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  • Defendiendo la verdad de Dios y a su pueblo
    La Atalaya 1973 | 15 de julio
    • todas mis súplicas para que viviera conmigo y sirviera a Jehová, obtuvo un divorcio y se casó con un hombre impregnado de los caminos de este mundo malo. Yo seguí en el servicio de Jehová. En el transcurso de un año después que se fue mi primera esposa, y mientras participaba yo en el ministerio del campo en la población de Mandeville, Luisiana, conocí a una excelente dama que, con el tiempo, llegó a ser mi cónyuge cristiana.

      DEBATES CON CLÉRIGOS

      En el verano de 1932, en Cottonvalley, Luisiana, un clérigo me desafió a un debate público. Siempre deseoso de defender la verdad de Dios, acepté y mandé imprimir muchos volantes anunciando el debate que se celebraría en un teatro. Cuando el impresor se enteró de que yo iba a debatir con el predicador, no cobró por la impresión. Saturamos la zona con los volantes. Esto enfureció al predicador.

      Bueno, llegó la noche para el debate. Ningún predicador. Pero se presentaron sus representantes... dos hombres fornidos vinieron detrás del telón para “agarrarme.” Pero el dueño del teatro les advirtió que se fueran o se encargaría de que fueran arrestados. Por fin, se presentó el predicador. Estaba pálido y rehusó subir al escenario. El predicador estaba programado para sustentar las proposiciones (1) que el hombre tiene un alma inmortal, (2) que el infierno es un lugar de tormento eterno y consciente y (3) que los líderes religiosos de la cristiandad representan a Dios y a Cristo. Puesto que el clérigo rehusó hablar sobre estos asuntos, el presidente me pidió que yo prosiguiera.

      Primero di a conocer lo que el clero enseña y luego tomé la Biblia y expuse estas enseñanzas falsas. En el ínterin, el predicador se hallaba muy incómodo, mordiéndose las uñas de las manos y jalándose el cabello y marchando de arriba a abajo por el pasillo. Después de una hora, el predicador subió al escenario. Después de hacer una larga oración santurrona, pidió que un hombre subiera al escenario con un costal grande. Tomándolo, el predicador vació el contenido. Este se componía de una cantidad grande de literatura bíblica que habíamos dejado entre la gente local. Entonces el clérigo la pisoteó, y rabió y gritó enfurecidamente. Por fin, vencido de disgusto dijo: “¡Me voy de este lugar!” Un número grande de personas se quedaron, y contesté sus muchas preguntas bíblicas.

      También en 1940, cerca de Covington, Luisiana, un predicador pentecostal o pentecostés me invitó a un debate. Sin embargo, este clérigo mandó a llamar a un predicador joven muy instruido. Cuando fui presentado a este clérigo joven, dijo de manera presumida: “Entiendo que usted es un hombre instruido. Bueno, cuando acabe con usted, lo tendré atado con tantos nudos, que nunca se desatará.”

      Pero se volvió la tortilla, y él quedó atado con nudos. Igual que el predicador de Cottonvalley, rehusó hablar primero como se había programado. Para cuando acabé con mi discurso de una hora defendiendo la verdad de Dios, él no estaba en condiciones de hablar, pues ‘estaba en tormento,’ como el rico de la parábola de Jesús. (Luc. 16:23, 24) Cuando por fin se levantó el predicador, gritó a su auditorio, no hizo ningún esfuerzo sincero por contestar algunos de los puntos que yo había explicado y luego se sentó. Más de mil personas asistieron, y todavía oímos repercusiones de aquel debate cuando hablamos con la gente de esa zona.

      DEFENDIENDO LEGALMENTE LAS BUENAS NUEVAS

      En octubre de 1939, mientras trabajaba de precursor en Andalusia, Alabama, recibí un telegrama de la Sociedad que decía en esencia: “Vaya a Alexandria, Luisiana, inmediatamente. Cuatro precursores en la cárcel. Hermanos locales no pueden obtener su libertad. Haga lo que pueda por estos hermanos.”

      Inmediatamente salí de Andalusia en auto. Otros Testigos habían ido a ver a casi todo abogado en Alexandria, pero nadie quería tener que ver con el asunto. Uno de los principales abogados de Luisiana rehusó. Al preguntarle si defendería a estos hombres si hubieran sido acusados de violación, asesinato o robo, dijo que sí. Pero no quiso defender a los testigos cristianos de Jehová.

