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Países de la antigua YugoslaviaAnuario de los testigos de Jehová 2009
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PRECURSORES AL CAMPO
En la década de 1930, la luz de la verdad se fue intensificando en Yugoslavia gracias a la labor incansable de hombres y mujeres devotos que emprendieron el servicio de precursor de vacaciones. Por ejemplo, en Maribor (Eslovenia) estuvieron Grete Staudinger, Katarina Konečnik y, más tarde, Karolina Stropnik. Un poco más al sur, en Mostar —la ciudad principal de Herzegovina—, un conductor de orquesta de nombre Alfred Tuček reconoció el sonido de la verdad y se hizo precursor. Y Dušan Mikić, un joven de 23 años originario de Zagreb (Croacia), obtuvo el folleto ¿Dónde están los muertos?, progresó con rapidez, se bautizó y también se hizo precursor. Por otro lado, la llegada de entusiastas hermanos y hermanas de Alemania también fue engrosando las filas de los precursores.
Pero mientras la verdad echaba raíces en Yugoslavia, en Alemania parecía que se iba a marchitar debido a la proscripción. De modo que la sucursal de Suiza dispuso que se mudaran a Yugoslavia veinte precursores de experiencia, entre ellos Martin Poetzinger, Alfred Schmidt, Vinko y Josephine Platajs y Willi y Elisabeth Wilke. Aunque estos abnegados hermanos no hablaban ni esloveno ni serbocroata, se valieron de tarjetas de testimonio para predicar con ánimo, abriendo así las puertas al progreso de la obra.
LOS DESAFÍOS DEL SERVICIO DE PRECURSOR
Su amor por la gente y su entrega total a la obra de Jehová infundieron fuerzas a los precursores para vencer las dificultades que representaron el idioma, la falta de dinero y las distancias. No era extraño que, para llegar hasta poblaciones remotas, tuvieran que caminar 40 kilómetros (25 millas) por terreno accidentado bajo duras condiciones climáticas. Una precursora no quería que se le gastaran los zapatos que usaba para predicar, así que se los quitaba y caminaba descalza de un pueblo a otro. Martin Poetzinger —quien llegó a ser miembro del Cuerpo Gobernante— hablaba con afecto de aquellos días en que recorría a pie la campiña con una mochila llena de publicaciones predicando a todo el que quisiera escuchar.
Para ayudar un poco con el problema del transporte, un hermano de Suiza compró varias bicicletas y se las regaló a estos fieles precursores. Aquellas bicicletas se usaron durante décadas.
Otra dificultad que enfrentaron los precursores fue la persecución religiosa, y eso que los yugoslavos eran conocidos por su amabilidad. El problema era que los sacerdotes ejercían un enorme control sobre sus feligreses, especialmente en los pueblos pequeños. A veces, por ejemplo, incitaban a los niños de la escuela para que siguieran a los hermanos y les arrojaran piedras. El clero también instigó a las autoridades a que molestaran a los precursores, les confiscaran las publicaciones y los arrestaran.
En cierta ocasión, Willi Wilke, su esposa y Grete Staudinger fueron a un pueblo remoto de Croacia a distribuir el folleto El Gobernante justo, que tenía en la portada una ilustración de Jesucristo. Cada precursor andaba predicando por su lado cuando, de pronto, Willi escuchó una gritería en la plaza y se dirigió hacia allá. “¡Qué susto me llevé al ver a mi esposa rodeada de unas veinte personas furiosas! Y más cuando vi que tenían hoces en las manos —relata él—. Cerca de ahí, otro grupo quemaba nuestros folletos.”
Los precursores no tenían ni la menor idea de por qué aquellos humildes pobladores estaban tan molestos. Y la hermana Wilke no entendía el idioma lo suficiente como para averiguarlo. Pero Grete sí dominaba las lenguas locales, así que se acercó con decisión y preguntó: “Señoras y señores, ¿qué hacen?”.
