debía de haber todo tipo de indicaciones de que no corría peligro —señala Davis—. Habían pasado ya veinticinco años; no se hallaba en Vietnam, sino en Estados Unidos; [...] en vez de uniforme de combate, llevaba un esmoquin blanco. Pero ante aquel estímulo primordial, corrió a ocultarse.”

      El trauma del combatiente es solo una de las causas del TEPT. Según el boletín The Harvard Mental Health Letter, el trastorno lo ocasiona cualquier “suceso o serie de sucesos en que entra en juego la muerte, una amenaza de muerte, una grave lesión o una amenaza a la integridad física. Pudiera ser una catástrofe natural, un accidente o un acto del hombre: inundaciones, incendios, terremotos, colisiones automovilísticas, bombas, disparos, torturas, secuestros, asaltos, violaciones o abusos de menores”. Tan solo presenciar un suceso traumático o enterarse de este, tal vez mediante testimonios o imágenes impactantes, puede ocasionar síntomas del trastorno, sobre todo si los afectados son familiares o amigos íntimos.

      Como es natural, cada individuo reacciona ante el trauma de distinta manera. “La mayoría de las personas que han pasado por una experiencia traumática no presentan síntomas psiquiátricos graves, y aun si los hay, no adoptan necesariamente la forma del TEPT”, señala The Harvard Mental Health Letter. Ahora bien, ¿qué ocurre con aquellos que sí sufren el trastorno de estrés postraumático? Algunos terminan por dominar los sentimientos asociados con el trauma y mejoran. Otros siguen luchando con los recuerdos de la situación traumática durante muchos años.

      En cualquiera de los casos, los afectados por este trastorno, así como quienes desean ayudarles, deben tener presente que la recuperación exige paciencia. La Biblia anima a los cristianos a que “hablen confortadoramente a las almas abatidas” y “tengan gran paciencia para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14). A Louise, citada al principio, le tomó cinco meses volver a ponerse al volante. “Aunque he hecho grandes progresos —comentó cuatro años después del accidente—, conducir ya no será nunca la grata experiencia de antes. Es algo que tengo que hacer, y por ello lo hago. Con todo, he mejorado mucho en comparación con lo inútil que me sentía tras el accidente.”

  • Se puede afrontar el estrés
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • Se puede afrontar el estrés

      “En la vida nunca nos faltará el estrés, así que en vez de tratar de eliminarlo, lo importante es saber reaccionar ante este.”—Leon Chaitow, afamado escritor sobre salud.

      LA BIBLIA predijo que en “los últimos días” habría “tiempos críticos, difíciles de manejar”. La realidad actual muestra que vivimos en esa etapa, pues conforme a la profecía, los seres humanos son “presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin autodominio, feroces, sin amor del bien, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo” (2 Timoteo 3:1-5).

      No es de extrañar que cueste tanto mantener un mínimo de serenidad. Hasta quienes procuran vivir en paz se ven afectados. “Son muchas las calamidades del justo”, escribió el salmista David (Salmo 34:19; compárese con 2 Timoteo 3:12). Con todo, el lector puede hacer mucho para aminorar la tensión y evitar que le abrume. Examine varios consejos.

      Cuídese

      Vigile la dieta. Un régimen alimenticio saludable incluye proteínas, frutas, verduras, cereales, legumbres y lácteos. Vigile la harina blanca y las grasas saturadas. Cuidado con la sal, el azúcar refinado, el alcohol y la cafeína. Si mejora la dieta, posiblemente sea menos vulnerable al estrés.

      Haga ejercicio. “El entrenamiento corporal es provechoso”, señala la Biblia (1 Timoteo 4:8). Hacer ejercicio con moderación y regularidad —hay quien recomienda tres veces por semana— fortalece el corazón, mejora la circulación, baja el nivel de colesterol y reduce la posibilidad de sufrir un ataque cardíaco. Lo que es más, fomenta la sensación de bienestar, probablemente por la liberación de endorfinas durante el esfuerzo.

      Duerma lo suficiente. La falta de sueño produce agotamiento y disminuye la capacidad de afrontar la tensión. Si se le hace difícil dormir, trate de acostarse y levantarse siempre a la misma hora. Algunos expertos recomiendan que las siestas no superen los treinta minutos para que no le impidan tener una buena noche de descanso.

