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  • Ya no es un secreto
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¡Despertad! 1995
g95 8/5 págs. 13-14

Ya no es un secreto

“Manténla en secreto[;] no se la leas a ningún desconocido”

ESTA advertencia encabezaba el mensaje —escrito en inglés sin preocupación por la ortografía— que en 1863, en plena guerra de Secesión, mandó William H. Morey desde Acquia Creek (Virginia) a su joven esposa, Elisa Ann, residente en Pensilvania. Morey tenía 24 años, estaba recién casado y se había alistado en Hanover Township (Pensilvania). Luchaba en el bando de los nordistas o unionistas. ¿Quiénes eran sus enemigos? Otros americanos que apoyaban la confederación de estados del Sur que se habían segregado de la Unión porque, según ellos, los federales (nordistas) se inmiscuían desde Washington, D.C., en sus asuntos económicos. ¿Qué deseaba mantener en secreto Morey? Antes de averiguarlo, demos un vistazo al trasfondo histórico.

La guerra de Secesión estalló en 1861, cuando se separaron de la Unión siete estados, a los que se agregaron posteriormente otros cuatro. Los once constituyeron la Confederación. La pervivencia del esclavismo era un punto clave que debatían el Norte y el Sur. Los opulentos hacendados sureños afirmaban que el Norte podía permitirse la supresión del sistema esclavista, porque su economía dependía de miles de emigrantes europeos. Pero la economía meridional, cuya base era el cultivo del algodón, precisaba —al menos así lo creían— de casi cuatro millones de esclavos negros a fin de salir adelante.

¿Qué opinaba el presidente Abraham Lincoln? En agosto de 1862 escribió: “El objetivo primordial que persigo en esta contienda no es preservar o eliminar la esclavitud, sino preservar la Unión. Si pudiera preservar la Unión sin liberar a ningún esclavo, así lo haría; y si pudiera preservarla liberando a todos los esclavos, así lo haría”. Poco después, el 1 de enero de 1863, Lincoln proclamó la emancipación de los esclavos de la zona insurrecta. Fue un duro golpe para los esclavistas sureños, quienes consideraban que habían perdido “un capital de miles de millones de dólares en esclavos de su propiedad” sin recibir compensación alguna.

Según cálculos moderados, la terrible guerra civil (1861-1865) segó las vidas de 618.000 jóvenes norteamericanos, por no mencionar la cifra de heridos; nunca han muerto tantos estadounidenses en ningún otro conflicto. William Morey estaba involucrado en él cuando escribió su diario y su carta secreta el 25 de enero de 1863. ¿Qué pensaba de la guerra este soldado?

Una carta que destila amargura

Comienza la carta agradeciendo a su esposa “el tabaco y las otras cosas” que le había enviado, y luego prosigue: “Creo y veo claro que esta guerra es un gran embuste para conseguir dinero[;] todo el mundo trata de ganar más y más dinero porque es lo único que hace que siga adelante la guerra[;] ya veremos cómo acaba esta guerra[.] Si volviera a casa tumbaría de un puñetazo al primero que hablara de alistarme[;] nos tienen como a perros[;] a muchos perros los tratan mejor que a nosotros[,] y digo que si tuviera el dinero por los cuatro meses que llevo aquí[,] trataría de escapar[;] cada día nos tratan peor”.a

Luego, explica dónde estaban estacionados. “Es un lugar muy bonito y tiene una vista muy bonita[;] vemos pasar los barcos por el [río] Potomac [...] trabajamos mucho algunos días cargando los vagones y comemos a medias[;] un montón de los nuestros dicen que se fugarían si les dieran el dinero [...] no hacemos más que marchar y hacer trabajos pesados.”

Aun así, sus privaciones no eran nada en comparación con las de los soldados del frente. Refiriéndose a una batalla en la que perdió a 2.000 de sus 6.500 hombres, el general sudista D. H. Hill escribió: “No era una guerra; era una matanza”. (Gray Fox, de Burke Davis.) Las condiciones de reclutamiento, tanto en el Norte como en el Sur, favorecían que los adinerados quedaran exentos del servicio militar o se licenciaran pagando dinero. Por eso, los más pobres del Sur se quejaban de que era una “guerra del rico peleada por el pobre”. El cabo Morey fue recompensado por servir en el ejército y con el dinero puso una panadería.

Los que acabaron en los campos de prisioneros, como el de Andersonville (Georgia), solían padecer condiciones deplorables. “Lo atravesaba un arroyo que apenas se movía. La proporción de enfermedades y defunciones era muy elevada a causa de los malos servicios sanitarios, el hacinamiento, la exposición a los elementos y la dieta inadecuada, todo lo cual generaba condiciones antihigiénicas.” (Del folleto Andersonville.) Peores eran aun los asesinatos y el pillaje que perpetraban en los campos las pandillas de delincuentes. Estos, que también eran prisioneros y recibían el nombre de “Raiders” (Saqueadores), fomentaron una “orgía de saqueo y violencia”. Por una u otra causa, 12.920 soldados, si no más, murieron en Andersonville.

A estas alturas, en 1995, ¿cuánto ha avanzado la humanidad? ¿Ha aprendido las lecciones de la historia? Las terribles carnicerías de Ruanda, Liberia, los Balcanes y muchos otros lugares en conflicto constituyen ejemplos recientes del trato despiadado que ha infligido el hombre a sus congéneres. Pese a que profesan ser cristianos, católicos y ortodoxos no viven de acuerdo con el ejemplo amoroso de Jesucristo. Solo los testigos de Jehová se han mantenido neutrales y han rehusado adiestrarse para la guerra y participar en ella. Y esto no es ningún secreto. (Isaías 2:4; Miqueas 4:3.)

[Nota a pie de página]

a El original en inglés carece de puntuación y abunda en otras faltas de ortografía.

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