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Palabras que significan vidaLa Atalaya 1953 | 15 de julio
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Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras cristianas griegas, una traducción literal, en habla moderna que presenta apoyo erudito para la posición que ha tomado al rendir el nombre divino consistentemente en las Escrituras griegas, o “Nuevo Testamento”. Debido a esto y por sus muchos detalles espléndidos y distintivos esta obra ganó la admiración de autoridades imparciales en muchos lugares.
¡Qué privilegio es estar de parte de la Palabra de Dios hoy en día, ser sus sostenedores y defensores, y no sus opositores! ¡Considérelo—ser usados como mensajeros mientras que la palabra fluye y llena toda la tierra, eventualmente para cubrirla como las aguas cubren el mar! (Hab. 2:14) Ciertamente que ninguna de las otras creaciones de Dios pone en cuestión la sabiduría de su Palabra. Las estrellas no lo hacen. Los planetas no lo hacen. Los animales siguiendo sus leyes naturales no lo hacen. La vida floral no lo hace. Y por la bondad inmerecida de Jehová nosotros no lo haremos. Nosotros no vamos a escarnecer, como hacen los mofadores, lo oportuno que es la Palabra y su mensaje de vida, adhiriéndose a la vieja vida de este mundo moribundo como si fuera mejor, más eficaz o más práctica. “‘Toda carne es como vegetación, y toda su gloria es como una flor de la vegetación; la vegetación se marchita, y la flor se cae, pero la palabra hablada por Jehová dura para siempre.’ Pues, ésta es la ‘palabra hablada’, ésta que se les ha declarado a ustedes como buenas nuevas.”—1 Ped. 1:23-25, NM.
Estas buenas nuevas nosotros, como siervos vivientes de Dios hoy en día, ofrecemos obedientemente a toda la humanidad de buena voluntad hacia Dios. Es todo y lo mejor que podemos hacer. La Palabra de Dios continuará. Usted quiere continuar, ¿verdad? Entonces léala, estúdiela, créala, sígala y vívala.
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“El Hijo del hombre”La Atalaya 1953 | 15 de julio
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“El Hijo del hombre”
● “¡Cuán insignificantes son los libros de los filósofos, con toda su pompa, al compararlos con los Evangelios! ¿Será posible que escritos que a la vez son tan sublimes y tan sencillos sean la obra de hombres? ¿Será posible que aquel cuya vida ellos relatan sea él mismo un hombre y nada más? ¿Hay cosa alguna en su carácter que sea del entusiasta o sectario ambicioso? ¡Qué dulzura, qué pureza en su manera de obrar, qué gracia más conmovedora en sus enseñanzas! ¡Qué excelsitud en sus máximas! ¡Qué sabiduría más profunda en sus palabras! ¡Qué serenidad, qué delicadeza y aptitud en sus respuestas! ¡Qué imperio sobre sus pasiones! ¿Dónde está el hombre, dónde está el sabio, que sepa conducirse, que sepa sufrir y morir sin debilidad, sin exhibirse? Amigos míos, los hombres no inventan de esta manera; y los hechos respecto a Sócrates, de los cuales nadie duda, no gozan de la misma confirmación como los que tienen que ver con Jesús. Aquellos judíos jamás pudieran haber producido algo de este calibre o ideado tal moralidad. Y el Evangelio tiene características de veracidad, tan grandiosas, tan notables, tan absolutamente inimitables, que sus inventores serían aun más maravillosos que aquel a quien pintan.”—J. J. Rousseau, filósofo francés del siglo dieciocho.
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