      Organícese. Quienes programan bien el tiempo son mucho más capaces de afrontar el estrés. Antes de hacer planes, determine primero los asuntos prioritarios. Luego, elabore un horario a fin de no descuidarlos (compárese con 1 Corintios 14:33, 40 y Filipenses 1:10).

      Cultive relaciones sanas

      Pida apoyo. Cuando se enfrentan a situaciones difíciles, las personas integradas en un círculo social disfrutan de cierta protección contra el agobio. Disponer siquiera de un amigo íntimo con quien sincerarse supone una gran diferencia. Dice un proverbio bíblico: “Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia” (Proverbios 17:17).

      Resuelva los conflictos. “No se ponga el sol estando ustedes en estado provocado”, escribió el apóstol Pablo (Efesios 4:26). Un estudio con 929 sobrevivientes de infartos demuestra lo sabio que es arreglar las diferencias cuanto antes y no guardar rencor. Los que tenían niveles altos de hostilidad corrían un riesgo tres veces mayor de morir de un paro cardíaco al cabo de diez años del primer ataque, que los más apacibles. Los autores del estudio señalan que, si bien parece que la ira es el factor más fuerte, puede tener las mismas consecuencias toda emoción negativa intensa que desencadene la emisión en grandes cantidades de hormonas productoras de estrés. “Los celos son podredumbre a los huesos”, afirma Proverbios 14:30.

      Saque tiempo para la familia. Dios mandó a los padres israelitas que pasaran tiempo con sus hijos y les inculcaran en el corazón buenos principios (Deuteronomio 6:6, 7). De este modo se formaba un vínculo que fomentaba la solidaridad familiar, cualidad que, lamentablemente, no abunda hoy en día. Un estudio reveló que, de promedio, algunos matrimonios en los que ambos cónyuges trabajan solo dedican tres minutos y medio diarios a jugar con los hijos. Pero lo cierto es que su familia puede ayudarle muchísimo a afrontar el estrés. “La familia nos convierte incondicionalmente a cada uno de nosotros en miembros privilegiados de un grupo de apoyo emocional, que conoce quiénes somos realmente y aun así nos quiere”, afirma cierto libro sobre el estrés. “Trabajar en familia es una de las mejores maneras de reducir el estrés.”

      Viva con equilibrio

      Sea razonable. Quienes se esfuerzan siempre al límite de sus facultades físicas y mentales son muy proclives al agotamiento y hasta la depresión. El equilibrio es esencial. “La sabiduría de arriba es [...] razonable”, escribió el discípulo Santiago (Santiago 3:17; compárese con Eclesiastés 7:16, 17 y Filipenses 4:5). Aprenda a decir que no cuando le pidan algo que no pueda razonablemente asumir.

      No se compare con los demás. Como dice Gálatas 6:4, “cada uno pruebe lo que su propia obra es, y entonces tendrá causa para alborozarse respecto de sí mismo solo, y no en comparación con la otra persona”. Ni siquiera Dios hace comparaciones desfavorables en lo tocante a la adoración, ni pide a nadie más de lo que le permiten sus circunstancias. Acepta nuestras dádivas y sacrificios ‘según lo que tenemos, no según lo que no tenemos’ (2 Corintios 8:12).

      Saque tiempo para el ocio. Hasta Jesús, que era muy industrioso, sacó tiempo para descansar junto con sus discípulos (Marcos 6:30-32). El escritor inspirado de Eclesiastés también expuso los beneficios del ocio sano: “Yo mismo encomié el regocijo, porque la humanidad no tiene nada mejor bajo el sol que comer y beber y regocijarse, y que esto los acompañe en su duro trabajo durante los días de su vida, que el Dios verdadero les ha dado bajo el sol” (Eclesiastés 8:15). Los placeres equilibrados vigorizan el cuerpo y contribuyen a contrarrestar el estrés.