—¡No queremos al rey Pedro! —contestaron todos casi al mismo tiempo.
—Tampoco nosotros —dijo Grete.
Sorprendidos, algunos señalaron la ilustración del folleto y preguntaron: “Entonces, ¿por qué le hacen propaganda?”.
Grete entendió el problema. Lo que sucedía era que el año anterior, en 1934, habían asesinado al rey Alejandro I de Yugoslavia, y el sucesor era su hijo Pedro. Pero el pueblo no quería tener a un soberano serbio, sino que prefería la autonomía. ¡Y la gente pensaba que el de la ilustración era el rey Pedro!
Una vez aclarado el malentendido, los hermanos dieron un testimonio completo del Rey Jesucristo. Algunos de los que habían quemado su folleto incluso pidieron uno nuevo. Al final, los tres precursores se fueron de allí felices y convencidos de que la mano protectora de Jehová los había cuidado.
Entre las cosas que los precursores debían tomar en cuenta para no ofender a la gente estaban las costumbres locales, sobre todo en zonas de Bosnia donde predominaba la religión musulmana. Por ejemplo, mirar directamente a los ojos a una mujer casada podía provocar una reacción negativa del esposo.
También estaba el asunto del alojamiento. Como no tenían mucho dinero, los precursores no podían darse el lujo de alquilar una habitación. Y como había muy pocas congregaciones y grupos, era difícil encontrar un sitio donde quedarse después de todo un día de predicación en un pueblo remoto. No obstante, siempre hallaron una solución. Josephine Platajs recuerda sobre aquellos tiempos: “En cierta ocasión, nadie quiso hospedarnos por miedo al sacerdote católico, y ya estaba oscuro cuando decidimos salir del pueblo. Pero en las afueras sí encontramos dónde pasar la noche: un enorme árbol con hojas secas a su alrededor. Usamos de almohada las bolsas de ropa sucia, y mi esposo se amarró la bicicleta al tobillo. Al día siguiente, cuando despertamos, vimos que estábamos cerca de un pozo y pudimos asearnos. Así es: Jehová nos protegía y, además, atendía nuestras necesidades físicas”.
En efecto, aquellos precursores sintieron el cuidado de Jehová incluso en detalles pequeños. Y su principal preocupación eran las buenas nuevas, no la comodidad personal.
PASANDO A MACEDONIA
Alfred y Frida Tuček aprovecharon la oportunidad de esparcir el mensaje del Reino mientras viajaban de Eslovenia a Bulgaria. Al pasar por Strumica (Macedonia), estos precursores le predicaron a un comerciante, Dimitar Jovanovič, y le prestaron algunas publicaciones. Lo visitaron un mes después, cuando regresaron de Bulgaria, pero él les confesó que no había leído nada. Alfred y Frida le pidieron que les devolviera las publicaciones para dárselas a alguien que las apreciara. Eso despertó la curiosidad de Dimitar, y les rogó que le dieran otra oportunidad. Ellos accedieron. Sin darle más vueltas, Dimitar las leyó. Entonces se dio cuenta de que había encontrado la verdad, se bautizó y llegó a ser el primer testigo de Jehová de Macedonia.
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Valiéndose de la proscripción, el gobierno comenzó a presionar más y más con la intención de detener la predicación, e hicieron de los ministros de tiempo completo su blanco principal. Aquello fue complicando cada vez más las cosas para los hermanos alemanes, muchos de quienes habían llegado a Yugoslavia precisamente porque en otros países europeos la obra se había proscrito. Pero ni los arrestos ni la cárcel lograron apagar el entusiasmo de los precursores. “Jehová nunca nos abandonó, ni siquiera en la prisión, aunque a veces era difícil que nos dejaran recibir visitas —señala una hermana—. Una vez vino un hermano a vernos, pero aunque no lo dejaron entrar, habló en voz tan alta con el guardia que alcanzamos a oírlo. El solo hecho de escuchar su voz nos animó muchísimo.”
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