      Puesto que todavía no tenía derecho a practicar ley en el estado de Luisiana, no me fue posible hacer tanto como quería hacer. Mi primer pensamiento fue obtener una fianza y poner en libertad a los Testigos. De modo que fui a ver al juez municipal Gus A. Voltz, que sacó su pistola y me mandó salir de su oficina, como ya mencioné. Entonces fui a ver al fiscal de distrito, que expresó pesar porque los Testigos estaban en la cárcel pero dijo que no había nada que él pudiera hacer. La hostilidad ha montado contra los Testigos, explicó, de modo que si apreciaba yo mi reputación como abogado (no me preguntó si yo era abogado), me saldría de la ciudad. Pero me quedé, pues mis hermanos cristianos habían estado en la cárcel por varias semanas ya, y era el nombre y reputación de Jehová lo que estaba envuelto.

      Telefonee a un abogado en Nueva Orleans, Herman L. Midlo, que vino a Alexandria, y después de actuaciones apropiadas los cuatro Testigos fueron puestos en libertad. El Sr. Midlo y yo fuimos después a un restaurante a almorzar. Cuando salimos, la policía aguardaba. Arrestaron al Sr. Midlo y lo llevaron a la cárcel. Informé esto al fiscal de distrito, que llamó al juez municipal y le dijo que sería mejor que soltara de la cárcel al abogado. Entonces fue puesto en libertad el Sr. Midlo.

      A principios de 1942 se me recibió de abogado en el estado de Luisiana. Entonces estuve en mejor posición para rendir ayuda jurídica a mis hermanos cristianos.

      Los arrestos por predicar la verdad bíblica en Alexandria continuaban. Cada vez que iba yo a esa ciudad y me presentaba en el tribunal, este juez repetía su amenaza de matarme. Pero no me intimidaba. Puesto que se daba extensa publicidad a los arrestos, la sala del tribunal estaba atestada cada vez. Alexandria tenía un establecimiento militar grande durante la guerra, y en una ocasión discerní a varios individuos del servicio militar que llevaban condecoraciones presentes como asistentes en el juicio. De modo que cuando presenté los argumentos del caso, dije:

      “Observo que hoy en el tribunal hay algunos jóvenes que han estado peleando en la guerra. ¿Por qué han estado peleando? Ellos y nosotros hemos oído que están peleando por las libertades que todos los norteamericanos estiman tanto: De palabra, de prensa y de cultos, y la libertad de adorar a Dios según los dictados de la conciencia de uno es la más preciosa de todas estas libertades. Y aquí vemos a la ciudad de Alexandria privando a ciudadanos norteamericanos de estas mismísimas cosas.”

      El juez ‘hervía’ de furia, pero los individuos del servicio militar y otros parecían muy complacidos.

      Los Testigos continuaron recibiendo maltrato a manos de este juez hasta aproximadamente 1953. Entonces tuvimos nuestro último caso. Otra vez el juez declaró culpables a los Testigos. Se apeló el caso. Uno de los Testigos, Marion Goudeau, que conocía al juez, fue a su oficina a firmar la fianza de apelación. Fue entonces cuando el juez le confió:

      “Sr. Goudeau, por trece años he peleado contra los testigos de Jehová, advirtiéndoles, amenazándolos y encarcelándolos, en vano. Sencillamente siguen regresando a Alexandria. No puedo soportar otro caso con ellos. No puedo aguantar más.”

      No fue necesario que este juez ‘soportará’ o ‘aguantara más’ porque murió poco después.

      Desde 1953 los Testigos han tenido poco o nada de dificultad en predicar las buenas nuevas en Alexandria. Una de las mayores emociones de mi carrera ministerial fue la que sentí en el verano de 1970 al sentarme con una muchedumbre de más de 9.000 personas en el Coliseo Rapides de Alexandria durante la asamblea de distrito de los testigos de Jehová, reunidas para adquirir instrucción bíblica.

      MUCHOS PRIVILEGIOS

      De veras que he tenido muchas bendiciones a través de los años. Por ejemplo, he tenido el privilegio de servir de superintendente en la congregación cristiana por muchos años. También he servido en la central de la Sociedad en Brooklyn y más tarde como uno de los primeros instructores de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Mi esposa y yo esperábamos nuestro primer hijo, y por eso en 1943 regresé al ministerio de precursor y a la actividad jurídica.

