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  • Una vida de aventuras... con satisfacción genuina

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  • Una vida de aventuras... con satisfacción genuina
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
w79 1/2 págs. 24-27

Una vida de aventuras... con satisfacción genuina

como lo contó George Gibb

HOY día muchos jóvenes llevan una vida aburrida. Algunos se sumergen en deportes y entretenimientos, mientras que otros viajan a países distantes en busca de aventuras. Desafortunadamente, muchos experimentan sentimientos de frustración, de vivir sin propósito.

Yo también viajé cuando era joven; partí de mi tierra natal, Escocia, rumbo a tierras lejanas a miles de kilómetros de distancia, entre ellas Egipto, Palestina y Australia. Además de disfrutar de muchas aventuras, con el tiempo encontré verdadera satisfacción en la vida. Esto se debió a que encontré verdadero propósito en la vida, y pude cumplir con aquel propósito de manera más completa al trasladarme a Australia. Pero permítame darle a conocer algunos de mis antecedentes.

JUVENTUD Y VIAJES DURANTE LA GUERRA

Aunque mis padres no asistían a iglesias, durante la crianza inculcaron en mí profundo respeto a la Biblia y sus grandiosos principios. ¡Qué agradables eran aquellas noches de invierno alrededor de un fuego acogedor mientras mamá leía historias bíblicas y daba énfasis a las lecciones que éstas comunicaban! Estas historias ciertamente estimularon en mí el deseo de conocer la verdad.

Mientras fui creciendo, asistí a los servicios de diversos grupos religiosos y escuché lo que se decía en reuniones acerca del evangelio en las esquinas de las calles, pero siempre me parecía que algo faltaba. Entonces, en el verano de 1914, con aterradora velocidad la primera guerra mundial desorganizó el modo de vida acostumbrado. Dirigibles alemanes bombardearon a Edimburgo, donde vivíamos. Nuestra feliz familia experimentó una disolución. El ejército llamó a todos los hermanos, uno tras otro... cinco en total. Dos de ellos nunca regresaron.

Llegué a Egipto en 1916 como soldado del ejército inglés. Luego me enviaron a Palestina, la Tierra Prometida. Era sorprendente cuántos de nosotros los soldados asociábamos puntos geográficos con recuerdos de acontecimientos bíblicos. En Gaza, recordábamos que Sansón había cargado con la puerta de la ciudad; en Beerseba vino a nuestra mente Abrahán; en Belén, Jesús, y en Jerusalén, David. Un día leí en la Biblia acerca de Emaus, y di un paseo de ida y vuelta a aquel lugar desde Jerusalén y me hice un cuadro mental de Jesús mientras hablaba a los dos discípulos que encontró en el camino. Pero regresé preguntándome todavía qué propósito tenía la Biblia.—Luc. 24:13-32.

La guerra terminó y yo estaba igual que antes en cuanto a entendimiento. Regresé a Edimburgo para concluir mi aprendizaje en el campo de la tipografía. Sin embargo, todavía tenía el deseo de adquirir conocimiento de la verdad bíblica. Mi tío sugirió que me afiliara a la iglesia local. Cuando le pregunté a mamá acerca de ello, me contestó: “Ve si quieres escuchar la Palabra de Dios. Pero recuerda, encontrarás una gran diferencia entre lo que enseña el cristianismo y lo que enseñan las iglesias.” Al poco tiempo descubrí que ella tenía razón.

ENCONTRÉ LO QUE BUSCABA

Un sábado de 1921, mientras viajaba en tren desde mi lugar de empleo en Glasgow hacia mi hogar en Edimburgo, un anciano que estaba en el mismo compartimiento comenzó a hablarme, de manera sumamente amable, de cosas insólitas tomadas de la Biblia. Habló de que Dios tenía un “plan,” de las doctrinas erróneas de las iglesias, y acerca de un futuro feliz. Esto me puso a pensar.

Otro sábado, mientras estaba en Glasgow, vi enormes carteles que decían: “Millones que ahora viven no morirán jamás.” Pensé que eran noticias alegres para algunas personas. En mi alojamiento, encontré una hoja suelta que anunciaba este discurso, así como un anuncio de éste que abarcaba dos páginas de un periódico. De modo que decidí asistir.

El salón estaba repleto, y el discurso fue presentado de manera inspiradora; yo jamás había oído antes un mensaje como aquél. Sencillamente permanecí sentado mientras la muchedumbre se marchaba. ¡Lo que había oído era exactamente lo que anhelaba! Un joven lleno de entusiasmo se me acercó. Me preguntó: “¿Le gustó el discurso?”

Mi respuesta fue: “Es la pura verdad.”

Después de averiguar que yo no había leído nada acerca del tema, el joven sugirió que permitiera que alguien me visitara para hablarme de aquel asunto. Al principio rehusé, pero él insistió; así que hice una cita. Alguien llegó a mi casa y tocó a la puerta a la hora que habíamos acordado. La hora más gloriosa de mi vida fue aquella hora de aquel día, pues en ella se descubrieron ante mí las maravillosas verdades acerca del reino de Dios. El predicador de tiempo completo que hizo la visita me dejó algunas publicaciones bíblicas y la dirección del lugar donde se celebraban reuniones semanales. En éstas me recibieron afectuosamente y aprendí mucho más acerca del propósito de Dios.