      Adopte un enfoque realista del estrés

      Cuando se vea ante circunstancias estresantes:

      No deduzca que Dios lo desaprueba. La Biblia dice que la fiel Ana estuvo durante años “amargada de alma” (“muy angustiada”, La Biblia de las Américas) (1 Samuel 1:4-11). En Macedonia, Pablo no tuvo sino “inquietudes por todas partes” (2 Corintios 7:5, El Nuevo Testamento original). Antes de morir, Jesús ‘entró en agonía’, con tanta tensión que “su sudor se hizo como gotas de sangre que caían al suelo”a (Lucas 22:44). Todos ellos fueron siervos fieles de Dios. Por tanto, si nos encaramos al estrés no tenemos por qué concluir que Dios nos ha abandonado.

      Aprenda de las circunstancias angustiosas. Pablo escribió que tenía que soportar “una espina en la carne”, por lo visto una afección que le afligía mucho (2 Corintios 12:7). Pero unos cinco años después pudo decir: “En toda cosa y en toda circunstancia he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad. Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder” (Filipenses 4:12, 13). No disfrutaba teniendo “una espina en la carne”, pero al sobrellevarla aprendió a apoyarse aún más en la fuerza que Dios le daba (Salmo 55:22).

      Cultive la espiritualidad

      Lea y medite la Palabra de Dios. “Felices son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual”, dijo Jesús (Mateo 5:3). Es esencial leer y meditar la Palabra de Dios. No es raro que al escudriñar las Escrituras hallemos las palabras de ánimo que precisamos para sobrellevar el día (Proverbios 2:1-6). “Cuando mis pensamientos inquietantes llegaron a ser muchos dentro de mí —escribió el salmista—, tus propias consolaciones[, oh Dios,] empezaron a acariciar mi alma.” (Salmo 94:19.)

      Ore con frecuencia. Pablo escribió: “Dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales mediante Cristo Jesús” (Filipenses 4:6, 7). Sí, “la paz de Dios” puede trascender el sentimiento de angustia y estabilizarlo, aun si para ello es preciso “poder que es más allá de lo normal” (2 Corintios 4:7).

      Asista a las reuniones cristianas. La congregación cristiana nos brinda una valiosa red de apoyo, pues a sus integrantes se nos insta a ‘considerarnos unos a otros para incitarnos al amor y a las obras excelentes y animarnos unos a otros’. Con razón recomendó el apóstol Pablo a los cristianos del siglo primero que no ‘abandonaran el reunirse’ (Hebreos 10:24, 25).

      Una esperanza segura

      Hay que reconocer que no existe una fórmula simple para aminorar la tensión. A menudo hay que cambiar radicalmente de actitud. Por ejemplo, tal vez tengamos que aprender nuevas formas de reaccionar ante las circunstancias para no abrumarnos. En ocasiones, quizás se requiera atención médica competente en vista de la frecuencia o la intensidad del estrés.

      Claro, hoy no existe nadie que viva totalmente libre de tensiones negativas. Sin embargo, la Biblia nos promete que se aproxima el día en que Dios dará atención a los seres humanos y eliminará las condiciones que tanto los estresan. En Revelación (Apocalipsis) 21:4 leemos que Dios “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. Más adelante, la humanidad fiel morará en seguridad, como vaticinó el profeta Miqueas: “Realmente se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar; porque la boca misma de Jehová de los ejércitos lo ha hablado” (Miqueas 4:4).

  • Se puede afrontar el estrés
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • [Recuadro de la página 12]

      El estrés y la cirugía

      Algunos médicos toman en cuenta el nivel de tensión del paciente antes de llevarlo al quirófano. Por ejemplo, el doctor Camran Nezhat, cirujano, señala:

      “Si alguien que debe someterse a una operación me dice que ese día siente pánico y no quiere pasar por ella, cancelo la intervención.” ¿Por qué? Nezhat explica el motivo: “Cualquier cirujano sabe que las personas que están muy asustadas tienen problemas durante la operación. Sufren hemorragias abundantes y más infecciones y complicaciones. Tardan más tiempo en recuperarse. Es mucho mejor si están serenas”.

  • Se puede afrontar el estrés
    ¡Despertad! 1998 | 22 de marzo
    • a Hay informes de sudor sanguinolento en ciertos casos de tensión mental extrema. En la hematidrosis, por ejemplo, se transpira sudor teñido de sangre, pigmento sanguíneo, o fluido corporal mezclado con sangre. No obstante, es imposible determinar qué ocurrió exactamente en el caso de Jesús.

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