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  • Lo que significa ‘nacer otra vez’
    La Atalaya 1969 | 1 de octubre
    • Lo que significa ‘nacer otra vez’

      UN MINISTRO testigo de Jehová tocó la puerta de un hogar en una población de Kentucky. Iba a presentar un corto mensaje bíblico, pero el amo de casa solo oyó su introducción y preguntó: “Perdóneme, pero dígame: ¿‘Ha nacido otra vez’? ¿Tiene usted el espíritu santo?”

      Si usted hubiese estado en el lugar de ese ministro ordenado, ¿qué habría dicho usted? El respondió tranquilamente: “Por supuesto que tengo el espíritu de Dios. Es por eso que estoy aquí para hablar con usted en cuanto a la Biblia.”

      Note que él no simplemente dijo “Sí” o “No.” A veces no se pueden contestar así las preguntas si uno va a transmitir honradamente el significado correcto. ¿Qué hay si le preguntaran a usted: “¿Cree usted en el Dios Todopoderoso que se llama Satanás?”? Usted tendría que dar una respuesta modificada, mostrando que usted ‘sí’ cree en el Dios Todopoderoso, pero que él no es Satanás. Ahora analicemos lo que posiblemente haya estado pensando el amo de casa y lo que el Testigo tuvo presente en su respuesta.

      ¿QUIÉNES ‘NACEN OTRA VEZ’?

      Una noche, después de la Pascua de 30 E.C., un gobernante judío que se llamaba Nicodemo vino a Jesús. Dice el relato en Juan 3:3-5: “Jesús le dijo: ‘Muy verdaderamente te digo: A menos que uno nazca otra vez, no puede ver el reino de Dios.’ Nicodemo le dijo: ‘¿Cómo puede nacer el hombre cuando es viejo? No puede entrar en la matriz de su madre por segunda vez y nacer, ¿verdad?’ Jesús contestó: ‘Muy verdaderamente te digo: A menos que uno nazca del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.’”

      Sobre la base de este relato muchos feligreses creen que para obtener salvación uno tiene que ‘nacer otra vez,’ tiene que ‘nacer del agua y del espíritu.’ Creen que la manera en que uno obtiene vida eterna es yendo al cielo. En esto tienen razón en parte. Es verdad que los que, como criaturas espíritus, formarán parte del reino de Dios vivirán para siempre. Pero Jehová aclara en su Palabra que la mayoría de los humanos que conseguirán vida y felicidad eternas vivirán aquí mismo en la Tierra. (Sal. 37:29) Tales personas no tienen que ‘nacer otra vez.’ ¿Por qué no?

      El propósito original de Dios para la humanidad fue que viviera para siempre en el paraíso en la Tierra. Ninguno de sus siervos fieles antes del tiempo del ministerio terrestre de Jesús tenía la esperanza de ir al cielo, ni fue allá al morir. Por ejemplo, respecto al rey David el apóstol Pedro dijo: “De hecho David no ascendió a los cielos.” (Hech. 2:34) Eso fue cierto aunque él tuvo el espíritu de Dios. David dijo: “El espíritu de Jehová fue lo que habló por mí.”—2 Sam. 23:2.

      El caso de Juan el Bautista también ilustra esto. La Biblia dice que estaba “lleno de espíritu santo aun desde la matriz de su madre.” (Luc. 1:15) No obstante, él no ‘nació otra vez’ ni fue llamado para estar en el futuro reino celestial. Jesús mismo demostró eso al decir: “Entre los nacidos de mujer no ha sido levantado uno mayor que Juan el Bautista; mas el que sea de los menores en el reino de los cielos mayor es que él.”—Mat. 11:11.

      Tal como los ciudadanos de un país pueden escoger a unos cuantos hombres para que sirvan como sus representantes, formando su gobierno, así Dios ha determinado escoger de entre la humanidad a 144.000 humanos para que formen parte del reino de los cielos. Estos regirán con Jesús sobre la Tierra paradisíaca. (Rev. 5:9, 10; 14:1-3; 20:6) Dios comenzó a escoger a éstos solo después que Cristo murió y abrió el camino a la vida celestial. (Heb. 10:19, 20) Pero, ¿qué se necesitó para que estos hijos humanos imperfectos de Adán llegaran a ser hijos espíritus de Dios? Jesús comentó sobre esto cuando le habló a Nicodemo.