      Nuestro matrimonio fue bendecido con tres hijos: Dinah, Nathan y Martha. En 1955, Nathan, nuestro único varón, murió de poliomielitis a los diez años de edad. Desde que tenía cinco o seis años de edad había estado sirviendo a Jehová, amando la Biblia, las reuniones de congregación y la participación en el ministerio del campo. Jamás olvidaré que en algunos domingos por la mañana, cuando estaba tan agotado del trabajo duro de toda la semana y tenía ganas de quedarme en cama, él entraba en mi recámara y me sacudía, diciendo: “Levántate, papá. No dejes que el Diablo te haga quedar en cama. Tenemos que salir al servicio del Reino.” De modo que hubo veces cuando su vigor y celo juveniles me impelieron al trabajo de predicar el Reino. La esperanza de la resurrección que nos da la Biblia nos ha ayudado maravillosamente a soportar la pérdida.

      En los años de 1940 surgieron tantos casos contra los Testigos en Luisiana que recorría el estado de norte a sur y de este a oeste, arreglando fianzas para su libertad, luego representándolos cuando sus casos se presentaban en el tribunal. A menudo tenía que viajar de pueblo en pueblo día y noche. El describir los casos requeriría volúmenes, pero aquí está un ejemplo:

      En Oakdale, Luisiana, un domingo, nueve Testigos fueron arrestados y encarcelados. Me telefonearon y llegué a ese lugar el lunes por la mañana. Primero fui a la cárcel. La puerta de la cárcel había sido dejada abierta, con la esperanza, me enteré más tarde, de que los prisioneros se salieran; entonces la ciudad podría acusarlos de fugarse de la cárcel. Pero los Testigos se quedaron.

      En el juicio el fiscal citó a una señora anciana para que testificara contra los Testigos. Ella había obtenido un libro de un Testigo que la visitó en su casa. La policía lo confiscó. Cuando subió al estrado de los testigos en el tribunal, el fiscal le mostró el libro y le preguntó dónde lo había obtenido. Dijo que lo había obtenido de un Testigo.

      “¿Cuánto pagó usted por el libro?” rugió el fiscal.

      “Ni un centavo,” contestó ella. “Usted verá, les dije que era muy pobre y no podía contribuir por el libro, pero que lo deseaba, de modo que me lo obsequiaron.”

      ¡Qué sorprendidos y desorientados quedaron el fiscal y el juez municipales! Sin embargo, a pesar de no haber una sola pizca de evidencia de que los Testigos estaban vendiendo, el juez municipal los sentenció a treinta días en la cárcel. Se apeló y los fallos de culpabilidad fueron retirados.

      Con el transcurso del tiempo, comencé a ir hasta Misisipí, Alabama, Tennessee, Florida y Texas para defender a los testigos de Jehová en los tribunales. Con el tiempo llegué a estar envuelto en juicios de tribunal de Testigos, directamente y/o como asesor, en casi todo estado de la unión americana.

      Por ejemplo, por petición de G. C. Clark, un abogado de Misisipí y testigo de Jehová, fui a ayudarle. Algunas de nuestras hermanas cristianas en el trabajo de predicación de tiempo cabal fueron arrestadas en Brookhaven, Misisipí, y fueron tratadas muy vergonzosamente. Había tanto prejuicio que Clark estaba convencido de que nos sería imposible obtener un juicio imparcial, de modo que íbamos a “presentar objeciones” hasta sacar el caso del tribunal. Cada vez que el fiscal abría la boca, Clark objetaba. Cuando se cansaba de objetar, me decía que lo reemplazara. De modo que yo lo hacía. Entre los dos, hemos de haber registrado no menos de cincuenta objeciones. El fiscal se quejó con el juez de que no podía substanciar la causa debido a nuestras objeciones. El juez le recordó que teníamos derecho a objetar, fuera buena o mala nuestra objeción. Por fin, completamente disgustado, el fiscal dijo: “Cuando el fiscal de distrito no puede substanciar su causa, es hora de cesar. ¡Me voy de este lugar loco!” Y así lo hizo. Entonces el juez declaró sin lugar la causa.

      Después de la muerte del hermano Clark, recorrí todo Misisipí representando a mis hermanos cristianos. En cada caso, no solo trataba de defender el derecho de predicar de los Testigos, sino que, siempre que era posible, de dar un testimonio eficaz en cuanto al reino de Dios.