UN ESPÍRITU MISIONAL

Entre los concurrentes había un ambiente de entusiasmo, y en las reuniones para estudio frecuentemente se enfatizaba la obra de testificar. Curioso por ver lo que estaba envuelto en testificar, fui al lugar asignado desde el cual saldríamos al servicio. Allí localicé a mis nuevos amigos; estaban equipados con literatura bíblica y guías de las calles. Me dieron un ejemplar del nuevo libro El Arpa de Dios y algunos folletos. Uno de los hermanos me llevó consigo. Al acercarnos a un grupo de apartamentos él dijo: “Ve a la parte de arriba, y yo comenzaré en los bajos.”

Tímidamente, toqué en la primera puerta mientras pensaba: “¿Qué voy a decir?” Súbitamente me vino al pensamiento: “Diles lo que aprendiste en el grupo de estudio bíblico.” Una joven vino a la puerta y le cité Daniel 2:44, que dice: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. . . . Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos.”

Entonces le expliqué al ama de casa que después que el reino de Dios destruya a este inicuo sistema de cosas traerá verdaderas bendiciones a la Tierra, y que hasta los muertos serán resucitados. Ella respondió favorablemente; dijo que su esposo había muerto recientemente. Aceptó el libro con mucho gusto. A medida que continué testificando a las personas de aquellos apartamentos, comencé a reconocer que el Señor tiene una obra que los cristianos deben efectuar.

Los sábados por la tarde se organizaban grupos de personas en bicicletas para llevar el mensaje del Reino a zonas distantes. Los domingos por la mañana se hacían distribuciones masivas de hojas sueltas que anunciaban los discursos que se celebraban en la sala de conferencias más grande de Glasgow. Con frecuencia esta sala se llenaba al máximo de su capacidad. En aquellos días no existía la radio ni la televisión; así que la gente respondía muy bien a las invitaciones a escuchar discursos.

Una persona que causó gran impresión en mí fue una anciana Testigo inválida. Ella no podía asistir a las reuniones a menos que alguien la trajera en su silla de ruedas. Algunos de nosotros los más jóvenes la traíamos por turno. En el camino, ella daba énfasis a los puntos principales de lo que había estado leyendo, y hacía resaltar textos que estimulaban a tener confianza constante en Jehová, tales como Isaías 41:10 y Isa. 54:17. No es sorprendente que seis jóvenes de los que acostumbrábamos llevarla en la silla de ruedas llegáramos a ser repartidores, como se llamaba en aquel tiempo a los predicadores de tiempo completo.

En Escocia los inviernos eran fríos y monótonos e impedían que pudiéramos testificar al grado que deseábamos. Puesto que mi compañero y yo estábamos deseosos de tener “mucho que hacer en la obra del Señor,” decidimos escribir a la Sociedad Watch Tower y solicitar que nos enviaran a donde pudiéramos efectuar más trabajo. (1 Cor. 15:58) Después de semanas de ansiosa espera nos emocionamos al recibir respuesta. Nos dieron una opción: “Al Canadá o a Australia.”

HACIA AUSTRALIA

En febrero de 1928 llegamos a Melbourne, Australia, a una distancia de 21.000 kilómetros. ¡Qué diferencia! Veíamos la luz del Sol todos los días y había frutas en abundancia, incluso variedades que nunca habíamos visto antes. Nuestros hermanos cristianos nos dieron la bienvenida y nos mostraron mucha benignidad, lo cual aumentó nuestro aprecio por la Palabra de Jehová.

Nuestra primera asignación fue el estado insular de Tasmania. ¡Y qué aventuras tuvimos! Predicamos alrededor de los municipios septentrionales: primero por automóvil, y entonces, cuando el auto dejó de funcionar por completo, a caballo y en carreta. Repetidas veces notamos que cuando surgían problemas —fueran de alojamiento, alimentación o transportación— Jehová proveía la ayuda, ya fuera por medio de nuestros hermanos cristianos o por medio de personas bondadosas a quienes conocíamos mientras hacíamos la obra del Señor.

UNA NUEVA ASIGNACIÓN

En 1929 recibí una carta en la cual se me invitaba a ayudar en la sucursal de los testigos de Jehová, que estaba siendo trasladada a Sidney. Nunca me imaginé que después de 49 años todavía estaría aquí. Aquel tiempo era un tiempo emocionante; se estaba organizando mejor la obra de predicar de casa en casa y se usaban emisoras de radio para transmitir el mensaje del Reino.

En la sucursal, pronto me relacioné con una pequeña prensa impresora de platina que se operaba con los pies, la cual he llegado a atesorar con el transcurso de los años. Al poco tiempo estuve imprimiendo programas de asambleas, hojas sueltas, volantes especiales para programas de la radio y muchos formularios que se necesitaban. Cuando la presión del clero limitó el uso de la radio, se introdujo el uso de automóviles con equipo sonoro para difundir el mensaje del Reino. El mensaje amplificado resonó por todos los pueblos a través del país.

