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  • ‘Jehová es mi Dios, en quien de veras confiaré’

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  • ‘Jehová es mi Dios, en quien de veras confiaré’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
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  • El celo ejemplar de mis padres
  • El consejo sabio de mi padre
  • ¡Un mensaje del cielo!
  • Agradecido por todo privilegio de servicio
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  • Una visita con resultados sorprendentes
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
w91 1/11 págs. 25-29

‘Jehová es mi Dios, en quien de veras confiaré’

SEGÚN LO RELATÓ WILLI DIEHL

“¿Por qué quieres ir a Betel?” Eso fue lo que me preguntó mi padre en la primavera de 1931 cuando expresé mi deseo de servir en Betel. Mis padres, que vivían en el Sarre, habían estado en la verdad por casi 10 años y nos habían dado un excelente ejemplo de integridad a mis dos hermanos y a mí. La verdad era lo más importante en la vida de mis padres, y yo quería que fuera lo más importante para mí también.

PERO ¿cómo aprendieron mis padres acerca de Jehová y su santa voluntad? Por mucho tiempo habían buscado la verdad, pues no les satisfacía la religión oficial. Aunque visitaron diferentes iglesias y sectas, no vieron que alguna de ellas fuera la verdadera.

Cierto día recibimos una invitación a un discurso con ilustraciones gráficas y a una película sobre el propósito de Dios titulada el “Foto-Drama de la Creación”. Papá no pudo ver la película, porque tuvo que trabajar aquel día, pero animó a mamá a asistir. Dijo: “Puede que sea bueno verla”. Mamá quedó entusiasmada con lo que vio. “¡Por fin he hallado lo que quería —dijo—! Vamos mañana por la noche para que lo veas tú mismo. Es la verdad que hemos estado buscando.” Aquello sucedió en 1921.

Como cristianos ungidos por espíritu, mis padres permanecieron fieles hasta la muerte; papá murió en 1944 después de haber sido encarcelado por los nazis en varias ocasiones, y mamá murió en 1970. Ella también pasó mucho tiempo en prisión bajo el régimen nazi.

El celo ejemplar de mis padres

Mis padres estuvieron muy activos en el servicio del campo durante toda su vida. Mamá fue particularmente celosa en la distribución de las resoluciones que se presentaron en las asambleas desde 1922 hasta 1928. El tratado Eclesiásticos denunciados incluía una resolución que se adoptó en 1924 y contenía una vigorosa crítica del clero. Requirió valor distribuirlo. Los publicadores empezaban a colocar los tratados debajo de las puertas a las 4.00 de la mañana. Aunque yo solo tenía 12 años de edad, mis padres me permitieron participar. A menudo empezábamos a las 5.00 de la mañana y viajábamos de tres a cuatro horas en bicicleta para llegar a territorios aislados. Escondíamos las bicicletas entre los arbustos, y yo las cuidaba mientras los demás predicaban en la aldea. Por la tarde regresábamos a casa en bicicleta y por la noche caminábamos una hora a la reunión.

Con el tiempo, alguien más joven que yo se encargó de cuidar las bicicletas, y yo acompañé a los publicadores. Pero a nadie se le ocurrió adiestrarme. ¡Sencillamente me señalaron la calle en que debía trabajar! Mientras me acercaba a la primera casa el corazón me latía vigorosamente, y lo que esperaba era que nadie estuviera allí. Pero un hombre abrió la puerta. Enmudecí. Con torpeza señalé al libro que llevaba en el maletín. “¿Es del juez Rutherford?”, preguntó. Dije algo, balbuceando. Entonces él preguntó: “¿Es nuevo, uno que yo no tenga?”. “Sí, es nuevo”, le aseguré. “Entonces tengo que obtenerlo. ¿Cuánto cuesta?” Aquella experiencia me dio valor para seguir predicando.

En 1924 los adultos hablaban mucho sobre el año 1925. En cierta ocasión visitamos a una familia de Estudiantes de la Biblia, y escuché a un hermano preguntar: “Si el Señor nos lleva al cielo, ¿qué será de nuestros hijos?”. Mamá, quien siempre fue optimista, contestó: “El Señor sabrá cómo cuidarlos”. Aquel asunto me fascinaba. ¿Qué significaba todo aquello? El año 1925 llegó y pasó, y nada sucedió. No obstante, el celo de mis padres no disminuyó.