      ‘NACER DEL AGUA Y DEL ESPÍRITU’

      Lo que Jesús dijo fue lo que citó parcialmente el amo de casa de Kentucky: “A menos que uno nazca otra vez, no puede ver el reino de Dios.” (Juan 3:3) Una persona escogida para formar parte del reino celestial ‘ha nacido de la carne’ antes de eso, y no puede entrar en el reino del cielo con su cuerpo de carne y sangre. (Juan 3:6; 1 Cor. 15:50) Por eso, después que Dios le perdona sus pecados sobre la base de su fe en el rescate de Cristo y considera al individuo como humano perfecto, Jehová lo engendra y le otorga una herencia espiritual. Esta última acción hasta sucedió en el caso de Jesús para que él pudiera ir al cielo. Después que Jesús fue bautizado en agua, Jehová derramó su espíritu sobre él. Así fue engendrado por espíritu con el derecho de ser hijo espíritu de Dios; ‘nació otra vez.’—Mat. 3:16, 17.

      De manera semejante, los cristianos que son llamados para formar parte del reino de los cielos tienen que conocer por su propia experiencia lo que son estos pasos; tienen que ‘nacer del agua y del espíritu.’ Nicodemo, como judío, habría sabido que el espíritu santo es literal, la fuerza activa de Dios. Y Jesús reconocía que el gobernante judío entendería que el “agua” también era literal. Es probable que Nicodemo supiera que Juan el Bautista había estado bautizando en agua, porque “los judíos le enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén” para investigar lo que Juan estaba haciendo. (Juan 1:19; Mat. 3:5) Además, los discípulos de Jesús estaban bautizando en agua. (Juan 3:22; 4:1, 2) De modo que al mencionar Jesús “agua” habría significado algo para Nicodemo. Pero, ¿qué hay en cuanto a nacer de espíritu santo? Ese paso habría sido difícil que él lo entendiera, puesto que todavía no había comenzado para los discípulos de Jesús.

      Juan el Bautista había prometido que Jesús ‘bautizaría en espíritu santo,’ y el día del Pentecostés de 33 E.C. Jesús lo hizo. Derramó espíritu santo sobre los discípulos que ya habían sido bautizados en agua. (Juan 1:33; Hech. 2:1-4, 33, 38) Así que, esos cristianos ‘nacieron otra vez,’ recibiendo el derecho, como por nacimiento, a tener expectativas de vida como espíritus en el cielo, vida que vendría cuando se hubieran probado fieles hasta la muerte y fueran resucitados. Sabían que habían ‘nacido otra vez,’ porque tenían el testimonio del espíritu. Más tarde el apóstol Pablo escribió: “El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.”—Rom. 8:16, 17; 2 Cor. 1:22.

      No obstante, tal como Juan el Bautista y David tuvieron una porción del espíritu de Dios pero no fueron llamados para formar parte del reino celestial, lo mismo es cierto hoy de muchos cristianos. Han dedicado su vida a Dios y han sido bautizados en agua. Sin embargo, reconocen que no se les ha dado la esperanza de vivir en el cielo. Dios no les da un despertamiento, como por nacimiento, a la esperanza de vida como espíritus en el cielo porque Su provisión para ellos, si demuestran que son fieles a él, es vivir eternamente en un paraíso terrestre. El ministro que visitó aquel hogar en Kentucky es uno de los que esperan con deleite vivir en ese paraíso.

      ¿Significa esto que tales personas no tienen el favor de Dios ahora? ¡Absolutamente no! Tienen la aprobación de Dios tal como la tuvo Juan el Bautista. Una evidencia de esto es el hecho de que Jehová les da espíritu santo, capacitándolos para manifestar su fruto así como para efectuar el ministerio cristiano. (Gál. 5:22, 23; Luc. 12:11, 12) Por consiguiente, podemos comprender lo acertada y justa que fue la respuesta del ministro al amo de casa interrogador.

