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Países de la antigua YugoslaviaAnuario de los testigos de Jehová 2009
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FIELES HASTA EL FIN
Lestan Fabijan, un albañil de Zagreb, les predicó a Ivan Sever, Franjo Dreven y Filip Huzek-Gumbazir. En seis meses, ya todos estaban bautizados, predicando y celebrando reuniones. En la tarde del 15 de enero de 1943, una patrulla militar llegó a la casa de Ivan Sever para arrestarlo a él, a Franjo Dreven y a Filip Ilić, otro hermano. Registraron la casa, se apoderaron de todas las publicaciones y se los llevaron a los tres.
Cuando Lestan se enteró de los arrestos, fue con Filip Huzek-Gumbazir a dar ánimo a la madre y a la hermana de Franjo. Pero los partisanos oyeron de su visita y los arrestaron también a ellos dos. Los cinco hermanos explicaron a los partisanos con la Biblia que solo servían a Jehová y que eran soldados de Cristo. Como todos rehusaron tomar las armas y participar en la guerra, fueron sentenciados a muerte y encerrados.
Un día, los partisanos despertaron a los cinco hermanos a media noche, les quitaron la ropa y los llevaron al bosque. En el camino les dieron la oportunidad de cambiar de opinión. Intentaron doblegar su determinación apelando al amor por la familia. Le hablaron a Filip Huzek-Gumbazir de su esposa encinta y de sus cuatro hijos, pero él contestó que tenía la plena seguridad de que Jehová los cuidaría. Como Franjo Dreven no tenía esposa ni hijos, le preguntaron que quién cuidaría de su madre y de su hermana.
Ya adentrados en el bosque, los soldados hicieron que los hermanos se quedaran de pie en medio del frío invernal. Entonces comenzaron las ejecuciones. Primero fusilaron a Filip Huzek-Gumbazir. Esperaron un poco y les preguntaron a los demás si querían cambiar de opinión. Pero los hermanos estaban decididos a mantenerse fieles, así que le llegó el turno a Franjo... luego a Ivan... y entonces a Lestan. Finalmente, Filip Ilić, el último con vida, transigió y aceptó unirse a los soldados. Sin embargo, tres meses más tarde volvió a casa debido a una enfermedad mortal y contó lo que había sucedido. Irónicamente, la vida que había tratado de conservar dándole la espalda a Jehová le fue arrebatada por una enfermedad.
En Eslovenia, muchos de nuestros hermanos fueron víctimas de la persecución. Por ejemplo, el 8 de junio de 1942, los soldados nazis ejecutaron en Maribor a Franc Drozg, un herrero de 38 años que no aceptó tomar las armas. Algunos testigos presenciales cuentan que, antes de fusilarlo, le colgaron al cuello un letrero que decía: “No soy de este mundo” (Juan 17:14). Su fe firme queda patente en la carta que escribió unos minutos antes de morir: “Mi querido amigo Rupert: Hoy me han sentenciado a muerte. No llores por mí. Un abrazo para ti y todos los de casa. Nos vemos en el Reino”.
Las autoridades no descansaron en su afán de detener la predicación, pero Jehová demostró ser un Dios de salvación. Por ejemplo, la policía con frecuencia hacía redadas y ponía en filas a los residentes del área para revisar sus tarjetas de identificación. Todo el que les pareciera sospechoso terminaba en prisión. Mientras tanto, otros policías registraban las casas y los apartamentos. Los hermanos percibieron a menudo la protección de Jehová cuando los policías pasaban por alto su hogar, sin duda pensando que ya lo habían registrado. En al menos dos de aquellas ocasiones había en casa de los hermanos muchas publicaciones y unos mimeógrafos. Vez tras vez, los que participaban en la obra de predicar en aquellos tiempos peligrosos experimentaron la veracidad de esta promesa bíblica: “Jehová es muy tierno en cariño, y compasivo” (Sant. 5:11, nota).
SENTENCIADOS A MUERTE
Al finalizar la segunda guerra mundial en 1945, concluyó también uno de los episodios más sangrientos de la historia humana. Ahora los Testigos yugoslavos esperaban que su obra dejara de estar prohibida y que ellos pudieran volver a predicar con libertad. Su optimismo se debía, por una parte, a que Hitler y sus aliados habían sido derrotados, y por otra, a que el recién instalado gobierno comunista había prometido libertad de prensa, de expresión y de culto.
Pero en septiembre de 1946 arrestaron a tres hermanas y quince hermanos. Entre los detenidos se hallaban Rudolf Kalle, Dušan Mikić y Edmund Stropnik. Las averiguaciones relacionadas con su detención duraron cinco meses, y al final fueron acusados de actuar contra el pueblo y el Estado, así como de poner en peligro la mismísima existencia de Yugoslavia. Las autoridades afirmaron que la predicación del Reino de Dios era dirigida desde Estados Unidos y que solo servía de pretexto para destruir el socialismo y restablecer el capitalismo. Y el principal acusador fue un sacerdote católico, quien insistió en que los detenidos eran espías estadounidenses que trabajaban bajo el disfraz de la religión.