El consejo sabio de mi padre

Finalmente, en 1931 dije a mi padre lo que quería hacer con mi vida. “¿Por qué quieres ir a Betel?”, preguntó. “Porque quiero servir a Jehová”, contesté. “Supón que te acepten para servir en Betel —continuó—. Sabes que los hermanos que están allí no son ángeles, ¿verdad? Son imperfectos y cometen errores. Temo que eso te lleve a dejar tu servicio y hasta a renunciar a tu fe. Asegúrate de meditar cuidadosamente sobre esto.”

Me sorprendió escuchar aquello, pero después de pesar los asuntos por varios días, volví a expresar mi deseo de servir en Betel. “Dime de nuevo por qué quieres ir”, dijo mi padre. “Porque quiero servir a Jehová”, contesté. “Hijo mío, nunca olvides eso. Si te invitan a servir en Betel, recuerda por qué vas allá. Si ves algo incorrecto, no te preocupes demasiado. Aunque alguien te trate mal, no abandones tu privilegio. Nunca olvides por qué estás en Betel: ¡porque quieres servir a Jehová! Solo ocúpate en tu asignación y confía en él.”

El 17 de noviembre de 1931, temprano por la tarde, llegué al Betel de Berna, Suiza. Viviría en una habitación con tres hermanos y trabajaría en la imprenta; en esta aprendí a operar una pequeña prensa manual. Entre las primeras cosas que imprimí estuvo La Atalaya en rumano.

¡Un mensaje del cielo!

En 1933 la Sociedad publicó el folleto La Crisis, que contenía tres discursos que había presentado por la radio el hermano Rutherford en los Estados Unidos. Cierta mañana, durante el desayuno, el hermano Harbeck, el siervo de la sucursal, informó a la familia de Betel que el folleto recibiría distribución especial. Se alquilaría una avioneta que volaría sobre Berna y dejaría caer hojas impresas de publicidad mientras los publicadores ofrecían el folleto en las calles. “¿Cuál de ustedes, hermanos jóvenes, está dispuesto a volar en la avioneta?”, preguntó. “Que nos avise inmediatamente.” Me ofrecí para aquello, y después el hermano Harbeck anunció que me habían escogido.

En aquel día importante viajamos al aeropuerto con cajas llenas de hojas impresas. Me acomodé en el asiento detrás del piloto y amontoné las hojas a mi lado. Se me habían dado estas instrucciones precisas: Enrollar 100 hojas a la vez y tirarlas por la ventana con todas las fuerzas. Si no tenía cuidado, las hojas podrían enredarse en la cola de la avioneta y causar problemas. Pero todo marchó bien. Los hermanos después comentaron que fue emocionante ver caer aquel ‘mensaje del cielo’. Aquello produjo el efecto deseado, pues se dejaron muchos folletos en manos de la gente, aunque hubo quienes telefonearon para quejarse de que sus flores habían quedado cubiertas de hojas impresas.

Agradecido por todo privilegio de servicio

A diario daba gracias a Jehová por el gozo y la satisfacción de servir en Betel. En la congregación me asignaron a abrir las puertas del Salón del Reino para cada reunión, poner las sillas en orden y colocar un vaso de agua en el atril. Aquella asignación era un gran honor para mí.

Con el tiempo recibí en Betel la asignación de usar una gran prensa plana para imprimir en polaco la revista que ahora se conoce como ¡Despertad! En 1934 empezamos a usar fonógrafos al predicar, y yo ayudé a construirlos. El ir de casa en casa con las grabaciones de discursos bíblicos me causaba gran gozo. A muchos amos de casa les intrigaba aquel pequeño aparato, y a menudo una familia entera se reunía para escuchar, pero después se iban retirando, uno por uno. Cuando toda la familia se había ido, yo simplemente pasaba a la casa siguiente.

Activo durante el tiempo de la guerra

Después de la I Guerra Mundial, el Sarre, mi país natal, se separó de Alemania y tuvo un gobierno patrocinado por la Sociedad de Naciones. Por lo tanto, expidió sus propios documentos de identificación. En 1935 se programó un plebiscito para decidir si los ciudadanos del Sarre deseaban volver a ser parte de Alemania o no. Aproveché la oportunidad para visitar a mi familia, pues no podría hacerlo después si el Sarre llegaba a estar bajo control nazi. Y así fue; por muchos años después no tuve noticias de mis padres ni de mis hermanos.

Aunque Suiza no se envolvió directamente en la II Guerra Mundial, quedó aislada por completo debido a que Alemania ocupó los países vecinos uno por uno. Nosotros habíamos estado imprimiendo literatura para toda Europa excepto Alemania, pero durante este tiempo no pudimos enviar ninguna literatura. El hermano Zürcher, siervo de la sucursal entonces, nos informó que casi se nos había agotado el dinero, y sugirió que buscáramos empleo fuera de Betel hasta que la situación se estabilizara. Sin embargo, a mí se me permitió seguir en Betel para imprimir lo que era necesario para los aproximadamente 1.000 publicadores locales.

