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    La Atalaya 1953 | 1 de junio
    • ● ¿Está bien que las parejas comprometidas tengan relaciones sexuales?—M. A., Noruega.

      En Escandinavia y algunas otras partes del mundo esto de entrar en relaciones sexuales tal vez sea una práctica, especialmente durante compromisos largos, a veces de unos cuantos años de duración, y eso con aprobación pública. Pero el que eso se permita con aprobación pública no quiere decir que esté bien hecho. El propósito de esas relaciones sexuales no podría ser el propósito del matrimonio verdadero, a saber, el dar a luz hijos, pues de otra manera deberíamos presenciar que les nacieran hijos a dichas parejas durante su compromiso, especialmente en el caso de compromisos largos, y antes de que se efectúe el acto legal. Evidentemente, entonces, de alguna manera tiene que estarse haciendo un esfuerzo para evitar que resulten hijos de dichas relaciones sexuales, y por esta razón no podría ni siquiera considerarse como un matrimonio consensual. Los matrimonios consensuales se efectúan entre parejas sin la idea de legalizarlos, pero sin embargo para tener hijos.

      Cuando se entra a un compromiso para casarse, la pareja y sus padres o tutores entienden que algún día el matrimonio de los dos se consumará. No es el compromiso, sino el matrimonio verdadero, el que otorga a los dos el derecho de tener relaciones sexuales. Si se tienen relaciones sexuales prematuramente durante el período del compromiso y el hombre muriese o por alguna otra circunstancia no se casara con ella, entonces la mujer que era su prometida ya no sería virgen y jamás podría ser ofrecida a otro hombre como virgen aunque nunca se hubiera casado legal o consensualmente. Esto en sí mismo condena la práctica como incorrecta.

      Y ¿dónde hay algo de teocrático en ello? En la teocracia típica de Israel la virgen comprometida estaba obligada a guardar su virginidad hasta que su esposo prometido se la llevara de la casa de sus padres a la de él. Si un hombre violaba a una virgen que no estaba comprometida, entonces estaba obligado a entregar un dote al padre de ella y llevársela inmediatamente como esposa suya, sin el acostumbrado período de esponsales. En tal caso, además, no se le permitía divorciarse de ella mientras viviera, porque él la había violado y humillado.—Éxo. 22:16, 17; Deu. 22:28, 29.

      Concerniente a la congregación cristiana, que fué representada por una virgen comprometida de Israel, el apóstol Pablo escribió: “Estoy celoso de ustedes con un celo piadoso, porque yo personalmente los prometí en matrimonio a un solo esposo para presentarlos como una virgen casta al Cristo.” (2 Cor. 11:2, NM) En armonía con este cuadro, la muchacha comprometida debe ser virgen al tiempo que se casa legalmente, o si es viuda no debe haber tenido relaciones sexuales con su nuevo esposo durante el período de su compromiso con él antes de la consumación misma del matrimonio.

      La práctica de una pareja de sostener relaciones sexuales durante el período de compromiso es cometer fornicación o tener relaciones inmorales. Un cristiano informado que lucha por la vida en el nuevo mundo no se entregará a ello, porque el hacerlo significa amoldarse a este mundo y a su modo de pensar y no a las normas justas y limpias del nuevo mundo de Jehová. Los padres cristianos de una hija no consentirán o permitirán que un joven, ya sea cristiano profeso o de este viejo mundo, tenga relaciones sexuales con ella antes del matrimonio formal.

      Las congregaciones cristianas no aprobarán esta práctica aun en tierras donde sea costumbre reconocida públicamente. Exigirán de los que admiten en su congregación que se abstengan de tal práctica o la descontinúen si no se casan inmediatamente. Si el período de esponsales es demasiado largo para que la pareja lo aguante sin cohabitar, entonces deben consumar el compromiso tan pronto como sea posible y entrar al matrimonio legal con sus derechos honrosos. “Es mejor casarse que estar encendido con pasión.”—1 Cor. 7:9, NM.

  • Un goce anticipado de la unidad del nuevo mundo
    La Atalaya 1953 | 1 de junio
    • Un goce anticipado de la unidad del nuevo mundo

      A LOS cristianos del primer siglo se les identificaba por su vínculo de amor y su unidad. La cristiandad, por otra parte, se identifica por sus muchas divisiones de religiones y sus políticas confusas. La única apariencia de unidad que posee ella origina, no del vínculo de amor entre unos y otros, sino del temor que se tienen unos a otros. Jesús mandó a sus seguidores a ‘amarse los unos a los otros’.—Juan 13:34.

      Este mismo espíritu de amarse unos a otros y amar la verdad todavía llena a los cristianos del siglo veinte. El conocimiento acertado hizo que los cristianos primitivos eliminaran de entre ellos las desuniones del viejo mundo, como declaró Pablo: Pónganse “la nueva personalidad . . . donde no hay ni griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, extranjero, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todas las cosas y en todos”. (Col. 3:9-11, NM) Asimismo los testigos de Jehová de hoy día no se hallan desunidos por las tradiciones nacionales, el orgullo, las rivalidades, las diferencias políticas y las posiciones sociales de este viejo

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