En el juicio, los acusados hablaron con determinación en su propia defensa y dieron un excelente testimonio de Jehová y del Reino. Tal fue el caso de Vjekoslav Kos, un hermano joven, quien dijo: “Sabios jueces, mi madre fue quien me impartió las enseñanzas de la Biblia, y así fue que comencé a servir a Dios. Durante la ocupación alemana, ella fue enviada a prisión. Dos hermanas mías y un hermano compartían sus creencias y, por adorar a Dios como lo hacían, fueron llevados a Dachau bajo la acusación de ser comunistas. Esas mismas creencias me tienen aquí hoy delante del tribunal, acusado de ser fascista”. Su testimonio le dio la libertad.
Sin embargo, el tribunal no fue tan indulgente con los otros detenidos. Tres de ellos fueron sentenciados a morir fusilados, y el resto, a pasar entre uno y quince años en prisión. Pero la hermandad internacional reaccionó de forma rápida y enérgica ante semejante injusticia: testigos de Jehová de Estados Unidos, Canadá y Europa enviaron al gobierno yugoslavo una avalancha de miles de cartas de protesta, así como cientos de cablegramas. Incluso hubo funcionarios gubernamentales de alto rango que escribieron a favor de los hermanos. Ante la enorme demostración de solidaridad a escala mundial, la sentencia de muerte se conmutó por veinte años de prisión.
Con todo, la oposición no se detuvo. Dos años más tarde, las autoridades eslovenas arrestaron a cuatro Testigos por predicar: Janez Robas y su esposa, Marija, Jože Marolt y Frančiška Verbec. La acusación decía en parte: “[Los de] la ‘secta jehovita’ han reclutado nuevos miembros y los han puesto contra nuestro actual sistema social [...] [y] contra el servicio militar”. Alegando que los hermanos pretendían debilitar la defensa nacional, las autoridades les dieron sentencias de entre tres y seis años con trabajos forzados.
Felizmente, en 1952 hubo un cambio en la política del gobierno, gracias a la cual todos los hermanos quedaron en libertad, y el mensaje del Reino siguió proclamándose. Jehová había cumplido su promesa: “Sea cual sea el arma que se forme contra ti, no tendrá éxito, y sea cual sea la lengua que se levante contra ti en el juicio, la condenarás” (Isa. 54:17).
Aun así, el gobierno siguió tratando de debilitar la resolución de los hermanos, por ejemplo, tachándolos públicamente de ser “débiles mentales” y “fanáticos al borde de la locura”. Por desgracia, las persistentes críticas publicadas en los medios y el constante temor a ser vigilados fueron haciendo mella en el estado de ánimo de algunos Testigos al grado de que, si las autoridades soltaban de la prisión a un hermano fiel, algunos miembros de la congregación lo tomaban por espía. Pero Jehová no dejó de fortalecer a las congregaciones mediante hermanos maduros y leales.
Al final de la segunda guerra mundial, cuando Josip Broz, Tito, asumió el poder, había quedado patente el papel decisivo que las fuerzas armadas tendrían en el país. Bajo su régimen, quien se negara a prestar el servicio militar, sin importar la razón, prácticamente se estaba poniendo en contra del gobierno.
LA LEALTAD SOMETIDA A PRUEBA
Un día, mientras aún se peleaba la segunda guerra mundial, un niño de nueve años de Croacia, Ladislav Foro, asistió a una reunión obligatoria en el pueblo. En ella, un sacerdote católico presentó un sermón. Al terminar el evento, Ladislav se asomó por detrás de la cortina para ver a dónde se había ido el sacerdote. Cuando el clérigo se quitó la sotana, el niño vio que el hombre llevaba debajo un uniforme ustachi y una cartuchera a la cintura, de la que colgaba una granada de mano. Ya afuera, el sacerdote se montó en un caballo, empuñó su sable y gritó: “¡A cristianizar, hermanos! ¡Ya saben qué hacer si alguien no nos apoya!”.
Ladislav sentía que un hombre de Dios no debía comportarse así. Poco después comenzó a asistir con su tío a las reuniones que los testigos de Jehová celebraban en secreto. A pesar del enojo de sus padres, siguió asistiendo a las reuniones y logró progresar en sentido espiritual.