      Si usted quisiera saber más acerca del mensaje bíblico que él llevaba sobre el reino celestial de Dios y el paraíso terrestre que vendrá, lo invitamos a aprovecharse de las oportunidades que usted tiene para considerar la Biblia con los testigos de Jehová en su localidad.

  • Preguntas de los lectores
    La Atalaya 1969 | 1 de octubre
    • Preguntas de los lectores

      ● ¿Cómo aplica el consejo que Jesús dio en Mateo 6:7 contra oraciones largas y redundantes a las oraciones privadas y públicas, tomando en cuenta algunas de las oraciones extensas de que hay registro en la Biblia?—M. F., EE. UU.

      En el Sermón del Monte Jesús condenó a los hipócritas religiosos a quienes les gustaba “orar de pie en las sinagogas . . . para ser vistos de los hombres.” (Mat. 6:5) Sus móviles eran malos. Sus oraciones no eran expresiones sinceras ni humildes. Por eso Cristo aconsejó: “Al orar, no digas las mismas cosas repetidas veces, así como las gentes de las naciones, porque ellos se imaginan que por su uso de muchas palabras se harán oír.” O, “creen que Dios las oirá a causa de sus largas oraciones.”—Mat. 6:7; Today’s English Version.

      Para cuando Jesús vino a la Tierra los líderes religiosos hipócritas del judaísmo habían definido toda actitud y ademán de la oración, y habían establecido fórmulas redundantes para orar. Para ellos la oración pública se había degenerado en un vanagloriarse de la rectitud propia por medio del cual podían obtener mérito y exhibir piedad. Es posible que dichos líderes hayan causado impresión en algunos hombres crédulos, pero no causaban impresión en Dios. Un juicio más fuerte aguardaba a aquellos hipócritas con sus “largas oraciones.”—Luc. 20:47.

      Es verdad que unas cuantas de las oraciones apropiadas de las Escrituras fueron de largura considerable. Según se da en la Biblia, debe haber tomado cerca de diez minutos pronunciar la oración de Salomón en la inauguración del templo. (1 Rey. 8:23-53; 2 Cró. 6:14-42) El relato de Juan de una oración que Jesús hizo en la última noche con sus discípulos abarca veintiséis versículos. (Juan 17:1-26; note también Nehemías 9:5-38.) Estas oraciones públicas fueron especiales, hechas en ocasiones singulares. Dios oyó y aprobó la de Salomón, y ciertamente oyó y aprobó la de Jesús. (2 Cró. 7:12; Juan 11:42) Y estamos agradecidos de que estas oraciones extensas se hayan registrado en las Escrituras.

      De los ejemplos de oraciones aceptables en la Biblia podemos ver que lo que Jesús criticó no fue en particular la largura de las oraciones, sino el motivo incorrecto que servía de fundamento para las oraciones largas, redundantes y ostentosas. Por consiguiente, cuando Salomón, Jesús u otros hombres con espiritualidad y equilibrio hicieron oraciones extensas impulsados por lo bueno y con sinceridad, Jehová no desaprobó aquello.

      No hay necesidad ni autorización bíblica para imponer reglas en cuanto a la extensión de las oraciones públicas o privadas... pueden variar.

      A veces pruebas, problemas o situaciones especiales pueden hacer apropiada una oración extensa, particularmente una oración privada. En el jardín de Getsemaní Jesús oró considerablemente. Y precisamente antes de escoger a los doce apóstoles “pasó toda la noche en oración.”—Luc. 6:12; 22:41-45.

      Por otra parte, la Biblia abunda en excelentes oraciones que fueron sumamente breves, que solo trataron del asunto inmediato. (Neh. 2:4; 1 Rey. 18:36, 37; 2 Rey. 6:17, 18; Juan 11:41, 42; Hech. 1:24, 25) Aunque pudieran haberse

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