La familia de Betel nunca olvidará el 5 de julio de 1940. Inmediatamente después del almuerzo llegó un camión militar a la sucursal. Unos soldados saltaron del camión y entraron a la fuerza en Betel. Se nos ordenó que no nos moviéramos, y cada uno tuvo a un soldado armado como guardia. Nos agruparon en el comedor mientras registraron el resto del edificio. Las autoridades sospechaban de nosotros, pues creían que instábamos a la gente a no participar en el servicio militar, pero no hallaron ninguna prueba de ello.

En aquellos años de la guerra fui siervo de congregación tanto en Thun como en Frutigen. Aquellas responsabilidades me mantenían muy ocupado durante los fines de semana. Cada sábado, inmediatamente después de almorzar, viajaba en bicicleta 50 kilómetros (30 millas) hasta Frutigen para conducir el Estudio de La Atalaya por la noche. Los domingos por la mañana salía con los publicadores al servicio del campo. Entonces, temprano por la tarde, viajaba hasta Interlaken para conducir el Estudio de Libro de Congregación y después conducía un estudio bíblico con una familia en Spiez. Para terminar el día, conducía el Estudio de La Atalaya en Thun.

Tarde por la noche, después de toda aquella actividad, cantaba y silbaba mientras regresaba a Berna, pues me sentía muy satisfecho. Eran pocos los automóviles que veía por el camino. El paisaje lleno de colinas y oscuro era tranquilo y a veces resplandecía bajo la luz de la Luna. ¡Cuánto enriquecieron mi vida y me fortalecieron aquellos fines de semana!

Una visita con resultados sorprendentes

En el otoño de 1945 el hermano Knorr nos visitó. Un día entró en la fábrica mientras yo estaba sobre la rotativa. “¡Baje de ahí —dijo en voz alta—! ¿Quiere asistir a la Escuela de Galaad?” Quedé pasmado. “Si usted cree que puedo hacer eso, me encantaría asistir”, respondí. En la primavera de 1946 el hermano Fred Borys, la hermana Alice Berner y yo fuimos invitados a asistir a la Escuela de Galaad. Pero yo había nacido en el Sarre y no tenía ciudadanía, por lo cual tuve que escribir a Washington, D.C. (E.U.A.) para solicitar un visado especial.

El hermano Borys y la hermana Berner partieron hacia la escuela misional, pero yo tuve que esperar la respuesta a mi solicitud. El 4 de septiembre comenzaron los cursos, pero yo todavía estaba en Suiza, y poco a poco iba perdiendo toda esperanza. Entonces el consulado estadounidense me notificó la llegada de mi visado. Inmediatamente me preparé para el viaje, y por fin conseguí una cabina en un barco de tropas que iba desde Marsella hasta Nueva York. ¡Qué experiencia! El Athos II estaba atestado de gente. Me asignaron un sofá en un lugar que no era privado. El segundo día del viaje hubo una explosión en el cuarto de los motores y el barco se detuvo. Pasajeros y tripulación estaban nerviosos, pues temían que nos hundiríamos. Aquello me dio una magnífica oportunidad para testificar sobre la esperanza de la resurrección.

Tomó dos días reparar el barco, y entonces pudimos continuar el viaje, pero a menos velocidad. Llegamos a Nueva York 18 días después, pero tuvimos que permanecer en el barco porque en los muelles los trabajadores estaban en huelga. Después de unas negociaciones pudimos desembarcar. Yo había enviado a la Sociedad un telegrama explicando la situación, y cuando salí de la aduana y de la inmigración alguien me preguntó: “¿Es usted el señor Diehl?”. Era uno de los auxiliares del hermano Knorr, y me llevó al tren nocturno que iba a Ithaca, cerca de la Escuela de Galaad, y llegué allí poco después de las 8.00 de la mañana el día siguiente. ¡Qué gozo estar allí por fin y poder asistir a la primera clase internacional de Galaad!

Aguante a pesar de dificultades

La graduación de la octava clase de Galaad fue el 9 de febrero de 1947, y todos estábamos llenos de expectación. ¿Adónde nos enviarían? Para mí, los “cordeles de medir” cayeron en la nueva imprenta de la Sociedad en Wiesbaden, Alemania. (Salmo 16:6.) Regresé a Berna para solicitar los permisos necesarios para entrar en tierra alemana, pero las fuerzas de ocupación estadounidenses en Alemania solo permitían entrada a personas que hubieran vivido allí antes de la guerra. Puesto que yo no calificaba, tuve que recibir una nueva asignación de la sede de la Sociedad en Brooklyn. Mi nueva asignación fue la obra de circuito en Suiza, lo cual acepté con plena confianza en Jehová. Pero mientras esperaba aquella asignación me pidieron que diera una gira de Betel a tres hermanas visitantes. Una de ellas, una precursora, se llamaba Marthe Mehl.