Pasó el tiempo, y en 1952, lo llamaron para cumplir su servicio militar. Ladislav dejó clara su postura neutral como cristiano, por lo que las autoridades militares lo sometieron a numerosos interrogatorios, esperando convencerlo de que prestara juramento y se alistara. En cierta ocasión, lo llevaron a un campo militar y lo colocaron delante de 12.000 reclutas que estaban a punto de prestar juramento. Le pusieron un rifle en el hombro, pero Ladislav lo tiró al suelo. Los soldados le advirtieron que lo fusilarían si volvía a tirarlo, y lo anunciaron por altavoces para que todo el mundo oyera. Al negarse por segunda vez a tomar el arma, los soldados lo sacaron del campo y lo arrojaron a un hoyo de varios metros de profundidad producido por una bomba. Al recibir la orden, un soldado disparó dos veces al interior del hoyo, y todos volvieron al campo. ¡Pero las balas no le dieron a Ladislav!
Por la noche, los soldados regresaron por Ladislav y se lo llevaron a una prisión de Sarajevo. Allí le enseñaron una carta que decía que otros de su religión habían transigido mientras él se pudría en la cárcel junto con un montón de delincuentes. Dedicaban largo rato una y otra vez a tratar de persuadirlo con argumentos de esa clase. Pero Ladislav se decía: “¿Llegué a servir a Jehová por una persona en particular? ¡No! ¿Estoy aquí para complacer a los hombres? ¡No! ¿Depende mi vida de lo que otros digan, piensen o hagan? ¡No!”.
Su enfoque espiritual lo ayudó a mantenerse firme durante los cuatro años y medio que pasó en prisión. Con el tiempo sirvió de superintendente de circuito con el apoyo de Anica, su fiel esposa y compañera.
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Mientras tanto, surgieron otros problemas. Por ejemplo, las autoridades malinterpretaron la postura neutral de los Testigos y llegaron a la conclusión de que, más que predicar, hacían propaganda política. Así que la policía secreta y sus informantes concentraron sus esfuerzos en entorpecer nuestra obra hasta donde les fue posible. Arrestaban y multaban a quien descubrieran predicando. De hecho, un informe señaló a este respecto: “Continúan los arrestos y la persecución, sobre todo en Eslovenia, donde la influencia católica es mayor y donde muchos hermanos se hallan bajo vigilancia policíaca porque los agentes quieren sorprenderlos estudiando la Palabra de Dios. Pero los hermanos han demostrado su determinación de derrotar el propósito de la persecución y obedecer a Dios más bien que al hombre”.
“CAUTELOSOS COMO SERPIENTES”
La situación exigía cautela. Al predicar en las zonas rurales de Eslovenia, los hermanos iniciaban la conversación preguntando a la persona si vendía huevos. Si el precio era bueno, compraban algunos para no despertar sospechas y, cuando lo consideraban oportuno, con prudencia dirigían la conversación hacia un tema bíblico. ¿Y si ya habían comprado suficientes huevos? ¡En la siguiente puerta preguntaban por leña! (Mat. 10:16.)
En los alrededores de Zagreb (Croacia), los hermanos trabajaron su territorio de forma sistemática y sin ser descubiertos. ¿Cómo lo lograron? Uno de sus métodos era predicar cada diez casas: si, por ejemplo, a un hermano le tocaba la casa número 1, entonces seguía con la 11, la 21, la 31 y así sucesivamente. Sus ingeniosos esfuerzos contribuyeron a que muchas personas aprendieran de Jehová. Con todo, debido a los desafíos que presentaba el ministerio de casa en casa, el método más utilizado fue la testificación informal.
En Serbia, las reuniones se celebraban en hogares particulares. Damir Porobić nos dice cómo se usaba la casa de su abuela después de la segunda guerra mundial: “Asistían entre cinco y diez personas. La casa de mi abuela era ideal porque tenía entrada por dos calles distintas, y así todos podían entrar y salir sin despertar sospechas”.
La familia de Veronika Babić, que era de Croacia, empezó a estudiar a mediados de los años cincuenta. Veronika se bautizó en 1957 y se mudó con su esposo a Sarajevo (Bosnia). Milica Radišić, por su parte, también se mudó con los suyos a la misma ciudad. Ella era de la región eslavona de Croacia y se había bautizado en 1950. Ambas familias comenzaron a esparcir la semilla de la verdad en Bosnia, pero con cautela, como se hacía en el resto de Yugoslavia. “La gente nos delataba —relata Veronika—, y la policía nos confiscaba las publicaciones. Nos arrestaron, nos interrogaron, nos amenazaron con meternos a la cárcel y nos multaron, pero nada nos desanimó ni nos atemorizó. Al contrario, nuestra fe en Jehová se hizo cada vez más firme.”
“Un día se presentó un hombre en el Salón del Reino —recuerda Milica— y nos pareció que tenía interés. Le dimos una buena acogida, y hasta se hospedó por algún tiempo en las casas de los hermanos. Comentaba con entusiasmo en las reuniones. Pero un día, en su lugar de trabajo, mi hija vio que aquel hombre se encontraba en una reunión para la policía secreta. Ahí nos dimos cuenta de que lo habían mandado a espiarnos. Pero como lo descubrimos, dejó de asistir a las reuniones.”
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