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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1964
w64 15/7 págs. 419-420

Predicando la Palabra de Dios correctamente

EL PREDICAR ha sido uno de los principales medios que se han usado para esparcir el cristianismo desde su principio hasta la actualidad. Sin embargo, hay más de una clase de predicación. No pocos predicadores de la cristiandad la efectúan de una manera sumamente emocional, gritando y gesticulando y despertando los sentimientos y aun los prejuicios de sus oyentes. Pero éstos no pueden hallar apoyo en las Escrituras para su estilo de predicación. Tal predicación no es de la clase que mencionó el apóstol Pablo cuando aconsejó a Timoteo: “Haz lo sumo posible para presentarte aprobado a Dios, trabajador que no tiene de qué avergonzarse, manejando la palabra de la verdad correctamente.”—2 Tim. 2:15.

Pero tampoco están los muchos predicadores de la cristiandad que van al otro extremo, que predican la Palabra de Dios, si acaso, de manera inconexa, sin objeto, es decir, solo pasando de un tema a otro sin orden ni conexión racional, predicando la Palabra de Dios correctamente. No están haciendo lo sumo posible para ser aprobados por Dios. El hecho de que mucha predicación de la Biblia hoy en día queda justamente bajo esta acusación se desprende de un informe que se publicó en el Tribune de Chicago, Illinóis, del 4 de octubre de 1963:

“Prediquen la Palabra de Dios, Ritter dice al Concilio. Deber que a menudo no se cumple, afirma el cardenal. Ciudad del Vaticano, 3 de oct.e—El cardenal José Ritter de Saint-Louis dijo hoy al concilio Ecuménico del Vaticano que la Iglesia Católica Romana necesita más predicación de la palabra de Dios. Hablando por primera vez en una reunión del concilio, el cardenal norteamericano dijo a los 2,262 prelados reunidos en la basílica de San Pedro que el deber de predicar solo se cumple de manera inconexa si acaso se cumple.” Entre otras cosas, él declaró que esta predicación de la Palabra de Dios era “una condición indispensable para el buen éxito de todas las otras reformas que haga el concilio.” Verdaderamente es digno de atención el que un cardenal haga a la predicación de la Palabra de Dios tan básica como para decir que el buen éxito de todas las otras reformas que el segundo concilio del Vaticano instituya dependerían de ello.

Puesto que reconocidamente la predicación de la Biblia es tan básica, bien puede preguntarse: ¿Por qué debería ser tal la situación en la Iglesia Católica Romana que uno de sus príncipes pueda quejarse de que “el deber de predicar [la Palabra de Dios] solo se cumple de manera inconexa si acaso se cumple”? ¿Podría deberse esto a una falta de aprecio a la importancia de la Biblia misma?

El hecho de que la predicación de la Palabra de Dios debería ser todo menos inconexa, mucho menos desatendida, lo aclara la Palabra de Dios misma. Por eso cuando Jesús, inmediatamente después de su resurrección, halló a dos discípulos suyos perplejos y desanimados en camino a Emaus, Jesús les predicó con efecto eficaz: “Él les dijo: ‘¡Oh insensatos y lentos de corazón para creer en todas las cosas que hablaron los profetas!’ . . . Y comenzando desde Moisés y todos los Profetas les interpretó cosas tocantes a él mismo en todas las Escrituras.” Y, ¿con qué resultado? Más tarde ellos dijeron: “¿No nos ardía nuestro corazón cuando venía hablándonos por el camino, cuando nos estaba abriendo por completo las Escrituras?”—Luc. 24:13-32.

Más tarde ese mismo día Jesús dio testimonio semejante a los once apóstoles y a otros que estaban reunidos con ellos: “Estas son mis palabras que les hablé estando aún con ustedes, que tenían que cumplirse todas las cosas escritas en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.” A ellos también, mediante su predicación, “les abrió la mente por completo para que captaran el significado de las Escrituras, y les dijo: ‘De esta manera está escrito que el Cristo sufriría y se levantaría de entre los muertos al tercer día,’” etcétera. Claramente Jesús ni desatendió las Escrituras ni las usó sin objeto, sino, más bien, con efecto eficaz.—Luc. 24:44-46.

El apóstol Pablo afirmó imitar a Cristo, y entre las muchas maneras en que hizo esto fue por medio de predicar las Escrituras de manera lógica, coherente y racional, con efecto eficaz; como puede verse en capítulo tras capítulo del libro de Hechos. Típico es el registro tocante a la predicación de Pablo en Tesalónica: “Había una sinagoga de los judíos. Así es que según tenía por costumbre Pablo, pasó adentro a ellos, y por tres sábados razonó, con ellos sacando sus argumentos de las Escrituras, explicando y probando por referencias que era necesario que el Cristo sufriese y se levantase de entre los muertos, y decía: ‘Este es el Cristo, este Jesús que yo les estoy publicando.’ Como resultado algunos se hicieron creyentes y se asociaron con Pablo y con Silas, y una gran multitud de los griegos que adoraban a Dios y no pocas de las mujeres prominentes lo hicieron.”—Hech. 17:1-4.

El registro bíblico da testimonio semejante concerniente al discípulo Apolos y su ministerio en Acaya: “Cuando llegó allá, ayudó mucho a los que habían creído a causa de la bondad inmerecida de Dios; porque con intensidad probó cabalmente en público que los judíos estaban equivocados, mientras demostraba por las Escrituras que Jesús era el Cristo.” Nada sin objeto, inconexo, acerca de su predicación, ¿no es verdad?—Hech. 18:27, 28.

El grado a que el segundo concilio del Vaticano apoyará al cardenal Ritter en cuanto a la importancia de predicar la Palabra de Dios y la manera correcta de hacerlo queda por verse. Bien puede ser una voz en el desierto en este asunto, así como lo fue uno de sus predecesores, el cardenal Kendrick, en el primer concilio del Vaticano, en el cual él adoptó una posición fuerte contra la infalibilidad del papa.

Sea como sea, subsiste este hecho: para que la predicación produzca cristianos ésta tiene que basarse en la Palabra de Dios. Más que eso, tal predicación no tiene que ser ni un despertamiento sumamente emocional ni hacerse de manera sin objeto, inconexa, sino que tiene que ser predicación que despierte el raciocinio por medio de presentar hechos y argumentos de manera lógica y coherente. Los testigos cristianos de Jehová así como las publicaciones que ellos usan están empeñados en esa clase de predicación, y ésta está resultando eficaz, como muestran los hechos.

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