En mayo de 1949 informé a la oficina de Berna que planeaba casarme con Marthe y que deseábamos seguir en el servicio de tiempo completo. ¿Cuál fue la reacción? Nuestro único privilegio sería servir como precursores regulares. Emprendimos aquel servicio en Biel después de nuestra boda en junio de 1949. No me permitían dar discursos, ni pudimos participar en buscar alojamiento para delegados a una asamblea que se aproximaba, aunque nuestro superintendente de circuito nos había recomendado para aquel privilegio. Muchos ya no nos saludaban, pues nos trataban como expulsados aunque éramos precursores.

No obstante, sabíamos que el casarse no era antibíblico, así que buscamos refugio en la oración y pusimos nuestra confianza en Jehová. En realidad aquel trato no reflejaba el punto de vista de la Sociedad. Simplemente fue el resultado de una aplicación incorrecta de las directrices de la organización.

Regresa el hermano Knorr

En 1951 el hermano Knorr visitó Suiza de nuevo. Después que él presentó un discurso me informaron que deseaba hablar conmigo. Aunque sentí alguna inquietud, me alegré de que quisiera verme. Me preguntó si estábamos dispuestos a servir en una casa misional que se establecería en Ginebra. Naturalmente, aquello nos encantó, aunque nos dolería partir de Biel. El día siguiente el hermano Knorr nos pidió otra cosa. ¿Estaríamos dispuestos a regresar a la obra de circuito, puesto que esta obra se necesitaba en Suiza? Aceptamos inmediatamente. Mi actitud siempre ha sido la de aceptar toda asignación que se me ofrezca.

Nuestra actividad en la obra de circuito en el este de Suiza fue muy bendecida. Viajábamos en tren de una congregación a otra con todas nuestras pertenencias en dos maletas. Muchas veces los hermanos nos recibían en la estación del tren con sus bicicletas, pues en aquellos días muy pocos tenían automóvil. Años después un hermano nos proveyó un automóvil, lo cual facilitó nuestro servicio.

Nuevas sorpresas

Fue una gran emoción para nosotros el que en 1964 mi esposa y yo fuéramos invitados a la clase número 40 de Galaad, la última clase con el curso largo de 10 meses, que ahora ha sido acortado a ocho. Marthe tuvo que aprender inglés rápidamente, pero lo logró muy bien. Entre los estudiantes había muchos comentarios sobre adónde se nos enviaría. Mi actitud era: ‘¡Con cualquier asignación estaré contento, con tal que no me pongan detrás de un escritorio!’.

¡Pero eso fue exactamente lo que sucedió! El 13 de septiembre de 1965, el día de la graduación, fui nombrado siervo de la sucursal de Suiza. Betel sería una nueva experiencia para Marthe. Para mí significaba regresar a la “Casa de Dios”; no a la imprenta, donde había servido desde 1931 hasta 1946, sino a las oficinas. Tendría que aprender muchas cosas nuevas, pero pude lograrlo con la ayuda de Jehová.

En retrospección

Durante 60 años de servicio de tiempo completo he confiado de lleno en Jehová, tal como me instó a hacerlo mi padre. Y Jehová ha derramado muchísimas bendiciones sobre mí. Marthe ha sido una excelente fuente de ánimo en tiempos de desilusión o cuando las asignaciones me parecían demasiado grandes; verdaderamente ha sido una compañera leal que ha mostrado confianza absoluta en Jehová.

¡Alabado sea Jehová por los muchos privilegios de servicio de que he disfrutado! Aún sirvo como coordinador del Comité de la Sucursal en Thun, y en varias ocasiones he tenido el privilegio de servir como superintendente de zona en otros países. Prescindiendo de lo que se me haya pedido que haga, siempre he buscado la guía de Jehová. A pesar de mis muchos errores y faltas, de veras creo que Jehová me ha perdonado mediante Cristo. Mi deseo es seguir agradándole. Y que él siga guiando mis pasos mientras constantemente me dirijo a él como “mi Dios, en quien de veras confiaré”. (Salmo 91:2.)

[Fotografía de Willi y Marthe Diehl en la página 25]

[Fotografía en la página 27]

El hermano Diehl temprano en su carrera en Betel

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