En 1932 se ampliaron las instalaciones de la sucursal y esto significó mayor actividad. Además del trabajo regular de imprimir literatura bíblica, despacharla y transportarla en camiones, había que excavar y trabajar con el martillo. ¡Cuánto nos emocionó ver que el comedor revestido de madera, la nueva oficina, el lugar de reunión y las nuevas habitaciones iban adquiriendo forma!

Realmente nos deleitamos cuando recibimos una nueva prensa automática que nos enviaron de los Estados Unidos. Éramos un grupo de jóvenes verdaderamente entusiásticos que nos habíamos ofrecido voluntariamente para trabajar, justamente como una familia. Y nuestro trabajo no se limitaba a horas que establecieran uniones laborales. Cuando había necesidad, nosotros trabajábamos hasta la madrugada. Al mismo tiempo estábamos conscientes de que había mucho que hacer respecto a hablar a las personas acerca del reino de Dios y con frecuencia usábamos las noches y los fines de semana en esta actividad.

Con tanto trabajo que hacer, parecía que los años volaban. De repente estalló la segunda guerra mundial. Entonces, en 1941, nuestra obra fue proscrita aquí en Australia debido a las falsas acusaciones del clero en el sentido de que éramos subversivos. Pero la predicación continuó, y seguimos celebrando reuniones en grupos pequeños. Tampoco se detuvo la obra de imprimir literatura. Producíamos revistas y libros en diferentes lugares clandestinos, lo cual molestaba mucho a las autoridades locales que trataban de descubrirlos.

Para cumplir con la ley, todas estas publicaciones contenían la declaración: “Impreso por George Gibb, Strathfield.” ¿Quién era y dónde estaba este “George Gibb”? La policía trató de encontrarme. Pero sucedió que nunca estuve en ninguno de los lugares a los cuales me fueron a buscar. A veces la policía fue a lugares donde los testigos de Jehová estaban celebrando estudios bíblicos. Con frecuencia hacían la pregunta: “¿Está George Gibb aquí?,” o: “¿Dónde podemos hallar a George Gibb?” Pero nunca me encontraron.

Entonces, en 1943, el Tribunal Superior de Australia decidió en cuanto a nuestro caso y la proscripción fue levantada. Todo volvió a funcionar a plena marcha de nuevo. Desde entonces nuestra obra en la sucursal ha continuado expandiéndose, y ahora se está produciendo literatura bíblica en muchos de los idiomas que se hablan en las islas del Pacífico, así como en inglés. En 1973 terminamos una moderna fábrica de tres pisos, y colocamos en ella una prensa rotativa de 40 toneladas. Desde nuestra fábrica se están enviando cada mes más de tres cuartos de millón de ejemplares de La Atalaya y ¡Despertad! a unos 25 países o islas.

MÁS AVENTURAS

Después de veinticinco años de haberme mudado a Australia, tuve la maravillosa experiencia de asistir a la asamblea internacional de los testigos de Jehová que se celebró en la ciudad de Nueva York en el año 1953. Nuestro avión hizo escala en la isla de Cantón. Salimos al kiosco en busca de algo de beber y, mientras estábamos allí, presentamos el mensaje del Reino a un bien parecido camarero procedente de las islas Fidji. Él escuchó con interés y aceptó un tratado bíblico en inglés. Le sugerí que examinara los textos en su Biblia, y nos encaminamos al avión.

Después de un emocionante período en los Estados Unidos, emprendimos el viaje de regreso a casa y nos detuvimos en la isla de Cantón para repostar. Mientras tomaba aire fresco, sentí una leve palmada en la espalda, y allí estaba nuestro amigo de las islas Fidji. Dijo que se había dado cuenta de que el tratado que le habíamos dado decía la verdad. Se alegró mucho cuando le ofrecí enviarle alguna literatura bíblica en su propio idioma. Regresó corriendo al kiosco y volvió con un abanico de plumas como regalo. ¡Cuántas veces he experimentado el gozo extraordinario que se siente cuando alguien muestra aprecio por el mensaje del Reino!

Después, en 1973, pude asistir a una serie de asambleas cristianas en Asia. ¡Qué emocionante fue ver el resultado de la obra de otros misioneros y de sus compañeros locales, como en el caso del Japón, donde 30.000 cabezas con cabellera negra como el azabache se inclinaron juntas a Jehová en oración!

¿Qué desea obtener usted de la vida? ¿Se aburre alguna vez de su vida actual? Le aseguro que no tiene que ser así. Si está dispuesto a seguir el ejemplo de Jesús y las instrucciones: ‘Vayan, hagan discípulos de gente de todas las naciones,’ usted puede disfrutar de una vida verdaderamente satisfaciente, sí, y de una vida llena de aventuras.—Mat. 28:19.

¡Cuánto me alegro ahora de que hace más de 50 años mi corazón me impulsara a usar mi vida por completo en el servicio de Jehová! A los 81 años de edad todavía me deleito en trabajar aquí en la imprenta, participar en la predicación y asistir a las asambleas. ¡No hay mejor vida que la que se dedica a hacer la voluntad de Jehová!

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