      En 1963 se me confió un caso extraordinario. Por dos años los hijos de los testigos de Jehová habían tenido que estar fuera de las escuelas públicas de Pinetop, Arizona, así como de otros lugares de ese estado, debido a que rehusaban por conciencia rendir homenaje al estado como requería la ley de Arizona durante el canto del himno nacional. Esfuerzos por hacer que los niños fueran restablecidos fueron en vano. El caso fue asignado para juicio en julio de 1963, en el Tribunal de Distrito Federal en Phoenix. La sala del tribunal estaba atestada. Después que se hubo presentado toda la evidencia, inicié mis descargos con estas palabras:

      “Si Francis Scott Key (que escribió el himno nacional, La bandera tachonada de estrellas) estuviera hoy aquí, se enrojecería de vergüenza, al ver que el emblema, la bandera norteamericana, que él consideró como símbolo de libertad y acerca de la cual escribió en La bandera tachonada de estrellas, ahora se usa como un garrote para abatir a niñitos y obligarlos a violar sus más profundas convicciones cristianas.”

      Con el tiempo el tribunal dictó su decreto en que opinó que tal expulsión de niños de las escuelas públicas era ilegal e inconstitucional y que los niños deberían ser restablecidos.

      Desde la primera asignación que recibí en este campo de defender legalmente las buenas nuevas, en octubre de 1939, hasta la hora presente, he orado y continúo orando en cada caso pidiendo la ayuda y fuerza de Jehová, reconociendo que yo solo soy polvo. En la séptima década de vida, medito en mi carrera de defender la verdad de Dios con gozosa acción de gracias. Me gusta mirar hacia delante con gozo aún mayor al día cercano cuando, bajo el Reino que gobernará a toda la Tierra, pueda unirme con millones innumerables de mis hermanos en cumplir el llamado sublime del Salmo 150:6: “Toda cosa que respira... alabe a Jah. ¡Alaben a Jah!”

  • Uso del tiempo escolar con propósito definido
    La Atalaya 1973 | 15 de julio
    • Uso del tiempo escolar con propósito definido

      A MENUDO los ministros jóvenes de los testigos de Jehová que todavía están en la escuela de segunda enseñanza manifiestan una actitud extraordinaria en cuanto al tiempo que pasan en la escuela. En contraste con muchos jóvenes hoy día, no consideran que la escuela sea un desperdicio de tiempo. Más bien, ven sus años escolares como oportunidad para recibir educación que los ayudará a servir de ministros capacitados y entrenamiento para que puedan mantenerse en el ministerio. Cuando es posible, familias de Testigos escogen cursos que serán particularmente provechosos con estos fines.

      Una muchacha de dieciséis años de edad en California ejemplifica esto bien. En armonía con su propósito de dedicarse al ministerio al graduarse en la escuela, ha estado tomando cursos que la ayudarán a hacer esto. Recientemente el presidente del Departamento de Educación Comercial en su escuela escribió estos comentarios no solicitados a sus padres:

      “Donna es una estudiante en mi clase y quiero quitarles solo un momento de su tiempo para decirles cuánto la aprecio. Ha sido un placer trabajar con ella durante el semestre pasado. Su modo de ser es maduro y trabaja sin quejarse. Está en una clase donde los estudiantes trabajan a su propio paso y no he tenido que aguijonearla para hacerla utilizar provechosamente su tiempo. Rara vez pide ayuda, prefiriendo resolver ella misma los problemas. Aprecio muchísimo este rasgo puesto que me libra para trabajar con otros jóvenes que tienen menos iniciativa.

      “Donna es callada en la escuela, y es a la vez muy cortés, tanto con los estudiantes como con la facultad. Nunca la he oído expresar una palabra severa a nadie. A menudo nos sentimos un poco derrotados con algunos jóvenes, pero Donna es una persona que nos anima. Gracias por tener tan excelente muchacha y por permitirnos trabajar con [ustedes] en su educación.”

      El estudio bíblico de familia que se conduce con regularidad en el hogar por parte de sus padres ha ayudado a Donna a adoptar esta actitud de tener un propósito definido en sus años escolares. Así en el futuro ella no tendrá ocasión para mirar atrás con pesar, sino, más bien, con satisfacción, sabiendo que su modo serio y prudente de ver sus años escolares contribuyó a su felicidad duradera como sierva de Dios.

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